Robert Sawyer - Recuerdos del futuro

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Recuerdos del futuro: краткое содержание, описание и аннотация

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Recuerdos del futuro es la historia de un asombroso descubrimiento en las instalaciones del CERN en Suiza. El equipo de investigación de Lloyd Simcoe y Theo Procopides está empleando el acelerador de partículas del laboratorio para buscar el esquivo bosón de Higgs, una partícula subatómica teórica. Pero su experimento sale terriblemente mal y, durante unos instantes, la conciencia de toda la raza humana es arrojada veinte años hacia el futuro.
Mientras la humanidad debe restañar los catastróficos efectos inmediatos del experimento (miles resultan muertos o heridos cuando el cuerpo de todos los hombres y mujeres queda inconsciente en el presente), las implicaciones más serias tardan algo en aparecer. Aquellos que no recibieron visión del porvenir tratan de descubrir cómo morirán, mientras que otros buscan a sus futuros amantes. Lloyd deberá superar la culpabilidad de haber provocado accidentalmente la muerte de la hija de su prometida, mientras Theo se ve atrapado en la investigación de su propio asesinato.
A medida que las verdaderas consecuencias de lo sucedido comienzan a hacerse claras, la presión para repetir el experimento aumenta sin cesar. Todos quieren un destello del futuro, una oportunidad para saltar y ser testigo de su éxito... o para aprender a evitar sus errores.

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Lloyd y Michiko se encontraban ahora en el sofá del salón; los platos podían esperar.

Maldición, pensó Lloyd. ¿Por qué tenía que pasar todo aquello? Todo marchaba a la perfección, y de repente…

Y de repente todo se desmoronaba.

Lloyd no era joven. Nunca había pretendido esperar tanto para casarse, pero…

Pero el trabajo se había interpuesto, y…

No, no era eso. Debía ser honesto y enfrentarse a ello.

Se consideraba un buen hombre, amable y gentil, mas…

Mas, para ser sinceros, no estaba pulido, no era un buen partido; a Michiko no le había costado mejorar su vestuario porque, por supuesto, prácticamente cualquier cambio hubiera sido para mejor.

Oh, sí, las mujeres (y los hombres, ya puestos) decían que sabía escuchar, pero él sabía que no era porque fuera sabio, sino porque no sabía exactamente qué decir en cada ocasión. Y se sentaba a absorber, a tomar los valles y las cimas de las vidas de los demás, las dificultades y problemas de aquellos cuya existencia tenía más variación, más emoción, más angustia que la suya.

Lloyd Simcoe no tenía éxito con las mujeres; no sabía contar anécdotas; no se le conocía por sus ingeniosas conversaciones de sobremesa. Sólo era un científico, un especialista en plasma de quarks y gluones, un típico pringado que había comenzado por no saber lanzar la pelota de béisbol, que había pasado la adolescencia con la nariz enterrada en libros, cuando los demás afilaban sus capacidades sociales en mil y una situaciones distintas.

Y los años quedaban atrás: los veinte, los treinta y, ahora, casi los cuarenta. Sí, había triunfado en el ámbito laboral y había tenido citas de vez en cuando, pero nada que tuviese aspecto de ser permanente, ninguna relación que pareciera destinada a soportar la prueba del tiempo.

Hasta que conoció a Michiko.

Era como llevar unos cómodos zapatos. El modo en que se reía con sus chistes, y él con los de ella. El modo, a pesar de haber crecido en sociedades enormemente distintas (él en la conservadora y rural Nueva Escocia; ella en el abrumador y metropolitano Tokio), en que compartían las ideas políticas y morales, como si fueran (el término llegó claramente de nuevo a su mente) almas gemelas , destinadas a estar siempre juntas. Sí, ella se había casado y divorciado, y sí, era madre, pero a pesar de todo parecían sincronizados por completo, hechos el uno para el otro.

Pero ahora…

Ahora parecía que también aquello era una ilusión. El mundo podía seguir pugnando por decidir qué realidad reflejaban las visiones (si es que reflejaban alguna), pero Lloyd ya las había aceptado como hechos, verdaderas muestras del mañana, del continuo espaciotemporal inalterable en el que siempre había sabido que vivía.

Pero aún tenía que explicarle a ella lo que sentía, él, Lloyd Simcoe, el hombre cuya voz siempre fallaba, el paño de lágrimas, el ladrillo, aquel hacia el que los demás se volvían cuando dudaban. Tenía que explicarle qué pasaba por su cabeza, por qué la visión de un matrimonio disuelto dentro de veintiún años (¡veintiún años!) lo paralizaba en aquel momento, envenenaba todo lo que creía tener.

Observó a Michiko, bajó la vista, trató de nuevo de encontrar sus ojos y terminó por concentrarse en un punto negro en las paredes oscuras del apartamento.

Nunca había hablado de aquello con nadie, ni siquiera con su hermana Dolly, al menos desde que dejaron de ser niños. Inspiró profundamente antes de comenzar, con los ojos aún fijos en la pared.

—Cuando tenía ocho años, mis padres nos llamaron a mí y a mi hermana al salón. —Tragó saliva—. Era una tarde de sábado. Desde hacía semanas las cosas habían estado muy tensas en casa. “Muy tensas” es un modo adulto de expresarlo. De niño, lo único que yo sabía era que papá y mamá no se hablaban. Sí, se dirigían la palabra cuando era necesario, pero siempre de forma seca. Y a menudo terminaban con frases cortadas. “ Si ése es el modo…”, “No voy a…”, “No te atrevas…”. Todo el rato así. Trataban de ser civilizados cuando sabían que podíamos oírlos, pero nos enterábamos de mucho más de lo que pensaban. —Miró un instante a Michiko antes de volver a contemplar la pared—. Pues aquella tarde nos llamaron abajo.” ¡Lloyd, Dolly, venid aquí!”. Era mi padre. Y ya sabes, cuando nos gritaba para que fuéramos, era porque estábamos en un buen lío. No habíamos recogido nuestros juguetes, uno de los vecinos se había quejado de algo, lo que fuera. Salí de mi cuarto y Dolly del suyo, y nos miramos, ya sabes, un mero instante, un momento compartido de aprensión. —Observó a Michiko como había hecho hacía años con su hermana—. Bajamos las escaleras y allí estaban: mamá y papá. Los dos estaban de pie, y nosotros nos quedamos igual. Todo el tiempo estuvimos así, como si esperáramos el maldito autobús. Durante un tiempo estuvieron callados, como si no supieran qué decir. Al final empezó mi madre: “Vuestro padre se marcha”. Ya está. Sin preámbulos, sin tratar de suavizar el golpe: “Vuestro padre se marcha”. Y entonces habló él. “Me iré a algún lugar cercano. Podréis verme los fines de semana”. Y mi madre añadió, como si fuera necesario: “Vuestro padre y yo hemos tenido problemas últimamente”.

Lloyd se quedó callado.

Michiko le mostró una expresión comprensiva.

—¿Lo viste mucho después de marcharse? —preguntó al fin.

—No se marchó.

—Pero tus padres están divorciados.

—Sí… seis años después. Pero, tras el gran anuncio, no se marchó. No nos dejó.

—¿Arreglaron sus problemas?

Lloyd se encogió de hombros.

—No, no, las luchas prosiguieron, pero nunca volvieron a hablar de separación. Nosotros, Dolly y yo, estábamos siempre esperando la caída del martillo, la marcha de mi padre. Durante meses, durante los seis años que sobrevivió el matrimonio a aquel día, pensamos que se iría en cualquier momento. Nunca se habló de fechas; en realidad, nunca dijeron cuándo se iría. Cuando al fin se separaron, fue casi un alivio. Quiero a mi padre, y a mi madre también, pero tener tanto tiempo esa espada sobre nuestras cabezas fue insoportable. —Hizo una pausa—. Y un matrimonio como ese, un matrimonio con problemas… Lo siento, Michiko, pero no quiero volver a pasar jamás por algo parecido.

10

TERCER DÍA: JUEVES 23 DE ABRIL DE 2009

Revista de prensa

La oficina del Fiscal de Distrito de Los Ángeles ha retirado todos los cargos pendientes por faltas para liberar personal, que deberá encargarse de la avalancha de demandas relacionadas con los saqueos posteriores al salto al futuro.

El Departamento de Filosofía de la Universidad de Witwatersrand, Suráfrica, informa de un récord de solicitudes de matrícula.

Amtrak de los EE.UU., Via Rail en Canadá y British Rail han informado de un enorme aumento del volumen de pasajeros. Ninguno de los trenes de dichas compañías sufrió accidente alguno durante el salto al futuro.

La Iglesia de las Sagradas Visiones, presentada ayer en Estocolmo, cuenta ya con 12.000 fieles en todo el mundo convirtiéndose en la religión de más rápida difusión de todo el planeta.

La Asociación Americana de Abogados informa de un fuerte aumento de peticiones de nuevos testamentos, o de revisión de los ya existentes.

Al día siguiente, Theo y Michiko estaban trabajando en la creación de su página web para que la gente informara de sus visiones. Habían decidido llamarla Proyecto Mosaico, en honor del primer explorador popular (hace tiempo olvidado) de la red y como reconocimiento por el hecho evidente, dados los esfuerzos de investigadores y reporteros de todo el mundo, de que cada visión representaba una pequeña tesela en un vasto mosaico del año 2030.

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