Bob Shaw - El palacio de la eternidad

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El palacio de la eternidad: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro relata las aventuras y desventuras de Mack Tavernor, un terrestre que vive en un planeta alejado de las rutas comerciales de la Federación Terrestre.
Mack resulta ser un veterano de la guerra que los terrestres mantienen con los psitcanos, una raza alienígena que persigue nuestro exterminio.
También aparecen en escena los “egones” que vienen a ser como las almas de los humanos, que viven en el espacio sideral.
Aquí es donde el libro está mejor logrado, pues esto de los egones es una idea creo bastante original. Es bonito ver como estos seres tienen un papel crucial en la guerra contra los psitcanos, aunque su desenlace no esté bien resulto desde el punto de vista argumental.

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No estoy afirmando que lo sea, coronel. Se trata de que tiene una extraordinaria aptitud para el lenguaje y eso sería una buena vía de escape para él. Usted sabe que las notas que obtiene en la comprensión verbal y en la lectura son algo que está más allá de…

—Hal puede hablar y leer todo cuanto quiera aquí en casa, señorita Palgrave.

—Pero sería bueno que el niño saliese un poco más — intervino entonces la madre de Hal, mientras le latía el corazón excitadamente.

—Apreciamos mucho su interés, señorita Palgrave — continuó su padre con firmeza —, pero creemos que entendemos los especiales problemas de nuestro hijo mejor que, con el debido respeto, alguien que le ve sólo una hora diaria.

Dándose cuenta del tono tajante de la voz de su padre, Hal comprendió que tenía que entrar inmediatamente si quería decir buenas noches, mientras que la señorita Palgrave estuviese presente. Abrió la puerta. Las tres personas adultas se hallaban sentadas alrededor de la mesa circular del café. La señorita Palgrave volvió hacia él sus ojos castaños, sonriendo, y con un aspecto extrañamente diferente a cuando se hallaba en clase.

—Yo… quiero irme ahora a la cama — dijo, permaneciendo en el umbral.

—Es todavía temprano — dijo su padre, mientras levantaba los ojos de su taza de café y su madre, con gesto helado, se estiraba para alcanzar otro trozo de pastel, con una mirada triste en su pálido rostro. ¿Estás cansado?

—¡Sí! Bien… buenas noches.

—Un momento, amiguito — le dijo su padre riendo, sobresaliendo la blancura de parte de sus ojos en el oscuro semblante —. ¿Dónde te dejas el beso de las buenas noches?

Hal se dio cuenta de que su plan había fal ado. Se dirigió primero a su madre. Ella le retuvo durante un momento contra su terso y abultado pecho, sintiendo el firme movimiento de sus mandíbulas que nunca parecían tener descanso, de día y de noche. Los labios de Lissa estaban espesos y dulzones cuando le besó. Se volvió a su padre, quien ostentosamente le sostuvo en el aire rozándole con el áspero mentón la mejilla, mientras le susurraba al oído las temidas palabras.

—Están arriba esperándote… yo les vi.

El chico miró de reojo a su madre, silenciosamente, esperando que ella lo hubiera oído; pero ella estaba eligiendo otro trozo de pastel con muda concentración. Hacia tiempo ya, recordó Hal, que ella parecía creerle cuando le dijo lo que su padre decía; y se habían producido terribles disputas; pero entonces la ente de su madre se hallaba como perdida en cualquier parte y había cesado de intentarlo.

—Buenas noches, Hal — le dijo la señorita Palgrave. El muchacho deseó de todo corazón que se lo hubiera llevado con ella —. Te veré temprano y listo como siempre en la mañana del lunes.

—Buenas noches.

Hal abandonó la estancia lentamente y subió escaleras arriba hacia su dormitorio. Estaba a oscuras, excepto por el leve resplandor reflejado de la luz del rellano de la escalera. Cantó entre dientes una vez su nueva canción, corrió hacia la cama y se envolvió entre las sábanas. El dormitorio daba la sensación de ser algo agradable en aquel resplandor de color naranja; pero agudizó el oído y a los pocos segundos oyó una voz bien conocida procedente de la planta baja, la de su padre abriendo la puerta de la sala de estar, cruzando el salón para apagar las luces. La luz del rellano se apagó con un chasquido y la habitación pareció quedar inmersa en la más completa oscuridad. Hal no hizo el menor ruido, ni intentó encender la luz de su dormitorio. Ya estaba bien familiarizado con el castigo que se le imponía a los chicos que tenían miedo de la oscuridad.

Se tapó la cabeza con las sábanas, y en el acto comenzó a escuchar el leve silbido burbujeante que, como se le había dicho, era de los que ya estaban de pie a su alrededor, las mujeres y hombres sin cabeza que salían de las paredes.

Hal sabía que eran de verdad. De pie a todo su alrededor, sus ropas estaban empapadas de sangre que brotaba de unos tubos que tenían en el cuello. La primera vez que les vio salir fuera de las paredes creyó que había sido una pesadilla, y se lo dijo a su padre, buscando seguridad. La cara de su padre se había puesto seria y sombría, acusadora. «Los niños que han nacido en. el pecado», le había dicho, «están rodeados por gentes sin cabeza todas las noches, como un castigo por el mal»

Siempre, desde entonces, Hal había podido oírles, incluso estando completamente despierto, teniendo el convencimiento de que él era ciertamente un niño malo y perverso.

Una tarde, en que comunicaron malas noticias de la guerra, cuando la primera bomba robot se había deslizado a través de las pantallas de seguridad de la Federación e hizo estallar un planeta, su padre había bebido mucho, murmurando entrecortados sollozos en su espantosa borrachera, y supo que los hombres y mujeres sin cabeza eran solamente una pesadilla. Pero para entonces, Hal ya sabia muchas cosas de una forma diferente…

Acurrucado como una solitaria pelota bajo las sábanas, sintió la presencia de aquellas fantasmales figuras rodearle la cama una vez más y de nuevo sobrevivió llamando a su protector.

Mack tenía una peculiar y equívoca posición en el designio de la existencia de Hal. Era tan real como las gentes sin cabeza, y con todo irreal, puesto que podía ser llamado o borrado a voluntad; era una persona separada, pero a veces, él y Hal eran la misma persona. Mack tenía el cabello negro; solemne, inmensamente poderoso, con unos brazos tan fuertes casi como todo el cuerpo de Hal y no tenía miedo de nada en todo el universo, ni incluso de los pitsicanos, ni tampoco de los visitantes nocturnos.

Las gentes sin cabeza podían llegar y entrar en la habitación, pero nunca intentaban hacer nada más, porque. Hal/Mack portaba un extraño y terrible rifle que jamás fal1aba la puntería, incluso cuando lo disparaba con una mano, tirando de Hal de la otra para ponerlo a buen recaudo.

Consiguiendo llegar tan cerca de la satisfacción como siempre le fue posible hacerlo, Hal fue cayendo en un sueño sin descanso.

Fue despertado por el toque frío de unos dedos que le rodeaban el pecho, levantándole del cálido ambiente de la cama.

—He cambiado de opinión — gritó Hal, revolviéndose —. No quiero ninguno.

—¿Ningún qué?

—Helado…

Hal se calló al reconocer a su madre. Sintiendo vagamente que había escapado por poco a un espantoso peligro, le permitió a ella que le colocara sus especiales calzoncillos y el resto de las ropas, mientras bostezaba, parpadeando, tratando de emerger como una crisálida a la luz de un nuevo día.

—Yo me arreglaré los zapatos, tú me los dejas demasiado flojos…

—Está bien, hijo, pero date prisa.

Sintiendo una especial emoción en la voz de su madre, la miró más de cerca. Su cara regordeta estaba más pálida que nunca y sus ojos enrojecidos. Miró el reloj y vio que apenas eran algo más de las seis.

—¿Lissa?

—Sí, hijo…

—¿Qué es lo que pasa?

—Nada. Yo… tu tía Bethia viene hacia aquí para estar con nosotros. ¿No te parece estupendo?

—Supongo que sí — repuso Hal incierto.

Bethia era cuatro años mayor que él y se resentía de tuviera un título de tía respecto a él. La había visto una vez por año, al menos, y no estaba particularmente ansioso de verla de nuevo.

—¿Viene también el abuelo Grenoble?

—No. — La palabra surgió de su madre como un sollozo y súbitamente se dio cuenta de que había algo taro en aquello.

—¿Es que ha muerto?

—Sí.

Hal pensó en la distante e incomprensible figura de su abuelo.

—¿Quién le mató?

—¡Hal! — exclamó su madre sacudiéndole por un brazo —. La gente se muere sin que nadie la mate.

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