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Bob Shaw: El palacio de la eternidad

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Bob Shaw El palacio de la eternidad

El palacio de la eternidad: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro relata las aventuras y desventuras de Mack Tavernor, un terrestre que vive en un planeta alejado de las rutas comerciales de la Federación Terrestre. Mack resulta ser un veterano de la guerra que los terrestres mantienen con los psitcanos, una raza alienígena que persigue nuestro exterminio. También aparecen en escena los “egones” que vienen a ser como las almas de los humanos, que viven en el espacio sideral. Aquí es donde el libro está mejor logrado, pues esto de los egones es una idea creo bastante original. Es bonito ver como estos seres tienen un papel crucial en la guerra contra los psitcanos, aunque su desenlace no esté bien resulto desde el punto de vista argumental.

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Corrió hacia el centro del cubo y se lanzó contra la puerta interior en el preciso momento en que ésta emitía un perceptible temblor. Se tiró contra ella con toda la velocidad que su frágil estructura le permitía. Sintió un agudo dolor en el hombro y un fuerte golpe en el pecho desnudo, y súbitamente se encontró en el exterior, entre las enormes y gimientes formas de huso de los pitsicanos.

La lobreguez del ambiente comenzó a girar en torno a él mientras sus pulmones luchaban por respirar aquel frío y húmedo aire. Un pitsicano le rodeó para detenerle; pero Tavernor le golpeó en los pulmones con ambas manos. El pitsicano se desplomó inerte. Comprendió que no se trataba de un guerrero, ya que de haberlo sido sus pulmones hubiesen estado protegidos. Se volvió en el momento en que un guerrero, esta vez de veras, le alcanzaba. Intentó golpearle con el pie en la parte alta, con sus órganos arracimados, de su cuerpo inferior, pero fal ó y perdió el equilibrio. Pensó que el pitsicano aprovecharía la oportunidad para apuñalarle o dispararle; pero, por el contrario, le tomó por los brazos y le ayudó a levantarse. Tavernor se apoderó del cuchillo del pitsicano y evitó la presión de los dedos del monstruo, dándole un puñetazo en la cara con el revés de la mano. Luego echó a correr.

Otro pitsicano se le acercó con los brazos abiertos y le bastó con extender el largo cuchillo para ensartarle en el arma. Los brazos secundarios se agitaron débilmente contra su muñeca conforme se desplomaba al suelo. Saltó por encima de él y se abrió paso entre otros dos pitsicanos; alcanzó el otro cubo y segó los cables de energía con un simple golpe del cuchillo. La corriente que le llegó a través de la hoja pareció lanzarle contra las puertas de la celda de Bethia. Se volvió jadeando, preparándose a defender la entrada, y entonces descubrió que nadie le perseguía. Al mismo tiempo, comprobó asombrado que su progreso a través de los pitsicanos había resultado demasiado fácil, ninguno le había golpeado siquiera. Era como si todos hubieran recibido estrictas órdenes de no producirle el menor daño…

—¡Mack! — exclamó Bethia, incorporándose un poco sobre un codo.

Tenía la cara pálida y triste.

—Esta es la última oportunidad que tengo de hablarte, Bethia y no hay mucho tiempo — Tavernor hablaba de prisa, mientras permanecía arrodillado junto a la cama y había tomado entre las suyas una mano de la bella joven —. Es… es muy importante para ti seguir viviendo. Y también para mí. Creo que los pitsicanos están planeando conservarnos vivos. Vivos, Bethia, y quiero que me prometas que tú… — hizo una pausa, dándole vueltas en la mente a la simple palabra con que le había llamado —. ¿Cómo me has llamado?

—¿Tú eres Mack Tavernor, verdad?

—¿Cómo… como lo sabías?

—Oí lo que dijiste a tu padre… y desde entonces… los antiguos sueños… pensé que nunca volverían… ¿Es todo eso verdad, Mack?

Sus ojos aparecían vivos como nunca antes los había visto Tavernor. Su rostro era el de la Bethia niña.

Tavernor aprobó con un gesto de su cabeza y presionó los fríos dedos de la joven contra sus labios.

—Estuve muerto, Bethia, Créeme.

—¿Y hay un sol blanco y cegador? ¿Un sol que habla?

—Sí, es cierto. Algún día seremos parte de ese sol.

—¡Mack! — exclamó Bethia sentándose, mientras le apretaba las manos con una fuerza inesperada de sus dedos —. Sácame de esta celda. Tengo que marcharme.

Tavernor miró a través del muro transparente. Algunos de los pitsicanos aparecían inmóviles como estatuas heladas, pero otros corrían a través de aquel sombrío y lóbrego ambiente.

—No sé, Bethia… ¿Qué oportunidad puede haber? Tú sabes que estamos en un mundo pitsicano…

Dejó de hablar, sobrecogido por la amplia sonrisa de la joven, cálida y maravillosa.

—Una vez me pediste que corriera contigo hacia los bosques, Mack — dijo ella vibrante, y sus ojos brillaban con un resplandor en donde se adivinaba la compasión —. Ahora existe otro bosque sólo a unos cientos de yardas de nosotros; aprovechemos la oportunidad que podemos tener en este momento, no importa lo pequeña que sea.

Tavernor recordó súbitamente la forma en que había mirado a Bethia niña, y pensó que la capacidad de producir criaturas como aquella Bethia era la última justificación para todo. La sensación volvió de nuevo y fue de verdadera exaltación: supo entonces lo que era volar muy lejos de toda consideración individual de la vida y de la muerte.

—Está bien — repuso agradecido —. Vamos.

Ayudó a Bethia a ponerse en pie y corrieron hacia las puertas. Más pitsicanos habían cercado el cubo de cristal; pero recordó la extraña desgana a hacerle daño antes. La neblina había caído en torno al edificio, al exterior; si pudiesen pasar más allá del camión que les trajo, podrían tener la oportunidad de correr y esconderse en el bosque cercano. Empuñando el cuchillo pitsicano con fuerza, se lanzó fuera de las puertas y contra el muro de contención que se le oponía, formado por los negros cuerpos de los pitsicanos. Cayeron frente a él y el espejismo de la esperanza comenzó a brillar locamente en su cabeza; después, sintió que la mano de Bethia se escapaba de las suyas.

—Lo siento, Mack parecía gritar ella.

Su pálida figura corrió en dirección opuesta, retorciéndose y esquivando la garra de las negras manos que se oponían a su paso.

—¡Bethia! — Tavernor gritó enloquecido su nombre, al verla a donde se dirigía.

Pero ya estaba ella escalando la valla de contención a una velocidad sobrenatural. Se detuvo un instante de pie en el raíl del tope superior, como un crucifijo luminoso, y después se dejó caer al espacio.

Tavernor se cubrió la cara con las manos al oír estrellarse el cuerpo sobre el suelo de cemento, lejos, muy lejos…

Sorprendentemente fue Tavernor el primero que se recobró. El impacto de la caída de Bethia pareció dejar paralizados a los pitsicanos, hasta incluso dejar que sus grandes ojos quedasen por un momento sin parpadear. Tavernor se abrió camino a codazos entre ellos y corrió hacia la valla. Los alambres le cortaron los pies al subir por ella; pero alcanzó el tope y se inclinó sobre el raíl. Bethia yacía, como un pañuelo arrugado, a una distancia de unos cincuenta pies por lo menos debajo, a la sombra de las oscuras máquinas.

Tavernor permaneció sobre el raíl y corrió por encima hacia la próxima columna, en el momento en que los pitsicanos alcanzaban la valla. Se abrazó a ella y se deslizó hacia abajo a poca distancia de sus perseguidores de la parte exterior. La intersección del suelo y la columna redujo su esfuerzo y casi cayó hacia atrás. Los pitsicanos consiguieron sujetarle: pero luchó frenéticamente contra ellos desde el otro lado de la valía y continuó descendiendo mientras que la ruda granulosidad de la columna le hería la piel desnuda. Al llegar al suelo definitivamente, corno hacia Bethia, y se tiró junto a su cuerpo roto. Su rostro se había relajado, sumido ya en el sueño eterno. Puso su cabeza entre sus manos y un amargo sollozo se le anudó en la garganta…

—¿Mack? — preguntó con voz infantil la joven, Surgiendo apenas sus palabras a través de sus labios destrozados.

—Estoy aquí, Bethia.

—Quédate conmigo, Mack. No les dejes que… Llévame de nuevo contigo hasta que no haya probabilidad de que me devuelvan a la vida…

—Pero… ¿por qué, Bethia? ¿Por qué lo hiciste?

Se abrieron los ojos de la joven, con un gran esfuerzo, y sus labios se movieron con lentitud. Tavernor acercó su oído a la boca de Bethia y escuchó el último y doloroso aliento que pronunciaba aquella frase increíble. Cuando los pitsicanos le alcanzaron, estaba todavía junto al cuerpo de Bethia. Su cuchillo estaba tirado en cualquier punto del suelo; pero defendió aquel cuerpo sin vida con sus manos desnudas hasta que una granada estalló a sus pies. Conforme su consciencia se alejaba de su mente, las últimas palabras de Bethia le martilleaban una y otra vez con el ir y venir del oleaje de los mares de Mnemosyne.

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