Robert Silverberg - Sadrac en el horno

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Sadrac en el horno: краткое содержание, описание и аннотация

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Siglo XXI. Un mundo en ruinas gobernado por un viejo y astuto tirano, Genghis II Mao IV Khan. La vida del Khan se mantiene gracias a la habilidad de Sadrac Mordecai, un brillante cirujano negro cuya misión es reemplazar los órganos deteriorados del presidente.
Los más modernos aparatos se utilizan para tres proyectos de gran envergadura, uno de ellos, el proyecto Avatar, tiene por objeto lograr la inmortalidad del viejo líder transfiriendo la mente y la personalidad del Khan a un cuerpo más joven.
Sadrac descubre que ha sido elegido para ese macabro proyecto, pero logra idear con increíble serenidad un peligroso plan para cambiar la faz de la Tierra.
Nombrado para el premio Nebula a la mejor novela en 1976.
Nombrado para el premio Hugo a la mejor novela en 1977.

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Luego visité el laboratorio de Avatar, el proyecto de Nikki Crowfoot. ¡Ah, sí! Hermosa mujer, aunque estos últimos días se la ve tensa, deprimida, introvertida. Supongo que se debe sentir culpable por el destino de Sadrac. Claro, es lógico, pero sigue siendo fiel servidora del Khan. ¿Y eso es bueno? ¿Cuándo estará todo listo para hacer la transferencia?", le pregunté. "Es sólo una cuestión de meses", me contestó. Fue tan intensa mi emoción, que Sadrac me llamó desde arriba para ver si estaba bien. Le dije que se preocupara por sus cosas, pero lo que ocurre es que yo soy sus cosas. La verdad es que tengo muchas esperanzas en Avatar. Pronto luciré un cuerpo nuevo y sano. Antes de que llegue el invierno, le hablaré al mundo con los labios de Sadrac, respiraré el aire con los pulmones de Sadrac.

Promedia la tarde y Sadrac se dirige al laboratorio del Proyecto Avatar. Entra sin anunciarse. Apenas atraviesa la puerta, se enfrenta con Manfred Eis, el asistente principal de Nikki Crowfoot, que emerge de un laberinto de equipos, se acerca caminando a grandes trancos como un Thor belicoso y se detiene en una majestuosa posición de alto, tan típica de los guerreros que sólo le falta el chasquido de talones.

—Estamos muy ocupados en este momento —anuncia Eis en desafiante declaración.

—Me alegro.

—¿Vino por qué…?

—Una inspección de rutina —responde Sadrac indulgente—. Quiero ver cómo marchan las actividades. Hacía mucho que no venía.

Efectivamente, hace varias semanas que Sadrac no pasa por el Laboratorio Avatar. La última vez que estuvo fue exactamente antes de la muerte de Mangú, y, según su plan de actividades, debe visitar los laboratorios por lo menos una vez por mes, pero la conducta de Eis está muy lejos de ser una bienvenida. Manfred Eis es un hombre frío, apático para elegir un adjetivo mejor, es típicamente teutónico, rígido, de mandíbulas cuadradas y hombros cuadrados, vidriosos ojos azules, dientes perlados cabello rubio y largo, un prototipo nórdico, si no fuera por la cicatriz desafiante. Sadrac esta acostumbrado a la descortesía aria del doctor Eis, pero hoy hay algo distinto en sus modales, una suerte de hostilidad gratuita, un aire de superioridad vagamente despectivo que perturba a Sadrac, ya que supone que esta actitud tiene que ver con su participación repentina y significativa en los objetivos del Proyecto Avatar.

A Eis le alegra la idea de que hayan elegido a Sadrac. Eis se siente complacido, le parece perfecto que Sadrac sea el donante. Sí. eso es: tal vez haya sido Eis el que convenció a Genghis Mao para que eligieran a Sadrac. No, no, un empleadito como Eis no habría podido tener acceso al Khan. sin embargo, debe haberse regocijado ante la idea, como se regocija en este preciso momento, y a Sadrac no le gusta que nadie goce su mala suerte. Se pregunta qué posibilidades habrá de encontrar alguna aplicación experimental apropiada para el bello cuerpo nórdico de Eis.

De todas maneras, Sadrac es el director general de los tres proyectos, y Eis tendrá que reconocer su autoridad y permitirle que inspeccione el laboratorio, por más atareados que estén. Obviamente, hoy es un día de mucho trabajo en el laboratorio, demasiado: toda clase de experimentos con toda clase de animales; técnicos alterados, empapados en sudor arrastrando aparatos electrónicos de una sala a la otra; hombres y mueres corriendo de aquí para allá, enloquecidos, revoloteando manojos de papeles impresos. Realmente, parece un circo, un circo maníaco y cómico un circo de científicos lunáticos en plena actividad, que se afanan desesperadamente por cuadrar el círculo antes de que llegue el momento de la largada.

Sadrac contempla el ir y venir de gente y la idea de que el es el círculo que deben cuadrar lo descompone. El es el hazmerreír, el bobalicón, la víctima, el alimento de toda esta maquinaria, y la razón de esta atmósfera maníaca del laboratorio Avatar, es la necesidad de hacer, lo antes posible, todos los cambios necesarios de los parámetros de Mangú para adecuarlos a los parámetros de Sadrac. Probablemente, unas cuantas personas de las que están aquí sepan tanto de su cuerpo como el, de los patrones de sus ondas cerebrales, de los elementos que componen sus circuitos neurales, de sus niveles de serotonina. Es posible que lo hayan estado analizando secretamente durante días. (¿Cómo hacen? ¿Roban pedacitos de uñas? ¿Recortes de pelo?) Sadrac se pregunta cuántos de los técnicos del laboratorio están al tanto del cambio de donante, y se imagina que todos lo saben, que todos lo miran con secreta fascinación, aun los que corren de aquí para allá, que lo miden desde lejos, comparando su tamaño natural al del simulacro abstracto y sintético de Sadrac Mordecai con el cual trabajan. Pero tal vez no. Aparentemente muy poca gente de Avatar sabía que Mangú iba a ser el donante, y, por lo tanto, es muy probable que sean aún menos los que conocen la identidad del reemplazante de Mangú.

Nikki, sin embargo, no presenta el aspecto frenético de todos los demás. Lo saluda a Sadrac con voz serena y le explica que el proyecto se desarrolla satisfactoriamente. Lo dice en tono seguro y calmado, sin apartar su mirada de los ojos de Sadrac. Que este proyecto se desarrolle satisfactoriamente significa exactamente que cada vez falta menos para la destrucción de Sadrac, y Nikki, sin duda, sabe muy bien que ésa es la interpretación que él le dará, pero, es obvio que la doctora Crowfoot ha tomado la determinación de dejar de sentirse culpable y de no evadir preguntas y situaciones. Ya han puesto las cartas sobre la mesa: ella admitió que prefería traicionar a su amante antes de desobedecerle a Genghis Mao. Ahora, pues, la vida continúa —nadie sabe hasta cuándo— y Nikki debe seguir adelante con su trabajo. Todo esto transcurre en un espacio de noventa segundos, expresado no con palabras, sino con el tono de la voz y la expresión de los ojos. Es un alivio para Sadrac, ya que la idea de que alguien se sienta culpable por su causa, lo hace sentir culpable a él.

—Me gustaría ver los equipos —dice Sadrac.

—Ven.

Nikki lo pasea por el laboratorio, mostrándole el zoológico de animales transmigrados, el último logro de las metempsicosis electrónicas: aquí hay un perro con el alma de un mapache, que, con mucho esmero, lava sus alimentos en un recipiente lleno de agua; y allí hay un águila, en cuyo cerebro han codificado la mente de un pavo real, que se pasea engreída, se acomoda las plumas y extiende las alas; ¿y aquello? Es una leona con alma de oveja, plácidamente echada, masticando forrajes que, con seguridad, dañarán su sistema digestivo. Todas estas criaturas reencarnadas tienen la mirada inmóvil, perpleja, como si un insaciable parásito les estuviera devorando las entrañas. Sadrac, entonces, le pregunta a Nikki si esa característica estará también presente en los avatares humanos, si el alma anulada del cuerpo donante no permanecerá como un miasma para perturbar la vida de su reemplazante.

—Creemos que no —dice Nikki—. Recuerda que los animales que te he mostrado fueron sometidos a implantaciones de las mentes codificadas de otras especies, de otras clases genéricas. Un pavo real nunca estará cómodo en el cuerpo de un águila, o una oveja en el cuerpo de un león. Con el tiempo el animal aprende a dominar su nuevo cuerpo, pero siempre tenderá a volver a sus reflejos originales.

—¿Por qué, entonces, molestarse en conmutaciones transgenéricas? ¿Qué sentido tiene? ¿Demostrar lo inteligente que eres?

—¿Qué sentido tiene? Que las disparidades entre la entidad donante y el recipiente son tan notables que inmediatamente podemos confirmar el éxito de la implantación. Si transferimos el alma de un spaniel al cuerpo de otro spaniel, si transferimos un chimpancé a otro chimpancé, una cabra a otra cabra, ¿cómo sabemos si cumplimos con nuestro objetivo? La cabra no nos puede decir. El spaniel no nos puede decir.

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