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Bob Shaw: El palacio de la eternidad

Здесь есть возможность читать онлайн «Bob Shaw: El palacio de la eternidad» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1971, ISBN: 978-84-7255-005-6, издательство: Veron, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Bob Shaw El palacio de la eternidad

El palacio de la eternidad: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro relata las aventuras y desventuras de Mack Tavernor, un terrestre que vive en un planeta alejado de las rutas comerciales de la Federación Terrestre. Mack resulta ser un veterano de la guerra que los terrestres mantienen con los psitcanos, una raza alienígena que persigue nuestro exterminio. También aparecen en escena los “egones” que vienen a ser como las almas de los humanos, que viven en el espacio sideral. Aquí es donde el libro está mejor logrado, pues esto de los egones es una idea creo bastante original. Es bonito ver como estos seres tienen un papel crucial en la guerra contra los psitcanos, aunque su desenlace no esté bien resulto desde el punto de vista argumental.

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Los pitsicanos sujetaron con cables los cubos en la plataforma interior del camión de transporte, procediendo después a la misma tarea de conectar los cables y demás accesorios eléctricos a un generador existente en la parte frontal de vehículo. La sorpresa de Tavernor aumentaba conforme les observaba. Los análisis de muestras de la atmósfera pitsicana, retenidos en un equipo capturado, mostraron a los científicos de la Tierra que no era una buena mezcla para los seres humanos; pero sí podía ser respirada por una semana o más, antes de que apareciesen síntomas desagradables. Los pitsicanos deberían, sin duda, tener la misma información, puesto que después de todo, podían moverse libremente en mundos habitados por los humanos, pero así y todo, continuaron tratando a sus prisioneros con una solicitud casi excesiva que Tavernor encontró vagamente turbadora.

Una vez hechas todas las conexiones, los cubos fueron instalados en el camión, mientras que una muchedumbre de aquellos seres extraños les rodeaban al parecer con un animado interés. Bethia permanecía echada sobre la mesa; pero Tavernor observó las negras figuras, con los ojos sombríos. Estando excitados, los pitsicanos eran menos agradables que nunca; los brazos secundarios se apartaban de las hendiduras verticales de las bocas de comer y se agitaban débilmente, mientras que unos excrementos blancos y grises se escapaban, desparramándose, de sus intestinos bajos. Tavernor se alegró de que el espesor del cubo le preservase de oír cualquier clase de sonido que pudieran estar haciendo. Pero al propio tiempo, sentía incómodamente que él era el extraño sobre aquel mundo lluvioso y sombrío. Miró fijamente a los pitsicanos, hasta que la puerta de cierre del camión los apartó de su vista.

El vehículo se alejó, apreciándose unos diez minutos de conducción suave. Existía muy poco espacio entre los cubos y los lados sin ventanas del camión. Ningún extraño les acompañaba dentro de la caja del vehículo. Tavernor imaginó que era la primera vez que no se sentían vigilados desde su captura. Intentó abrir las puertas del cubo; encontró que estaban tan fuertes e inmóviles como en oca siones anteriores y después hizo cuanto pudo por atraer la atención de Bethia.

Tras haber golpeado fuertemente en la pared durante varios minutos, ella se levantó de la mesa y se quedó en pie de cara a él a través del cristal mojado de su prisión, cayéndole las luces del techo sobre sus hombros y senos y el oscuro triángulo del pelo del pubis, componiendo todo ello una neblinosa composición de arquetípica femineidad. Tavernor le hizo unas frenéticas señales con las manos, pero ella se volvió y caminó insegura hacia la cama, legando a la conclusión de que ni siquiera le había visto. Aumentó en él su preocupación por ella junto a un sentido de la responsabilidad, ya que él había sido quien hiciera que fuese a la villa en el punto exacto en donde los pitsicanos tomaron tierra para buscar a sus prisioneros. De no haberlo hecho, ella estaría muerta, como todos los demás habitantes de Mnemosyne o estaría a punto de estarlo para entonces; pero la muerte habría sido un escape del plano egón y preferible a lo que ahora iban a encontrar. Como Lissa, Bethia parecía poseer una debilidad latente en su voluntad de vivir. La joven se debilitaba a ojos vistas, bajo la presión de las circunstancias, y los pitsicanos ni siquiera habían revelado en lo más mínimo sus planes para deducir lo que les esperaba en el futuro.

Tavernor apretó los puños desesperado y sin esperanzas, y comenzó a pasear de un lado a otro de su celda, hasta que finalmente el camión dio un traqueteo y sus motores se apagaron. Cuando se bajó la puerta de cierre posterior, comprobó que habían viajado por una suave neblina. El techo de nubes se cernía a poca altura y la visión quedaba limitada a pocos cientos de yardas hacia abajo y a ambos lados de un enorme edificio sin ventanas. Sus macizas paredes eran de piedra azul y la estructura moldeada en la falda de la colina. En el lado más elevado donde el camión se había detenido, media solo un piso de altura, pero una abertura cuadrada en la pared revelaba unas profundidades cavernosas de niveles descendientes. El edificio daba el aspecto de no tener nada de funcional. Podía ser muy bien una especie de prisión para una estación de investigaciones xenológicas, a estilo pitsicano.

La puerta bajada del camión formaba una plataforma que se hallaba a nivel con la parte baja de la abertura cuadrada, abierta en el muro. Unos pitsicanos aparecieron desde el interior, entraron en el camión y ataron más cables a las partes bajas de los cubos encristalados de los dos prisioneros. Tavernor fue retirado primero, sintiendo el latido de su corazón aumentar de tono a medida que iba adentrándose lentamente en la oscuridad de aquel enigmático edificio. Entonces, por fin, tendría una noción de lo que pudieran ser las intenciones de sus aprehensores.

Conforme sus ojos se fueron ajustando a la pobre iluminación, vio que el cubo estaba siendo arrastrado por un piso desnudo y liso. Al otro extremo le esperaba una inmensa cavidad vacía, subdividida por unas macizas columnas de metal. Una valía alta corría a lo largo del borde de las columnas, con retazos rectangulares aquí y allá sobre el suelo que sugería la supresión reciente de unas máquinas. Tavernor pensó si aquel edificio era alguna especie de taller que había sido convertido en otra cosa. Pero… ¿para qué propósito? ¿Sería que los pitsicanos, que antes jamás habían hecho prisioneros, no disponían de facilidades?

Divisó de un vistazo dos depresiones cuadradas en el suelo delante de él, depresiones alineadas que ya le eran familiares como anteriormente en la nave — nodriza; Entre ellas, existía una pared bajo de la cual salían unos cables eléctricos. Tavernor creyó comprender súbitamente una parte de los planes de los pitsicanos.

El y Bethia iban a ser guardados en aquella caverna artificial por una gran extensión de tiempo; tal vez por el resto de sus vidas.

A Tavernor no se le ocurrió razón alguna para que los pitsicanos fueran a proporcionarles tales medios de supervivencia y obviamente 4e instalaciones permanentes. Su mente comenzó a formar teorías basadas en sospechas alrededor de los hechos observados. Podría ser que los pitsicanos tuvieran la idea de conservar una pareja de la raza humana vencida para sus archivos, como una curiosidad histórica. ¿Como una exposición viviente? También podría darse el caso de estudiar la conducta humana para comenzar a hacer funcionar una colonia de cautivos… Volvió los ojos hacia el cubo de cristal de Bethia. Ella permanecía tendida en la cama, inmóvil y sin dar la menor señal de vida, aparentemente desligada y ausente de las negras figuras que silenciosamente se movían a su alrededor.

Mientras observaba, su propio cubo cayó, con un chasquido, en la depresión existente en el suelo y el de ella fue arrastrado fuera de su vista tras el muro central. Dos de aquellos seres habían comenzado a asegurar el anclaje de la celda encristalada antes de que Tavernor cayese en la cuenta de que el muro había sido puesto allí con el propósito específico de negarle a Bethia y a él la mínima satisfacción de verse recíprocamente. La vida, de entonces en adelante, iba a consistir en un silencio solitario de días y noches encerrado en una caja de cristal, comiendo de latas de conserva y mirando fijamente a través de las nubladas transparencias a aquellas formas de pesadilla moviéndose en la semioscuridad, sin saber si Bethia estaba viva o muerta al otro lado del muro…

Un odio terrible agarrotó los músculos de Tavernor, impidiéndole tomar acción alguna contra lo que realmente no podía actuar. Golpeó haciendo señas a las arrodilladas figuras de los pitsicanos, tirando con furia, hasta destrozarse las uñas, de la hoja de cristal intermedia entre las puertas. Entonces vio que los extraterrestres estaban a punto de conectar el cubo a su nueva fuente de energía. La última vez que lo hicieron, las puertas se habían estremecido momentáneamente.

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