—¿De veras?
Hal consideró aquella idea brevemente y después la dejó a un lado, como otra de las mentiras sobre las cuales parecía estar basada la totalidad de la estructura de la sociedad de los adultos. La vida, para Hal, no tenía fin, a menos que lo impidiera alguna fuerza. Alguna oscura fuerza. Dejó que le llevaran escaleras abajo, y que le dieran leche caliente y un plato de proteínas. No había la menor señal de su padre. Pocos minutos más tarde, un coche cerrado del ejército, conducido por un soldado con ojos cargados de sueño, llegó a la casa. Hal tomó asiento en la parte trasera con su madre y ambos fueron conducidos, sin tener que dar ninguna indicación; hecho que consideró Hal como si se tratase de una máquina en movimiento, la maquinaria absurda y sin sentido del mundo de los mayores. Se arrebujó junto a su madre y observó como los fragmentos del cinturón lunar iban desvaneciéndose por la llegada de la aurora al cielo, mientras que el vehículo continuaba su camino por el norte hacia El Centro, entre el mar y la tierra firme.
Repentinamente, Mack estuvo con él, o él era Mack (Hal nunca estaba seguro de cuál era de los dos) y se encontró sorprendido porque no advirtió peligro en nada. Después recordó que Mack había estado apareciendo más frecuentemente en los últimos tiempos y cada vez que lo hacía, se advertía una satisfacción de urgencia como la que produce un enorme trabajo que queda por realizar. Era de Mack de quien había aprendido a llamar a su madre Lissa — así era como pensaba en ella cuando estaba como Hal/Mack — pero utilizaba aquel nombre con la menor frecuencia posible, ya que parecía trastornarle a ella.
Aquella vez la presencia de Mack fue más fuerte que nunca, y Hal hizo lo que el Doctor Schroter le habla sugerido durante una sesión en la clínica. Intentó aproximarse más a Mack, hundirse completamente en el interior de su mente, hasta conseguir que los pensamientos de Mack fueran los suyos propios. La primera cosa que descubrió fue que Mack veía a la madre de Hal en una forma diferente. Ella estaba mucho más delgada que en la vida real y sus ojos estaban llenos de vida y ella podía reír. Había también una sensación de amor más voluptuosa de lo que Hal pudiera considerar a fondo.
Fascinado, se sumergió a si mismo mucho más allá. Comenzó a sentir la fuerza controlada de Mack, corriendo por sus venas. Los horizontes mentales avanzaban y se retiraban, formando parte de la panoplia de misterios y maravillas que constituía el universo. Hal/Mack respiraban con firmeza y con excitación, buscando algo más y más lejos. Vieron naves del espacio volando sobre alas negras, hombres enzarzados en combate y en seguida llegó la sensación de dolor y Hal se retiró acobardado…
La sensación familiar de la orina cálida bañándole los órganos genitales le hizo volver a la realidad. Luchó contra el flujo por un momento y después se rindió, estremeciéndose conforme la tensión parecía abandonar su cuerpo.
—¡Oh, Hal! — exclamó su madre con voz ansiosa —. ¿Estás asustado otra vez?
—Déjame solo… me encuentro bien.
Hal sabía que ella descubriría la mentira tan solo con examinar los paños absorbentes de su ropa interior; pero cualquier cosa era preferible a otra discusión sin esperanza. La solución de su madre para cualquier problema era un trozo de pastel. Hal hizo un gesto al ver que su madre rebuscaba en los bolsillos de su abrigo.
—Aquí tienes, hijo. ¿Quieres chocolate? No tuviste tiempo para tomar un buen desayuno.
—Gracias.
Tomó el obsequio mecánicamente.
—Tu abuelo estaba enfermo y era viejo, Hal. No quiero que te asustes por…
—No estoy asustado — repuso Hal con vehemencia —. No podría importarme menos. ¡ Bah!
—¡Hal! ¡No hables así!
—Pero es la verdad. Si estaba tan enfermo y tan viejo, es mejor…
—¡Así aprenderás!
Hal se encogió de hombros conforme le quitaron la chocolatina de sus dedos, sin oponer resistencia, y un momento después oyó cómo su madre la sacaba de su envoltorio de papel crujiente. Hal se acomodó a su gusto en la tapicería del vehículo y cerró los ojos.
El conductor les llevó sin vacilación a la parte trasera del gran edificio hexagonal y aparcó el vehículo a la entrada de la suite privada. Había muchas luces encendidas todavía y la casa parecía hervir de actividad, a despecho de lo temprano de la hora. Hal salió del coche y se quedó temblando ante la fría brisa de la madrugada, mientras que su madre hablaba en voz baja al chófer como si tuviera que hacer algún oscuro arreglo. A Hal le disgustaba inmensamente la Residencia del Administrador, y normalmente utilizaba cualquier excusa para evitar ir allí.
—Señora Farrell — dijo uno de los hombres que trabajaron para su abuelo, al aparecer en la puerta —. Antes que nada permítame darle mi más sentido pésame y ofrecerle mi condolencia y la de todo el personal.
—Gracias. Mi esposo dijo que fue…
—Sí, señora, de repente. Le ocurrió durante el sueño y no tuvo dolor alguno. He enviado un taquigrama al Presidente Gough y estamos esperando…
Hal se apartó mentalmente de la conversación. Siguió a las personas mayores al interior de la casa, tomó asiento en un gran sillón, e inspeccionó, con diversos grados de curiosidad, a aquella serie de hombres desconocidos, mientras que su madre se alejó acompañada de otros. Nadie le preguntó por el abrigo y dedujo que su visita a la gran casa sería de corta duración. Su madre volvió a poco, se arrodilló junto al sillón y le miró con ojos cansados.
—Tu padre ha encontrado a alguien que estará contigo y con Bethia en casa, por lo que ahora van a llevaros de vuelta.
Hal hizo un gesto afirmativo y se levantó del sillón. Se dirigió hacia la puerta por donde había entrado; pero su madre le llevó en la dirección opuesta, hacia la entrada principal. Por lo que Hal se esforzó en recordar, nunca había pasado por el vestíbulo de la entrada principal y se quedó asombrado de cuán familiar le resultaba. Familiar y temible. Una premonición le hizo un nudo en el estómago al mirar alrededor de la columnata de mármol.
Se abrió una puerta trasera en el vestíbulo y su tía Bethia apareció llevando una pequeña maleta en la mano. A Hal le pareció demasiado alta y compuesta para sus diez años de edad. Sus cabellos estaban fuertemente recogidos hacia atrás, brillantes y lisos como una superficie helada. Se acercó a él y los ojos le brillaron con una devoradora luminosidad. Hal decidió que no le gustaba que ella se quedara con él.
—¡Hola, Bethia!
Hal escuchó su propia voz saliendo de su boca con verdadero asombro. Era Mack quien estaba hablando. Se retiró de la presencia de Bethia soltándose de la mano de su madre. A su lado, se abrió una puerta y en ella apareció la alta figura de su padre que parecía rellenar todo el marco. No había nada visible en la pequeña habitación, detrás de su padre, excepto una pequeña mesa con quemaduras de cigarrillos por los bordes. Hal sintió de nuevo como se abría su vejiga. Se dio prisa para salir a la calle y vio el coche amarillo de su padre, en forma de pétalo, al final de la escalera. Corrió hacia él, abrió la portezuela, se metió dentro, cerró con fuerza y se hundió en el asiento trasero. Unas imágenes fragmentadas giraron en su mente al escuchar la voz de su padre pidiendo disculpas a aquel grupo de hombres desconocidos. Un minuto más tarde, su padre abrió la portezuela, dejó que entrara Bethia y ocupó el asiento delantero.
—¡Vaya, te has lucido! — exclamó su padre malhumorado, mientras arrancaba el motor. Los ojos le brillaban por el espejo retrovisor —. ¡Vaya pantomima! ¿ Qué es lo que tienes ahora, gusanito?
Hal permaneció silencioso, mientras que su vejiga vaciada se contraía dolorosamente. Miró de reojo a Bethia, esperando de ella la completa humillación; pero su rostro tenía un aspecto compasivo.
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