El terreno que había a su alrededor era desnudo y con surcos. La roca se levantaba sobre su base, con unas profundas cuevas a su alrededor. Aquel lugar olía a muerte. Wil vio unos huesos entre las sombras. Della también los vio. Hizo resbalar su butaca sobre los huesos e hizo un ademán a Wil para que la imitara.
—No me gusta esto, pero antes hemos de preocuparnos de otros cazadores.
Cuando el equipo ya estuvo escondido, subió por la roca para alcanzar una pequeña cueva que había unos cuatro metros más arriba. Wil la siguió con mayor dificultad.
Miró a su alrededor antes de sentarse al lado de ella. Aquel hueco casi no podía ser considerado como una cueva. Nada les podía sorprender desde atrás, a pesar de que alguna alimaña lo había utilizado como comedor, ya que se veían más huesos roídos. Desde la cueva les quedaba oculto casi todo el cielo, pero no obstante gozaban de una buena vista del terreno, casi hasta la base de la peña.
Wil se sentó, estaba impaciente por las explicaciones; de repente quedó profundamente afectado por el silencio. Durante todo el día, la tensión había ido en aumento, llegando a un clímax de violencia en los minutos anteriores. Pero ya había desaparecido toda señal de lucha. A un centenar de metros, los pájaros se agrupaban alrededor de un árbol poco desarrollado, y sus chillidos y batir de alas rompían el gran silencio. En el horizonte sólo lucía una estrecha astilla de sol. Vista bajo aquella luz, la pradera tomaba un tinte rojo y dorado, roto aquí y allá por la oscura maleza. La brisa era débil, pero todavía guardaba el calor de todo el día. Llevaba perfumes y pestilencias, y secaba el sudor sobre la cara.
Miró a Della Lu. Aunque ella parecía no darse cuenta, el oscuro cabello le caía sobre sus mejillas.
—Della, ¿hemos perdido? —preguntó en voz baja.
—¿Qué? —le miró, y poco a poco pareció que volvía a darse cuenta de las cosas—. Todavía no. Tal vez ganaremos si esto funciona… Concentraban todos sus efectivos sobre nosotros. El—único modo como podíamos permanecer en esta era y sobrevivir, era desapareciendo. Lancé toda mi guardia interior sobre nuestro volador. Hicimos explotar a un tiempo todas nuestras cargas nucleares y desaparecimos en forma de millares de burbujas de un metro de tamaño. En una de estas burbujas estábamos tú y yo; setenta de ellas proceden del montón de piedras. Ahora están repartidas por todas partes: en la superficie de la Tierra, en su órbita, en la órbita solar. La mayor parte de las de la superficie estaban temporizadas para explotar pocos minutos después del impacto.
—Es decir ¡andamos perdidos en todo el tumulto!
La sonrisa de Della no era más que un fantasma de su anterior entusiasmo.
—Correcto. Todavía no nos han atrapado. Creo que lo hemos logrado. Si disponen de algunas horas, pueden hacer una búsqueda minuciosa, pero no pienso darles tiempo para ello. Mi guardia de distancia media ya ha bajado y les está dando motivos para que se preocupen por otras cosas.
»Aquí estamos totalmente indefensos, Wil. Ni siquiera dispongo de un burbujeador. Nuestros enemigos podrían cogernos con una pistola de cinco milímetros, con tal de saber hacia dónde tirar. He tenido que destruir mi guardia inmediata para poder escapar. Lo que queda está en desventaja de dos a uno. Pero… pero creo que todavía puedo ganar. Durante cincuenta segundos de cada minuto, estoy en comunicación por onda de rayo compacto con mi nota. Dio unos golpecitos sobre la barra de un metro de largo que había dejado en el suelo, entre ellos. Uno de sus extremos estaba constituido por una esfera de diez centímetros. Había dejado la barra de forma que la esfera estuviese en la boca de la cueva. Wil la examinó más de cerca y vio que era iridiscente y que latía. Era alguna clase de transmisor coherente. Las fuerzas propias de Della sabían donde estaban escondidos, y no necesitaban más que mantener una unidad alineada visualmente con Lu para que ésta pudiera dirigir la batalla.
La voz de Della era distante, casi indiferente. —Quienquiera que sea, sabe mucho de infiltrarse en los sistemas, pero no sabe combatir. Yo he luchado durante siglos de tiempo real, con burbujeadores y supresores, con cabezas nucleares y con láser. Tengo programas que jamás habrías podido comprar en la civilización. Incluso sin mí, mi sistema puede luchar más inteligentemente que el otro bando… —una risita—. Lo de la órbita elevada ya ha concluido. Ahora estamos jugando al «si te veo te pegan un tiro»: «ver» se refiere a alrededor de la curvatura de la Tierra, y lo de «pegar tiros» va destinado a todo lo que asome la cabeza. Muchachos y muchachas corriendo dando vueltas alrededor de su casa, matándose unos a otros… Voy ganando, Wil. De verdad. Pero lo estamos quemando todo. ¡Pobre Yelén, tan preocupada siempre por que nuestro sistema no iba a durar lo suficiente para poder reinstaurar la civilización! En una tarde estamos destruyendo todo lo que habíamos acumulado.
—¿Y qué ha pasado con los tecno-min? ¿Ha quedado alguno por quien valga la pena luchar?
—¿Te refieres a su juego de la guerra? —se mantuvo en silencio durante unos quince segundos, y cuando volvió a hablar parecía estar mucho más lejos.— Esto ha acabado en cuando ha servido para los propósitos del enemigo.
Tal vez sólo había desaparecido Ciudad Korolev. Della estaba sentada, recostada en la pared posterior de la cueva; apoyó su cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
Wil estudió su cara. ¡Cuan diferente parecía entonces de aquella criatura que había visto en la playa! Y cuando no hablaba, no tenía perspectivas extrañas ni cambiaba de personalidad. Su cara era joven e inocente. Su lacio pelo negro seguía cayéndole encima de la mejilla. Tal vez estaba dormida, y de vez en cuando sus sueños le hacían mover los labios y las pestañas. Wil iba a separarle los cabellos de su cara, pero se contuvo. La mente que había en aquel cuerpo estaba mirando desde muy lejos a través del espacio, viendo la Tierra desde todas las direcciones, y dirigía un bando de la más extensa batalla que Wil había conocido jamás. Era preferible que dejara tranquilos a los generales que dormían.
Se arrastró por la base de la cueva hasta su entrada. Desde allí podía ver las llanuras y parte del cielo, a pesar de estar mejor oculto que Della.
Miró a través de la tierra. La única forma en que podía ayudar era protegiendo a Della de los bichos que habían por allí. Unos pocos pájaros habían regresado al peñasco. Eran la única forma visible de vida animal. Tal vez aquellos sitios llenos de huesos estaban abandonados. Tal vez Della había llevado hasta allí algún arma de mano y un botiquín de primeros auxilios. Miró los lisos armazones de las butacas de aceleración y pensó si debía preguntárselo. Pero Della estaba en conexión profunda; no había estado tan concentrada ni en medio del primer ataque… Era preferible esperar a tener una emergencia real. De momento, bastaría con que vigilase.
Fue desapareciendo la luz y apareció la luna en su cuarto por el lado oeste del cielo. Por la trayectoria de la puesta de sol, supuso que se encontraban en el hemisferio norte, alejados de los trópicos. Aquello podía ser Calaña o la sabana que estaba enfrente de aquella isla en la costa oeste de Norte América. Por algún motivo, Wil se sentía mejor al saber dónde se hallaba.
Los pájaros habían callado. Se oía un zumbido que esperaba que fuera de insectos. Le resultaba difícil mantener la mirada en el suelo. Al llegar la noche, era imposible dejar de mirar el espectáculo del cielo. La aurora vespertina se extendía por el horizonte de Norte a Sur. Aquel resplandor pálido era más brillante que cualquiera que hubiera podido ver en otras ocasiones, incluso desde Alaska. La batalla seguía lentamente su curso detrás de aquel telón. Algunas de las luces visibles no eran más que destellos, como una gema que sólo se hace visible cuando alguna de sus facetas refleja alguna luz mágica. Las luces se encendían y apagaban, pero consideradas en conjunto, no se desplazaban: debía tratarse de una lucha en una órbita alta, tal vez en la zona de Lagrange. Durante media hora seguida, no se apreció ninguna otra acción. Después, una parte de la batalla que se desarrollaba en las proximidades de la Tierra apareció por encima del horizonte. Eran los del «si te veo, disparo». Aquellas luces creaban unas sombras intensas, empezaban siendo de un blanco brillante, e iban decayendo hacia el rojo durante cinco o diez segundos.
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