El deslizador no llevaba velocidad suficiente para crear siquiera una brisa, pero en aquellos momentos parecía supersónico. Rusch aún empuñaba la Glock, por supuesto, pero aquel vehículo no era como un coche antiguo; no podías dispararle a las ruedas con la esperanza de detenerlo. El único modo seguro era disparar al conductor, ya que Theo necesitaba mantener la presión sobre el pedal del acelerador para seguir moviéndose.
Theo no dejaba de zigzaguear a izquierda y derecha, subiendo y bajando cuanto podía en el túnel atestado; si Rusch intentaba dispararlo por la espalda, quería presentar un blanco lo más difícil posible.
Comprobó los marcadores de la suave curvatura del muro; el túnel estaba dividido en ocho octantes de unos tres kilómetros y medio cada uno, subdivididos a su vez en unas treinta secciones de cien metros. Según la señalización, estaba en el tercer octante, sección veintidós. La plataforma de acceso se encontraba en el cuarto octante, sección treinta y tres. Podía conseguirlo…
¡Impacto!
Una lluvia de chispas.
El sonido del metal rasgándose.
Maldita sea, no había prestado la suficiente atención; el deslizador había tropezado con una de las unidades criogénicas. Casi había volcado, lo que hubiera hecho que Theo y la bomba cayeran al suelo. Peleó con los controles, tratando desesperado de estabilizar el vehículo, y una mirada furtiva confirmó sus miedos: la colisión lo había frenado lo bastante como para que Rusch se encontrara ahora a solo cincuenta metros. Tenía que ser un magnífico tirador para alcanzar a Theo a esa distancia en la oscuridad, pero si se acercaba mucho más…
Frente a él, más equipo constreñía el túnel; tuvo que descender hasta los pocos centímetros, pero su control del deslizador a aquella velocidad era malo, y el aparato saltaba sobre el suelo como una piedra plana arrojada a un lago.
Otra mirada al reloj de la bomba, a los dígitos que brillaban azules en la luz mortecina. Treinta y siete minutos.
¡Blam!
La bala silbó junto a Theo, que se agachó de forma instintiva. Alcanzó algún elemento metálico más adelante, iluminando el túnel con chispas.
Theo esperaba que Jake y Moot hubieran bajado por el ascensor de la estación de acceso. Si la cabina estaba arriba, no había modo de esperarla y tendría que intentarlo por las interminables escaleras para que Rusch no tuviera un disparo claro.
Giró de nuevo, esta vez para evitar la abrazadera de sujeción de una tubería. Miró hacia atrás. Por desgracia, el deslizador de Rusch debía de tener la batería más cargada, ya que se encontraba muy cerca.
Las paredes del túnel no dejaban de pasar, y ¡sí! ¡Allí estaba! La plataforma de acceso. Pero…
Pero Rusch ya estaba demasiado cerca, demasiado. Si Theo detenía allí su máquina, Rusch podría volarle la cabeza. Mierda, mierda, mierda.
Theo sintió parársele el corazón al pasar de largo la plataforma. Se giró en su silla y la vio alejarse de la vista. El alemán, que evidentemente había decidido que no tenía intención de perseguir a Theo por todo el túnel, disparó de nuevo. La bala acertó al deslizador, cuyo cuerpo metálico vibró como respuesta.
Theo animó al vehículo a ir más rápido y recordó los viejos coches de golf que el CERN había usado para los desplazamientos cortos por el túnel. Los echó de menos; al menos no corrían el peligro constante de volcar a altas velocidades. Siguieron adelante, cada vez más lejos, zigzagueando por el túnel, y entonces…
Llegó a su espalda el sonido de una colisión. Theo miró atrás y vio que el deslizador de Rusch se había estrellado contra el muro exterior. Se había detenido. Theo dejó escapar un grito de alegría.
Suponía que habían recorrido unos diecisiete kilómetros, por lo que la plataforma del monorraíl del campus no tardaría en aparecer. Podía llegar allí y tomar el ascensor que subía directamente al centro del control del LHC. Esperaba ver aparcado el convoy, lo que significaría que Jake y Moot estaban a salvo…
¡Maldición! Su deslizador comenzaba a detenerse, agotada la batería. Probablemente la alarma hubiera sonado antes, pero Theo había sido incapaz de oírla con el ruido de los motores sobreacelerados. El aparato cayó al suelo del túnel, deslizándose sobre el hormigón hasta detenerse. Cogió la bomba y empezó a correr. Siendo adolescente había participado una vez en la recreación de la carrera desde Maratón hasta Atenas, en el 490 a.C., para anunciar la victoria griega sobre los persas, pero había sido treinta años más joven. Trató de ir más rápido y su corazón se desbocó.
¡Kablam!
Otro disparo. Rusch debía de haberse subido de nuevo a su deslizador. Theo siguió corriendo, con las piernas subiendo y bajando, al menos en su mente, como pistones. Allí, delante, se encontraba la plataforma del campus, con seis deslizadores estacionados a un lado. Sólo veinte metros más…
Miró atrás. Rusch se acercaba a toda velocidad. Dios, no podía detenerse ahora o lo mataría como a un pichón.
Obligó a su cuerpo a recorrer los últimos metros, pero…
…la persecución prosiguió.
Saltó a otro deslizador y lo envió volando una vez más túnel abajo, aún en sentido horario. Miró atrás. Rusch abandonaba su propio deslizador, presumiblemente preocupado por sus baterías, y tomaba uno nuevo, lanzándose a la caza.
Theo echó una ojeada al reloj de la bomba. Sólo quedaban veinte minutos, pero al menos parecía disponer al fin de una buena ventaja. Gracias a ello se detuvo por fin a pensar un instante. ¿Podía tener razón Rusch? ¿Había una posibilidad de deshacer todo el daño, las muertes de hacía veintiún años? Si nunca hubiera visiones, la mujer del alemán seguiría viva, así como la hija de Michiko, Tamiko; su hermano Dimitrios seguiría vivo.
Pero, por supuesto, nadie concebido tras las visiones, nadie nacido en los últimos veinte años, sería igual. Qué espermatozoide penetraba en un óvulo dependía de miles de detalles; si el mundo se desarrollaba de un modo distinto, si las mujeres quedaban embarazadas en días distintos, incluso en segundos diferentes, sus hijos no serían los mismos. ¿Cuánta gente había nacido en las dos últimas décadas? ¿Cuatro mil millones? Aunque lograra rescribir la historia, ¿tenía derecho a hacerlo? ¿No merecían esos miles de millones el resto de su tiempo asignado, y no ser borrados, ni siquiera asesinados, sino completamente expurgados del tiempo?
El coche de Theo prosiguió su viaje por el túnel. Miró atrás de nuevo y vio a Rusch emerger en la distancia por la curva.
No, no cambiaría el pasado aunque pudiera. Y, además, en realidad no creía a Rusch. Sí, el futuro podía cambiarse, pero ¿el pasado? No, eso tenía que ser fijo. Al menos en eso siempre había estado de acuerdo con Lloyd Simcoe. Lo que aquel hombre sugería era una locura.
¡Otro disparo! El proyectil falló su objetivo, hundiéndose en la pared del túnel frente a él. Pero sin duda habría más, si Rusch averiguaba hacia dónde se dirigía.
Pasó otro kilómetro, y en el contador de la bomba no quedaban más que once minutos. Theo consultó las marcas de las paredes, tratando de adivinarlas con las luces de sus faros. Tenía que estar…
¡Sí! ¡Allí estaba, donde lo había dejado!
El monorraíl, colgando del techo. Si lograra alcanzarlo…
Un nuevo disparo retumbó. Aquel acertó al deslizador, y Theo casi perdió el control del vehículo. El monorraíl seguía a unos cien metros. Luchó con la palanca, maldiciendo al aparato, exigiéndole más velocidad.
El monorraíl constaba de cinco elementos: una cabina en cada extremo y los tres vagones intermedios. Tenía que llegar a la cabina más alejada; el tren sólo se movería en la dirección que la cabina consideraba hacia delante.
Читать дальше