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Robert Sawyer: Recuerdos del futuro

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Robert Sawyer Recuerdos del futuro

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Recuerdos del futuro es la historia de un asombroso descubrimiento en las instalaciones del CERN en Suiza. El equipo de investigación de Lloyd Simcoe y Theo Procopides está empleando el acelerador de partículas del laboratorio para buscar el esquivo bosón de Higgs, una partícula subatómica teórica. Pero su experimento sale terriblemente mal y, durante unos instantes, la conciencia de toda la raza humana es arrojada veinte años hacia el futuro. Mientras la humanidad debe restañar los catastróficos efectos inmediatos del experimento (miles resultan muertos o heridos cuando el cuerpo de todos los hombres y mujeres queda inconsciente en el presente), las implicaciones más serias tardan algo en aparecer. Aquellos que no recibieron visión del porvenir tratan de descubrir cómo morirán, mientras que otros buscan a sus futuros amantes. Lloyd deberá superar la culpabilidad de haber provocado accidentalmente la muerte de la hija de su prometida, mientras Theo se ve atrapado en la investigación de su propio asesinato. A medida que las verdaderas consecuencias de lo sucedido comienzan a hacerse claras, la presión para repetir el experimento aumenta sin cesar. Todos quieren un destello del futuro, una oportunidad para saltar y ser testigo de su éxito... o para aprender a evitar sus errores.

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—No me ofenda —replicó Béranger—. No solo habrá gente viendo la CNN, sino el servicio mundial de la BBC, el canal francés de noticias, la CBC Newsworld y cualquier otra cosa que podamos sacar del satélite; lo grabaremos todo en cinta. Quiero un informe exacto de toda la información en el momento en que se produzca; no voy a permitir que nadie infle después las reclamaciones por daños.

—Estoy más interesado en las pistas sobre la causa del fenómeno —respondió Theo.

—También nos encargaremos de eso, por supuesto. No se olvide de informarme de sus progresos cada hora en punto.

Theo asintió y Béranger abandonó la sala. El griego se frotó las sienes, deseando que Lloyd hubiera estado allí.

—Bien —dijo al fin a Jake—. Supongo que deberíamos comenzar con un diagnóstico completo de todos los sistemas en el centro de control; tenemos que saber si algún aparato ha fallado. Y formemos un grupo para descubrir lo que podamos sobre las alucinaciones.

—De eso puedo encargarme yo —se ofreció Jake.

Theo asintió.

—Bien. Usaremos la sala de conferencias de la segunda planta.

—De acuerdo. Nos veremos allí en cuanto pueda.

Theo asintió y Jake desapareció. Sabía que también él tenía que ponerse en marcha, pero por unos instantes se quedó sentado, aún conmocionado.

Michiko consiguió reunir ánimos para intentar llamar al padre de Tamiko en Tokio (a pesar de que allí aún no eran las cuatro de la madrugada), pero las líneas estaban saturadas. No era la clase de mensaje que uno quería mandar por correo electrónico, pero si había algún sistema de comunicaciones internacional activo, ése era la Internet, aquella hija de la Guerra Fría diseñada para ser totalmente descentralizada, de modo que, por muchos nodos que cayeran ante las bombas enemigas, los mensajes consiguieran de cualquier modo llegar a su destino. Empleó uno de los ordenadores del colegio y escribió a toda prisa una nota en inglés; en su apartamento tenía un teclado kanji , pero allí no había ninguno disponible. No obstante, fue Lloyd el que tuvo que dar las órdenes necesarias para enviar el correo, ya que Michiko se derrumbó de nuevo al intentar de forma infructuosa acertar al botón apropiado.

Lloyd no sabía qué decir o hacer. Normalmente, la muerte de un hijo era la mayor crisis a la que se podía enfrentar un padre, pero no había duda alguna de que Michiko no sería la única en conocer aquel día esa tragedia. Había tantos muertos, tantos heridos, tanta destrucción… El horrendo escenario no hacía que la pérdida de Tamiko fuera más fácil de soportar, claro, pero…

…pero aún había cosas que hacer. Era posible que Lloyd no debiera haber dejado el CERN; después de todo, posiblemente era su experimento y el de Theo el que había causado todo aquello. Había acompañado sin titubeos a Michiko no solo por que la amaba y porque se preocupaba por Tamiko, sino también porque, al menos en parte, quería escapar de lo que había sucedido.

Pero ahora…

Ahora tenían que regresar al CERN. Si alguien debía descubrir lo que había pasado (y no solo allí, sino, por los informes de la radio y los comentarios de otros padres, en todo el mundo), sería la gente del CERN. No podían esperar a que llegara una ambulancia para llevarse el cuerpo, ya que podría tardar horas, incluso días. Además, la ley les impediría mover el cadáver hasta que la policía lo examinara, aunque parecía muy poco probable que se pudiera considerar responsable al conductor.

Al fin llegó Madame Severin, que se ofreció a que tanto ella como el resto del personal cuidaran de los restos de Tamiko hasta que llegara la policía.

El rostro de Michiko estaba enrojecido, al igual que sus ojos. Había llorado tanto que no le quedaba más, pero cada pocos minutos su cuerpo se convulsionaba, como si siguiera sollozando.

Lloyd también quería a la pequeña Tamiko, que hubiera sido su hijastra. Había pasado tanto tiempo consolando a Michiko que no había tenido la oportunidad de llorar; sabía que el momento llegaría, pero en ese momento, en ese preciso momento, debía ser fuerte. Usó el dedo índice para levantar con suavidad el mentón de Michiko. Ya había decidido las palabras (deber, responsabilidad, trabajo que hacer, debemos irnos), pero Michiko también era fuerte a su modo, y sabia, y maravillosa, y la amaba en lo más profundo de su ser, y no era necesario decir nada más. Ella consiguió emitir un débil asentimiento con los labios temblorosos.

—Ya lo sé —dijo en inglés, con la voz apagada y ronca—. Tenemos que regresar al CERN.

Él le ayudó a caminar con un brazo en la cadera y el otro sosteniéndola por el codo. El sonido de las sirenas no se había detenido en ningún momento: ambulancias, camiones de bomberos, coches patrulla aullando y desvaneciéndose con el efecto Doppler, un trasfondo constante desde el momento del fenómeno. Llegaron hasta el coche de Lloyd ayudados por la pálida luz nocturna (muchas farolas habían quedado fuera de servicio) y condujeron por las calles llenas de restos hasta el CERN; Michiko no dejó de abrazarse durante todo el trayecto.

Mientras conducía, Lloyd pensó un instante en un suceso que su madre le había contado una vez. Él era un renacuajo, demasiado pequeño para recordarlo: la noche en que se apagaron las luces, el gran apagón eléctrico en el este de Norteamérica de 1965. La luz se había ido durante horas. Aquella noche su madre estaba sola con él en casa, y decía que todos los que hubieran vivido aquel increíble apagón recordarían, el resto de sus vidas, dónde estuvieron exactamente en aquel momento.

Aquello sería igual. Todo el mundo recordaría dónde estuvo durante el apagón (aunque se tratara de un apagón de otra clase).

Todos los que hubieran sobrevivido a él, por supuesto.

4

Para cuando Lloyd y Michiko regresaron, Jake y Theo habían reunido a un grupo de trabajadores del LHC en una sala de conferencias de la segunda planta del centro de control.

Casi todo el personal del CERN vivía en la ciudad suiza de Meyrin, que lindaba con el extremo oriental del campus; en Ginebra, varias decenas de kilómetros más allá; o en los pueblos franceses de St. Genis y Thoiry, al noroeste del CERN. Pero procedían de toda Europa, así como del resto del mundo. Las decenas de rostros que ahora se fijaban en Lloyd eran de lo más variopinto. Michiko también se había unido al círculo, pero se encontraba ausente, con los ojos vidriados. Estaba simplemente sentada en la silla, meciéndose con lentitud.

Lloyd, director del proyecto, dirigió la reunión. Los miró de uno en uno.

—Theo me ha comentado las informaciones de la CNN. Supongo que está bastante claro que hubo numerosas alucinaciones por todo el mundo —inspiró profundamente. Foco, propósito… Eso era lo que necesitaba en ese momento—. Veamos si podemos comprender exactamente lo que ha sucedido. ¿Podemos ir por orden? No entréis en detalles; limitaos a resumir en una frase lo que visteis. Si no os importa, tomaré notas, ¿de acuerdo? Olaf, ¿podemos empezar por ti?

—Claro —respondió un rubio musculoso—. Estaba en la casa de verano de mis padres. Tienen un chalé cerca de Sundsvall.

—En otras palabras, era un lugar conocido —respondió Lloyd.

—Oh, sí.

—¿Fue muy precisa tu visión?

—Muy precisa. Era exactamente como la recordaba.

—¿Había alguien más en la visión?

—No… lo que resultaba extraño. Sólo voy allí para visitar a mis padres, pero no estaban.

Lloyd pensó en su propia imagen envejecida en el espejo.

—¿Te… te viste a ti mismo?

—¿Te refieres a un espejo? No.

—Muy bien. Gracias.

La mujer junto a Olaf era negra, de mediana edad. Lloyd se sintió incómodo; sabía que debía conocer su nombre, pero no era así. Al final, se limitó a sonreír.

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