—¿Qué diablos es todo esto? —interrumpió una voz impaciente en el nuevo circuito—. Si es una broma, tendrán ustedes que responder ante los coordinadores generales. ¿Quién envió ese mensaje sobre Proyecto Pez Con Pulmones?
Alfeo se volvió nerviosamente hacia la pantalla donde estaba la furiosa cara de Dolmetsch.
—Habla Estación Cara Oculta, señor. Tenemos un enlace de vídeo directo con Perla , ex asteroide del Cúmulo Egipcio, y ahora nave interplanetaria. Mejor dicho, interestelar. —Se sofocó un poco al decir las palabras y miró hacia la otra pantalla en busca de apoyo moral—. Solicitaron un enlace prioritario con la oficina de los coordinadores generales y pidieron que le enviáramos a usted ese mensaje.
Había una pausa perceptible mientras los mensajes iban desde Cara Oculta, a través de un relé lunar de órbita baja, hasta la Tierra, por intermedio del relé L-5, y luego volvían por el mismo camino. Dolmetsch puso una cara digna de verse cuando vio la reluciente esfera en la pantalla. Expresó confusión, alarma y al fin excitación.
—¿Es Betha? —exclamó—. ¿Dónde estás? La imagen que recibo no puede estar en el Cúmulo, es demasiado nítida.
—Me mudé, Laszlo. Planeábamos hacerlo dentro de un par de años, pero tuvimos que adelantarnos. Te imaginarás por qué: la situación de la Tierra, con el colapso económico y los cambios logianos de John Larsen. En este momento Perla vuela alrededor de la Luna, y la dirijo a una órbita terrestre baja.
Dolmetsch cabeceó melancólicamente. Con su gran nariz ganchuda, parecía un ave de presa lista para lanzarse sobre su víctima.
—Tienes razón en cuanto a la situación de aquí —suspiró—. Está empeorando a cada momento. Incluso hemos desistido de mantenerla en secreto. Estamos utilizando todas las correcciones empíricas que conozco, pero es como un montoncito de arena contra una marejada. ¿Está Robert allí?
—No. Ya ha iniciado su otra misión. Mira, Laszlo, sabes que no puedo viajar a la Tierra. Todos los cambios aún van bien, y estoy iniciando la Fase Dos. Hemos escogido una estrella. No puedo acercarme a una superficie planetaria con esta forma. Pero Robert y yo entendemos que mi aspecto podría ser el único modo de persuadirte de que actúes de acuerdo con la información que queremos darte.
—¿Quién es Robert? —le preguntó Alfeo a Tem en voz baja—. ¿No me decías, hace unas horas, que nada interesante ocurre cuando montas guardia en Cara Oculta?
—Sube y adopta nuestra órbita —continuó Betha Mestel—. Luego entra en Perla . Trae contigo a los coordinadores generales, tantos como quieras. Habrá que persuadirlos aún más que a ti. El hombre que está conmigo, Park Green, regresará a la Tierra contigo. Tiene todos los materiales que Robert dejó aquí… y llevará consigo la teoría general de la estabilización.
Dolmetsch hizo una pausa más larga de lo habitual. Cuando habló, su voz sonaba cauta y recelosa.
—Betha, nos conocemos desde hace mucho tiempo para mentirnos, pero creo que puedes estar en un gran error. Sabes con cuánto empeño hemos buscado una teoría general. Te lo he dicho muchas veces, pero lo repetiré. El trabajo que he realizado ha sido innegablemente útil, pero a lo sumo he sido un Kepler o un Paraday. Aún estamos esperando al Newton o al Maxwell que integre todos mis datos empíricos con algunas explicaciones fundamentales, leyes matemáticas que lo correlacionen todo. Ahora me dices que la tenemos, justo cuando más la necesitamos. Me cuesta aceptar tamaña coincidencia. ¿Me estás diciendo que ese individuo, Green, elaboró la teoría general de buenas a primeras?
—No. Él no es un teórico de la economía. Ni siquiera conoce lo más elemental. Laszlo, en los últimos dos meses aprendí algo, y tú también tendrás que aprenderlo. En el sistema solar hay ahora un intelecto en comparación con el cual Robert y tú sois dos chiquillos. A partir de lo que ya sabía de tu trabajo, vio cómo pasar a las leyes subyacentes. Tardó sólo unas semanas en hacerlo.
—¡Semanas! —exclamó Dolmetsch, aún más escéptico—. Y nosotros hemos trabajado en ello durante años… Me gustaría conocer a tu superhombre. Y quiero ver esa teoría, en detalle, antes de aceptarla o utilizarla.
—Ya lo conoces, pero ahora no podrás verlo. Te mostraré la teoría cuando vengas aquí. Llega al extremo de definir el conjunto de medidas correctivas que necesitas para detener las oscilaciones económicas.
—Betha, eso es imposible , con teoría general o sin ella. Tienes que tratar la causa, no los síntomas. Tenemos que saber qué factor activó las nuevas oscilaciones.
—Lo sé. Tú también lo comprenderás cuando veas las pruebas formales. Podemos decirte qué factor las desencadenó, y podrás comprobarlo personalmente. La raíz de los problemas empezó el día del primer rumor de que habíamos establecido contacto con alienígenas. En otras palabras, el día en que John Larsen adoptó la forma logiana.
Dolmetsch reflexionó.
—Es verdad —dijo a regañadientes—. Empezó ese día, y ha empeorado cada vez más. Continúa, Betha.
—Tú puedes continuar. ¿Cuál es la causa más probable de las inestabilidades?
—La perturbación psicológica. —Dolmetsch frunció el ceño, concentrándose—. Siempre hemos sospechado que un cambio básico de actitudes sería el punto de arranque de una inestabilidad generalizada. ¿Dices que los rumores sobre Larsen fueron el comienzo? Quizá. La gente cambiaría de opinión sobre muchas cosas si pensara que hay alienígenas aquí. La xenofobia es siempre una fuerza poderosa, y en la Tierra ya hay habladurías sobre inmortalidad y superinteligencia.
Negó con la cabeza, y continuó:
—Betha, me agradaría creerte, pero no parece demasiado probable que la teoría general nos traiga la solución justo cuando la necesitamos.
—Sería coincidencia si los dos acontecimientos fueran independientes. No lo son. En verdad son el mismo. La forma logiana desencadenó la inestabilidad y también creó la inteligencia capaz de comprenderla y desarrollar medidas para solucionarla. No hay coincidencia, sino consecuencia . Hubo una causa básica para ambos acontecimientos: el cambio a la forma logiana.
Mientras continuaba la conversación, Perla trazaba círculos cada vez más grandes alrededor de la Luna, buscando una senda de aproximación a una órbita terrestre. Cuando la geometría lo permitió, el enlace con la Tierra fue encauzado automáticamente por un camino alternativo a través de un relé L-5, y la recepción de las señales comenzó a esfumarse en Cara Oculta. Tem y Alfeo se arquearon sobre la pantalla, aguzando el oído para captar esas voces cada vez más débiles.
—Estaré allá arriba cuando llegues —dijo Dolmetsch. La voz era firme, y parecía haber tomado una decisión—. Sabes que aquí la situación es grave. Si espero demasiado para iniciar las nuevas correcciones, quizá sea demasiado tarde. ¿Puedes enviarme algo mientras te aproximas, para que pueda poner alguna medida en marcha antes de salirte al encuentro?
—Desde luego. Empezaremos a enviar datos por otro circuito en cuanto puedas abrir uno.
La distorsión de la señal recibida en Cara Oculta crecía deprisa. Alfeo había sintonizado ganancia máxima, pero las voces se perdían.
El horizonte lunar interceptaba la transmisión a la antena de Cara Oculta.
—¿Y dónde está ahora Robert Capman? —preguntó Laszlo Dolmetsch.
Su voz era un débil susurro en el ruido de fondo.
Tem y Alfeo se agacharon junto a la consola, esperando la respuesta de Mestel.
—¿Qué dijo? —susurró Tem.
Alfeo sacudió la cabeza. Sólo oían el siseo amplificado de la estática interplanetaria, los chirridos y crujidos de los soles y los planetas.
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