—Guau —dije—. Vaya si es un dilema moral. ¿Vais a comunicarlo a vuestro mundo?
—No lo hemos decidido.
—Los wreeds son los éticos. ¿Qué creen que deberíais hacer?
Hollus guardó silencio durante un momento.
—Proponen que empleemos la llama de fusión de la Merelcas para destruir toda la vida en Beta Hydri III.
—¿El mundo forhilnor?
—Sí.
—Buen Dios. ¿Por qué?
—No lo han dejado claro, pero sospecho que están siendo… ¿cuál es la palabra? Irónicos. Si estamos dispuestos a destruir a los que fueron, o podrían ser, una amenaza para nosotros, entonces no somos mejores que los nativos de Groombridge. —Hollus hizo una pausa—. Pero no pretendía cargarte con ese problema. ¿Querías algo de mí?
—Bien, comparado con lo que acabas de decirme, parece una total nadería.
—¿Nadería?
—Algo inconsecuente. Pero, bien, me gustaría hablar con un wreed. Se me ha planteado un dilema moral, y no sé cómo resolverlo.
Los ojos cubiertos de cristal de Hollus me miraron.
—¿Sobre lo de venir con nosotros a Betelgeuse?
Asentí.
—Nuestro amigo T'kna está ahora mismo enfrascado en su intento diario de contactar con Dios, pero estará disponible como en una hora. Si puedes llevar el proyector de holoforma a una sala más grande, le pediré que se una a nosotros.
Otros, naturalmente, habían llegado a la misma conclusión que yo: lo que Donald Chen había denominado con neutralidad «anomalía», y Peter Mansbridge había desestimado discretamente como simple «suerte», estaba siendo considerado a lo largo y ancho del mundo como prueba de intervención divina. Y cada uno le daba su propia interpretación: lo que yo había llamado una pistola humeante se consideraba un milagro.
Aun así, no dejaba de ser una opinión minoritaria: la mayor parte de la gente no sabía nada de supernovas, y muchos, incluyendo a buena parte del mundo musulmán, no confiaban en las imágenes supuestamente producidas por los telescopios de la Merelcas. Otros afirmaban que lo que habíamos visto era obra del diablo: una ardiente visión del infierno, y luego una obscuridad que lo cubría todo; algunos satanistas afirmaban ahora que ellos siempre habían tenido razón.
Mientras tanto, los fundamentalistas cristianos recorrían la Biblia, buscando algún fragmento de las escrituras que pudiesen forzar a ajustarse a la situación. Otros invocaban las predicciones de Nostradamus. Un matemático judío de la Universidad Hebrea de Jerusalén señaló que la entidad de seis miembros era topológicamente equivalente a una Estrella de David de seis puntas y sugirió que lo que habíamos visto era la anunciación de la llegada del Mesías. Una organización llamada la Iglesia de Betelgeuse había montado un sitio web muy elaborado. Y cada mierda seudo científica sobre egipcios y Orión —la constelación donde resulta que se había producido la supernova— tenía su momento de gloria en los medios de comunicación.
Pero lo único que podía hacer esa gente era especular.
Yo tenía una oportunidad de ir a dar un vistazo, para descubrir la verdad.
Nos encontrábamos de nuevo en la sala de conferencias de la quinta planta del Centro de Conservadores, pero en esta ocasión no había cámaras de vídeo. Sólo yo y un pequeño dodecaedro alienígena, y las proyecciones de dos seres extraterrestres.
Hollus permanecía en silencio a un lado de la sala. T'kna estaba de pie al otro lado, con la mesa de conferencias entre ellos. El cinturón auxiliar de T'kna de hoy era verde, pero todavía mostraba el mismo icono de galaxia sangrienta.
—Saludos —dije, una vez que se estabilizó la proyección del wreed.
El sonido de rocas entrechocando, luego la voz mecánica:
—Saludos correspondidos. ¿De éste deseas algo?
Asentí.
—Consejo —dije, inclinando ligeramente la cabeza—. Tu consejo.
El wreed permanecía inmóvil, a la escucha.
—Hollus te ha dicho que padezco cáncer terminal —dije.
T'kna tocó la hebilla del cinturón.
—De nuevo manifiesto pesar.
—Gracias. Pero, mira, me habéis ofrecido la oportunidad de acompañaros a Betelgeuse… para encontrarse con lo que allí haya.
Un guijarro golpeando el suelo.
—Sí.
—Pronto habré muerto. No sé con seguridad cuándo… pero seguro que en unos meses. Ahora bien, ¿debería pasar esos últimos meses con mi familia o debería ir con vosotros? Por una parte, mi familia quiere pasar conmigo hasta el último minuto… y, bien, supongo que comprendo que estar conmigo cuando yo… yo muera forma parte del proceso de completar nuestras relaciones. Y, evidentemente, les amo mucho, y deseo estar con ellos. Pero, por otra parte, mi estado se deteriorará, y seré una carga para ellos. —Hice una pausa—. Si viviésemos en Estados Unidos, quizás hubiese problemas monetarios… al á podría acumularse una gran factura con mis últimas semanas pasadas en un hospital. Pero aquí, en Canadá, eso no forma parte de la ecuación; los únicos factores son los efectos emocionales para mi familia y para mí.
Era consciente de estar expresando mi problema en términos matemáticos —factores, ecuaciones, problemas monetarios—, pero así era como me habían salido las palabras, sin que yo lo hubiese planeado. Esperaba no estar desconcertando por completo al wreed.
—¿Y de mí me pides qué elección debes tomar? —dijo la voz traducida.
—Sí —afirmé.
Se produjo el sonido de rocas entrechocando, seguido de un breve silencio, y luego:
—La elección moral es evidente —dijo el wreed—. Siempre lo es.
—¿Y? —pregunté—. ¿Cuál es la elección moral?
Más sonido de rocas, luego:
—La moral no puede recibirse de una fuente externa —y en ese punto las cuatro manos del wreed tocaron la pera invertida que era su pecho—. Debe venir del interior.
—No vas a decírmelo, ¿verdad?
La imagen del wreed se agitó y desapareció.
Esa noche, mientras Ricky veía la tele en el sótano, Susan y yo volvimos a sentarnos en el sofá.
Y le dije lo que había decidido.
—Siempre te querré —le dije a Susan.
Ella cerró los ojos.
—Y yo también te amaré siempre.
No era de extrañar que me gustase tanto Casablanca. ¿Se iría Ilsa Lund con Victor Laszlo? ¿O se quedaría con Rick Blaine? ¿Seguiría ella a su esposo? ¿O seguiría a su corazón?
¿Y había cosas más importantes que ella? ¿Más importantes que Rick? ¿Más importantes que ellos dos? ¿Había otros factores a considerar, otros términos en la ecuación?
Pero —seamos sinceros— ¿había algo más importante en mi caso? Claro, podría ser que en el corazón del asunto estuviese Dios —pero si yo iba, nada cambiaría, de eso estoy seguro… mientras que la resistencia continuada de Victor frente a los nazis ayudó a salvar el mundo.
Aun así, tomé mi decisión.
Por difícil que fuese, tomé mi decisión.
Pero nunca sabría si fue la correcta.
Me incliné y besé a Susan, la besé como si fuese la última vez.
—Hola, colega —dije al entrar en la habitación de Ricky.
Ricky estaba sentado frente a su mesa, que tenía una lámina con un mapamundi sobre la superficie. Estaba dibujando algo con lápices de colores, con la lengua sobresaliendo de la comisura de la boca con el aspecto primordial de concentración infantil.
—Papá —dijo, reconociendo mi presencia.
Miré a mi alrededor. La habitación estaba desordenada, pero no era un desastre. Había ropa sucia en el suelo; normalmente le reñía por eso, pero no hoy. Tenía varios pequeños esqueletos de dinosaurios en plástico que yo le había traído, y una figura parlante de Qui-Gon Jinn que había recibido por Navidad. Y libros, muchos libros para niños: nuestro Ricky crecería para ser lector.
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