— Hemos desayunado muy tarde.
— Y tendremos una comida tardía. Una vez la veas en la mesa, la comerás, y lo mismo hará Georges. Una cosa que podemos hacer: sólo para el caso de que las cosas vayan peor de lo que van ahora, Marj tendría que saber dónde ir para protegerse de las bombas.
— O de cualquier otra cosa.
— O de cualquier otra cosa. Sí, Ian. Como de la policía buscando enemigos. ¿Habéis tenido en cuenta vosotros dos, oh bravos hombres de la casa, qué hacer en caso de que alguien llame a nuestra puerta?
— Ya había pensado en eso — respondió Georges —. Primero entregar a Marj a los cosacos. Eso los distraerá, y me dará tiempo de escapar muy, muy lejos. Ese es un plan.
— Lo es — admitió Janet —. ¿Pero implicas con ello que tienes otro?
— No con la simple elegancia de ése. Pero, de todos modos, es un segundo plan. Me entrego a la Gestapo, un caso en el que hay que determinar si yo, un distinguido huésped y alguien que paga religiosamente sus impuestos y nunca ha dejado de contribuir a las campañas benéficas de la policía y de los bomberos, puedo ser arrestado sin ninguna razón aparente. Mientras estoy sacrificándome por un principio, Marj puede correr al refugio y permanecer oculta. Ellos no saben que está aquí. Lamentablemente, sí saben que yo estoy aquí. «Es mejor, mucho mejor…» — No seas tan noble, querido; no te va. Combinaremos los dos planes. Si… No, cuando… Cuando vengan en busca de uno o de los dos, ambos os ocultáis en el refugio y os quedáis allí tanto tiempo como sea necesario. Días. Semanas. Lo que sea.
Georges agitó la cabeza.
— Yo no. Aquello está húmedo. Es insalubre.
— Y además — añadió Ian — le prometí a Marj que la protegería de Georges. ¿De qué sirve salvar su vida si la pones en manos de un canadiense maníaco sexual?
— No le creas, querida. Mi debilidad es el alcohol.
— Muchacha, ¿deseas ser protegida de Georges?
Respondí sinceramente que creía que Georges debía ser protegido de mí. No exageraba.
— En cuanto a tus quejas acerca de la humedad, Georges, el Agujero tiene exactamente la misma humedad que el resto de la casa, un benigno RH de cuarenta y cinco; así lo planeé. Si es necesario te meteremos a la fuerza en el Agujero, pero no vamos a entregarte a la policía. — Janet se volvió hacia mí —. Ven conmigo, querida; vamos a hacer un pequeño viaje de exploración.
Me llevó a la habitación que me había sido asignada, tomó mi neceser de vuelo.
— ¿Qué es lo que llevas en él?
— No mucha cosa. Ropa interior de repuesto y algunas medias. Mi pasaporte. Una tarjeta de crédito que no me sirve para nada. Algo de dinero. Mis documentos de identidad. Un pequeño bloc de notas. Mi auténtico equipaje está en tránsito en la consigna del puerto.
— Estupendo. Porque todo rastro de ti va a ser depositado en mi habitación. Si son ropas, tú y yo tenemos aproximadamente la misma talla. — Rebuscó en un cajón y extrajo un cinturón con bolsa incorporada… uno de esos cinturones con bolsa para el dinero que normalmente llevan las mujeres. Lo reconocí aunque yo nunca he tenido ninguno… no sirven en mi profesión. Demasiado obvios —. Pon ahí todo lo que no puedas permitirte perder, y luego colócatelo. Y séllalo. Porque vas a empaparte toda. ¿Te importa mojarte el pelo?
— Dioses, no. Simplemente me lo envuelvo con una toalla y me lo seco. O lo ignoro.
— Estupendo. Llena la bolsa y quítate las ropas. No tiene objeto dejar que se mojen.
Aunque, si los gendarmes se presentan antes, simplemente puedes ir por delante de ellos y mojarte, y luego secarte en el Agujero.
Unos momentos más tarde estábamos en el enorme baño, yo vestida con aquel cinturón con bolsa impermeable, Janet solamente con una sonrisa.
— Querida — dijo, señalando a aquella enorme bañera-piscina —, mira bajo el asiento del fondo, ahí.
Avancé un poco.
— No puedo ver muy bien.
— Así lo planeé. El agua está clara y puedes ver el fondo por todas partes. Pero desde el único lugar donde puedes ver debajo de aquel asiento las luces del techo se reflejan en el agua y te ciegan. Hay un túnel bajo ese asiento. No puedes verlo te sitúes donde te sitúes, pero si metes la cabeza en el agua puedes palparlo. Tiene un poco menos de un metro de ancho, aproximadamente medio metro de alto, y unos seis metros de largo.
¿Cómo te sientes en lugares cerrados? ¿Te preocupa la claustrofobia?
— No.
— Estupendo. Porque la única forma de llegar al Agujero es inspirar profundamente, meterte en el agua, y atravesar ese túnel. Es bastante fácil impulsarte por él porque puse asideros en el fondo para tal fin. Pero tienes que creer que no es demasiado largo, que puedes alcanzar el lugar donde vuelve a abrirse sin respirar, y que simplemente poniéndote en pie allí hallarás de nuevo aire. Te encontrarás en la oscuridad pero las luces se encenderán rápidamente; hay un interruptor accionado térmicamente. Esta vez yo iré delante. ¿Lista para seguirme?
— Creo que sí. Sí.
— Adelante pues. — Janet se metió en el agua y avanzó hacia el asiento, apoyando los pies en el suelo de la bañera-piscina. El agua le llegaba un poco más arriba de la cintura —. ¡Una profunda inspiración! — La hizo, sonrió, y se metió bajo el agua y bajo aquel asiento.
Me metí también en el agua, hiperventilada, y la seguí. No podía ver el túnel pero era fácil de localizar por el tacto, fácil avanzar por él a lo largo de los asideros en el fondo.
Pero tuve la impresión de que su longitud era varias veces seis metros.
Repentinamente brotó una luz justo delante mío. La alcancé, me puse en pie, y Janet me tendió una mano y me ayudó a mantener el equilibrio fuera del agua. Me hallé en una habitación muy pequeña, con un techo a no más de dos metros de altura sobre el suelo de cemento. Parecía tan agradable como una tumba, pero no más.
— Date la vuelta, querida. A través de aquí.
«A través de aquí» era una pesada puerta de acero, por encima del suelo, pero no demasiado por encima; la cruzamos sentándonos en el umbral y pasando los pies por encima. Janet la cerró a nuestras espaldas e hizo un whuff como una compuerta estanca.
— Una puerta a prueba de presión — explicó —. Si cae una bomba cerca de aquí, la ola de concusión empujará el agua directamente a través del pequeño túnel. Esto la detendrá.
Por supuesto, no en caso de un impacto directo… Bueno, si ocurre eso ni siquiera nos daremos cuenta, así que no planeé nada al respecto. — Añadió —: Mira a tu alrededor, siéntete como en casa. Iré a buscar una toalla.
Estábamos en una habitación larga y estrecha con un techo abovedado. Había literas a lo largo de la pared de la derecha, una mesa con sillas y una terminal más allá y, en el extremo más alejado, una pequeña cocina a la derecha y una puerta que evidentemente conducía a un baño o ducha, puesto que Janet entró por ella, y regresó con una gran toalla.
— Quédate quieta y deja que mamá te seque — dijo —. Aquí no hay ningún secador de aire. Todo es tan sencillo y poco automatizado como me fue posible sin que las cosas dejaran de funcionar por ello.
Me frotó concienzudamente, luego yo tomé la toalla y trabajé sobre ella… un placer, pues Janet es toda una belleza. Finalmente dijo:
— Ya basta, muchacha. Ahora déjame que te haga un apresurado recorrido turístico del lugar, puesto que no es probable que estés aquí de nuevo a menos que tengas que utilizarlo como refugio… y puede que tengas que estar sola (oh, sí, puede ocurrir), y tu vida dependa de saberlo todo acerca de él.
«En primer lugar, ¿ves ese libro colgado de la pared encima de la mesa? Es el libro de instrucciones y el inventario, y la cadena que lo sujeta no es ninguna broma. Con ese libro no necesitarás el recorrido turístico: todo está en él. Aspirinas, municiones o zumo de manzana, todo está listado ahí.
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