Robert Sawyer - Recuerdos del futuro

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Recuerdos del futuro: краткое содержание, описание и аннотация

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Recuerdos del futuro es la historia de un asombroso descubrimiento en las instalaciones del CERN en Suiza. El equipo de investigación de Lloyd Simcoe y Theo Procopides está empleando el acelerador de partículas del laboratorio para buscar el esquivo bosón de Higgs, una partícula subatómica teórica. Pero su experimento sale terriblemente mal y, durante unos instantes, la conciencia de toda la raza humana es arrojada veinte años hacia el futuro.
Mientras la humanidad debe restañar los catastróficos efectos inmediatos del experimento (miles resultan muertos o heridos cuando el cuerpo de todos los hombres y mujeres queda inconsciente en el presente), las implicaciones más serias tardan algo en aparecer. Aquellos que no recibieron visión del porvenir tratan de descubrir cómo morirán, mientras que otros buscan a sus futuros amantes. Lloyd deberá superar la culpabilidad de haber provocado accidentalmente la muerte de la hija de su prometida, mientras Theo se ve atrapado en la investigación de su propio asesinato.
A medida que las verdaderas consecuencias de lo sucedido comienzan a hacerse claras, la presión para repetir el experimento aumenta sin cesar. Todos quieren un destello del futuro, una oportunidad para saltar y ser testigo de su éxito... o para aprender a evitar sus errores.

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El director general calló. Lloyd consideró sus palabras un tiempo antes de responder.

—Podré con ello.

Béranger asintió.

Bien . Convocaremos una rueda de prensa. —Miró por la ventana—. Supongo que ya es hora de aclarar el asunto.

LIBRO II

PRIMAVERA DE 2009

El libre albedrío es una ilusión.

Es sinónimo de percepción incompleta.

—Walter Kubilius

12

QUINTO DÍA: SÁBADO 25 DE ABRIL DE 2009

El edificio de administración del CERN disponía de toda clase de salas para seminarios y espacios de reunión. Para la conferencia de prensa iban a usar un salón con doscientos asientos, todos los cuales se llenaron. Lo único que había tenido que hacer el departamento de relaciones públicas era decir a la prensa que el CERN iba a hacer un importante anuncio sobre la causa del desplazamiento temporal, y los reporteros acudieron desde toda Europa, incluyendo un japonés, un canadiense y seis estadounidenses.

Béranger estaba siendo fiel a su palabra: iba a dejar a Lloyd el centro del escenario; si iba a haber una cabeza de turco, sería él. Lloyd se acercó hasta el lectern y se aclaró la garganta.

—Hola a todos —comenzó—. Me llamo Lloyd Simcoe. —Los de relaciones públicas le habían aconsejado que lo deletreara, de modo que lo hizo—: Es S-I-M-C-O-E, y “Lloyd” comienza con “elle”—. Todos los corresponsales recibirían un DVD con los comentarios de Lloyd y su biografía, pero muchos elaborarían sus crónicas de inmediato, sin posibilidad de revisar el material de prensa. Lloyd siguió—. Estoy especializado en el estudio del plasma de quarks-gluones. Soy ciudadano canadiense, pero trabajé durante muchos años en los Estados Unidos, en el Laboratorio Acelerador Fermi. Durante los dos últimos años he estado en el CERN, desarrollando un importante experimento para el Gran Colisionador de Hadrones.

Hizo una pausa para ganar tiempo, para que su estómago se calmara. No era que temiera hablar en público; había pasado demasiado tiempo como profesor universitario para ello. Pero no tenía modo de saber qué reacción tendría lo que estaba a punto de decir.

—Éste es mi asociado, el doctor Theo Procopides —siguió.

Theo se incorporó en su silla, cercana al lectern.

—Theo —dijo, con media sonrisa—. Llámenme Theo.

Una familia feliz , pensó Lloyd. Deletreó lentamente el nombre y el apellido de su colaborador e inspiró antes de proseguir.

—El 21 de abril, exactamente a las dieciséis horas del meridiano de Greenwich, estábamos desarrollando aquí un experimento.

Se detuvo de nuevo y miró algunos de los rostros. No pasó mucho antes de que los periodistas empezaran a preguntar a voces, y sus ojos se vieron asaltados por los flashes de las cámaras. Levantó las manos con las palmas hacia fuera, esperando a que se hiciera el silencio.

—Sí —dijo—, sí, sospecho que tienen razón. Tenemos motivos para creer que el fenómeno de desplazamiento temporal estuvo relacionado con el trabajo que estábamos desarrollando en el colisionador.

—¿Cómo es eso posible? —preguntó Klee, enviado de la CNN.

—¿Está usted seguro? —saltó Jonas, corresponsal de la BBC.

—¿Por qué no lo han hecho público antes? —decía el reportero de Reuters.

—Comenzaré por la última pregunta —respondió Lloyd—. O, para ser más exactos, dejaré que lo haga el doctor Procopides.

—Gracias —dijo Theo, poniéndose en pie y acercándose al micrófono—. La… eh… la razón por la que no lo hemos comunicado antes es que carecíamos de un modelo teórico para explicar el suceso. —Hizo una pausa—. Para ser sinceros, seguimos sin tenerlo; hay que tener en cuenta que sólo han pasado cuatro días desde el salto al futuro. Pero el hecho es que realizamos la colisión de partículas de mayor energía de la historia del planeta, y ésta se produjo exactamente en el momento en que comenzó el fenómeno. No podemos ignorar esta relación causal.

—¿Hasta qué punto están seguros de que las dos cosas están relacionadas? —preguntó una mujer del Tribune de Genève .

Theo se encogió de hombros.

—Somos incapaces de encontrar nada en nuestro experimento que pudiera haber causado el salto al futuro. Pero tampoco podemos pensar que otra cosa que nuestro experimento haya podido causarlo. Simplemente nos parece que nuestro trabajo es el candidato más probable.

Lloyd miró al doctor Béranger, cuyo rostro de halcón se mostraba impasible. Durante los ensayos de la conferencia de prensa, Theo había dicho “el culpable más probable”, y a Béranger no le había gustado nada. Pero al final no hubo diferencia.

—¿Admiten entonces su responsabilidad? —preguntó Klee—. ¿Admiten que todas las muertes fueron culpa suya?

Lloyd sintió un nudo en el estómago, y pudo ver cómo el rostro de Béranger se endurecía. El director general parecía estar a punto de levantarse y tomar el control de la conferencia de prensa.

—Admitimos que nuestro experimento parece la causa más probable —respondió Lloyd, acercándose a Theo—. Pero afirmamos que no hay modo, absolutamente ninguno, de predecir nada remotamente parecido a lo que sucedió como consecuencia de nuestro trabajo. Fue por completo imprevisto… e imprevisible. No fue más que lo que el sector asegurador llama un acto divino.

—Pero todas las muertes… —gritó un reportero.

—Todo el daño a la propiedad… —decía otro.

Lloyd volvió a levantar las manos.

—Sí, lo sabemos. Créanme, nuestro corazón está con todos aquellos que resultaron heridos, o que perdieron a un ser querido. Una niña que me era muy cercana murió cuando un coche perdió el control; daría lo que fuera por recuperarla. Pero no había modo de prevenirlo…

—Claro que lo había —gritó Jonas—: si no hubieran hecho el experimento, nunca hubiera sucedido.

—Con el mayor de los respetos, señor, eso es irracional —replicó Lloyd—. Los científicos experimentan constantemente, tomando todas las precauciones razonables. El CERN, como bien sabe, tiene un récord de seguridad envidiable. Pero no se puede dejar de hacer cosas, la ciencia no puede detenerse. No sabíamos lo que iba a suceder; no podíamos saberlo. Pero estamos siendo honestos: se lo estamos diciendo al mundo. Sé que hay gente que teme que pueda volver a suceder, que en cualquier momento su conciencia será transportada una vez más hacia el futuro. Pero no será así; nosotros fuimos la causa, y podemos asegurarles, asegurarle a todo el mundo, que no hay peligro de que algo así vuelva a ocurrir.

Hubo, por supuesto, críticas desaforadas en la prensa, editoriales sobre científicos investigando cosas que los humanos no deberían conocer. Pero, por mucho que lo intentaron, ni siquiera el periódico más sensacionalista fue capaz de lograr que un físico con credibilidad asegurara que el CERN podía haber previsto los resultados del experimento: el desplazamiento de la conciencia en el tiempo. Por supuesto, eso engendró comentarios sobre el corporativismo de los físicos. Pero las encuestas pasaron rápidamente de culpar al equipo del CERN a aceptar que se trataba de algo totalmente imprevisible, algo nuevo por completo.

Fue un tiempo difícil en lo personal para Lloyd y Michiko. Ella había volado a Tokio con el cuerpo de Tamiko. Él, por supuesto, se había ofrecido a viajar con ella, pero no hablaba japonés. Normalmente, los anglohablantes hubieran tratado por educación de que se sintiera cómodo, pero en circunstancias tan extremas parecía claro que se quedaría fuera de casi todas las conversaciones. Además, la situación era incómoda: Lloyd no era el padrastro de Tamiko, ni el marido de Michiko. Era el momento de que Michiko y Hiroshi, por muchas diferencias que hubieran tenido en el pasado, lloraran a su hija y le dieran sepultura. Por mucho que también él estuviera destrozado por la muerte, tenía que admitir que no podía hacer mucho por ayudar a su prometida en Japón.

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