Poul Anderson - La nave de un millón de años

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Desde las primitivas tribus escandinavas, desde la antigua China y la Grecia clásica, hasta nuestros días y todavía más allá, hacia un tuturo de miles y miles de años, pasando por el Japón Imperial, la Francia de Richelieu, la América indígena y la Rusia estalinista...
La nave de un millón de años

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—Soy más viejo de lo que parezco —respondió. Starkadh con renovada hosquedad y le recorrió un estremecimiento—. Después de un día tan ajetreado, estoy sediento. ¿Sabes dónde hay agua?

—Sé cómo encontrarla, si vienes conmigo —dijo Gest—. ¿Pero qué pasa con estos cadáveres?

Starkadh se encogió de hombros.

—No soy cuervo para limpiarles los huesos. Dejémoslos para las hormigas. —Las moscas revoloteaban sobre ojos ciegos, lenguas resecas y sangre coagulada. El tufo era nauseabundo.

Gest estaba habituado a ese espectáculo pero siempre se alegraba de dejarlo atrás, y trataba de no pensar en las viudas, los hijos, las madres. Las vidas que había compartido eran breves, apenas un parpadeo, y después, en otro parpadeo, la mayoría eran olvidadas por todos salvo por él. Cogió la lanza y encabezó la marcha por el sendero.

—¿Regresarás a Dinamarca? —preguntó.

—No creo —tronó Starkadh a sus espaldas—. Sigurdh se cerciorará de que el próximo rey de Hleidhra le sea leal, y de que todos los reyezuelos riñan entre ellos.

—Oportunidades para un guerrero.

—Pero me disgustaría ver derrumbarse el reino construido por Frodhi y reconstruido por Harald Diente de Guerra.

—Por lo que he oído, la simiente de algo grande pereció en Bravellir —suspiró Gest—. ¿Qué harás?

—Tomar las naves que poseo, juntar tripulantes y hacerme vikingo… Iré hacia el este, creo, a Wendland y Gardhariki. ¿Es un arpa lo que llevas allí?

Gest asintió.

—He practicado muchos oficios, pero ante todo soy escaldo.

—Entonces ven conmigo. Cuando lleguemos a la morada de un señor, compondrás un drapa sobre lo que he hecho hoy. Te recompensaré bien.

—Debemos hablar sobre eso.

Ambos callaron. Al cabo de un rato Gest tomó por una senda lateral. Daba a un claro salpicado de tréboles. Un manantial borboteaba en el centro y el agua se escurría en la hierba para perderse bajo los árboles. Éstos formaban una muralla alrededor, oscura abajo, verde oro arriba, donde las rozaban los últimos rayos del sol. El cielo del este era azul violáceo. Una bandada de cornejas volaba hacia el hogar. Starkadh se arrojó de bruces y bebió con avidez. Cuando al fin alzó la barba goteante, vio que Gest había tendido la capa, abierto la mochila, y desparramado cosas. Ahora recogía leña bajo los árboles y arbustos que rodeaban el claro.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Starkadh.

—Estoy preparándome para pasar la noche —dijo Gest.

—¿No vive nadie en las cercanías? La choza de un porquerizo bastaría.

—Lo ignoro, y quizá nos sorprenda la oscuridad mientras buscamos. Además, es mucho mejor descansar aquí que en un suelo de lodo, oliendo humo y flatulencias.

—Oh, he dormido a menudo bajo las estrellas, y también he padecido hambre. Veo que traes comida. ¿Deseas compartirla?

Gest miró de hito en hito la guerrero.

—¿No me la arrebatarías?

—No, no. No eres un enemigo ni un absoluto extraño. —Starkadh se echó a reír—. Tampoco una mujer. Qué pena.

Gest sonrió.

—Repartiremos lo que hay, aunque no es mucho para un hombre de tu talla. Pondré trampas. Por la mañana, con suerte, tendremos ratones campestres para cocinar, o incluso una ardilla o un erizo. —Hizo una pausa—. ¿Quieres ayudarme? Si haces lo que te indico, podremos estar cómodos antes del anochecer.

Starkadh se levantó.

—¿Me tomas por uno de esos torpes mineros? Claro que te ayudaré. ¿Eres finés, o has vivido entre fineses, para saber cómo sobrevivir en el bosque?

—No, nací en Dinamarca, como tú… hace mucho tiempo. Pero aprendí el arte del cazador en mi infancia.

Gest notó sin sorpresa que debía escoger las palabras con cuidado al dar instrucciones. La arrogancia de Starkadh. podía estallar a cada instante. En una ocasión rugió «¿Acaso soy un cautivo?» y desenvainó la espada. Al fin la envainó, se dio un puñetazo en la palma e hizo lo que se le pedía, pero por un segundo el dolor le contrajo la cara.

La luz del día se derramaba desde el oeste. Cada vez despuntaban más estrellas. Cuando la penumbra cubrió el claro, los hombres tenían preparado el campamento. Un refugio de leña, con helechos y ramas en el interior, les permitía descansar a resguardo del rocío, las nieblas nocturnas y las posibles lluvias. La hierba apilada en la entrada mantenía la tibieza de una fogata que Gest había encendido con una barrena. Además de piñones y bayas, había hallado piñas, juncos y raíces para acompañar el pan con queso. Una vez que las asaran, él y Starkadh podrían dormir bastante satisfechos.

Gest se acuclilló ante el fuego, cortando una vara verde con el cuchillo para tallar un utensilio de cocina. Era un fuego más pequeño del que habría preparado el guerrero, y chisporroteaba suavemente. El humo ligero olía a resina. Aunque el aire se enfriaba deprisa en esa temporada, Starkadh comprendió que podía mantenerse tibio quedándose cerca. Las llamas rojas y amarillas arrojaban una luz trémula sobre los pómulos y la nariz de Gest; le resbalaba en los ojos y le arrojaba sombras en la barba gris.

—Eres muy hábil —dijo Starkadh—. Desde luego, viajarás conmigo.

—Ya hablaremos de eso —respondió Gest, mirando su labor.

—¿Por qué? Me has dicho que me buscabas.

—Sí, exacto. —Gest inhaló con fuerza—. Largo tiempo estuve lejos, hasta que al fin los recuerdos del norte me abrumaron y tuve que regresar para ver si los álamos aún temblaban en las ligeras noches de verano. —No mencionó a la mujer que había muerto después de que ambos hubieran viajado treinta años juntos por las vastas praderas del Oriente con una tribu de pastores—. Había perdido las esperanzas, había dejado de buscar… hasta que atravesé los bosques y los brezales de Jutlandia y la vieja lengua volvió a despertar en mí, sin muchos cambios desde mi partida. Oí hablar de Starkadh—. ¡Debía encontrarlo! Seguí los rumores hasta Hleidhra, donde me dijeron que había cruzado el mar para reunirse con el rey Harald e ir a la guerra. Seguí ese rastro hasta Bravellir, y llegué al atardecer, cuando la matanza de ese día había terminado. Por la mañana hallé a hombres que lo habían visto alejarse de allí, y seguí el camino que me indicaron. Y aquí estamos, Starkadh.

El hombre corpulento se movió.

—¿Qué deseas de mí? —gruñó.

—Primero, que me cuentes la historia de tu vida. He oído algunas anécdotas llamativas.

—Te gustan los chismes.

—He buscado el conocimiento por todo el mundo. ¿Cómo puede un narrador de historias pagar el alojamiento de una noche o un escaldo componer estrofas para los jefes a menos que tenga entre los labios algo digno de contar?

Starkadh se había desabrochado la espada, pero llevó la mano al cuchillo.

—¿Se trata de una brujería? Eres extraño, Gest.

El vagabundo clavó los ojos en el guerrero y respondió:

—Juro que no obraré ningún hechizo. Lo que busco es aún más extraño.

Starkadh reprimió un temblor. Como si embistiera contra el miedo para pisotearlo, dijo deprisa:

—Mis actos son célebres, aunque nadie salvo yo los conoce todos. Pero sin duda historias exageradas e insidiosas han circulado con los años. No desciendo de los gigantes. Eso es un cuento de viejas. Mi padre era un hacendado del norte de Zelanda, mi madre venía de una aldea de pescadores, y tuvieron otros hijos que crecieron, vivieron como gente común, envejecieron y fueron a la tumba, también como gente común… cuando no los arrebataron la batalla, la enfermedad o el mar.

—¿Cuánto hace que reposan bajo tierra? —preguntó Gest, pero Starkadh ignoró la respuesta.

—Yo era grande y fuerte, como ves. Desde la infancia me desagradó trabajar los campos o izar redes llenas de peces malolientes. A los doce años me hice vikingo. Algunos hombres de la vecindad tenían un barco en común. Se juntaron con otros barcos y durante un tiempo realizaron incursiones en las costas escandinavas. Cuando regresaron para cosechar el heno, yo me quedé. Busqué a un capitán que se quedara durante el invierno; y desde entonces mi fama creció rápidamente.

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