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Robert Sawyer: Recuerdos del futuro

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Robert Sawyer Recuerdos del futuro

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Recuerdos del futuro es la historia de un asombroso descubrimiento en las instalaciones del CERN en Suiza. El equipo de investigación de Lloyd Simcoe y Theo Procopides está empleando el acelerador de partículas del laboratorio para buscar el esquivo bosón de Higgs, una partícula subatómica teórica. Pero su experimento sale terriblemente mal y, durante unos instantes, la conciencia de toda la raza humana es arrojada veinte años hacia el futuro. Mientras la humanidad debe restañar los catastróficos efectos inmediatos del experimento (miles resultan muertos o heridos cuando el cuerpo de todos los hombres y mujeres queda inconsciente en el presente), las implicaciones más serias tardan algo en aparecer. Aquellos que no recibieron visión del porvenir tratan de descubrir cómo morirán, mientras que otros buscan a sus futuros amantes. Lloyd deberá superar la culpabilidad de haber provocado accidentalmente la muerte de la hija de su prometida, mientras Theo se ve atrapado en la investigación de su propio asesinato. A medida que las verdaderas consecuencias de lo sucedido comienzan a hacerse claras, la presión para repetir el experimento aumenta sin cesar. Todos quieren un destello del futuro, una oportunidad para saltar y ser testigo de su éxito... o para aprender a evitar sus errores.

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—Gracias, Paul.

El gráfico tras Shaw cambió para mostrar el sello presidencial estadounidense.

—Se nos informa de que el presidente Boulton se dirigirá a la nación dentro de quince minutos. Por supuesto, CNN les informará en directo de sus declaraciones. Mientras tanto, tenemos un informe desde Islamabad, Pakistán. Yusef, ¿estás ahí…?

—¿Ves? —le dijo Jake en voz baja—. No tuvo nada que ver con el CERN.

Theo se sintió al mismo tiempo atónito y aliviado. Algo había afectado a todo el planeta, y no había duda de que el experimento no podía haber sido el responsable.

Pero, aun así…

Aun así, si no estaba relacionado con el experimento del LHC, ¿qué lo había provocado? ¿Tenía razón Shaw y se trataba de alguna clase de arma terrorista? Casi no habían pasado dos horas desde el fenómeno, y el equipo de la CNN mostraba una asombrosa profesionalidad. Theo aún pugnaba por calmarse.

Si apagaras la conciencia de toda la raza humana durante dos minutos, ¿cuál podía ser el número de muertos?

¿Cuántos coches se habían estrellado?

¿Cuántos aviones? ¿Cuántas alas delta? ¿Cuántos paracaidistas habían perdido el conocimiento, no consiguiendo abrir sus paracaídas?

¿Cuántas operaciones habían terminado en desastre? ¿Cuántos nacimientos ?

¿Cuántas personas se habían caído por las escaleras?

Por supuesto, casi todos los aviones podían volar un minuto o dos sin intervención del piloto, siempre que en ese momento no se encontraran despegando o aterrizando. En las carreteras con poco tráfico, los coches podrían incluso llegar a detenerse sin más incidentes.

Pero, aun así…

—Lo sorprendente —seguía Bernard Shaw en la televisión— es que, por lo que sabemos, la conciencia de la raza humana se apagó precisamente al mediodía, hora de la Costa Este. Al principio parecía que los tiempos no se correspondían con exactitud, pero hemos estado comprobando los relojes de nuestros corresponsales con los del centro de la CNN en Atlanta, que, por supuesto, están sincronizados con la señal horaria del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología en Boulder, Colorado. Ajustando las ligeras incorrecciones de los demás relojes, nos encontramos con que el fenómeno se produjo, al segundo, a las 12:00 de la mañana hora de la Costa Este, lo que…

Al segundo , pensó Theo.

—Al segundo.

Dios mío.

El CERN, por supuesto, empleaba un reloj atómico. Y el experimento estaba programado para comenzar exactamente a las diecisiete horas de Ginebra, lo que correspondía…

…con el mediodía en Atlanta.

—Y, como desde hace dos horas, seguimos teniendo con nosotros al eminente astrónomo Donald Poort, del Instituto Tecnológico de Georgia —decía Shaw—. Había acudido como invitado de CNN por la mañana , y tenemos la suerte de que ya se encontrara en el estudio. Deberán disculpar que el Dr. Poort parezca algo pálido, ya que lo apremiamos para que entrara en directo antes de haber podido pasar por maquillaje. Dr. Poort, muchas gracias por brindarnos su presencia.

Poort era un hombre de unos cincuenta, con un rostro enjuto. Era cierto que las luces del estudio lo mostraban desvaído, como si no le hubiera dado el sol desde el fin de la Administración Clinton.

—Gracias, Bernie.

—Explíquenos lo que ha sucedido, Dr. Poort.

—Bien, como has observado, el fenómeno se produjo con una exactitud milimétrica a mediodía. Por supuesto, hay tres mil seiscientos segundos en una hora, de modo que las probabilidades de que un acontecimiento aleatorio se produzca precisamente en ese punto tan destacado son de una entre tres mil seiscientas. En otras palabras, enormemente pequeñas. Eso me lleva a sospechar que nos enfrentamos a un suceso provocado por el hombre, algo programado . Pero, respecto a la posible causa, no tengo idea…

Maldición, pensó Theo. Maldita sea. Tenía que ser el experimento del LHC; no podía ser una coincidencia que la colisión de partículas de mayor energía de la historia del planeta se produjera precisamente en el mismo instante del comienzo del fenómeno.

No, no era honesto. No se trataba de un fenómeno; era un desastre , posiblemente el mayor en la historia de la raza humana.

Y él, Theo Procopides, había sido de algún modo el causante.

Gaston Béranger, director general del CERN, entró en la sala en ese momento.

—¡Aquí está! —le dijo, como si Theo se hubiera ausentado varias semanas.

Theo intercambió una mirada nerviosa con Jake antes de volverse hacia el director.

—Hola, Dr. Béranger.

—¿Qué demonios han hecho? —exigió Béranger en un iracundo francés—. ¿Y dónde está Simcoe?

—Lloyd y Michiko se marcharon a buscar a la hija de Michiko. Estudia en Ducommun.

—¿Qué ha pasado? —exigió de nuevo.

Theo extendió las manos.

—No tengo ni idea. No alcanzo a imaginar lo que lo ha causado.

—El… lo que sea sucedió a la hora exacta del comienzo de su experimento en el LHC —acusó Béranger.

Theo asintió y señaló el televisor con el pulgar.

—Eso estaba diciendo Bernard Shaw.

—¡Lo están echando en la CNN! —aulló el francés, como si todo se hubiera perdido—. ¿Cómo han descubierto lo del experimento?

—Shaw no ha mencionado nada sobre el CERN. Sólo…

—¡Gracias al cielo! Escuche: no va a decirle nada a nadie sobre lo que ha estado haciendo, ¿entendido?

—Pero…

—Ni una palabra. No hay duda de que los daños ascenderán a miles de millones, si no a billones. Nuestro seguro no cubriría más que una mínima fracción de esa cantidad.

Theo no conocía bien a Béranger, pero parecía que todos los administradores científicos del mundo estaban cortados por el mismo patrón. Oír a Béranger hablar sobre culpabilidades puso al joven griego en la perspectiva adecuada.

—Mierda, no había modo alguno de saber que algo así sucedería. No existe experto alguno capaz de predecir las consecuencias de nuestro experimento. Pero sucedió algo que no había pasado nunca, y somos los únicos que tenemos la menor idea de la causa. Tenemos que investigarlo.

—Claro que investigaremos —dijo Béranger—. Ya tengo más de cuarenta ingenieros en el túnel. Pero tenemos que tener cuidado, y no solo por el bien del CERN. ¿Cree acaso que no inundarían de demandas individuales y colectivas a todos y cada uno de los miembros de su equipo? Por imprevisible que fuera el resultado, no faltará quien diga que fue una inmensa negligencia criminal, y que todos tenemos responsabilidad personal.

—¿Demandas personales?

—Eso mismo —alzó la voz Béranger—. ¡Escuchen! ¡Escuchen todos, por favor!

Los presentes se volvieron hacia él.

—Así es como vamos a encargarnos de este asunto: no habrá mención alguna a la posible implicación del CERN a nadie ajeno a estas instalaciones. Si alguien recibe llamadas o correos electrónicos preguntando por el experimento en el LHC que presuntamente se iba a producir hoy, respondan que el programa se había retrasado hasta las cinco y media de la tarde por un fallo informático, y que a la vista de lo sucedido, el experimento fue cancelado. ¿Está claro? Además, queda prohibida comunicación alguna con la prensa. Todo pasará por la oficina de prensa, ¿entendido? Y, por el amor de Dios, que nadie vuelva a activar el LHC sin mi autorización escrita. ¿Está claro?

Se produjeron asentimientos.

—Superaremos esto, muchachos —dijo Béranger—. Os lo prometo. Pero vamos a tener que trabajar todos juntos. —Bajó la voz y se giró hacia Theo—. Quiero informes cada hora sobre sus progresos. —Se volvió para marcharse.

—Espere —dijo Theo—. ¿Puede asignar a una de las secretarias para controlar la CNN? Alguien debería estar al tanto por si surge algo importante.

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