Bob Shaw - El palacio de la eternidad

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El palacio de la eternidad: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro relata las aventuras y desventuras de Mack Tavernor, un terrestre que vive en un planeta alejado de las rutas comerciales de la Federación Terrestre.
Mack resulta ser un veterano de la guerra que los terrestres mantienen con los psitcanos, una raza alienígena que persigue nuestro exterminio.
También aparecen en escena los “egones” que vienen a ser como las almas de los humanos, que viven en el espacio sideral.
Aquí es donde el libro está mejor logrado, pues esto de los egones es una idea creo bastante original. Es bonito ver como estos seres tienen un papel crucial en la guerra contra los psitcanos, aunque su desenlace no esté bien resulto desde el punto de vista argumental.

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—¿No quieres hablar, eh? — Los labios de su padre apenas si se movían al pronunciar las palabras —. Veremos como te sientes tras todo un día en la cama.

Hal hizo un gesto afirmativo con la cabeza, como una burla desafiante a su padre; pero su corazón tembló ante la idea de todo un día y una noche más encerrado en el dormitorio a oscuras, rodeado de aquellas figuras pacientes vestidas con ropas ensangrentadas. Se cubrió la cara con las manos. Un sollozo entrecortado le surgió de la garganta, al tiempo que sentía la mano de su tía deslizarse entre los botones de su abrigo. Se volvió a estremecer conforme los delicados dedos de Bethia se abrieron paso bajo la camisa hasta alcanzar la piel del estómago y descendían sin vacilación hasta el paño empapado de orina de sus calzoncillos. Hubo un momento de suave presión y los dedos se retiraron, dejando tras de sí una impresión de fuerza y de cálida seguridad. Hal se revolvió en el asiento, mirando fijamente sin palabras a aquel perfil perfecto y soñador.

Para cuando el coche llegó a la casa, se había dormido.

3

Mientras esperaba el desayuno, Hal sacó la hoja de noticias del día de la máquina fax. La hoja estaba tan húmeda que se le enroscó entre los dedos. Había presionado el botón de LLAMADA PARA REPARACIONES de la máquina antes de acordarse de que su enlace por radio, que hubiera hecho venir a un técnico para repararla, no funcionaba y que se había llegado a una situación de casi volverse imposible cualquier servicio. Llevándose la hoja con cuidado, volvió a la cocina, la extendió sobre la mesa y se sentó a leerla.

La página estaba casi repleta de noticias del servicio de Inteligencia del Departamento de Guerra y de otros tópicos corrientes. A Hal le parecía qué las noticias iban poniéndose cada vez de peor cariz a lo largo de los dieciocho años de su vida; pero últimamente se había extendido un nuevo y fuerte pesimismo procedente del exterior. Cuando fue a El Centro a su clase de Biblia, pudo apreciar la angustiosa sensación de desesperanza que barría las calles, al igual que un viento huracanado y amenazante.

No era posible ocultar el hecho de que el conflicto que ya duraba sesenta y cinco años sé aproximaba a su final y que el género humano ya tenía señalado su punto de completa extinción. La máquina de propaganda de la Federación todavía funcionaba, pero de una forma negativa, por lo que nadie sabía cuantas colonias se habían perdido o. abandonado del número de cien originalmente en poder de la Federación, si bien el número exacto tenía poca importancia. La gente corriente podía leer su destino en realidades que ya eran viejas en los tiempos de Homero; los alimentos eran menos variados y mucho más caros, los repuestos de la maquinaria escasos o imposibles de obtener y los agiotistas y especuladores adquirían por doquier grandes cantidades de géneros útiles para enriquecerse de la noche a la mañana. Y mientras decrecía la duración media de la vida, el índice de crecimiento demográfico había alcanzado un nivel impresionante.

A Hal le disgustaba leer noticias de la guerra. Le producía el sentimiento de una ciega urgencia, de enormes trabajos dejados sin hacer, el llegar a estados insoportables de la existencia. Así y todo, no cesaba continuamente de ojear las hojas de la fax y de escuchar y ver las emisiones de la radio y Ja televisión. Los nombres de extraños planetas producían en su mente una misteriosa nostalgia o un súbito recuerdo, agitándose confusos sentimientos como un torbellino. A veces, aquellas fragmentadas imágenes se conformaban para componer un aspecto completo de alejados paisajes y siempre aquellas sensaciones aumentaban y aumentaban hasta parecer que su cabeza estaba próxima a estallar. Sin embargo, lo que parecía exigirse de él permanecía en la sombra. Hal estaba siendo inducido y educado para ingresar en el ejército; pero fue rechazado por muchas razones, incluyendo su pobre visión ocular y su escasez de peso en relación con su cuerpo de un metro ochenta de estatura.

Durante un tiempo las clases de Biblia parecían haberle provisto de un agradable pasatiempo e incluso un fin determinado, especialmente cuando descubrió que bajo la exterior certidumbre de sus tutores, se escondía la duda y el temor. Hal sabia que su alma era inmortal, pero ninguna avanzada teología pudo afirmar su fe y eventualmente su calmosa indiferencia ante la muerte como un abstracto concepto, o como una dura prueba, en particular o en general — hacía que todos los demás volvieran los ojos hacia él. «Eres un lisiado emocional», le dijo una vez un ministro de rosadas mejillas y por lo general flemático, dirigiéndole una mirada de disgusto. «La tazón de que no tengas miedo a morir es que nunca has estado vivo.»

Reuniendo sus erráticos pensamientos, Hal se concentró en aquella hoja recién sacada. La principal historia que sobresalía era la de otra ciudad que había sido literalmente arrasada, la tercera en aquel año.

Con la contracción de las fronteras de la Federación, se había hecho practicable la intensificación de las pantallas de flujo de neutrones que hacían imposible el paso de cualquier dispositivo nuclear sin que se produjese una detonación espontánea. Pero los pitsicanos, aparentemente, habían ido aprendiendo a burlar toda clase de defensas; una teoría era la de que las últimas bombas robot eran, en efecto, factorías de refinamiento de minerales diseminadas por el espacio que producían los materiales fisionables, al tiempo de llegar terca de su objetivo. Entonces, la Federación tenía que volver a la interceptación física de tales ingenios. Para este fin su flota era muy buena, aunque no lo bastante para evitar que las naves soltaran todo un hormiguero de proyectiles del más alto rendimiento.

El segundo relato de la hoja de aquel día consistía en que el general Malan había sido retirado de su puesto como jefe del Proyecto Talkback, que empleaba a medio millón de hombres, con un presupuesto anual que se contaba por miles de mil ones. Malan había sido el último de una larga sucesión de hombres que había forcejeado en una de las misiones más desesperadas de la guerra; la de intercambiar un simple pensamiento con los pitsicanos. Las transmisiones taquiónicas de aquellos seres extraños eran controladas hasta donde era posible, y su lenguaje hacía tiempo que había sido descifrado y analizado. A todo lo largo de las inmensas fronteras de la Federación, existían fantásticos transmisores que no cesaban de emitir mensajes en la lengua pitsicana muy adentro del territorio enemigo; pero jamás se había conseguido la menor respuesta de ningún género.

La interrogación de los prisioneros se hacía absolutamente imposible, porque obedeciendo a la misma ética feroz que les disponía a destrozar los prisioneros humanos y destruirlos, hasta el último niño, los pitsicanos jamás habían permitido que nadie les capturase vivos. Una gran parte del presupuesto del Proyecto Talkback se destinó a desarrollar los medios precisos para hacer prisioneros vivos a los pitsicanos; pero ninguna técnica de las intentadas había tenido éxito. Se habían capturado algunos de aquellos endiablados seres extraños sin signos aparentes exteriores de daño físico, pero resultaron ser tan inútiles como los otros, creyéndose que su sistema nervioso, soberbiamente desarrollado, tenía la facultad sencillamente de que ellos mismos dejasen de vivir a voluntad. Era como si su mentalidad no pudiese acomodarse a la idea de la coexistencia del pitsicano y el hombre. Cuando los miembros de las dos culturas se encontraban, tenían que morir, unos u otros, en cuestión de segundos.

Hal estaba ensimismado con la lectura de la hoja y las noticias, cuando el incómodo vacío de su estómago le recordó que el desayuno se retrasaba demasiado. Se dirigió al refrigerador; pero allí no había nada disponible que no tuviese que ser cocinado. Deseando que la edad de los sirvientes no hubiera pasado nunca, o que Bethia estuviera en casa de vacaciones en la Universidad, anduvo errante por la cocina unos minutos. La idea de tener que prepararse cualquier cosa se le ocurrió una o dos veces, pero su profundo disgusto para cualquier trabajo le llevó a dejar la cuestión de lado inmediatamente.

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