—¿Qué tengo que hacer?
—¿Hacer? — responde Kystra-Gurl, proyectando una gélida simpatía —. Siento tu dolor, Mack Tavernor, pero no puedo ayudarte. El eslabón se disolverá con el tiempo.
—Pero es que no hay tiempo. A mí no me importa mi yo…
—Tu dolor procede del eslabón. Cuando te encuentres libre de él, cesarás de verlo a través del oscuro cristal de los ojos físicos. Comprobarás que sería mejor para toda la humanidad el morir ahora, antes de que los navíos alados destruyan más la mente del mundo.
—Yo no puedo pensar en ello, en esa forma — protestó.
—Es el eslabón, el vínculo. Recuerda que tú estás vivo ahora sólo porque tu egón tuvo la suficiente fortuna de escapar a la destrucción. Cada vez que uno de esos navíos pasa a nuestro través, los que no pueden ser acomodados dentro del cinturón lunar mueren con la verdadera muerte. Las personas aún vivas en Mnemosyne están también condenadas a la verdadera muerte, porque una vez que el egón de un ser desarrollado es destruido, ya es demasiado tarde para que otro se agregue a su ser. Nos es preciso desarrollarnos paso a paso con nuestros anfitriones.
—Lo sé. Sé que es un error, poner la proto-vida antes que la verdadera vida; pero… ¿qué es este eslabón? ¿Les ha ocurrido a los otros?
Los pensamientos de Kystra-Gurl tienen un leve matiz de torcido humor.
—Les ha ocurrido a otros antes que a ti; pero el fenómeno es muy raro, desde que la ciencia venció al romanticismo…
—Yo no podía… ¿Por qué te apartas? — suplica Tavernor.
Entonces ve que el espacio entre él y el circundante cinturón de egones aumenta hasta que se halla en el centro de una luminosa y sensible esfera.
—Algo está ocurriendo — e xpresa Kystra-Gurl con un débil pensamiento —. Creo que estás siendo emplazado, Mack Tavernor. La masa-madre te está llamando.
—¡No!
Tavernor reacciona con un súbito temor conforme la esfera hueca que le rodea se hace un espacio ovoide, después cónico y después se abre en un túnel que se curva hacia abajo, atravesando el cinturón lunar de Mnemosyne y hacia adentro, profundamente en el corazón de la mente del mundo. Lucha para retirarse; pero una irresistible fuerza le empuja dentro del túnel a mayor y mayor velocidad, mientras que mil millones de identidades, como en un torrente tumultuoso pasan a su lado como imágenes de cuerpos, rostros, imágenes mentales de hombres, mujeres, pájaros, niños, animales de toda descripción posible, mezclándose entre sí, corriendo juntos, ganando velocidad, surgiendo en una personalidad asociada parecida a la de la Tierra, como alguien de una inconcebible super-comunidad que habita en la eternidad.
—No estoy dispuesto — solloza Tavernor.
Se detiene.
Una cegadora y radiante luz fluye a su alrededor, suprimiendo la conciencia de todas las cosas, excepto de la perfecta esfera situada en el centro de la mente del mundo. Al ajustar sus sentidos, percibe que el resplandor de la luz solar no es un simple egón, sino muchos quizá miles absolutamente congruentes, formando una impresionante mente de conjunto. Conforme la presión que se ejerce sobre él sobrepasa su poder de pensamiento, reconoce algunos seres componentes de la entidad: Leonardo de Vinci, Cristo, Aristóteles…
La consciencia sobrecargada de Tavernor se contrae.
Los pensamientos del super-egón son como cristales prismáticos, afilados como diamantes.
—¿Este hombre está ligado al primer instrumento?
—Lo está.
—¿Está su eslabón en condiciones de sostener una comunicación en ambos sentidos?
—¡No! Es como habíamos predicho.
—¿Está preparado para volver?
—Lo está.
—¿Se han satisfecho las exigencias físicas?
—Sí.
—¿Es compatible con el Tipo II de la estructura genética?
—Es compatible.
—Proceded pues: William Ludlam comunicará por nosotros.
Tavernor siente que los lazos aplastantes del intelecto se relajan ligeramente. Un simple egón avanza hacia él, toma contacto y absorbe su identidad. Es, William Ludlam, que muerto hacía poco más de 400 años, nacido en Londres en 1888 en la más amarga pobreza, vendido a un deshollinador a la edad de seis años y muerto tres años más tarde por ahogo y asfixia en el hogar de un banquero de Kensington. En Tavernor surge una piedad inmensa; pero pronto la controla y la comprueba. Está tocando el intelecto de un ser sereno y dotado de un poder ilimitado, que de beber nacido en otras circunstancias habría dominado y trasformado la historia del siglo XX; y se da cuenta como un egón alcanza niveles insospechados a través de mentes corrientes.
—Mack Tavernor — dice el pensamiento de Ludlam —, ¿te has dado cuenta de por qué no has sido absorbido por la masa madre?
—Yo…
—No te alarmes. Compartimos tu preocupación continua por la suerte de la humanidad.
Sorprendido ante la aparente contradicción de todo lo que había aprendido de los otros egones, Tavernor intenta explorar más lejos en la mente de Ludlam; sin embargo, se encuentra con una barrera que le resulta imposible franquear.
—Tengo que decirte — continúa Ludlam — que en ciertas circunstancias especiales que prevalezcan, es porque, un egón desarrollado pueda retornar al plano del estado físico.
—Pero, ¿cómo?
—Si te ofrecemos volver a la existencia física en Mnemosyne, de forma tal que tú intentes corregir el fatal error imbuido por el Hombre en el uso de las naves-mariposa… ¿estarás de acuerdo en ir?
—Tú sabes que iré…
El pensamiento de rendir su existencia como un egón repugna a Tavernor; pero ve el rostro de una mujer, extrañamente oscurecido, y de nuevo siente un agudo dolor.
—Tengo que ir.
—¿Sin que te importe lo que pueda suceder? Ya mencioné antes que se te aplicarán ciertas condiciones a tal transferencia.
—Iré bajo cualquier condición.
Inesperadamente, los pensamientos de Ludlam rezu man simpatía.
—Está bien. Las condiciones básicas baja las cuales puede tener lugar una transferencia son éstas: un egón desarrollado puede volver a visitar el plano físico cuando la estructura genética del segundo anfitrión receptor concuerda y se ajusta con el primero. En otras palabras, los requerimientos se dan sólo en el caso de que el anfitrión secundario sea un descendiente directo del primero.
La mas profunda decepción inunda los pensamientos de Tavernor.
—Entonces… es imposible. No tengo… E l pensamiento acaba bruscamente — conforme una premonición llega a su mente —. ¿Quieres decir que Lissa…?
—Si, un hijo — confirma Ludlam —. El embrión tiene ya dos meses.
—No lo sabía; no tenía ni idea.
—Ella es la única que lo sabe. La extrema presión social de su posición, el respeto hacia la carrera de su padre y el bienestar mental, le han obligado a ocultar su estado.
—¡Farrell! — la comprobación de la realidad golpea a Tavernor con la misma violencia que si se hubiera tratado físicamente de una bofetada —. Por eso se casó con Farrell.
—Estás en lo cierto. Y ahora, ¿cambia en algo tu decisión?
—Yo… Tavernor comprende que un pensamiento coherente resulta casi imposible —. Le negaría la vida a mi propio hijo.
—Sólo la proto-vida. Su egón será reclamado. Le garantizamos un lugar muy cerca del centro de la masa-madre.
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