Estaba en lo más extremo de su indignación. Wil no esperaba aquella reacción. Lo cierto es que afectaba mucho a Yelén pensar que sus dos más próximos colegas («amigos» todavía hubiera sido una palabra demasiado fuerte) pensaran que ella había matado a Marta. Considerando su habitual insensibilidad para los sentimientos de los demás, Wil dudaba de que estuviera haciendo teatro. Por fin, dijo:
—No te estoy acusando, Yelén… Tú puedes ser violenta, pero tienes honor. Confío en ti —ésto último era una exageración necesaria—. Y quisiera que, a cambio, también tú confiaras en mí. Créeme cuando te digo que Marta lo sabía, y que dejo claves que tú no podrías advertir. ¡Demonio!, probablemente lo hizo para protegerte. En el mismo instante es que sospecharas algo, el asesino también se hubiera puesto en guardia. En vez de arriesgarse de esta manera, Marta intentó decirlo sólo a mí. Estoy completamente desconectado de vuestro sistema y soy un inconsecuente tecno-min. He estado pensando toda una semana en el problema de ver cómo avisarte con el menor riesgo de que cayeras en una emboscada.
—Pero, a pesar de todas las pistas, no sabes realmente quién es el asesino.
Wil sonrió.
—Es verdad, Della. Si lo hubiese sabido, habría sido la primera cosa que hubiese dicho.
—Habrías estado más a salvo si hubieras callado mientras no hubieras descifrado todo el mensaje.
Él movió la cabeza.
—Desgraciadamente, Marta no podía arriesgarse a poner una información concreta en su diario. No hay nada en los cuatro montones de piedras que pueda decirnos el nombre del asesino.
—Es decir, que sólo nos lo has contado para aumentar nuestra presión sanguínea. Si logró comunicarte todo lo que cuentas, tan cierto como hay infierno que pudo habernos dicho el nombre del enemigo —la recuperación de Yelén era evidente.
—Lo hizo. Pero no en ninguno de los cuatro montones de piedras. Sabía que éstos serían «inspeccionados» antes de que pudieras verlos; únicamente las pistas más sutiles podían pasar desapercibidas. Lo que he descubierto es que hay un quinto montón de piedras que nadie, ni el asesino, conoce. Allí dejó escrita toda la verdad.
—Suponiendo que lo que dices fuera cierto, ya han pasado cincuenta mil años. Si dejó algo, ya estará completamente destruido.
Wil adoptó su expresión más reposada.
—Lo sé, Yelén, y Marta debió saber también que iba a transcurrir tanto tiempo. Creo que lo tuvo en cuenta.
—¿Quieres decir que sabes dónde está, Wil?
—Sí. Por lo menos con aproximación de unos pocos kilómetros. No quiero decir exactamente dónde está; doy por descontado que tenemos un testigo silencioso de esta conversación.
Della se estremeció.
—Es de suponer que el enemigo no tiene chivatos directos. Debe tener acceso únicamente cuando se ejecutan determinadas tareas.
—En cualquier caso, sugiero que vigiléis muy de cerca el espacio aéreo que está por encima de todos los sitios que Marta visitó. Es posible que el asesino tenga sus propias suposiciones. No queremos que se nos adelante.
Se mantuvo en silencio mientras Della y Yelén se retiraban a sus sistemas. Luego:
—Ya está, Brierson. Ya estamos preparadas. Tenemos un intenso control de la costa sur, del paso que Marta utilizó para atravesar los Alpes, y de toda el área que está alrededor del Lago Pacista. Le he concedido a Della categoría de observador de mi sistema. Ella cuidará de mantener, paralelamente a los míos, los subsistemas que sean críticos. Si alguien empieza a jugar por estos sitios, sin duda alguna lo sabrá.
»Ahora, lo más importante: Della trae cazas desde las zonas de Lagrange. Allí tengo una flota que he mantenido en estasis; aparecerá al cabo de las tres próximas horas. Con todo esto creo que será suficiente para enfrentarnos a cualquier oposición cuando vayamos a la caza del tesoro. Lo único que tienes que hacer es no dejarte ver durante las tres próximas horas, después nos dices dónde está el quinto depósito y nosotras…
Wil alzó una mano.
—Sí. Coged vuestros cañones. Pero iré con vosotras.
—¿Qué? Bueno, está bien. Puedes venir con nosotras.
—Y no quiero partir antes de mañana por la mañana. Necesito algunas horas más con el diario; algunos extremos que debo comprobar.
Yelén abrió la boca, pero no articuló ningún sonido. Della tuvo más facilidad de palabra.
—Wil, estoy segura de que comprenderás la situación. Estamos trayendo hasta aquí todo el material que tenemos para protegerte. Vamos a quemar lo que representa el consumo de un año cada hora que estemos de guardia a tu alrededor. No podemos mantenerlo durante mucho tiempo; además, cada minuto que guardes tu secreto, ocupas el primer lugar en la lista de objetivos de alguien y estamos perdiendo toda la ventaja que la sorpresa pudiera habernos dado. Hemos de apresurarnos.
—Primero hay cosas que he de deducir. Mañana por la mañana; no puedo tenerlo antes. Lo siento, Della.
Yelén soltó una obscenidad y cortó su conexión. Hasta Della pareció haberse sorprendido por la brusquedad de su partida. Miró otra vez a Wil.
—Todavía coopera, pero está más enfadada que el diablo… Está bien, esperaremos hasta mañana. Pero hazme caso, Wil. Una defensa activa es muy cara. Tanto Yelén como yo estamos dispuestas a gastar casi todo lo que tenemos para atrapar al asesino, pero la espera hasta mañana hace disminuir la protección de hora en hora… Nos ayudaría si pudieras decirnos cuánto tiempo más va a durar.
El fingió que consideraba el asunto.
—Tendremos el diario secreto mañana por la tarde. Si las cosas no han reventado entonces, dudo que puedan llegar a hacerlo.
—En este caso, me voy —se detuvo—. Ya sabes, Wil, que hace mucho tiempo fui policía gubernamental. Creo que fui muy buena en lo referente a los juegos de poder. Consejo de un viejo profesional: no permitas que todo esto te desborde.
Brierson le obsequió con su pose profesional más confiada:
—Todo saldrá bien, Della.
Después de que Della desapareciese, Wil se fue a la cocina. Empezó a mezclarse una bebida, pero se dio cuenta de que no era un momento oportuno para beber, y prefirió coger un trozo de pastel. Bajo toda esta carga emocional, tanto da tener una mala costumbre como otra —dijo para sí. Se paseó hasta el cuarto de estar y miró hacia el exterior. En sus tiempos hubiera sido una locura dejar que un testigo bajo protección se acercara a una ventana, pero con las armas y otros medios de protección de que disponían los tecno-max, no importaba demasiado.
Hacía una tarde clara y poco húmeda. Podía oír crujidos secos en los árboles. Sólo alcanzaba a ver un corto trecho del camino; toda la fronda verde impedía que la vista fuera más allá. Las únicas vistas bonitas eran las del piso superior. Pero a pesar de todo, cada vez le gustaba más aquella casa. Era un poco como los alojamientos de clase barata donde Virginia y él habían empezado a convivir.
Se asomó a la ventana y miró hacia arriba. Los dos autones flotaban más bajos de lo acostumbrado. Mucho más arriba, casi perdido entre la bruma, había algo grande. Intentó imaginar las fuerzas que debía de haber preparadas en los primeros kilómetros de altura sobre su cabeza. Sabía la capacidad de fuego que Della y Yelén declaraban tener. Excedía, con mucho, la potencia conjunta de todas las naciones de la historia; probablemente sería mayor que la de cualquier servicio policial que hubiera habido hasta el siglo veintidós. Toda aquella fuerza estaba allí únicamente para la protección de una casa, de un hombre… o más exactamente, de la información que había en la cabeza de un hombre. Mirándolo bien, aquello no resultaba demasiado tranquilizante para él.
Читать дальше