Theo sostenía una taza de café, de la que bebió un sorbo.
—¿Puedo preguntarte algo sobre tu visión?
Michiko alzó la mirada hasta ver las montañas por la ventana.
—Claro.
—Es sobre la niña con la que estabas. ¿Crees que era hija tuya? —Estuvo a punto de decir “tu nueva hija”, pero por suerte se censuró un segundo antes.
La mujer alzó un poco los hombros.
—Eso parece.
—Y… ¿era también de Lloyd?
Michiko pareció sorprendida por la pregunta.
—Por supuesto —dijo, aunque había duda en su voz.
—Porque Lloyd…
Michiko se tensó.
—Te ha hablado de su visión, ¿no?
Theo comprendió que había metido la pata.
—No, no exactamente. Es que como él estaba en Nueva Inglaterra…
—Con una mujer que no era yo. Sí, ya lo sé.
—Estoy seguro de que eso no significa nada. Estoy convencido de que las visiones no tienen por qué cumplirse.
Michiko volvió a observar las montañas, y Theo descubrió que también él lo hacía a menudo. Había algo en ellas… algo sólido, permanente, inmutable. Le resultaba reconfortante saber que había cosas que no durarían meras décadas, sino milenios.
—Mira —dijo ella—. Ya me he divorciado una vez. No soy tan estúpida como para pensar que todos los matrimonios duran eternamente. Puede que Lloyd y yo rompamos en algún momento. ¿Quién sabe?
Theo apartó la mirada, incapaz de enfrentarse a sus ojos, sin saber cómo reaccionaría ella a las palabras que se acumulaban en su interior.
—Sería un idiota si te dejara escapar —dijo.
Su mano estaba sobre la mesa, y de repente sintió la de Michiko sobre ella, dándole unas palmadas afectuosas.
—Muchas gracias —dijo. Theo la miró y la descubrió sonriendo—. Eso es lo más bonito que nunca me han dicho.
Michiko retiró su mano… pero no hasta pasados unos deliciosos segundos.
Lloyd Simcoe salió del centro de control del LHC y se dirigió hacia el edificio de administración. Normalmente el recorrido le llevaba quince minutos, pero aquella vez se convirtieron en treinta al tener que detenerse tres veces. Los físicos querían preguntarle sobre el experimento del LHC que podía haber causado el desplazamiento temporal, o para sugerir modelos teóricos que explicaran el salto al futuro. Era un hermoso día de primavera: fresco, pero con grandes montañas de cúmulo nimbos en el cielo azul, rivalizando con las cimas al este del campus.
Al fin llegó al edificio de administración y se dirigió al despacho de Béranger. Por supuesto, había solicitado una cita (a la que ya llegaba quince minutos tarde); el CERN era una instalación enorme, y no había otro modo de reunirse con su director general.
La secretaria de Béranger indicó a Lloyd que entrara directamente. La ventana del despacho, en la tercera planta, se abría al campus de la instalación. Béranger se levantó de su sillón y se sentó en la gran mesa de conferencias, gran parte de la cual estaba cubierta con informes experimentales relacionados con el salto al futuro. Lloyd se sentó en el lado opuesto.
— ¿Oui? —dijo el director—. ¿Sí? ¿De qué se trata?
—Quiero hacerlo público —respondió Lloyd—. Quiero explicarle a la gente nuestro papel en los hechos.
— Absolument pas —le cortó Béranger—. Ni pensarlo.
—Maldita sea, Gaston, tendremos que hacerlo en algún momento.
—No sabes si somos los responsables. No puedes demostrarlo… ni nadie más. Los teléfonos están descolgados, por supuesto: imagino que todos los científicos del mundo están recibiendo llamadas de la prensa, pidiendo su opinión sobre el acontecimiento. Pero nadie ha contactado todavía con nosotros… y espero que así siga siendo.
—¡Oh, vamos! Theo me dijo que entraste como un huracán en el centro de control del LHC justo después del salto. Sabías que era culpa nuestra desde el primer momento.
—Eso era cuando creí que se trataba de un fenómeno localizado. Pero una vez descubrí que era mundial, lo reconsideré. ¿Crees que éramos la única instalación haciendo algo interesante en ese justo momento? Lo he comprobado. El KEK estaba desarrollando un experimento que comenzó cinco minutos antes del salto; el SLAC también estaba realizando colisiones de partículas. El Observatorio de Neutrinos de Sudbury detectó un estallido justo antes de las diecisiete; también justo antes de las cinco, en Italia se produjo un terremoto de tres punto cuatro en la escala Richter. En Indonesia, y justo a nuestras diecisiete, se activó un nuevo reactor de fusión. Y en la Boeing también estaban realizando pruebas con una serie de motores de cohete.
—Ni el KEK ni el SLAC pueden generar niveles de energía similares a los que podemos alcanzar en el LHC —respondió Lloyd—. Y los demás no son acontecimientos precisamente especiales. No tienes nada.
—Sí —dijo Béranger—. Estoy desarrollando una investigación apropiada. No estás seguro, no tienes la certeza moral de que fuéramos nosotros. Y hasta entonces no vas a decir una sola palabra.
Lloyd negó con la cabeza.
—Sé que te pasas los días moviendo papeles, pero creo que en tu interior sigues siendo un científico.
— Soy un científico. Esto tiene que ver con la ciencia… con la buena ciencia, con el modo en que se supone que hay que trabajar. Tú quieres hacer una declaración antes de tener todas las pruebas. Yo no —se detuvo para coger aliento—. Mira —dijo—, la fe de la gente en la ciencia ya se ha sacudido lo bastante en los últimos años. Demasiadas historias han terminando siendo fraudes o supercherías baratas.
Lloyd lo miró con intensidad.
—Percival Lowell, que sólo necesitaba unas gafas mejores y una imaginación menos activa, aseguraba recibir canales de Marte. Pero allí no había nada. Aún soñamos con las secuelas de que un imbécil en Roswell decidiera declarar que lo que había visto eran los restos de una nave alienígena, en vez de un globo aerostático. ¿Recuerdas a los Tasadai, una tribu paleolítica descubierta en Nueva Guinea en los 70 que carecía de palabra para definir “guerra”? Los antropólogos cayeron sobre ellos para estudiarlos. Sólo hubo un problema: no existían. Pero los científicos tenían tanta prisa por aparecer en los programas de la noche que no se molestaron por buscar pruebas.
—Yo no intento salir en los programas de la noche —replicó Lloyd.
—Y entonces anunciamos al mundo la fusión fría —siguió Gaston, ignorándolo—. ¿Lo recuerdas? El fin de la crisis energética, ¡el fin de la pobreza! Más potencia de la que la humanidad necesitaría jamás. Salvo por que no era real, sino Fleishmann y Pons pasándose de listos. Y luego empezamos a hablar de vida en Marte: el meteorito antártico con supuestos microfósiles, prueba de que la evolución había comenzado en otros planetas además de la Tierra. Salvo por que los científicos hablaron de nuevo demasiado rápido, y los supuestos fósiles resultaron ser formaciones rocosas naturales —Gaston inspiró profundamente—. Tenemos que tener cuidado, Lloyd. ¿Has oído hablar alguna vez a alguien del Instituto de la Investigación de la Creación? Sueltan toda clase de jeroglíficos sobre el origen de la vida, y la audiencia asiente como si estuviera de acuerdo; los creacionistas dicen que los científicos no saben de lo que hablan, y tienen razón; la mitad de las veces es así. Abrimos la boca demasiado pronto, en una carrera desesperada por la supremacía, por el crédito. Pero cada vez que nos equivocamos, cada vez que decimos que hemos hecho un gran descubrimiento en la lucha contra el cáncer, o que hemos desentrañado un misterio fundamental del universo, y tenemos que aparecer una semana, un año, una década después para decir que vaya, la cagamos, no comprobamos los hechos, no sabíamos de lo que hablábamos; cada vez que eso sucede, damos un empujón a los astrólogos, a los creacionistas, a la nueva era y demás escoria, a los artistas y charlatanes, a los casos más perdidos. Somos científicos, Lloyd, se supone que somos los últimos bastiones del pensamiento racional, de la prueba verificable, reproducible, irrefutable, pero nos ponemos la zancadilla a nosotros mismos. Quieres decir que el CERN es responsable, que desplazamos la consciencia de la humanidad por el tiempo, que podemos ver el futuro, que podemos dar el don del mañana. Pero no estoy convencido de ello, Lloyd. No me crees más que un administrador tratando de cubrirse las espaldas, la espalda de todos nosotros, y la de nuestro seguro. Pero no es así; o, para ser sincero, no es completamente así. Maldita sea, Lloyd, lo siento, siento más de lo que puedas imaginar lo que le pasó a la hija de Michiko. Marie-Claire dio ayer a luz; ni siquiera debería estar aquí, gracias a Dios que su hermana está con nosotros, pero hay demasiado trabajo. Ahora tengo un hijo, y aunque sólo lo he disfrutado unas pocas horas, no podría soportar perderlo. Lo que Michiko ha sufrido, lo que tú sufres, no puedo ni imaginarlo. Pero quiero un mañana mejor para mi hijo. Quiero un mundo en que la ciencia sea respetada , en el que los científicos hablen con datos, y no con cavilaciones, en el que cuando alguien haga un anuncio científico, los presentes se sienten y tomen notas porque se acaba de revelar algo nuevo y fundamental sobre el modo en que funciona el universo; no quiero que miren al techo y digan: “Venga, a ver qué chorrada se les ocurre esta semana”. No tienes pruebas, pruebas sólidas y palpables, de que el CERN tenga nada que ver con lo sucedido… Y hasta que las tengas, hasta que yo las tenga, nadie dará una conferencia de prensa. ¿Está claro?
Читать дальше