Así comenzó el Proyecto GUARDIÁN ESPACIAL.
Contrariamente a la creencia generalizada, cuando terminé la novela con las palabras «Los ramanos hacían todo en grupos de tres», no tuve la menor intención de escribir una continuación, y mucho menos una trilogía. Me pareció que era un final bonito y fue, de hecho, una idea que se me ocurrió tardíamente. Se necesitó de la intervención de Peter Guber y Gentry Lee para hacerme cambiar de opinión (véase la Introducción de Rama II), y nadie estuvo más sorprendido que yo al encontrarme con que estaba visitando de vuelta Rama en 1986.
Pero, para ese entonces, algo más había ocurrido, que hizo que el impacto de asteroides fuera noticia de primera plana. En un famoso trabajo («Extraterrestrial Cause for the Cretaceous-Tertiary Extinction», [10] "Motivos Extraterrestres para la Extinción en los Cretácico Terciario". (N. del T.)
Science, 1980), el Premio Nobel Luis Alvarez y su hijo geólogo, el doctor Walter Alvarez, habían propuesto una teoría aterradora para explicar la misteriosamente repentina muerte de los dinosaurios, quizá las formas de vida de más éxito que hayan surgido jamás en el planeta Tierra, junto con los tiburones y las cucarachas. Tal como todos saben ahora, los Alvarez demostraron que un suceso catastrófico, de alcance mundial, había tenido lugar alrededor de sesenta y cinco millones de años atrás, y presentaron pruebas que indicaban, con todo énfasis, que un asteroide había sido el responsable. El impacto directo, y los subsiguientes daños al ambiente, habrían ejercido un efecto devastador sobre toda la vida de la Tierra y, en especial, sobre los animales más grandes que habitaban las tierras emergidas.
Por curiosa coincidencia, Luis Alvarez también produjo un impacto de importancia, pero, afortunadamente, benéfico, sobre mi vida. En 1941, en su calidad de jefe de un equipo que trabajaba en el Laboratorio de Radiaciones del MIT, [11] Instituto Tecnológico de Massachussets, una de las instituciones más importantes del mundo en ciencia aplicada. ( N. del T.)
inventó y desarrolló el sistema de radar para aterrizaje a ciegas, más tarde conocido como ACT (Acercamiento Controlado desde Tierra), o GCA en inglés. La Real Fuerza Aérea — que en ese entonces perdía más aviones por las condiciones meteorológicas en Gran Bretaña que por acción de la Luftwaffe— quedó impresionada en extremo por las demostraciones, y la primera unidad experimental se envió a Gran Bretaña en 1943. Como oficial radarista de la RAF, yo tenía la fascinante, y a menudo frustrante, tarea de mantener el Mark I en condiciones operativas hasta que los primeros modelos de fábrica salieran de la línea de producción.
Mi única novela que no era de ciencia ficción, Glide Path ( 1963), se basa sobre esa experiencia, y está dedicada a «Luie” y sus colegas.
Luie abandonó el ACT poco tiempo antes que yo llegara, y voló sobre Hiroshima en ese fatídico día de agosto de 1945, para observar la operación de la bomba que había ayudado a diseñar. No lo pude alcanzar hasta varios años después, en los predios de Berkeley, Universidad de California. La última vez que nos vimos fue en la vigesimoquinta Reunión del ACT en Boston, en 1971. Lamento no haber tenido oportunidad de discurrir con él sobre su teoría de la extinción de los dinosaurios. En una de las últimas cartas suyas que recibí dijo que ya no era una teoría, sino un hecho.
Poco menos que un año antes de su muerte, el 1° de septiembre de 1988, Luie me pidió que escribiera un «elogio ditirámbico», para que se lo publicara en la sobrecubierta de su autobiografía, próxima a aparecer, Alvarez: Adventures of a Physicist ( 1987). Estuve más que feliz de hacerlo y me gustaría repetir lo que ahora es, ¡ay! un tributo póstumo:
Luis parece haber estado en los momentos más encumbrados de la física moderna… y de haber sido responsable de muchos de ellos. Su entretenido libro cubre tantos campos que hasta el lector que no sea científico puede disfrutarlo: ¿quién más inventó sistemas vitales de radar, husmeo en busca de monopolos magnéticos en el Polo Sur, liquidó chiflados de los OVNI y del complot para asesinar a Kennedy, observó las dos primeras explosiones atómicas desde el aire… y demostró que (sorprendentemente), no existen cámaras ni pasadizos ocultos dentro de la pirámide de Kefrén?
Y ahora está dedicado a su trabajo de investigación científica más espectacular, mientras desenmaraña el enigma policial más grande de todos los tiempos la extinción de los dinosaurios. Él y su hijo Walter están seguros de haber encontrado el arma asesina con la que se cometió el Crimen de las Eternidades…
Desde la muerte de Luie, las pruebas que demuestran que hubo un impacto importante, por lo menos de meteoro (o asteroide pequeño), se han acumulado, y se han identificado varios sitios posibles, siendo el favorito actual un cráter sepultado, de ciento ochenta kilómetros de extensión, que está en Chicxulub, en la península de Yucatán, América Central.
Algunos geólogos todavía luchan obcecadamente para conseguir una explicación puramente terrena para la extinción de los dinosaurios (como, por ejemplo, volcanes), y muy bien podría ser que la verdad esté en ambas hipótesis. Pero la Mafia de los Meteoros parece estar ganando la partida, aunque más no fuere porque la trama que plantean es mucho más dramática.
Sea como fuere, nadie duda de que en lo pasado se produjeron impactos de importancia… después de todo, hubo dos aciertos y uno que falló apenas, en este siglo: (Tunguska, 1908; Sijot-Alin, 1947; Oregón, 1972). La cuestión que se ha de decidir es, ¿cuán grave es el peligro y qué se puede hacer al respecto, en caso de que se pueda hacer algo?
Durante la década de 1980 hubo discusiones sobre el problema a todo lo largo y lo ancho de la comunidad científica, y el paso cercano del asteroide 1989 FC (que le erró a la Tierra por nada más que seiscientos cincuenta mil kilómetros) puso el asunto sobre el tapete. Como resultado, la Comisión de Ciencias, Espacio y Tecnología de la Cámara de Diputados norteamericana incluyó el párrafo siguiente en la Ley para Autorización de la NASA de 1990:
En consecuencia, la Comisión instruye a la NASA para que lleve a cabo dos estudios en forma de taller: el primero debería definir un programa para aumentar, de manera notable, la velocidad de descubrimiento de asteroides que crucen la órbita de la Tierra; este estudio habría de consignar los costos, cronograma, tecnología y equipo necesarios para la definición precisa de las órbitas de tales cuerpos. El segundo estudio definiría sistemas y tecnologías para alterar la órbita de tales asteroides o para destruirlos, si llegaran a representar un peligro para la vida en la Tierra. La Comisión recomienda la participación internacional en estos estudios y sugiere que se efectúen dentro del año de haber sido sancionada esta legislación.
Este puede resultar un documento histórico: quién habría creído, hace nada más que unos pocos años, que una Comisión del Congreso habría emitido una declaración semejante
Tal como se la instruyó, la NASA estableció un Taller Internacional para el descubrimiento de Objetos Cercanos a la Tierra, que tuvo varias reuniones en 1991. Los resultados se resumieron en un informe preparado por el Laboratorio de Propulsión por Chorro de Pasadena: «The Spaceguard Survey» (25 de enero de 1992): El párrafo inicial de su capítulo final reza:
La preocupación por el peligro de impacto desde el Cosmos dio pie a que el Congreso norteamericano le solicitara a la NASA que organizara un taller para estudiar las maneras de conseguir una aceleración importante de la velocidad de descubrimiento de asteroides próximos a la Tierra. Este informe bosqueja una red internacional de investigación con telescopios montados en tierra, lo que podría aumentar la tasa mensual de descubrimiento de esos asteroides, desde unos pocos hasta tantos como mil. Tal programa reduciría la escala de tiempo necesaria para levantar un censo casi completo de los asteroides grandes que crucen frente a la Tierra, llevándola desde varios siglos (con la velocidad actual de descubrimiento) a alrededor de veinticinco años. A este programa de estudio que se propone lo denominamos Investigación GUARDIÁN ESPACIAL, tomando el nombre del proyecto similar sugerido por cl escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke hace casi veinte años, en su novela Cita con Rama.
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