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Larry Niven: La paja en el ojo de Dios

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Larry Niven La paja en el ojo de Dios

La paja en el ojo de Dios: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 3017 d.C. Aunque el Segundo Imperio del Hombre abarca cientos de sistemas solares, todavía no se ha contactado con otros seres inteligentes. El hallazgo de una insólita nave espacial con el cuerpo exánime de un alienígena en el interior conducirá a los humanos hasta una lejana estrella inmersa en una densa nube de polvo estelar: la Paja. Una expedición descubrirá allí una antiquísima civilización, amable y hospitalaria, pero que rehúye tratar de ciertos aspectos de su sociedad. Y es que bajo las sonrisas tranquilizadoras, los pajeños ocultan un secreto planetario de impacto universal y devastador. Compuesta a cuatro manos en perfecta sintonía, esta novela conjuga acción, drama, suspense, tecnología y alienígenas verosímiles, política y violencia. Su extraordinario poder de entretenimiento y sorpresa la ha convertido en una auténtica obra de culto.

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—Debe planearlo usted así, de todos modos.

—De acuerdo, señor. Mis oficiales me traerán planes preliminares por la mañana. Le enviaré también un cálculo de pérdidas y bajas. ¿Qué oficial me sugiere para poner al mando de la nave que utilizaremos como reclamo, señor? ¿Algún compañero de curso de usted? ¿Un extraño? Espero sus sugerencias.

—¡Maldita sea!

—Perdone mi impertinencia, señor. Sus órdenes serán cumplidas.

La pantalla quedó oscura. Rod siguió con la mirada fija en su superficie hasta que entró Sally y se sentó frente a él. Las estatuillas de Guerreros estaban clavadas en su pensamiento.

—¿Oíste?

—Parte… ¿La situación es realmente tan grave?

Rod se encogió de hombros.

—Depende de lo que nos aguarde allí. Una cosa es entrar allí disparando y abrirnos paso a cañonazos y saturar el planeta y los asteroides de fuego. Pero enviar una flota, advirtiendo a los pajeños de lo que nos proponemos, y esperar a que ellos nos ataquen… ¡El primer movimiento hostil podría llegar del cañón láser que lanzó la onda!

Ella le miró con tristeza.

—¿Y por qué tenemos que hacerlo, en realidad? ¿Por qué no podemos simplemente dejarles?

—¿Para que cualquier día aparezcan por aquí y liquiden a nuestros nietos?

—¿Por qué tenemos que ser nosotros?

—Nos toca a nosotros. Dime, Sally, ¿crees que podemos dudarlo? ¿Crees que podemos dudar cómo son realmente los pajeños?

—¡No son monstruos!

—No. Sólo son nuestros enemigos.

Sally movió la cabeza, triste.

—¿Qué sucederá entonces?

—La flota irá allí. Les pediremos que se rindan al Imperio. Puede que acepten, puede que no. Si lo hacen, descenderán brigadas suicidas para supervisar el desarme. Si luchan contra ellos, la flota atacará.

—¿Quién… quién aterrizará en Paja Uno? ¿Quién se hará cargo de la…? ¡No! Rod, ¡no puedo permitirte que lo hagas!

—¿Quién podría ser si no? Yo, Cargill, Sandy Sinclair… Aterrizará allí la antigua tripulación de la MacArthur. Quizás se rindan realmente. Alguien tiene que darles esa oportunidad.

—Rod, yo…

—¿Podemos casarnos en seguida? Ninguna de nuestras dos familias tiene herederos.

Inútil —dijo Charlie—. ¡Qué ironía! Hemos estado embotellados millones de años. Y la forma de la botella en que estábamos encerrados ha moldeado nuestra especie para nuestra desgracia. Ahora hemos encontrado la salida y resulta que a través de ella penetra la Marina para arrasar nuestros mundos.

—¡Qué vividas y poéticas son tus imágenes! —dijo Jock.

—¡Qué suerte poder disfrutar de tu constructivo consejo! Tu… —Charlie se calló de pronto.

El paso de Jock se había hecho… raro. Pensaba con las manos incómodamente unidas detrás, la cabeza doblada hacia adelante, los pies juntos para ajustar su paso al de los humanos.

Charlie reconoció a Kutuzov. Hizo un gesto perentorio para contener los comentarios de Ivan.

—Necesito una palabra humanadijo Jock—. Nunca la hemos oído, pero tienen que tenerla. Llama a un criado — ordenó con la voz de Kutuzov, y Charlie se apresuró a obedecer.

El senador Fowler estaba sentado a un pequeño escritorio de la oficina contigua a la sala de conferencias de la Comisión. En la mesa de roble no había más que una botella de whisky. Se abrió la puerta y entró el doctor Horvath. Le miró expectante.

—¿Bebe? —preguntó Fowler.

—No, gracias.

—Quiere que entremos en materia, ¿verdad? De acuerdo. Su solicitud pidiendo tomar parte en esta Comisión se rechaza. Horvath se quedó rígido.

—Comprendo.

—Lo dudo. Siéntese. —Fowler sacó un vaso del cajón de la mesa y sirvió whisky—. Tome. Coja esto de todos modos. Finja que bebe conmigo. Tony, estoy haciéndole un favor.

—No lo veo de ese modo.

—¿No? Mire. La Comisión va a exterminar a los pajeños. ¿Qué podría significar eso para usted? ¿Quiere usted asumir una parte de la responsabilidad de esa decisión?

—¿Exterminar? Pero yo creí que las órdenes decían que se les incluiría en el Imperio.

—Claro. No podemos hacer otra cosa. La presión política es demasiado grande para que podamos simplemente acabar con ellos. Así que tengo que dejar que los pajeños sean los primeros en derramar sangre. Incluyendo al padre de la única heredera que voy a tener. —Fowler apretó los labios—. Lucharán, doctor. Sólo espero que no finjan rendirse al principio, para que Rod tenga una oportunidad. ¿Quiere usted realmente participar en eso?

—Ya veo… creo que entiendo. Gracias.

—De nada. —Fowler buscó en su túnica y sacó una cajita; la abrió un segundo para mirar dentro, la cerró y se la entregó a Horvath—. Tome. Es suyo.

El doctor Horvath abrió la caja y vio un anillo con una gran piedra verde.

—Puede usted grabar una corona de barón ahí el próximo aniversario —dijo Fowler—. ¿Contento?

—Sí. Mucho. Gracias, senador.

—No es necesario que dé las gracias. Es usted un buen hombre, Tony. Bien, entremos y veamos qué quieren los pajeños.

La sala de conferencias estaba casi llena. Los comisionados, los científicos de Horvath, Hardy, Renner… y el almirante Kutuzov.

El senador Fowler tomó asiento.

—Señores comisionados, representantes de Su Majestad Imperial, queda abierta la sesión. Anoten sus nombres y organizaciones. —Hizo una breve pausa y escribieron todos en sus computadoras—. Los pajeños han solicitado esta reunión. No dijeron por qué. ¿Alguien tiene algo que decir antes de que vengan ellos? ¿No? Está bien, Kelley, hágales pasar.

Los pajeños ocuparon silenciosamente sus puestos al final de la mesa. Parecían muy distantes; sus gestos imitando a los humanos habían desaparecido. Aún persistían las sonrisas permanentes y llevaban el pelo muy peinado, suave y brillante.

—Hablen ustedes —dijo el senador—. He de advertirles que es poco probable que creamos lo que nos digan.

—No habrá más mentiras —dijo Charlie.

Incluso la voz era distinta; el Mediador parecía remoto y extraño, y su voz no era una mezcla de todas las voces que los pajeños habían oído, sino que tenía un tono distinto… Rod no podía localizarlo. No era un acento. Era casi la perfección, casi un ánglico ideal.

—Se acabó el tiempo de las mentiras. Mi Amo era partidario de que fuésemos sinceros desde el principio, pero la jurisdicción sobre las negociaciones con los humanos correspondió al Amo de Jock. Lo mismo que su Emperador les dio esta jurisdicción a ustedes.

—Lucha de facciones, ¿eh? —dijo Fowler—. Lástima que no conociéramos a su jefe. Ya es un poco tarde, ¿verdad?

—Puede. Pero ahora le representaré a él. Pueden llamarle si quieren Rey Pedro; los guardiamarinas le llamaban así.

—¿Qué? —Rod se levantó y la silla cayó hacia atrás y resonó en el suelo—. ¿Cómo?

—Poco antes de que los mataran los Guerreros —contestó Charlie—. Atacarme a mí no les proporcionará ninguna información, señores; y no fueron los Guerreros de mi Amo los que les mataron. Los que lo hicieron tenían órdenes de cogerles vivos, pero los guardiamarinas no quisieron rendirse.

Rod levantó lentamente su silla y volvió a sentarse.

—No. Horst no lo haría nunca —murmuró.

—Ni tampoco Whitbread. Ni Potter. Puede estar usted todo lo orgulloso que quiera de ellos, Lord Blaine. Su comportamiento final se ajustó a las mejores tradiciones del servicio Imperial. —No había rastro de ironía en la voz alienígena.

—¿Y por qué mataron ustedes a esos muchachos? —preguntó Sally—. Rod, lo siento, yo… Lo siento, eso es todo.

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