Era un pensamiento mareante. ¿Qué quieres hacer cuando seas mayor? Las camisetas con dibujos animados habían pasado a mejor vida, así como su juventud. Tenía cuarenta y ocho años. Para un físico, ya era un abuelo. Con toda seguridad era demasiado viejo para lograr ninguna otra hazaña.
Un futuro que construir. ¿Pero cómo definirlo?
Como momentos brillantes como un láser; recuerdos duros como el diamante; nítidos y claros. Un futuro vivido , un futuro saboreado, un futuro de momentos tan importantes y señalados que a veces cortarían, que a veces brillarían tanto que dolería contemplarlos, pero que al mismo tiempo fueran gozosos, de un gozo absoluto, puro, descarnado, la clase de alegría que no había sentido en aquellos veintiún años.
A partir de ahora…
A partir de ahora viviría .
Pero ¿qué haría primero?
El nombre volvió a surgir desde su pasado, desde su subconsciente.
Michiko.
Estaba en Tokio, por supuesto. Había recibido una tarjeta electrónica de ella en Navidad, y otra por su cumpleaños.
Estaba divorciada de Lloyd, su segundo marido, pero no había vuelto a casarse.
Podría, no sé, pasarse por Tokio, visitarla. Eso sería un momento maravilloso.
Por Dios, habían pasado muchos años, había corrido mucha agua bajo el puente.
No obstante…
No obstante, siempre le había gustado mucho. Era inteligente, sí, eso fue lo primero que pensó de ella; una mente maravillosa con un ingenio agudo. Pero no podía negar que también era bonita. Puede que incluso más que eso; graciosa y elegante, siempre perfectamente vestida con el estilo más actual.
Pero…
Pero habían pasado veintiún años. Después de tanto tiempo, tenía que haber algún otro, ¿no?
No. No lo había. Había oído rumores. Por supuesto, él era más joven, pero eso no importaba mucho, ¿no? ¿Cuántos tendría ella ahora? ¿Cincuenta y seis?
No podía marcharse de repente a Tokio.
¿O sí?
Una vida que vivir…
¿Qué tenía que perder?
Absolutamente nada, decidió. Absolutamente nada.
Volvió al edificio, tomando las escaleras en vez del ascensor, subiendo los escalones de dos en dos, los zapatos resonando altos y nítidos.
Por supuesto, la llamaría primero. ¿Qué hora era en Tokio? Se lo preguntó al aire.
—¿Qué hora es en Tokio?
—Veinte horas, dieciocho minutos —respondió uno de los incontables dispositivos computerizados repartidos por su despacho.
—Llamada a Michiko Komura en Tokio.
Unos timbrazos electrónicos llegaron desde el altavoz. Su corazón comenzó a saltar. Un monitor surgió de su escritorio, mostrando el logotipo de la Nippon Telecom.
Y entonces…
Allí estaba. Michiko.
Seguía encantadora, y había envejecido estupendamente; podía haber pasado por una mujer diez años más joven. Y, por supuesto, vestía con toda elegancia; Theo aún no había visto aquel estilo en Europa, pero estaba convencido de que sería la última moda japonesa. Vestía un blazer corto con patrones irisados recorriéndolo.
—Vaya, Theo, ¿eres tú? —dijo en inglés.
Las tarjetas electrónicas sólo tenían texto y gráficos; habían pasado años desde la última vez que Theo oyera aquella hermosa voz alta, como el agua salpicando. Sintió sus facciones estirarse en una sonrisa.
—Hola, Michiko.
—A medida que se acercaba la fecha de las visiones estuve pensando en ti —respondió ella—, pero tenía miedo de llamar, de que pensaras que lo que quería era despedirme.
Le hubiera encantado oír antes aquella voz. Sonrió.
—Bueno, el hombre que me mató en las visiones está ahora detenido. Trató de volar el LHC.
Michiko asintió.
—Lo he leído en la Red.
—Supongo que no se cumplió la visión de nadie.
Michiko se encogió de hombros.
—Bueno, no con precisión. Pero mi preciosa hijita es tal y como la vi. Y, ¿sabes?, he conocido a la mujer de Lloyd, y él dice que es idéntica a como la vio. Y el mundo moderno se parece muchísimo al mostrado en el Proyecto Mosaico.
—Supongo. Yo me alegro de que mi parte no se hiciera realidad.
Michiko sonrió.
—Y yo también.
Se produjo un breve silencio; una de las ventajas de los videófonos era que los silencios eran aceptables. Podías quedarte mirando al otro, y él a ti, sin decir nada.
Era hermosa…
—Michiko —dijo en voz baja.
—¿Hmm?
—Yo… he… he estado pensando mucho en ti.
Ella sonrió.
Theo tragó saliva, tratando de reunir valor.
—Y me preguntaba, bueno, ¿qué piensas de que vaya una temporada a Japón? —Levantó la mano, como si necesitara dar a ambos una salida si ella prefería malinterpretarlo de forma deliberada, rechazándolo con amabilidad—. Hay un CTT en la Universidad de Tokio, y me han pedido que vaya a dar unas charlas sobre el desarrollo de la tecnología.
Pero ella no necesitaba una salida.
—Me encantaría volver a verte, Theo.
Por supuesto, no había modo de saber si sucedería algo entre ellos. Michiko podía sentir simple nostalgia del pasado, de los tiempos pasados en el CERN, hacía tantos años.
Pero podía ser, cabía la posibilidad de que los dos estuvieran en la misma longitud de onda. Puede que las cosas no funcionaran entre ellos. Puede que, después de tantos años, fuera a suceder.
Ciertamente, él así lo esperaba.
Pero sólo el tiempo lo diría.
FIN
Robert J. Sawyer(1960) nació en Ottawa, Canadá, un 29 de abril. En la actualidad reside en Thornhill, Ontario (al norte de Toronto), con su esposa Carolyn Clink.
Realizó su primera venta profesional en 1979, mientras estudiaba en Ryerson, al Strasenburgh Planetarium de Rochester, New York. El trabajo en cuestión fue una historia corta, “Motive”, que formaba parte de una trilogía titulada “Futurescapes”. A pesar de que esta historia nunca fue publicada, se considera el embrión de muchos de los temas que posteriormente ha tratado en su obra, combinando misterio, crímenes y ficción especulativa.
Su primer relato publicado fue “The Contest”, en el anuario literario de Ryerson (White Wall Review 1980) . Por azares del destino, el editor de este anuario era Ed Greenwood, una institución en el universo AD D de TSRque facilitó que “The Contest” fuera publicado posteriormente en la antología 100 Great Fantasy Short Short Stories ,cuyos editores fueron Isaac Asimov, Terry Carry Martin H. Greenberg.
Gracias a esta publicación y a algunos trabajos de encargo más, vive profesionalmente como escritor desde 1983, después de graduarse en la Ryerson Polytechnic University de Toronto en Radio y Televisión en 1982. Los primeros seis años de profesión, sin embargo, los dedicó a colaborar con revistas y periódicos de Estados Unidos y Canadá, mediante artículos de los temas más diversos que tuvieran que ver con los ordenadores, su gran pasión. En esa época trabajó en la televisión por cable canadiense (Visión TV) y, alternando con un programa radiofónico, consiguió entrevistar a Isaac Asimov, Samuel R. Delany, Gregory Benford, Robert Silverberg, Harry Turtledove, Kim Stanley Robinson, Thomas M. Dischy Ursula K. Leguin, entre otros.
Siempre ha sido un asociacionista activo, y ha llegado a presidir la Science fiction and Fantasy Writers of America, la Crime Writers of Canada y la Writers’ Union of Canada (que agrupa a todos los escritores canadienses), y pertenece a la Writers Guild of Canada (que agrupa a los guionistas canadienses).
Читать дальше