Robert Silverberg - La torre de cristal

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Simeon Krug, un poderoso industrial que construyó su imperio con la creación y producción en serie de androides, está empleando todos sus recursos en erigir una gigantesca torre de cristal destinada a contestar un mensaje ininteligible proveniente de las estrellas. Los androides, seres humanos concebidos artificialmente, han desarrollado una compleja religión centrada en la figura de su creador, esperando de él la redención que les otorgue los mismos derechos que los seres humanos normales. Pero Simeon Krug no está interesado en las aspiraciones de sus creaciones, y la marea de las fuerzas sociales que se desata resulta incontenible.
Una de las novelas más apasionantes de la época dorada de Robert Silverberg, en “La torre de cristal” se muestran nuevamente las soberbias dotes del autor para la caracterización de sus personajes, entrando sin esfuerzo aparente en lo más recóndito de sus motivaciones.

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“Sí, es honrado.”

“Entonces, comprenderá la justicia de nuestra causa.”

“Quizá. Aunque quizá no. —La cogí entre mis brazos—. ¡Ojalá pudiera hacer algo para ayudaros, Lilith!”

“Puedes hacerlo.”

“¿El qué?”

“Háblale a tu padre de nosotros”, me respondió.

32

30 de enero de 2219. La torre mide ya 1.165 metros. Hasta los androides tienen problemas ahora con el aire frío y escaso, ya que trabajan a más de un kilómetro de altura sobre la superficie de la tundra. Al menos seis, al marearse, han caído desde la cima en los últimos diez días. Thor Vigilante ha decretado pulverizadores de infusión oxigenada para todos los que trabajan arriba, pero muchos de los gammas desprecian los pulverizadores, los consideran degradantes y emasculadores. Sin duda habrá más bajas mientras se construyen los últimos 335 metros de la torre, entre febrero y marzo.

Pero ¡qué espléndida estructura es! Los últimos cientos de metros no pueden añadir nada a su majestad y elegancia: sólo serán el punto culminante de la maravilla que ya existe. Si pierde en la distancia, se aleja, desaparece, su extremo superior queda perdido en un halo de fuego. Dentro, los ajetreados técnicos hacen rápidos progresos en la instalación del equipo de comunicaciones. Ahora se cree que los aceleradores estarán colocados en abril, el conducto de protones funcionará en mayo, las pruebas preliminares tendrán lugar en junio, y quizá en agosto se puedan enviar los primeros mensajes.

Quizá el pueblo de las estrellas responda. O quizá no.

No importa. El lugar de la torre en la historia de la humanidad está asegurado.

33

Al alba, tras despertar junto a una roncadora Quenelle en Uganda, Krug sintió una gran energía, una enorme fuerza vital. Rara vez se había sentido tan fuerte. Lo consideró un presagio: iba a ser un día de gran actividad, un día para mostrar energía a sus numerosos objetivos. Desayunó y luego se dirigió al transmat para ir a Denver.

El amanecer en el este de África era el anochecer en Colorado. El último turno estaba trabajando en la nave. Pero Alfa Rómulo Fusión, el diligente capataz del centro de ensamblaje de vehículos, estaba allí. Comunicó orgulloso a Krug que la nave espacial había sido transportada del hangar subterráneo de construcción al espaciódromo cercano, donde la estaban preparando para las primeras pruebas.

Krug y Alfa Fusión se dirigieron al espaciódromo. Bajo el resplandor de las placas reflectoras, la nave espacial parecía vulgar y casi insignificante, porque su tamaño no tenia nada de extraordinario —había naves mucho más grandes sólo para viajes dentro del sistema—, y su superficie granulosa no brillaba bajo la iluminación artificial. Pero a Krug le parecía indescriptiblemente hermosa, sólo inferior en belleza a la torre.

—¿Qué clase de vuelos de prueba se han planeado?—preguntó.

—Un programa en tres etapas. Empezaremos a principios de febrero —respondió Rómulo Fusión—. En el primer vuelo la pondremos en órbita alrededor de la Tierra. Eso es sólo para asegurarnos de que los sistemas básicos de impulso funcionan correctamente. Luego vendrá la primera prueba de velocidad, a finales de febrero. Le someteremos a la aceleración máxima de 2,4 g, para que haga un viaje corto, probablemente a la órbita de Marte. Si todo va según lo previsto, prepararemos una prueba a mayor velocidad en abril. Durará varias semanas, con un recorrido de muchos miles de millones de kilómetros…, o sea, más allá de la órbita de Saturno, posiblemente hasta la órbita de Plutón. Lo que nos proporcionará una idea clara de si la nave puede soportar un viaje interestelar. Si soporta una aceleración constante durante un viaje de ida y vuelta a Plutón, puede ir a cualquier parte.

—¿Cómo van las pruebas de los sistemas de animación suspendida?

—Las pruebas han terminado. Los sistemas son perfectos.

—¿Y la tripulación?

—Estamos entrenando a ocho alfas, todos pilotos con experiencia, y a dieciséis betas. Los utilizaremos a todos en los diferentes vuelos de prueba y, dependiendo de su comportamiento, elegiremos a la tripulación definitiva.

—Excelente —dijo Krug.

Aún animado, se dirigió a la torre, donde encontró a Alfa Euclides Proyectista al cargo del turno de noche. La torre había ganado once metros de altura desde la última visita de Krug. Había habido progresos notables en el departamento de comunicaciones. El humor de Krug mejoró todavía más. Embutido en un traje térmico, subió hasta la cima de la torre, algo que rara vez había hecho en las últimas semanas. Las estructuras dispersas alrededor de la base parecían casitas de juguete, y los trabajadores eran como insectos. Su placer ante la belleza serena de la torre quedó algo enturbiado cuando una ráfaga repentina derribó a un beta de su grúa. El androide cayó hacia su muerte, pero Krug olvidó el incidente en seguida. Tales pérdidas eran lamentables, sí…, pero todas las empresas importantes habían exigido sacrificios.

Después viajó al laboratorio de Vargas en la Antártida. Pasó allí varias horas. Vargas no había descubierto nuevos datos últimamente, pero aquel lugar resultaba irresistible para Krug. Paladeaba los intrincados instrumentos, la atmósfera de descubrimiento eminente y, sobre todo, el contacto directo que le permitía con las señales de NGC 7293. Esas señales seguían llegando en la forma alterada que se había detectado por primera vez muchos meses antes: 2-5-1, 2-3-1, 2-1. Ahora, Vargas había recibido el nuevo mensaje por radio en muchas frecuencias, y también por transmisión óptica. Krug se deleitó escuchando la canción extraterrestre por los aparatos del observatorio; y, cuando se marchó, sus tonos resonaban sin cesar en su mente.

Siguiendo con su circuito de inspección, Krug fue a Duluth, donde vio como los nuevos androides salían de los contenedores. Nolan Bompensiero no estaba allí —el último turno de Duluth contaba sólo con supervisores alfas—, pero Krug fue guiado por la planta por uno de sus admiradores subalternos. La producción parecía ser más alta que nunca, aunque el alfa insistió en que todavía estaba por debajo de la demanda.

Por último, Krug fue a Nueva York. En el silencio de su despacho, trabajó durante el amanecer, encargándose de los problemas corporativos que habían surgido en Calixto y en Ganímedes, en Perú y en La Martinica, en la Luna y en Marte. El día naciente empezó con un glorioso amanecer invernal, tan brillante en su clara intensidad que Krug se sintió tentado de volver a la torre para verla brillar bajo el fuego de la mañana. Pero se quedó. El personal empezaba a llegar: Spaulding, Lilith Meson, y el resto de su gente. Había comunicaciones, y llamadas de teléfono, y conferencias. De cuando en cuando, Krug echaba un vistazo a la pantalla de holovisión que había hecho instalar recientemente en la pared interna de su oficina, para supervisar por circuito cerrado la construcción de la torre. Al parecer, la mañana no era tan gloriosa en el Ártico. El cielo estaba cubierto de espesas nubes, como si fuera a nevar durante el día. Krug vio a Thor Vigilante moviéndose entre una multitud de gammas, dirigiendo el levantamiento de una pieza inmensa del equipo de comunicaciones. Se felicitó a sí mismo por haber elegido a Vigilante como supervisor de los trabajos en la torre. ¿Había en el mundo un alfa mejor?

Alrededor de las 09.50, la imagen de Spaulding apareció en el proyector de vapor sódico.

—Su hijo acaba de llamar desde California —le informó—. Dice que lamenta no haberse despertado a tiempo, que llegará con una hora de retraso a la cita con usted.

—¿Manuel? ¿Una cita?

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