—No sea tonto, señor Wolf. —Ransome avanzó otro paso—. Escapó de sus habitaciones. Un logro inusitado que además estoy dispuesto a reconocer. Pero aparte de eso, no tiene poder alguno para influir sobre los acontecimientos. Está en una forma física desastrosa y no parece comprender la realidad. Puedo hacer que dentro de nada un centenar de personas aparezcan aquí para reducirle. Así que suelte ese arma.
—¡Atrás! Ultima advertencia.
Pero Ransome seguía avanzando, sonriendo todavía. Y Bey comprendía que estaba al límite de sus fuerzas.
Era ahora o nunca. Con manos temblorosas, apuntó directamente a la cabeza de Ransome, gruñó y disparó.
Se produjo el habitual destello azul. Bey se desplomó contra la pared. Ransome no le había dejado ninguna opción, demasiadas vidas dependían de que detuviera a aquel hombre, pero Bey se sentía enfermo por lo que había hecho. ¿Le perdonaría Mary, comprendería que tenía que hacerlo ?
Mientras la radiación Cherenkov se apagaba, Bey alzó la cabeza. ¡Increíble! Ransome se movía todavía. Había sido atravesado por un rayo de alta intensidad. ¡Imposible!
Aparecieron bordes de Cherenkov. Mientras Bey observaba, la cara de Ransome se volvió amarilla y empezó a burbujear. La piel se evaporó en ardientes bolsas de luz, revelando la pared de detrás a medida que sus colores se difuminaban.
Las burbujas de la cara de Ransome estallaban en su cerebro. Bey soltó la pistola y se derrumbó contra Mary.
—Efectos de interferencia de campo… ¡una holografía!
—Por supuesto. —La imagen de Ransome empezaba a difuminarse y sólo su voz parecía flotar claramente en el aire—. ¿De qué otro modo podría aparecer ante usted cuando estoy lejos? ¡Y qué idiota tiene que ser usted, Wolf, para creer que no habría tomado precauciones contra la muerte y la traición!
El uniforme de Ransome se volvía transparente. Su sonrisa mostraba una boca negra, dientes negros, mientras se volvía hacia Mary.
—Deja ya a este idiota. Merece morir. Y por su aspecto no tardará mucho en hacerlo.
Miró a Bey y sacudió la cabeza con expresión de desdén.
—Me temo que desgraciadamente le he sobrestimado, Wolf. Es tan idiota como los otros. ¿Creía de verdad que me expondría a morir sin terminar la obra de mi vida? Si hubiera accedido a cooperar podría haberle salvado. Pero intentó matarme… y eso significa su propia muerte. Su vida está acabada. Para mí, y para lo que voy a hacer, es sólo el principio.
—No. —La garganta de Bey se tensaba. Tenía poco tiempo para hablar—. Usted es el loco, Ransome. Usted es el que no comprende la realidad. Está acabado. Hace unos minutos enviamos un mensaje, por todos los circuitos, a los Sistemas Interior y Exterior. La gente sabe dónde está, lo que es, con cuántas acciones ha matado. Está acabado, Ransome, aunque no lo admita. No importa adonde huya, dónde se oculte, le encontrarán y lo llevarán a juicio.
La imagen del rostro de Ransome destelló de furia y asombro.
—Un acto verdaderamente intolerable. Y bastante fútil. No estoy acabado… ¡no he hecho más que empezar! Y tengo a mi alcance herramientas que están más allá de su imaginación. Le diría que espere y verá, pero no vivirá lo suficiente para eso. Muera ahora, Wolf, se le ha acabado el tiempo.
¿Era cierto? ¿Tenía Ransome más fortalezas secretas, otros recursos? Bey no lo sabía y ya no podía analizar nada. Si había que librar otras batallas contra Ransome, otros tendrían que librarlas.
Black Ransome . Ya todo se oscurecía a su alrededor. ¿O era que se estaba quedando inconsciente?
—Deja a este idiota ignorante, Mary, y sigúeme —dijo una voz cortante. Y entonces incluso la sombra oscura desapareció.
Bey luchó por mantenerse en pie, por apartarse de Mary. Ella le miraba, sujetándolo, los ojos como platos, el rostro junto al suyo.
—¡Bey! ¿Puedes oírme?
«Sombrío, sonriente rey. Ransome se ha ido. Ransome se ha ido.» Su cabeza se disolvía, fundido en negro. «Piérdete muy lejos, disuélvete, y olvida…» Bey trató de asentir, fracasó, sintió que las piernas se le doblaban.
—¡Bey! —La voz era de Mary, de su Mary, infinitamente triste y lejana—. Estoy aquí.
Él ya no podía verla. Intentó agarrarle la mano, pero al hacerlo toda sensación escapó de sus yemas.
Mary, vestida con un traje blanco de flores: «Esto es romero, para recordar.» Mientras la miraba, creció, adelgazó, palideció, se convirtió en Sylvia, le miró con desaprobación. «Demasiado pequeño, Bey Wolf, demasiado peludo. Horrible.» Sin previo aviso sus rasgos fluyeron, se convirtieron en los de Andrómeda Diconis. Tenía el labio inferior hinchado, la cara arrebolada de pasión, el pelo rojo (¿pelo rojo?), el pelo de Mary, la ronca voz de Mary diciendo: «Hay peticiones en el amor que pueden ser cumplidas.» Una cara pálida bajo el negro cabello suelto y el rebuscado sombrero. El ya había visto ese vestido muchas veces.
La mente de Bey era un caos de estados cuánticos, transiciones sin advertencia o control, palabras e imágenes fragmentadas y entrelazadas.
«Estoy muriendo, Egipto, muriendo: sólo yo importuno a la muerte aquí, deposito los últimos de muchos miles de besos sobre tus labios.» Oyó a Mary hablando en su mente, vio de nuevo la ropa de algodón, el pelo trenzado, el alto sombrero, luchó contra su ibrazo. «Pero tú no estás muriendo, Mary. Soy yo quien muere. Tengo una cita con la muerte, a medianoche, en alguna colina incendiada. Pero no era así, estoy recordando mal. Y esto no es la Tierra. Estoy muriendo aquí, lejos de la Tierra. Lejos de la noche y de la mañana, y más allá del cielo perlado.
»Siempre estuve seguro de morir en la Tierra. Por la noche, al final de un perfecto día de verano. Estrella del atardecer y de la noche, y una clara llamada para mí.»
Sintió que los brazos de Mary se tensaban en torno a él, sujetándolo al mundo. Luego también esa sensación desapareció. Al final no quedó nada, nada a lo que aferrarse. Todo el universo parpadeaba, borrándose de la existencia.
«Tu mano, gran Anarch, deja caer el telón. Y la oscuridad universal lo entierra todo.»
Bey se apagó.
Sólo el cambio es perdurable.
HERÁCLITO
Bey había luchado con todas sus fuerzas, pero la presión acabó por hacerse irresistible. Fue izado, penosamente hacia la vida, hacia la consciencia, hacia la incomodidad, con tanta firmeza y decisión como un corcho en una ola.
Llegó a la orilla de la consciencia y permaneció un rato tendido con los ojos cerrados, rechazando el mundo. Pero no podía bloquear los sonidos. Junto a él había un silbido asmático y esforzado, la respiración entrecortada de un ser humano cercano a la muerte.
Al cabo de dos minutos, Bey ya no pudo soportarlo más. Permitió que sus ojos se abrieran, y de inmediato fue plenamente consciente.
Encaramado a la puerta abierta del tanque de cambio de formas, a menos de quince centímetros de su rostro, se encontraba Turpin . El cuervo tenía la cabeza inclinada hacia un lado y sus brillantes ojos negros miraban a Bey sin parpadear. Soltó de nuevo un temible silbido rugiente acompañado de una tos borboteante.
Como un eco, oyó un carraspeo más lejano. Tres metros más allá de Turpin estaba sentado Leo Manx, con cara de enfado y desaprobación. Cuando vio que Bey tenía los ojos abiertos, asintió.
—Por fin. Bien. Se lo diré a los demás.
Se levantó y salió rápidamente, antes de que Bey pudiera hacerle la primera de una docena de preguntas.
Posiblemente daba igual. Bey no podía hablar. Se inclinó hacia delante en el tanque y expulsó de los pulmones una flema oscura y pegajosa mientras Turpin se apartaba rápidamente con un graznido de furia.
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