—Practicarían el control de natalidad, cuando no necesitaran niños que los perpetuaran —dijo Macandal.
—¿Cuántos lo harían? —intervino Svoboda—. Y el suero de la inmortalidad no llegaría a todos de inmediato. Preveo graves disturbios, revoluciones, terror.
—¿Tiene que ser tan tremendo? —preguntó Tu Shan—. La gente sabrá qué esperar antes de que ocurra. Puede prepararse. No quiero perder lo que tenemos aquí.
—Ni tampoco abandonar a nuestros niños —añadió Asagao.
—¿Y qué sería de la Unidad? —dijo Macandal. Se volvió hacia Aliyat—. Tú sabes lo que significa para ti. Piensa en los miembros, tus hermanos.
La mujer siria se mordió el labio antes de responder.
—Corinne, de todos modos hemos perdido la Unidad. Si nos diéramos a conocer públicamente, no seríamos las mismas para esa gente. Tampoco tendríamos tiempo para ellos. Y todo el mundo observando… No, la Unidad sólo puede continuar en su forma actual si nosotras desaparecemos. Si es tan fuerte como esperamos, hallará nuevos líderes. En caso contrario, bien, no era tan gran cosa.
—¿Conque quieres ocultarte, ahora que sabes que estarás a salvo?
—No he dicho eso. Creo que no tendremos muchos problemas legales. Hanno aún puede pagar multas, y ganar el doble con conferencias, un libro, derechos para una película, patrocinios comerciales y… todo lo que ofrecerán a las mayores celebridades que conocerá el mundo, salvo por un Segundo Advenimiento.
—Excepto la paz —dijo Asagao con voz turbada—. No, me temo… Shan, esposo mío, me temo que nunca más tendremos la libertad del alma. Debemos pensar en los niños y luego retirarnos en busca del sosiego y la virtud.
—Detesto perder esta tierra —protestó Tu Shan.
—Aliyat tiene razón, igual te la quitarían —advirtió Hanno—. O te retendrían en custodia preventiva. Vosotros dos habéis vivido recluidos. No sabéis cuántos maniáticos asesinos hay allí fuera. Chiflados, fanáticos, envidiosos, alimañas que matarían sólo para llamar la atención. Mientras la inmortalidad no llegue a todos, necesitaremos un escuadrón de guardaespaldas a todas horas durante décadas, hasta que dejemos de ser la excepción. No, dejadme mostraros nuevos horizontes.
Se volvió hacia Aliyat.
—Esa clase de existencia puede parecerte atractiva, querida mía —continuó—. Riquezas, alta sociedad, fama, diversión. Quizá no te molestarían los peligros, la necesidad de guardias… —rió entre dientes—, siempre que fueran jóvenes, guapos y viriles, ¿eh? Pero usa el cerebro, por favor. ¿Cuánta libertad tendrías, cuántas oportunidades?
—Hablabais de hallar sentido y propósito en la Unidad —les dijo Svoboda a Aliyat y Macandal—. ¿No podemos ganarlos juntos, nosotros siete? ¿No podemos trabajar en secreto por lo que es bueno, y nacerlo mejor que en medio de un resplandor de luces y una tormenta de ruidos?
Aliyat apoyó la mano en la mesa. Macandal se la cogió.
—Desde luego, está claro que si alguno de nosotros decide revelar lo que es, los demás no podremos impedirlo —dijo Hanno—. Sólo podemos pedir que nos dé tiempo para ocultarnos. Por mi parte, yo pienso seguir escondido; ni yo ni los que vengan conmigo dejaremos pistas de nuestro paradero. Por lo pronto, no quiero estar visible cuando este país se transforme en la República Popular de América.
—No creo que eso sea inevitable —dijo Macandal—. Tal vez hayamos dejado atrás esa etapa de la historia.
—Tal vez. Mantengo mis opciones abiertas.
—Eso crearía un problema a quien decidiera quitarse la máscara —observó Peregrino—. Tú has guardado pruebas de que eres inmortal, ¿pero cómo podríamos los demás demostrar que no somos locos ni embusteros?
—Creo que podríamos brindar suficientes indicios para que las autoridades estuvieran dispuestas a esperar —reflexionó Macandal.
Hanno asintió.
—Además —admitió—, Sam Giannotti, de quien os he hablado, se sentiría liberado de su voto de silencio, y es un hombre respetado.
—¿No hablaría si todos desapareciéramos? —preguntó Svoboda.
—No, y en tal caso no cuenta con medios para respaldar una historia tan extravagante, y no se atrevería a difundirla. Sentirá pesar, por que es un sujeto decente, pero continuará con sus estudios. Trataré de seguir subsidiando el laboratorio Rufus, principalmente por él.
—¿De veras te propones liquidar tus compañías? —preguntó Macandal—. Perderías… ¿cuánto? ¿Cientos de millones de dólares?
—He ahorrado suficiente, y puedo ganar más —le aseguró Hanno—. La liquidación se debe realizar del modo más convincente y rápido que sea posible. Tomek morirá y será incinerado en el extranjero, de acuerdo con su testamento. Robert Cauldwell…, bien, será mejor que le ocurra algo similar, porque lamentablemente es una pista potencial. Joe Levine recibirá una oferta de empleo de una empresa de otro Estado… Oh, estaré atareado el resto de este año, pero tengo preparativos para diversas emergencias, y espero lograr que todo desaparezca con naturalidad. Inevitablemente habrá cabos sueltos, pero suele haberlos en la vida de todos, y los investigadores los dejarán pendientes una vez que entiendan que no los llevarán a nada. A los policías no les falta trabajo. No tienen un destino feliz.
—Pero podrías hacer tantas cosas con ese dinero —rogó Macandal—. Sí, y con el poder que tienes, que tenemos, la influencia de nuestra fama, a pesar de tantas desventajas… Tantas cosas que piden a gritos que alguien las haga…
—¿Crees que somos egoístas en nuestro afán de permanecer ocultos? —preguntó Svoboda.
—Bien… ¿Eso queréis?
—Sí. Y no sólo por mí ni por nosotros. Temo por el mundo.
Peregrino asintió. Svoboda le sonrió cálidamente, aunque sin alegría.
—No lo entiendes —le dijo a Peregrino—. Piensas en la naturaleza destruida, en el medio ambiente. Pero yo pienso en la humanidad. He visto revoluciones, guerras, colapsos, ruinas, durante mil años. Los rusos hemos aprendido a temer la anarquía ante todo. En todo caso preferimos la tiranía. Hanno, haces mal en considerar que las repúblicas populares, los gobiernos fuertes de cualquier especie, son siempre malignos. La libertad quizá sea mejor, pero el caos es peor. Si revelamos hoy nuestro secreto, desencadenaremos fuerzas imprevisibles. Religión, política, economía… ¿Cómo ordenará su economía un mundo de inmortales? Un millón compitiendo por sueños y temores, por los cuales el hombre guerreará en todo el mundo. ¿Puede soportarlo la civilización? ¿Puede soportarlo el planeta?
—Mahoma salió de ninguna parte —susurró Aliyat.
—Y muchos otros profetas, revolucionarios y conquistadores —dijo Svoboda—. Las intenciones pueden ser nobles. ¿Pero quién previo que la idea de democracia traería en Francia el Reino del Terror, a Napoleón y guerras por una generación? ¿Quién previo que después de Marx y Lenin vendría Stalin? Y Hitler. El volcán del mundo ya humea y tiembla. Si introducimos un elemento nuevo en el que nadie había pensado, yo desearía una tiranía que impidiera la explosión final; pero me pregunto si ese gobierno será posible.
—No será porque nadie lo haya intentado —comentó Hanno con hosca ironía—. Los políticos corruptos y peces gordos de Occidente, las dictaduras totalitarias, los tiranuelos que medran con el atraso, todos correrán a tomar el poder para siempre. Sí, la muerte nos priva de nuestros seres amados y al final de nosotros mismos. Pero la muerte también nos libra de ciertas inmundicias. ¿Nos atreveremos a cambiar eso? Amigos míos, ser inmortales no. nos convierte en dioses, y mucho menos en Dios.
La luna, casi llena, bañaba la tierra con su luz escarchada y la salpicaba de sombras. La noche estaba calmada, pero un hálito otoñal bajaba por las montañas. En alguna parte ululó un búho que salía de caza. Ventanas amarillas resplandecían en casas desperdigadas en la inmensidad. Parecían tan remotas como los astros.
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