Prill estaba arrodillada frente a él y le había montado como un súcubo. Sus dedos se deslizaban ágiles sobre la piel de su torso y su vientre. Empezó a mover rítmicamente las caderas y Luis se acopló al movimiento. Esa muchacha le hacía vibrar como si fuese un instrumento musical.
— Cuando terminemos, estarás a mi merced — anunció ella. Su voz traslucía placer, pero no era el placer de una mujer que está gozando con un hombre. Era la emoción de saberse poderosa.
Sus caricias tenían un regusto denso como jarabe. Había descubierto un secreto antiquísimo: que cada mujer nace con un tasp y que su poder puede ser ilimitado si su poseedora es capaz de utilizarlo correctamente. Estaba dispuesta a emplearlo y luego negarlo, emplearlo y negarlo, hasta que Luis le suplicase que le permitiera ser su esclavo…
De pronto experimentó una transformación. Su rostro no tenía capacidad de expresión; pero Luis oyó el gemido que anunciaba su placer y advirtió un cambio en sus movimientos. Hizo un gesto y sus cuerpos se unieron y el espasmo que los recorrió pareció absolutamente subjetivo.
Prill permaneció a su lado toda la noche. Se despertaron un par de veces e hicieron el amor, luego volvieron a dormirse. si Prill quedó defraudada alguna de estas ocasiones, no lo demostró, o al menos Luis no lo notó. Lo único que sabía con certeza es que ya no le estaba haciendo vibrar como si fuese un instrumento. Ahora tocaban a dúo.
La mañana amaneció gris y tormentosa. El viento ululaba en torno al viejo edificio. La lluvia golpeaba la ventana de la sala de mandos e irrumpía a través de las ventanas rotas de los pisos superiores. El «Improbable» se aproximaba al Ojo de la tormenta.
Luis se vistió y salió de la sala de mandos.
Encontró a Nessus en el pasillo.
— ¡Ven aquí! — gritó.
— Dime, Luis — dijo el titerote algo atemorizado.
— ¿Qué le hiciste a Prill anoche?
— Deberías estarme agradecido, Luis. Se había propuesto controlarte, condicionarse para que fueras su esclavo. Lo oí todo.
— ¡Le aplicaste el tasp!
— Le lancé una descarga de tres segundos a mediana intensidad mientras estabais dedicados a vuestra actividad reproductora. Ahora la que está condicionada es ella.
— ¡Monstruo! ¡Monstruo egoísta!
— No te acerques, Luis.
— ¡Prill es una mujer humana, con derecho al libre albedrío!
— ¿Y qué me dices de tu libre albedrío?
— ¡No corría ningún peligro! ¡No puede controlarme!
— ¿Algún otro problema? Luis, no es la primera vez que veo a una pareja humana entregada a la actividad reproductora. Consideramos que debíamos conocer vuestra especie con la mayor exactitud. No te acerques, Luis.
— ¡No tenías derecho a hacer eso!
La verdad es que Luis no tenía la menor intención de hacerle daño al titerote. Apretó los puños con rabia, pero sin la menor intención de hacer uso de ellos. Comenzó a avanzar furioso.
De pronto se encontró en la gloria.
En medio de la más pura satisfacción que jamás había experimentado, Luis comprendió que Nessus le estaba aplicando el tasp. Sin pararse a pensar en las posibles consecuencias, Luis dio un puntapié apuntando hacia arriba y hacia delante.
Concentró en él todas las fuerzas que pudo robar a su goce. No eran muchas, pero hizo uso de ellas y le dio un puntapié al titerote en la laringe, justo debajo de la mandíbula izquierda.
Las consecuencias fueron terribles. Nessus hizo «¡Glup!», dio un traspié y desconectó el tasp.
Luis Wu se vio agobiado bajo el peso de todos los dolores que son legado de la humanidad. Sin decir palabra, le dio la espalda al titerote y se alejó. Tenía ganas de llorar; pero aún eran mayores sus deseos de impedir que el titerote pudiera verle la cara.
Estuvo dando vueltas sin rumbo fijo, atento sólo a su propia miseria interna. Por mera casualidad, llegó a la escalera.
Desde el primer momento, había sabido perfectamente el efecto que ello tenía en Prill. Cuando estaba ahí suspendido en el aire a treinta metros del fondo de la fosa, no le había molestado en absoluto que Nessus le aplicara el tasp a Prill. Había visto adictos a la electricidad; sabía cuáles eran los efectos.
¡Condicionada! ¡Como un animalito experimental! ¡Y ella lo sabía! La noche pasada había realizado una última valerosa tentativa para sustraerse al imperio del tasp.
Ahora Luis había experimentado aquello contra lo cual se debatía la muchacha.
— Fue un error — dijo Luis Wu —. Me retracto. — Pese a la negra desesperación que le embargaba, no pudo evitar ver el lado cómico de la situación. Hay cosas de las que no es posible retractarse.
Fue pura casualidad que bajara las escaleras en vez de subir. O tal vez su subconsciente había recordado un espasmo apenas percibido a nivel consciente.
Cuando l egó a la plataforma, el viento rugió a su alrededor, salpicándole de lluvia por todos lados. Ello le ayudó a concentrarse en otra cosa que no fuesen sus propias cuitas. Poco a poco fue desprendiéndose del dolor que le causara la pérdida del tasp.
En cierta ocasión, Luis Wu había jurado vivir eternamente.
Ahora, muchos años más tarde, comprendía qué esa decisión llevaba implícitas ciertas obligaciones.
— Tengo que curarla — dijo —. ¿Cómo? La abstinencia no provoca síntomas físicos… pero esto será un triste consuelo si decide arrojarse por una ventana. ¿Y cómo me las arreglaré para curarme yo mismo?
En algún recóndito rincón seguía anhelando el tasp, y ese deseo no cesaría nunca.
La adicción no era mas que un recuerdo subliminal. Bastaría dejarla abandonada en algún lugar con su reserva de droga de la juventud, y el recuerdo se iría desvaneciendo lentamente…
— Pero, la necesitamos, ¡nej!
Sus conocimientos sobre la sala de máquinas del «Improbable» eran muy valiosos. Imposible prescindir de ella.
No tendría más remedio que convencer a Nessus para que dejara de aplicarle el tasp. Y vigilarla durante el primer período. Al principio se sentiría terriblemente deprimida…
De pronto, el cerebro de Luis captó lo que sus ojos ya estaban observando desde hacía rato.
El coche estaba suspendido a unos seis metros de la plataforma de vigilancia. Era una saeta color castaño-rojizo de perfecto diseño con estrechas hendiduras a modo de ventanas y flotaba inerte en medio del viento embravecido, atrapado en un campo electromagnético que nadie se había acordado de desconectar.
Luis volvió a mirar, atentamente, para no tener dudas de que realmente había un rostro detrás del parabrisas. Luego subió corriendo en busca de Prill.
Ignoraba las palabras adecuadas. Conque se limitó a cogerla por el brazo, arrastrándola escaleras abajo para mostrarle lo que había visto. Ella asintió y volvió a subir para manipular los controles de la trampa policíaca.
La saeta castaño-rojiza se situó junto a la plataforma. El primer ocupante salió a gatas, aferrándose con ambas manos, pues hacía un viento infernal.
Era Teela Brown, lo cual no sorprendió a Luis.
Y el segundo ocupante era tan absolutamente típico de su especie que no pudo contener una carcajada. Teela le miró extrañada y un poco ofendida.
Estaban cruzando el Ojo de la tormenta. El viento subía zumbando por la escalera que conducía a la plataforma de observación. Silbaba por los pasillos del primer piso y ululaba a través de las ventanas rotas de los pisos superiores. Todo estaba inundado de lluvia.
Teela y su acompañante y la tripulación del «Improbable» se habían sentado en el suelo del dormitorio de Luis, que también era la sala de mandos. El musculoso acompañante de Teela hablaba muy serio con Prill en un rincón; la muchacha no obstante seguía vigilando con un ojo a Interlocutor-de-Animales, del que aún desconfiaba, mientras oteaba con el otro por la claraboya. Los demás se habían sentado en torno a Teela para escuchar su relato.
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