Robert Heinlein - Viernes

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Viernes: краткое содержание, описание и аннотация

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Viernes es su nombre. Es una mujer. Y es un mensajero secreto. Está empleada por un hombre al que únicamente conoce como "Jefe". Operando desde y a través de una Tierra de un futuro próximo, en la cual Norteamérica ha sido balcanizada en docenas de estados independientes, en donde la cultura ha sido extrañamente vulgarizada y el caos es la norma feliz, se enfrenta a una sorprendente misión que la hace ir de un lado para otro bajo unas órdenes aparentemente absurdas. De Nueva Zelanda al Canadá, de uno a otro de los nuevos estados desunidos de América, mantiene ingeniosamente su equilibrio con rápidas y expeditivas soluciones, de una calamidad y embrollo a otro. Desesperada por la identidad y las relaciones humanas, nunca está segura si se halla un paso por delante, o un paso por detrás, del definitivo destino de la raza humana. Porque Viernes es una Persona Artificial… la mayor gloria de la ingeniería genética.
Una de las mejores obras de Heinlein, lo cual es lo mismo que decir una de las mejores de toda la ciencia ficción…

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— ¡Falso! — respondió Ian —. La abuela de Georges le dejó esta sopa en su testamento.

— Eso es una exageración — objetó Georges —. Mi querida madre, Dios la tenga en su gloria, empezó esta sopa el año en que yo nací. Mi hermana mayor esperó siempre recibirla, pero se casó contra la voluntad de ella con un britocanadiense, así que pasó a mí. He intentado mantener la tradición. Aunque creo que el aroma y el bouquet eran mejores cuando mi madre se ocupaba de ella.

— No entiendo de esas cosas — respondí —. Todo lo que sé es qué esta sopa nunca ha visto una lata.

— La empecé la semana pasada — dijo Janet —. Pero Georges se hizo cargo de ella y la fue cuidando desde entonces. Entiende las sopas mejor que yo.

— Todo lo que entiendo de sopas es de comérmelas, y espero que quede algo para mí en ese caldero.

— Siempre — me aseguró Georges — podemos echarle otro ratón.

— ¿Algo nuevo en las noticias? — preguntó Janet.

— ¿Qué pasó con tu regla de «nada de eso en las comidas»?

— Ian, mi auténtico amor, deberías saber más que nadie que mis reglas se aplican a los demás, no a mí misma. Respóndeme — En general, ningún cambio. No se informa de más asesinatos. Si han aparecido más autorías al creciente enjambre de autoproclamados demoledores de la paz, nuestro paternalista gobierno ha decidido no hacérnoslo saber. Dios los maldiga, odio esa actitud de «papá sabe lo que hay que hacer mejor que tú». Papá no sabe lo que hay que hacer mejor que nosotros, o de otro modo no estaríamos metidos en el lío en que estamos metidos. Todo lo que sabemos realmente es que el gobierno está utilizando la censura. Lo cual significa que no sabemos nada. Eso me hace desear pegarle un tiro a alguien.

— Creo que ya ha habido bastantes tiros. ¿O acaso deseas enrolarte en los Angeles del Señor?

— Sonríe cuando digas eso. ¿O deseas que te hinche un labio?

— Recuerda la última vez que intentaste castigarme.

— Por eso he dicho «labio».

— Mi amor, te prescribo tres buenos tragos para reanimarte. Lamento que estés preocupado. A mí tampoco me gusta, pero no veo ninguna otra cosa que podamos hacer excepto jurar y maldecir y sudar.

— Jan, a veces eres casi ofensivamente sensible. Lo que realmente me hace rechinar los dientes es el enorme agujero que hay en las noticias… y ninguna explicación.

— ¿Sí?

— Las multinacionales. Todas las noticias han sido acerca de los estados territoriales, ni una palabra acerca de los estados corporativos. Sin embargo, cualquiera que pueda contar más allá de diez con los zapatos puestos sabe dónde está hoy en día el poder.

¿Acaso esos bromistas sanguinarios no lo saben?

— Viejo — dijo Georges suavemente —, quizá sea por esa razón precisamente que las corporaciones no han sido nombradas como objetivos.

— Sí, pero… — Ian se calló.

— Ian — dije —, el día que nos conocimos, señalaste que no hay realmente ninguna forma de atacar a un estado corporativo. Hablaste de IBM y Rusia.

— Eso no es exactamente lo que dije, Marj. Dije que una fuerza militar era impotente contra una multinacional. Normalmente, cuando hacen la guerra entre sí, los gigantes utilizan dinero y delegados y otras maniobras que implican abogados y banqueros más que violencia. Oh, a veces luchan con ejércitos mercenarios pero no lo admiten, y tampoco es tu estilo habitual. Pero esos bromistas actuales están utilizando exactamente las armas con las cuales una multinacional puede ser atacada allá donde más le duela:

asesinato y sabotaje. Esto es tan evidente que me preocupa el que no hayamos oído nada al respecto. Me hace pensar en qué estará ocurriendo y que no se atreven a difundir.

Tragué un trozo grande de pan francés que había mojado en aquella sopa celestial, y luego dije:

— Ian, ¿entra dentro de lo posible que alguna… o varias… de las multinacionales esté representando toda esta gran parada… a través de hombres de paja?

Ian se envaró tan repentinamente que derramó la sopa de su plato y se manchó la pechera.

— Marj, me sorprendiste. Te elegí originalmente de entre la multitud por razones que no tienen nada que ver con tu cerebro…

— Lo sé.

— …pero persistes en tener un cerebro. Lo demostraste una vez señalando donde estaba el error en la idea de la compañía de contratar pilotos artificiales… y voy a utilizar tu argumentación en Vancouver. Ahora has tomado ese loco cuadro de las noticias… y has metido en él la pieza del rompecabezas que hace que todo tenga sentido.

— No estoy segura de que ahora tenga sentido — respondí —. Pero, según las noticias, ha habido asesinatos y sabotajes por todo el planeta y en la Luna y tan lejos como Ceres.

Eso representa cientos de personas, más probablemente miles. Tanto el asesinato como el sabotaje son trabajos especializados; exigen un entrenamiento. Los aficionados, aunque puedan ser reclutados, convertirían el trabajo en una chapucería siete de cada diez veces. Todo esto significa dinero. Montones de dinero. No simplemente una organización política chiflada, o un culto religioso loco. ¿Quién tiene el dinero para una demostración como ésta, abarcando todo un mundo, todo un sistema? No lo sé…

simplemente he apuntado una posibilidad.

— Creo que la has resuelto. Todo excepto el «quién». Marj, ¿a qué te dedicas cuando no estás con tu familia en la Isla del Sur?

— No tengo ninguna familia en la Isla del Sur. Mis maridos y mis hermanas del grupo se han divorciado de mí.

(Estaba tan disgustada como él).

Hubo un silencio a mi alrededor. Luego Ian tragó lo que tenía en la boca y dijo suavemente:

— Lo siento mucho, Marjorie.

— No tienes por qué sentirlo, Ian. Fue corregido un error; ya está hecho y superado. No voy a volver a Nueva Zelanda. Pero me gustaría ir a Sydney algún día para visitar a Betty y Freddie.

— Estoy seguro de que a ellos les gustará.

— Sé que sí. Y ambos me invitaron. Ian, ¿qué es lo que enseña Freddie? Nunca hablamos de ello.

Fue Georges quien respondió.

— Federico es un colega mío, querida Marjorie… una feliz circunstancia que me ha permitido llegar hasta aquí.

— Exacto — afirmó Janet —. Gordinflón y Georges rebanaban genes juntos en McGill, y a través de su amistad Georges conoció a Betty, y Betty lo empujó en mi dirección y yo lo recogí.

— De modo que Georges y yo llegamos al trato — dijo Ian — de que ninguno de los dos podía manejar a Jan solo. ¿Correcto, Georges?

— Tienes razón, hermano. Si es que podemos manejarla los dos juntos.

— Yo tengo problemas en manejaros a vosotros dos — comentó Jan —. Será mejor que contrate a Marj para que me ayude. ¿Marj?

No me tomé en serio aquella cuasioferta porque estaba segura de que no había sido hecha en serio. Todo el mundo estaba charlando de intrascendencias para cubrir la impresión que yo había arrojado sobre ellos. Todos lo sabíamos. ¿Pero se había dado cuenta alguien excepto yo de que mi trabajo era otro tema que había quedado arrinconado? Sabía lo que había ocurrido… pero ¿por qué esa capa profunda de mi cerebro decide postergar el tema tan enfáticamente? ¡Nunca podré revelar los secretos del Jefe!

De pronto me sentí urgentemente ansiosa de analizar al Jefe. ¿Estaba él involucrado en esos extraños acontecimientos? Y si era así, ¿de qué lado?

— ¿Más sopa, querida dama?

— No le des más sopa hasta que me responda.

— Pero Jan, no estás hablando en serio. Georges, si tomo más sopa, comeré más pan con ajo. Y me pondré gorda. No. No me tientes.

— ¿Más sopa?

— Bueno… sólo un poco.

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