Larry Niven - La paja en el ojo de Dios

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La paja en el ojo de Dios: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 3017 d.C. Aunque el Segundo Imperio del Hombre abarca cientos de sistemas solares, todavía no se ha contactado con otros seres inteligentes. El hallazgo de una insólita nave espacial con el cuerpo exánime de un alienígena en el interior conducirá a los humanos hasta una lejana estrella inmersa en una densa nube de polvo estelar: la Paja. Una expedición descubrirá allí una antiquísima civilización, amable y hospitalaria, pero que rehúye tratar de ciertos aspectos de su sociedad. Y es que bajo las sonrisas tranquilizadoras, los pajeños ocultan un secreto planetario de impacto universal y devastador. Compuesta a cuatro manos en perfecta sintonía, esta novela conjuga acción, drama, suspense, tecnología y alienígenas verosímiles, política y violencia. Su extraordinario poder de entretenimiento y sorpresa la ha convertido en una auténtica obra de culto.

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—Ya veo. Quieres hacer feliz a tu esposa sea como sea…

—¡No lo hace por mí! —protestó Sally—. Deja de pincharle.

—Sí. —El senador se rascó la calva un momento y luego vació la taza y la posó—. Tengo que comprobar unas cosas. Probablemente salga todo bien. Si es así… supongo que pactaremos con ellos. Vamos.

Jock hizo un gesto de arrebato y de excitación.

¡Están dispuestos a aceptar! ¡Estamos salvados!

Ivan miró fríamente al Mediador.

Contrólate. Aún hay mucho que hacer.

Lo sé. Pero estamos salvados. ¿No es así, Charlie?

Charlie estudió a los humanos. Las caras, las posturas…

—Sí. Pero el senador aún no está convencido, y Blaine tiene miedo, y… Jock, mira a Renner.

—¡Eres tan frío! ¿Es que no podéis alegraros conmigo? ¡Estamos salvados!

—Mira a Renner.

—Sí… Conozco esa expresión. La utiliza cuando juega al poker, cuando tiene una jugada sorpresa. No es buen agüero. ¡Pero él no tiene poder, Charlie! ¡Es un vagabundo sin sentido de la responsabilidad!

—Quizás. Pero tengo miedo. Sentiré miedo hasta que muera.

55 • La carta oculta de Renner

El senador Fowler se sentó y miró a los que estaban sentados a la mesa. La mirada fue bastante para parar la charla y llamar la atención de todos.

—Creo que sabemos lo que perseguimos todos —dijo—. Ahora tenemos que hablar del precio. Dejemos establecidos los principios. Primero y ante todo: aceptan ustedes no armar sus colonias y dejarnos inspeccionarlas para asegurarnos de que no están armadas.

—Sí —dijo con firmeza Jock; gorjeó para el Amo—. El Embajador está de acuerdo. Siempre que el Imperio quiera, por un precio, proteger nuestras colonias de sus enemigos.

—Lo haremos, desde luego. Segundo: aceptan limitar el comercio a las empresas que tengan una licencia del Imperio.

—Sí.

—Bueno, éstos son los puntos principales —proclamó Fowler—. Estamos en condiciones de abordar los detalles. ¿Qué estudiamos primero?

—¿Puedo preguntar qué clase de colonias instalarán? —preguntó Renner.

—Claro, cómo no.

—Gracias. ¿Enviarán allá representantes de todas sus clases?

—Sí… —Jock vacilaba—. Todos los que sean útiles según las condiciones, señor Renner. No llevaremos a los Agricultores a una roca sin terraformar mientras los Ingenieros no hayan construido una cúpula.

—Sí. Bueno, por eso lo preguntaba. —Accionó su computadora de bolsillo y las pantallas se iluminaron; mostraban una Nueva Caledonia extrañamente deformada, un relampagueo brillante, luego oscuridad—. Vaya. Me equivoqué. Eso es cuando la sonda disparó contra la nave del capitán Blaine.

—¿Cómo? —exclamó Jock; gorjeó con los otros—. Nos preguntábamos cuál había sido la suerte de la sonda. Francamente, creíamos que la habían destruido ustedes, y por eso no queríamos preguntar…

—Casi aciertan —dijo Renner; aparecieron en la pantalla más imágenes; la vela de luz se ondulaba—. Esto es un momento antes de que disparara contra nosotros.

—Pero la sonda no pudo disparar contra ustedes —protestó Jock.

—Claro que sí. Supongo que creyeron que nuestra nave era un meteorito —explicó Rod—. De todos modos…

Cruzaron la pantalla formas negras. La vela se onduló y flameó y las formas desaparecieron. Renner dio marcha atrás a la cinta hasta que las siluetas quedaron recortadas contra la luz. Entonces paró la filmación.

—Hemos de advertirles —dijo Jock— que nosotros sabemos muy poco sobre la sonda. No es nuestra especialidad, y no tuvimos posibilidad de estudiar los archivos antes de dejar Paja Uno.

El senador Fowler frunció el ceño.

—¿Adonde quiere ir a parar, señor Renner?

—Verá, señor, me parecían curiosas estas imágenes —Renner cogió un indicador luminoso que había en la mesa—. Se trata de diversas clases de pajeños, ¿no les parece?

Jock pareció vacilar.

—Lo parece.

—Lo son, sin duda. Ése es un Marrón, ¿no? Y un Médico.

—Sí. —El indicador se movió—. Un Corredor —dijo Jock—. Y un Amo…

—Hay un Relojero. —Rod casi escupió; no podía ocultar su repugnancia—. El siguiente parece un Agricultor. Es difícil distinguirlo del Marrón, pero,… —Su voz adquirió un tono inquietante—. Renner, a ése no le reconozco.

Hubo silencio. El indicador planeó sobre una sombra informe, más larga y delgada que un Marrón, con lo que parecían garras en las rodillas, en los talones y en los codos.

—Les vimos antes una vez —dijo Renner; su voz era ahora casi automática. Como la de un hombre que cruza un cementerio por ganar una apuesta. O como el que avanza y sube una colina en territorio enemigo. Sin emociones, resuelto, rígidamente controlado. No parecía Renner.

La pantalla se dividió y apareció otra imagen: la escultura de la máquina del tiempo del museo de Ciudad Castillo. Lo que parecía una escultura de «arte pobre» de piezas electrónicas aparecía rodeada de cosas con armas.

La primera vez que vio a Ivan, Rod sintió un fuerte y embarazoso impulso de dar unas palmadas en el pelo sedoso del Embajador. Su impulso ahora fue también muy fuerte: el impulso de adoptar la posición de kárate. Las cosas esculpidas mostraban sobrados detalles. Llevaban dagas por todas partes, parecían duros como el acero y se mantenían como tensos muelles, y cualquiera de ellos habría dejado a un instructor de combate de la infantería de marina como si le hubiese pasado por encima una segadora. ¿Y qué era aquello que tenían bajo el gran brazo izquierdo, como un cuchillo de hoja ancha medio oculto?

—Ah —dijo Jock—, un Demonio. Supongo que debían de ser muñecos que representaban a nuestras especies. Como las estatuillas, para que el Mediador pudiese hablarles más fácilmente de nosotros.

—¿Todos esos? —la voz de Rod reflejaba el más puro asombro—. ¿Todo un cargamento de muñecos de tamaño natural?

—No sabemos cuál era su tamaño, ¿no? —dijo Jock.

—Muy bien. Supongamos que eran muñecos —dijo Renner; continuó sin detenerse—. Eran modelos de clases pajeñas existentes. Salvo éste. ¿Por qué incluirían a éste en el grupo? ¿Por qué incluir a un Demonio con los demás?

No hubo respuesta.

—Gracias, Kevin —dijo Rod lentamente; no se atrevió a mirar a Sally—. Jock, ¿es o no es otra clase pajeña?

—Hay más, capitán —dijo Renner—. Mire con detenimiento al Agricultor. Ahora que sabe usted lo que ha de buscar.

La imagen no era muy clara, era poco más que una silueta de bordes difuminados; pero el volumen era inconfundible de perfil.

—Está embarazada —exclamó Sally—. ¡Por qué no lo pensaríamos! ¿Una estatuilla embarazada? Pero… Jock. ¿Qué significa esto?

—Sí—preguntó Rod fríamente.

Pero era imposible atraer la atención de Jock.

—¡Basta! ¡No digas más! —ordenó Ivan.

—¿Qué iba a decir? —gimió Jock—. ¡Los muy idiotas llevaban un Guerrero! ¡Estamos perdidos, perdidos, cuando hace unos instantes teníamos el universo en la mano!

La poderosa mano izquierda del pajeño se cerró amenazadora en el aire.

Silencio. Contrólate. Ahora, Charlie, dime lo que sepas de la sonda. ¿Cómo fue construida?

Charlie hizo un gesto de desprecio interrumpido por respeto.

—Es evidente. Los constructores de la sonda sabían que esta estrella la habitaba una especie alienígena. No sabían nada más. Así que debieron de suponer que la especie se parecía a la nuestra, si no en apariencia, en lo esencial.

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