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Bob Shaw: El palacio de la eternidad

Здесь есть возможность читать онлайн «Bob Shaw: El palacio de la eternidad» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1971, ISBN: 978-84-7255-005-6, издательство: Veron, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Bob Shaw El palacio de la eternidad

El palacio de la eternidad: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro relata las aventuras y desventuras de Mack Tavernor, un terrestre que vive en un planeta alejado de las rutas comerciales de la Federación Terrestre. Mack resulta ser un veterano de la guerra que los terrestres mantienen con los psitcanos, una raza alienígena que persigue nuestro exterminio. También aparecen en escena los “egones” que vienen a ser como las almas de los humanos, que viven en el espacio sideral. Aquí es donde el libro está mejor logrado, pues esto de los egones es una idea creo bastante original. Es bonito ver como estos seres tienen un papel crucial en la guerra contra los psitcanos, aunque su desenlace no esté bien resulto desde el punto de vista argumental.

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—Mira en las carreteras… no hay ningún coche que se mueva.

Tavernor apuntó hacia el camino, donde se veían cuatro automóviles más. Tres de ellos tenían el capó levantado y sus ocupantes se afanaban mirando los motores. Junto a ellos, dos niños pequeños saltaban excitadamente, apuntando hacia el cielo. Tavernor sintió un doloroso nudo en el estómago. La muerte para ellos sería como el comienzo de sus vidas reales, según ya sabía; pero las criaturas chillarían de terror y de dolor antes de que se abriera aquella puerta. En su interior se destapó el odio a los pitsicanos, motor de su vida anterior.

—No comprendo — susurró Bethia, inclinándose en el asiento trasero y alargando la mano en busca de la llave de contacto.

—Vamos.

Tavernor la cogió de la muñeca y con toda la fuerza de que pudo disponer la sacó del coche.

—¡Hal! ¿Qué estás haciendo?

—Ahórrate el aliento — le dijo Tavernor cogiéndola por el brazo y comenzando a andar rápidamente —. ¿Qué es lo que piensas que los pitsicanos tengan para estar en condiciones de haber llegado de esta forma? Han tenido que desarrollar un nuevo juguete de los suyos… algo que… un campo magnético, tal vez… que inhibe la transferencia de los electrones en los metales. Esa es la causa de que no haya habido ni alarma ni defensa. No tenemos nada más importante que una ametralladora que no dependa de la electricidad.

—¿Pero es posible que…?

—Tiene que ser posible; lo han conseguido, ¿verdad? Hubo un tiempo en que nosotros pudimos haber sido los primeros.

Tavernor apenas si podía echar fuera de sí las palabras que le venían a la imaginación, lo que la humanidad se había hecho a sí misma, con la maldita invención de las naves-mariposa. Al pasar cerca del coche de los niños, llamó a los padres para que dejasen el coche abandonado y se dirigieran a los árboles de la base de la altiplanicie, para seguir marchando hacia el sur. La cara del padre apareció por encima de la cubierta del motor, con una expresión en blanco, volviendo seguidamente a su faena inútil. Tavernor apartó los ojos de las asombradas caritas de los niños y siguió caminando. No había tiempo para quedarse y perder el tiempo en discutir.

—Oye… ¿que, es lo que te hace pensar que sepas tanto de todo esto? — preguntó Bethia —. ¿Y a dónde vamos, de todas formas?.

—De vuelta a la villa. Sólo está de aquí, a poco más de dos mil as y Farrell… mi padre… tiene allí tres o cuatro rifles.

—¿Y de qué van a servir?

Bethia estaba indignada y con la cara encendida por el rubor, incapaz de apreciar la significación de lo que estaba ocurriendo. Tavernor casi llegó a irritarse con ella; después recordó que era imposible para una persona civil, como ella, tener idea de lo que era un guerrero pitsicano en acción. Ella nunca, había caminado por las ciudades y los pueblos que dejaban atrás los mortales enemigos de la raza humana.

—Los rifles nos proveerán de alimento si conseguimos alejarnos hacia el sur y escapar de que nos reduzcan a polvo.

De nuevo le volvió el pensamiento a la mente. ¿Por qué no estaba ya toda la zona reducida a cenizas y borrada toda la vida existente en, ella? Bethia forcejeaba para separarse de él, con la, cara pálida de furia.

—No voy a los bosques contigo, Hal Farrell. Si piensas…

Ella dejó de hablar al golpearle Tavernor en el hombro y alejarla de sí. Revolviéndose, la joven se lanzó contra él. Al abrazarse luchando, Tavernor comprobó en el acto que ella era la más fuerte de los dos; pero el entrenamiento que había recibido en el combate, en otro tiempo de su vida, guió sus manos. La cogió por la muñeca y le hizo automáticamente una llave que la obligó a seguir de nuevo hacia adelante.

—Siento esto, Bethia; pero sé lo que estoy haciendo.

Ella le miró con un odio silencioso y Tavernor sintió un perverso estremecimiento de satisfacción. Mientras caminaban, el aire comenzó a rugir con los estampidos sónicos distantes. Miró hacia atrás y vio las negras naves en forma de mosquito de los pitsicanos triturándolo todo en El Centro. La ciudad y la Base Militar se hallaban bajo las naves de ataque, indefensas, y que sin duda tenían que haber sido diseñadas para operar dentro del campo de inhibición. Algunas buscaban sitio en donde depositarse alrededor de la ciudad. Sin hacer caso del jadeo de sus pulmones, Tavernor urgió a Bethia a correr más de prisa todavía.

Para cuando llegaron a la blanca villa, sita entre la carretera y los acantilados, sudaba a mares y las piernas le temblaban como el azogue. Maldiciendo su debilidad física, empujo a Bethia en el porche y abrió la puerta con la mayor rapidez. Farrell le salió al encuentro con un rifle de deporte en las manos. Sus morenas facciones tenían un extraño aspecto de inmovilidad.

—Voy a coger un rifle y alguna comida — exclamó Tavernor.

—Puedes quedarte como huésped — dijo Farrell con voz vacilante, echándose hacia un lado.

Al pasar junto a él, Tavernor percibió el olor a ginebra. Entró en la sala de estar, tomó un rifle y cuatro cajas de cartuchos de la vitrina de las armas y volvió al recibidor.

… parece haberse vuelto loco — estaba diciendo Bethia que miró deliberadamente a Tavernor —. Yo preferiría quedarme aquí hasta que veamos qué es lo que ocurre.

—Tú puedes quedarte también… — no creo que haya mucha diferencia en intentar correr — replicó Farrell.

—Estamos huyendo — dijo Tavernor —. Es nuestra única oportunidad.

—Yo me quedo — repuso Bethia, aproximándose más a Farrell.

—Créeme, Bethia, tenemos que huir de aquí — dijo Tavernor con impaciencia —. Tú no sabes cómo son esos monstruos. Repasarán todos los edificios, sin dejar uno, sin dejar nada a su paso.

Farrell soltó una carcajada.

—Escucha al combatiente veterano! ¿ Qué es lo que sabes tú de esas cosas, hijito?

—Sé que harías mejor en tomar otro rifle diferente, si es que piensas disparar. Ese que llevas dispara balas de fuego superficial que actúan por una carga eléctrica… pero las cargas eléctricas son una cosa del pasado, por lo que a nosotros concierne.

Farrell levantó el rifle con una mano, apuntó a la puerta frontal y tiró del gatillo. Se oyó un leve chasquido. Miró duramente a Tavernor y se dio prisa en meterse en, la sala de estar.

—Ya tomaremos alguna comida en cualquier parte. Vamos, Bethia.

Tavernor abrió la puerta y la empujó para salir fuera. Ella sacudió la cabeza negativamente. Volvió de nuevo a sujetarle una muñeca y a empujarla delante de él hasta llegar a la calle. Se produjo un ruido metálico que le era familiar: el de un rifle al ser cargado para disparar. Se volvió lentamente.

—¿Qué te parece éste, general? ¿Funcionará bien?

—Farrell tenía en las manos otro rifle y apuntaba a la cara de Tavernor.

—Te estás poniendo ridículo — dijo Tavernor con cuidado. Empujó a Bethia lejos de sí — No necesitas emplear un rifle para detenerme, ¿verdad, padre?

Y recargó el énfasis de la ultima palabra con, el completo conocimiento de su repercusión en el otro hombre. Unos destellos de incredulidad surgieron en los ojos de Farrell. Puso el rifle contra la pared, con exagerado cuidado y llegó hasta donde estaba Tavernor, con las manos dispuestas a estrangularle. Tavernor dejó caer su rifle a un lado e instintivamente se puso en guardia en la postura agachada en que había sido entrenado tantas veces, síntesis de la óptima forma de combatir en los tradicionales combates de la madre Tierra.

Con la cara expresando una infernal alegría, Farrell se lanzó directamente hacia Tavernor, evitando su propia defensa. Tavernor le detuvo en seco con directos lanzados hacia el corazón y la garganta. Gracias a la imperfecta coordinación del cuerpo de Hal, ninguno de los dos golpes habían producido exactamente el efecto deseado, pero fueron lo suficiente como para poner a Farrell de rodillas.

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