Robert Sawyer - Recuerdos del futuro

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Recuerdos del futuro: краткое содержание, описание и аннотация

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Recuerdos del futuro es la historia de un asombroso descubrimiento en las instalaciones del CERN en Suiza. El equipo de investigación de Lloyd Simcoe y Theo Procopides está empleando el acelerador de partículas del laboratorio para buscar el esquivo bosón de Higgs, una partícula subatómica teórica. Pero su experimento sale terriblemente mal y, durante unos instantes, la conciencia de toda la raza humana es arrojada veinte años hacia el futuro.
Mientras la humanidad debe restañar los catastróficos efectos inmediatos del experimento (miles resultan muertos o heridos cuando el cuerpo de todos los hombres y mujeres queda inconsciente en el presente), las implicaciones más serias tardan algo en aparecer. Aquellos que no recibieron visión del porvenir tratan de descubrir cómo morirán, mientras que otros buscan a sus futuros amantes. Lloyd deberá superar la culpabilidad de haber provocado accidentalmente la muerte de la hija de su prometida, mientras Theo se ve atrapado en la investigación de su propio asesinato.
A medida que las verdaderas consecuencias de lo sucedido comienzan a hacerse claras, la presión para repetir el experimento aumenta sin cesar. Todos quieren un destello del futuro, una oportunidad para saltar y ser testigo de su éxito... o para aprender a evitar sus errores.

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—¿Cómo es posible? —preguntó Lloyd.

—No lo sé —respondió Jake, pasándose la mano por el pelo rojo—. Pero, de algún modo, todas las cámaras, sensores e instrumentos de registro del mundo simplemente dejaron de grabar en el periodo del salto.

Theo estaba sentado en su despacho, con un Pato Donald de plástico observándolo desde encima del monitor, pensando en cómo expresar lo que quería decir. Después de todo, necesitaba convertir la información en un anuncio clasificado en cientos de periódicos de todo el mundo; le costaría una fortuna si no era conciso. Tenía tres teclados: uno francés AZERTY, uno inglés QWERTY y otro griego. Usaba el inglés:

Theodosios Procopides, natural de Atenas, trabajador del CERN, será asesinado el lunes 21 de octubre de 2030. Si su visión está relacionada con este crimen, por favor escriba a procopides@cern.ch.

Pensó en dejarlo así, pero añadió una última frase: “Espero poder prevenir mi propia muerte”.

Theo podía traducirlo al griego y al francés; en teoría, su ordenador se encargaría de hacerlo a cualquier otro idioma, pero si algo había aprendido de su estancia en el CERN era que las traducciones informáticas eran imprecisas; aún recordaba el horrendo incidente del banquete de Navidad. No, recabaría la ayuda de algunos trabajadores del CERN para hacerlo, y para que le aconsejaran sobre los periódicos más importantes de cada uno de sus países.

Pero había una cosa que podía hacer de inmediato: subir aquella nota a varios grupos de noticias. Lo hizo antes de irse a dormir a casa.

Al fin, a la una de la madrugada, Lloyd y Michiko dejaron el CERN. De nuevo, abandonaron el Toyota en el estacionamiento; en modo alguno era extraño que la gente del CERN se quedara trabajando toda la noche.

Michiko trabajaba para Sumitomo Electric; era una ingeniera especializada en tecnología superconductora-aceleradora, asignada a largo plazo en el CERN, que había comprado varios componentes del LHC a Sumitomo. Sus jefes le habían proporcionado a ella y a Tamiko un maravilloso apartamento en la Margen Derecha de Ginebra. Lloyd no estaba tan bien pagado, y no le sufragaban la estancia; su apartamento se encontraba en el pueblo de St. Genis. Le gustaba vivir en Francia y trabajar casi todo el tiempo en Suiza; el CERN disponía de su propia aduana, que permitía al personal cruzar la frontera sin preocuparse por enseñar el pasaporte.

Lloyd había alquilado un apartamento amueblado; aunque llevaba dos años en el CERN, no pensaba en la casa como en su hogar, y la idea de comprar muebles no le parecía muy sensata, ya que debería enviarlos luego a Norteamérica. Su mobiliario era algo pasado de moda y demasiado recargado para su gusto, pero al menos conjuntaba bien: la madera oscura, las alfombras naranjas, las paredes rojo oscuro. Creaba un ambiente cálido y acogedor, a costa de hacer que el espacio pareciera menor. Pero no tenía conexión emocional alguna con aquel apartamento: nunca se había casado ni había vivido con alguien del sexo opuesto, y en los veinticinco años que habían pasado desde que se marchara de casa de sus padres había tenido once direcciones distintas. A pesar de todo, aquella noche no había duda de que irían a su apartamento, no al de ella. Había demasiado de Tamiko en el piso de Ginebra, demasiado para soportarlo tan pronto.

El apartamento de Lloyd se encontraba en un edificio de cuarenta años, calentado por radiadores eléctricos. Se sentaron en el sofá. Él tenía un brazo sobre los hombros de ella, tratando de consolarla.

—Lo siento.

El rostro de Michiko aún parecía hinchado. Tenía periodos de calma, pero las lágrimas comenzaban de repente y no parecían terminar nunca. Asintió ligeramente.

—No había modo de preverlo —dijo Lloyd—, ni de evitarlo.

Pero Michiko negó con la cabeza.

—¿Qué clase de madre soy? Me llevo a mi hija a medio mundo de distancia de sus abuelos, de su casa.

Lloyd no dijo nada. ¿Qué iba a decir? ¿Que había parecido una idea maravillosa? Irse a estudiar a Europa, aunque fuera con solo ocho años, hubiera sido una experiencia increíble para cualquier niño. Desde luego, llevar a Tamiko a Suiza había sido lo correcto.

—Debería intentar hablar con Hiroshi —dijo Michiko. Era su ex marido—. Tengo que asegurarme de que ha recibido el correo electrónico.

Lloyd pensó en comentarle que Hiroshi probablemente no mostrara mayor interés en su hija ahora que estaba muerta que el que había tenido estando viva. Aunque nunca lo había conocido, lo odiaba a muchos niveles. Lo odiaba por entristecer a Michiko, no una vez, ni dos, sino durante años. Le dolía pensar en la vida de ella sin una sonrisa en la cara, sin alegría en el corazón. Además, si quería ser brutalmente honesto, lo odiaba por haberla tenido primero. Pero no dijo nada. Se limitó a acariciar su lustroso pelo negro.

—Él no quería que me la trajera —dijo Michiko sollozando—. Quería que se quedara en Tokio, que fuera a una escuela japonesa —se limpió los ojos—. “A una escuela apropiada”, decía. Si le hubiera hecho caso…

—El fenómeno se produjo en todo el mundo —respondió Lloyd suavemente—. No hubiera estado más segura en Tokio que en Ginebra. No puedes culparte.

—No lo hago. Yo…

Pero se detuvo. Lloyd no pudo sino preguntarse si iba a decir “Te culpo a ti”.

Michiko no había venido al CERN para estar con Lloyd, pero ninguno de los dos dudaba que él era el motivo por el que había decidido quedarse. Ella le había pedido a Sumitomo que la mantuviera allí después de instalar el equipo del que era responsable. Durante los dos primeros meses, Tamiko se había quedado en Japón, pero una vez Michiko decidió prolongar su estancia, se las arregló para traerse a su hija a Europa.

Lloyd también había amado a Tamiko. Sabía que el de padrastro siempre era un papel difícil, pero los dos se llevaban muy bien. A no todos los jóvenes les gustaba que un padre divorciado encontrara nuevo compañero; la propia hermana de Lloyd había roto con su novio porque a sus dos hijos pequeños no les gustaba aquel nuevo hombre en sus vidas. Pero Tamiko le había dicho una vez que le gustaba porque hacía sonreír a su madre.

Lloyd miró a su prometida. Estaba tan triste que se preguntó si alguna vez la volvería a ver sonreír. También tenía ganas de llorar, pero algo estúpido y masculino no se lo permitía mientras ella estuviera llorando a su vez. Se contuvo.

Se preguntó qué impacto iba a tener aquello en su próximo matrimonio. No había tenido más motivos para proponerlo que su amor total y completo por Michiko. Y no dudaba del amor que ella sentía, pero, al menos en cierta medida, ella siempre había tenido un segundo motivo para casarse con él. Por moderna y liberada que fuera, y al menos para los estándares japoneses era muy moderna, siempre había buscado un padre para su hija, alguien que le ayudara a criar a Tamiko, que le proporcionara una presencia masculina.

¿Era ése el único interés de Michiko? Oh, sí, los dos lo pasaban estupendamente juntos, pero muchas parejas eran iguales sin un matrimonio o un compromiso a largo plazo. ¿Seguiría queriendo casarse con él ahora?

Y, por supuesto, estaba aquella otra mujer, la de su visión, la prueba vívida y clara…

La prueba de que, igual que el matrimonio de sus padres había acabado en divorcio, lo haría el suyo si terminaba al fin casándose con Michiko.

7

SEGUNDO DÍA: MIÉRCOLES 22 DE ABRIL DE 2009

Resumen de prensa

El número de muertos sigue aumentando tras el fenómeno de salto al futuro producido ayer. En Caracas, Venezuela, Guillermo Garmendia, de 36 años, aparentemente desconsolado por la muerte de su esposa María, de 34, abatió de sendos disparos a sus hijos Ramón (7) y Salvador (5), suicidándose acto seguido.

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