Robert Sawyer - Recuerdos del futuro

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Recuerdos del futuro: краткое содержание, описание и аннотация

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Recuerdos del futuro es la historia de un asombroso descubrimiento en las instalaciones del CERN en Suiza. El equipo de investigación de Lloyd Simcoe y Theo Procopides está empleando el acelerador de partículas del laboratorio para buscar el esquivo bosón de Higgs, una partícula subatómica teórica. Pero su experimento sale terriblemente mal y, durante unos instantes, la conciencia de toda la raza humana es arrojada veinte años hacia el futuro.
Mientras la humanidad debe restañar los catastróficos efectos inmediatos del experimento (miles resultan muertos o heridos cuando el cuerpo de todos los hombres y mujeres queda inconsciente en el presente), las implicaciones más serias tardan algo en aparecer. Aquellos que no recibieron visión del porvenir tratan de descubrir cómo morirán, mientras que otros buscan a sus futuros amantes. Lloyd deberá superar la culpabilidad de haber provocado accidentalmente la muerte de la hija de su prometida, mientras Theo se ve atrapado en la investigación de su propio asesinato.
A medida que las verdaderas consecuencias de lo sucedido comienzan a hacerse claras, la presión para repetir el experimento aumenta sin cesar. Todos quieren un destello del futuro, una oportunidad para saltar y ser testigo de su éxito... o para aprender a evitar sus errores.

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Y, por supuesto, no quería ni oír hablar de la boda y las visiones, ni de todas las dudas que pasaban por sus mentes. Así se sentaban, apoyándola él cuando ella lo necesitaba, hablando de otras cosas.

—Gaston Béranger me leyó la cartilla sobre el papel de la ciencia hoy en día —dijo Lloyd—. Y, maldita sea, llegó a hacerme pensar que tenía razón. Hemos estado comportándonos de forma irresponsable. Hemos usado de forma deliberada palabras cargadas, haciendo que el público creyera que estábamos haciendo cosas, cuando no era así.

—Admito que no siempre hemos hecho un buen trabajo al presentar las verdades científicas al mundo —replicó Michiko—, p-pero si el CERN es responsable… si tú…

Si tú eres responsable…

Eso era sin duda lo que iba a decir antes de contenerse. Si eres responsable…

Sí, si él era responsable. Si su experimento, suyo y de Theo, hubiera sido responsable de toda aquella muerte, toda la destrucción, la muerte de Tamiko…

Se había prometido no entristecer jamás a Michiko, nunca comportarse con ella como había hecho Hiroshi. Pero si su experimento hubiera provocado, aunque fuera de forma involuntaria, de forma totalmente indirecta, la muerte de Tamiko, le habría hecho mucho más daño que la indiferencia y la negligencia de su primer marido.

Wolfgang Rusch parecía reluctante a hablar por teléfono, y Theo había decidido al fin viajar directamente a Alemania para hablar con él. Berlín sólo estaba a ochocientos setenta kilómetros de Ginebra. Podía conducir todo el día, pero decidió llamar primero a una agencia de viajes, por si acaso podía conseguir un viaje barato.

Resultó que había montones de viajes baratos.

Sí, se había producido una reducción en las flotas de todo el mundo; algunos aviones se habían estrellado, aunque la mayoría de los tres mil quinientos aparatos en vuelo durante el salto al futuro habían volado sin problemas con el piloto automático. Y sí, había un gran movimiento de personas que no tenían más remedio que viajar para resolver emergencias familiares.

Pero, según el agente, todos los demás se quedaban en casa. Cientos de miles de personas en todo el planeta se negaban a tomar sus vuelos. ¿Quién podía culparlos? Si el apagón se producía de nuevo, más aviones se estrellarían contra las autopistas. Swissair estaba suspendiendo todas las restricciones de viaje habituales: no era necesario realizar reserva, no había estancia mínima y otorgaba el cuádruple de los puntos de viaje normales, además de conceder asiento de Primera Clase a los que llegaran primero, sin coste adicional; otras líneas aéreas ofrecían tratos similares. Theo reservó un asiento y se encontró en Alemania menos de noventa minutos después. Había empleado bien el tiempo, ejecutando algunas simulaciones más de colisiones nucleares con el portátil.

Cuando llegó al apartamento de Rusch eran poco más de las ocho de la tarde.

—Gracias por dejarme hablar con usted —dijo Theo.

Rusch tenía unos treinta y cinco y era delgado, con el pelo rubio y los ojos del color del grafito. Se hizo a un lado para dejar entrar a Theo en el pequeño apartamento, pero no parecía feliz con la visita.

—Tengo que decirle —explicó en inglés— que no me gusta que haya venido. No es un buen momento para mí.

—¿Y eso?

—Perdí a mi mujer durante el… como lo llamen. La prensa alemana se refiere a ello como Der Zwischenfall , “el incidente”. —Sacudió la cabeza—. A mí me parece del todo inapropiado.

—Lo lamento.

—Estaba aquí cuando sucedió. No tengo clase los martes.

—¿Clase?

—Soy profesor adjunto de Química. Pero mi mujer… murió cuando volvía del trabajo.

—Lo siento mucho —respondió Theo con sinceridad.

Rusch se encogió de hombros.

—Eso no me la devolverá.

Theo asintió, admitiéndolo. Pero le alegraba que Béranger hubiera impedido a Lloyd hacer pública la participación del CERN; dudaba de que Rusch hubiera hablado con él de conocer dicha relación.

—¿Cómo me encontró?

—Un aviso. Estoy recibiendo muchos. La gente parece intrigada por mi… mi búsqueda. Alguien me mandó un correo electrónico diciéndome que en la visión de usted veía la televisión, y que se daba la noticia de mi muerte.

—¿Quién?

—Uno de sus vecinos. No creo que importe cuál. —Theo no había prometido guardar el secreto, pero tampoco le parecía adecuado traicionar sus fuentes—. Por favor —dijo—, he tomado un avión desde muy lejos para hablar con usted. Debe de tener algo más que decirme que lo que me comentó por teléfono.

Rusch pareció ablandarse un tanto.

—Supongo que sí. Lo siento. No tiene ni idea de cuánto quería a mi mujer.

Theo observó la habitación. Había una fotografía en una estantería baja: Rusch, diez años más joven, con una guapa morena.

—¿Es ella? —preguntó.

Rusch miró como si su corazón le saliera del pecho, como si pensara que Theo señalaba a su mujer de verdad, milagrosamente resurrecta. Pero entonces sus ojos se posaron en la fotografía.

—Sí.

—Es muy guapa.

—Gracias —murmuró el alemán.

Theo aguardó unos instantes antes de continuar.

—He hablado con algunas personas que estaban leyendo periódicos o artículos en línea sobre mi… mi asesinato, pero usted es el primero que he encontrado que estuviera viendo la televisión. Por favor, ¿hay algo que pudiera decirme?

Rusch hizo por fin un gesto a Theo para que se sentara, lo que hizo, cerca de la fotografía de Frau Rusch. Sobre la mesilla había un cuenco lleno de uvas, probablemente una de las nuevas variedades genéticamente alteradas que permanecían suculentas aun sin refrigeración.

—No tengo mucho que contar —explicó Rusch—. Aunque, ahora que lo pienso, hay un detalle extraño. La información no estaba en alemán, sino en francés. No se emiten muchos informativos en francés en Alemania.

—¿Había subtítulos, o el logotipo de alguna cadena?

—Oh, puede ser, pero no presté atención a ellos.

—¿Reconoció al presentador?

—Presentadora. No, aunque era eficaz. Muy fresca. Pero no me sorprende que no la reconociera; debería de tener menos de treinta años, por lo que hoy en día contará menos de diez.

—¿Sobreimpusieron su nombre? Si pudiera localizarla hoy, en su visión, por supuesto, estaría dando la noticia, y puede que recordara algún detalle.

—La noticia estaba grabada. Mi visión comenzó dándole hacia delante al vídeo; pero no usaba un control remoto. El aparato respondía a mi voz. Pero estaba pasando la imagen hacia delante. Y no era una cinta de vídeo, ya que el movimiento de la imagen era totalmente suave, sin nieve o manchas. —Hizo una pausa—. En cualquier caso, en cuanto apareció detrás de ella una foto de… bueno, de usted, aunque mayor, por supuesto, dejé de rebobinar y empecé a observar. Las palabras bajo la imagen decían “ Un Savant tué”, “muerte de un científico”. Supongo que el titular me intrigó, ya sabe, pues yo mismo soy científico.

—¿Y vio toda la información?

—Así es.

Un pensamiento cruzó por la cabeza de Theo. Si Rusch había visto toda la noticia, es que duraba menos de dos minutos. Por supuesto, tres minutos eran una eternidad en la televisión, pero…

Pero toda su vida despachada en menos de un minuto y cuarenta y tres segundos…

—¿Qué decía la reportera? Cualquier cosa que recuerde podría ser de ayuda.

—En realidad, no recuerdo mucho. Mi yo futuro se sentía intrigado, pero supongo que yo estaba aterrado. Es decir, ¿qué demonios estaba ocurriendo? Estaba sentado en la cocina, ahí, bebiendo café y leyendo trabajos de los alumnos, y de repente todo cambió. Lo último que me interesaba era prestar atención a los detalles de una noticia sobre alguien a quien no conocía.

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