Robert Sawyer - Recuerdos del futuro

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Recuerdos del futuro: краткое содержание, описание и аннотация

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Recuerdos del futuro es la historia de un asombroso descubrimiento en las instalaciones del CERN en Suiza. El equipo de investigación de Lloyd Simcoe y Theo Procopides está empleando el acelerador de partículas del laboratorio para buscar el esquivo bosón de Higgs, una partícula subatómica teórica. Pero su experimento sale terriblemente mal y, durante unos instantes, la conciencia de toda la raza humana es arrojada veinte años hacia el futuro.
Mientras la humanidad debe restañar los catastróficos efectos inmediatos del experimento (miles resultan muertos o heridos cuando el cuerpo de todos los hombres y mujeres queda inconsciente en el presente), las implicaciones más serias tardan algo en aparecer. Aquellos que no recibieron visión del porvenir tratan de descubrir cómo morirán, mientras que otros buscan a sus futuros amantes. Lloyd deberá superar la culpabilidad de haber provocado accidentalmente la muerte de la hija de su prometida, mientras Theo se ve atrapado en la investigación de su propio asesinato.
A medida que las verdaderas consecuencias de lo sucedido comienzan a hacerse claras, la presión para repetir el experimento aumenta sin cesar. Todos quieren un destello del futuro, una oportunidad para saltar y ser testigo de su éxito... o para aprender a evitar sus errores.

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—Mi muerte —repitió Theo, como si se hubiera saltado la clase de inglés en la que se explicaran aquellas dos palabras.

—Así es.

Theo trató de recomponerse.

—Mire, ¿cómo puedo saber que no se trata de un engaño, de una broma?

—Lo siento; sabía que no debería haberle llamado. Será mejor…

—No, no, no, no cuelgue. De hecho, me gustaría pedirle su nombre y su número de teléfono. Esta maldita pantalla no muestra más que “Fuera de zona”. Tiene que dejarme que le llame yo, le tiene que estar costando una fortuna.

—Como dije, mi nombre es Kathleen DeVries. Soy enfermera en un hogar de la tercera edad. —Le dio su número de teléfono—. Pero no me importa pagar la llamada. Lo cierto es que no quiero nada de usted, y no estoy tratando de engañarlo. Pero bueno, mire, yo veo gente morir muy a menudo. En la residencia perdemos uno cada semana, pero casi todos tienen ochenta, noventa o incluso cien años. Pero usted… usted sólo tendrá cuarenta y ocho cuando muera, demasiado joven. Pensé en llamarle para que lo supiera, puede que para que, de algún modo, evite su propia muerte.

Theo se quedó en silencio varios segundos antes de responder.

—Y… ¿y decía la noticia de qué iba a morir? —durante un extraño momento, Theo se alegró de que su muerte mereciera una nota en los periódicos internacionales. Casi preguntó si las primeras palabras del artículo no eran, por casualidad, “Ganador del Nóbel”—. Sé que debo tener cuidado con el colesterol. ¿Fue de un infarto?

Se produjo un silencio de varios segundos.

—Umm. Lo siento mucho, Dr. Procopides, me temo que debía haber sido más precisa. No era una necrológica lo que leía, sino una noticia de sucesos —la oyó tragar saliva—. Una noticia sobre su asesinato.

Theo se quedó sin habla. Podía repetir incrédulo aquella última palabra, pero no tenía sentido.

Tenía veintisiete y estaba en buen estado. Como había estado pensando hacía unos instantes, no moriría de muerte natural en apenas veintiún años. Pero… ¿asesinato?

—Dr. Procopides, ¿sigue usted ahí?

—Sí.

De momento.

—L-lo siento, Dr. Procopides. Sé que debe de ser todo un trauma.

Theo esperó unos instantes.

—El artículo que leía… ¿decía quién me mató?

—Me temo que no. Al parecer, era un crimen sin resolver.

—Bueno, ¿y qué decía la noticia?

—He escrito todo lo que recuerdo; se lo puedo enviar por correo electrónico, pero bueno, déjeme leérselo. Recuerde que es una reconstrucción. Creo que es bastante precisa, pero no puedo garantizarle cada palabra. —Se detuvo, aclaró la garganta y comenzó—. El titular era “Físico tiroteado”.

Tiroteado , pensó Theo. Dios.

DeVries prosiguió.

—La noticia estaba fechada en Ginebra, y decía: “Theodosios Procopides, físico griego trabajando en el CERN, centro europeo de física de partículas, fue encontrado muerto hoy de varios disparos. Procopides, doctorado por la Universidad de Oxford, era director del Colisionador de Taquiones-Tardiones…

—Repita eso —dijo Theo.

—El Colisionador de Taquiones-Tardiones —dijo DeVries. Pronunciaba mal “taquiones”, usando una “ch” suave en vez del sonido “k”—. Nunca había oído estas palabras.

—No existe tal colisionador —dijo Theo—, al menos de momento. Por favor, siga.

—…director del Colisionador de Taquiones-Tardiones del CERN. El Dr. Procopides llevaba veintitrés años en dicho centro. No se conocen motivos para el asesinato, pero se descarta el robo, ya que se encontró la cartera del Dr. Procopides en el cuerpo. Se presume que los disparos se produjeron entre las doce y la una de la tarde de ayer, hora local. Se seguirá investigando. El Dr. Procopides deja…

—¿Sí? ¿Sí?

—Lo siento. Eso es todo.

—¿Quiere decir que la visión terminó antes de leer el artículo?

Se produjo un pequeño silencio.

—Bueno, no exactamente. El resto del artículo seguía fuera de la pantalla, y en vez de pulsar el botón de siguiente página, que podía ver en el lateral del dispositivo lector, seleccioné otro artículo —hizo una pausa—. Lo siento, Dr. Procopides. Yo … la yo de 2009, estaba interesada en el resto del artículo, pero a mi versión de 2030 no parecía importarle. Intenté hacerle… hacerme tocar ese control, pero no funcionó.

—¿Entonces no sabe quién me mató, ni por qué?

—Lo siento.

—Y el periódico que leía… ¿está segura de que era el del día? Ya sabe, el del 23 de octubre de 2030.

—En realidad no. Había un… ¿cómo llamarlo? ¿un encabezado? Había un encabezado en lo alto del lector que señalaba de forma prominente la fecha y el nombre del periódico: The Johannesburg Star , jueves 22 de octubre de 2030. De modo que creo que era el periódico de ayer, si usted me entiende —hizo una pausa—. Siento ser portadora de malas noticias.

Theo esperó un tiempo, tratando de digerir todo aquello. Ya era malo tener que lidiar con la idea de estar muerto en veinte meros años, pero la de que alguien pudiera matarlo era excesivo.

—Muchas gracias, señorita DeVries —dijo—. Si recuerda cualquier otro detalle, lo que sea, por favor, hágamelo saber. Le ruego que me envíe la transcripción que mencionó —le dio su número de fax.

—Así lo haré —dijo—. L-lo siento; parece usted un joven muy agradable. Espero que pueda averiguar quién lo hizo, quién va a hacerlo … y que encuentre un modo de evitarlo.

6

Ya era casi medianoche. Lloyd y Michiko recorrían el pasillo en dirección al despacho de él, cuando oyeron la voz de Jake Horowitz llamándoles desde una puerta abierta.

—Eh, Lloyd, venga a ver esto.

Entraron en la estancia. El joven Jake estaba de pie junto a un televisor. La pantalla sólo mostraba nieve.

—Nieve —dijo Lloyd, señalando lo evidente, mientras se situaba junto a Jake.

—Así es.

—¿Qué canal quieres coger?

—Ninguno. Estoy reproduciendo una cinta.

—¿De qué?

—Es la cámara de seguridad del portón principal del campus del CERN —pulsó el botón de extracción, y la cinta VHS obedeció. La reemplazó por otra—. Y ésta es la cámara de seguridad del Microcosmos. —Pulso “play”; la pantalla volvió a llenarse de nieve.

—¿Estás seguro de que los formatos son compatibles? —Suiza empleaba el sistema de grabación PAL, y aunque las máquinas multiplataforma eran comunes, había en el CERN algunos vídeos que sólo funcionaban con el NTSC.

Jake asintió.

—Estoy seguro. Me costó un rato encontrar un video que mostrara siquiera esto. Casi todos ponen una pantalla azul si no reciben una señal.

—Pues si el formato de vídeo es correcto, las cintas deben de tener algún problema —dijo Lloyd frunciendo el ceño—. Puede que se produjera un pulso electromagnético asociado con el… el… con lo que fuera; podría haber borrado las cintas.

—Eso pensé yo también al principio. Pero observe esto —pulsó el botón de rebobinado. La nieve aceleró su danza en la pantalla, mientas las letras REV (la abreviatura era la misma en muchas lenguas europeas) aparecía en la esquina superior derecha. Medio minuto más tarde, apareció de repente una imagen, mostrando la exposición Microcosmos, la galería del CERN dedicada a explicarle a los turistas la física de partículas. Jake rebobinó algo más antes de levantar el dedo del botón.

—¿Ve? —dijo—. Ésa es una grabación anterior; mire la hora —en la parte inferior de la pantalla, centrada, una lectura digital aparecía superpuesta a la imagen, con un reloj que avanzaba con normalidad: “16h58m22s”, “16h58m23s”, “16h58m24s”…

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