Larry Niven - Mundo anillo

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Mundo anillo: краткое содержание, описание и аннотация

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El descubrimiento de un mundo hueco que orbita alrededor de una lejana estrella desencadena una tremenda lucha entre la humanidad y otras dos razas en plena expansión imperialista: los titerotes, cobardes e intrigantes, y los kzinti, guerreros feroces. Hasta la misma Tierra se ve amenazada, y sólo el desparpajo y la suerte increíble de la protagonista femenina, que es el centro de la acción, permiten conducir la lucha… a un inesperado desenlace.
El lector siempre puede contar con Larry Niven para refrescarse con un relato de ciencia-ficción heroica al estilo clásico, franqueando distancias inconcebibles, desafiando leyes físicas y gozando con las especulaciones de una imaginación desbordada.

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— Tienes que ayudarme — dijo Teela —. Quiero a Caminante, ¿sabes?

— Ya veo.

— El también me quiere, pero posee un extraño concepto del honor. Intenté explicarle quién eras tú, Luis, cuando quería convencerle para que me condujera al edificio volante. Se incomodó mucho y ya no quiso acostarse más conmigo. Cree que soy tuya, Luis.

— ¿Esclavitud?

— Esclavitud para las mujeres, creo. Le dirás que no soy tuya, ¿lo prometes?

Luis sintió que se le hacía un nudo en la garganta.

— Podríamos ahorrarnos muchas explicaciones si me limitara a venderte a él. Si así lo deseas.

— Tienes razón. Y es lo que deseo. Quiero acompañarle en su peregrinaje por el Mundo Anillo. Le amo, Luis.

— No lo dudo. Estáis hechos el uno para el otro — dijo Luis Wu —. El destino ha querido que os encontraseis. Se cuentan por billones las parejas que han sentido exactamente lo mismo…

Ella se le quedó mirando con expresión de gran desconfianza.

— ¿No será… un sarcasmo, eh, Luis?

— Hace un mes no hubieras sido capaz de distinguir un sarcasmo de un carámbano. No, lo curioso es que no es ningún sarcasmo. Los billones de otras parejas no tienen importancia, pues no formaban parte de un experimento de procreación planificada ideado por algún nej de titerote.

De pronto se convirtió en el centro de atención. Hasta Caminante se le quedó mirando para averiguar qué había despertado el interés de los demás.

Pero Luis sólo tenía ojos para Teela Brown.

— Nos estrellamos contra el Mundo Anillo — le explicó pausadamente —, porque éste es tu medio ideal. Tenías que descubrir cosas que no podías aprender en la Tierra, ni en ningún otro lugar del espacio conocido, según parece. Tal vez existan otras razones: un extracto regenerador más perfeccionado, por ejemplo, y más espacio vital; pero el motivo principal de que estés aquí es para aprender.

— ¿Aprender qué?

— A sentir dolor, diría yo. Miedo. Nostalgia. Eres otra mujer desde que llegamos aquí. Antes eras una especie de… abstracción. ¿Te habías golpeado alguna vez el dedo gordo del pie?

— Qué palabra más rara. No, creo que no.

— ¿Te habías quemado alguna vez los pies?

Ella le lanzó una mirada centelleante. Había comprendido.

— El «Embustero» se estrelló para que tú pudieras llegar aquí. Recorrimos miles de kilómetros para traerte junto a Caminante. Tu aerocicleta te l evó justo donde él estaba y se dejó atrapar por el campo magnético de la policía en el sitio preciso, porque Caminante es el hombre que te estaba destinado.

Teela sonrió al oír esto, pero Luis no le devolvió la sonrisa.

— Tu suerte exigía que tuvieras tiempo de hacer amistad con él — siguió diciendo —. Conque Interlocutor-de-Animales y yo estuvimos colgando cabeza abajo…

— ¡Luis!

— …durante unas veinte horas, suspendidos sobre treinta metros de espacio vacío. Y aún no ha l egado lo peor.

El kzin gruñó:

— Todo depende de cómo se mire.

Luis no le prestó la menor atención.

— Teela, te enamoraste de mí para tener un motivo para unirte a la expedición al Mundo Anillo. Has dejado de amarme porque ya no es necesario. Ya estás aquí. Y yo me enamoré de ti por el mismo motivo, porque la suerte de Teela Brown me convirtió en una marioneta… Pero la verdadera marioneta eres tú. Pasarás el resto de tu vida pendiente de los hilos de tu propia suerte. Sólo Finagle sabe si realmente posees un libre albedrío. En cualquier caso, te costará ejercerlo.

Teela se había puesto muy pálida y tenía los hombros muy erguidos y rígidos. Sólo un evidente esfuerzo de voluntad le impedía romper a llorar. Antes carecía de esa capacidad de controlarse.

En cuanto a Caminante, se había puesto de rodillas y les miraba fijamente a los dos, mientras acariciaba el filo de su negra espada de hierro con el pulgar. Difícilmente podía ignorar que Teela estaba sufriendo. Debía de estar convencido de que la joven era propiedad de Luis Wu.

Y Luis se volvió hacia el titerote. No le sorprendió encontrar a Nessus hecho una bola, con la cabeza escondida bajo el vientre, completamente al abrigo del universo.

Luis agarró al titerote por el tobillo de la pierna trasera. No le costó mucho obligarle a tenderse de espaldas. Nessus pesaba prácticamente lo mismo que Luis Wu.

Y su proceder no fue del agrado del titerote. El tobillo temblaba en la mano de Luis.

— Todo ha sido culpa tuya — dijo Luis Wu —, culpa de tu monstruoso egoísmo. Este egoísmo me preocupa casi tanto como los monstruosos errores que has cometido. Cómo se puede ser tan poderoso, y tan osado, y al mismo tiempo tan estúpido, es algo que escapa a mi capacidad de comprensión. ¿Te has dado cuenta al fin de que todo lo que nos ha ocurrido hasta el momento ha sido un efecto secundario de la suerte de Teela?

Nessus se encogió aún más en su ovillo. Caminante lo observaba todo fascinado.

— Cuando lo hayas comprendido podrás volver junto a tus congéneres titerotes y decirles que entrometerse en los hábitos de procreación de los humanos puede ser peligroso. Que un número suficiente de Teelas Browns podrían dar al traste con todas las leyes de la probabilidad. Incluso la física básica no es más que probabilidad a nivel atómico. Podrás explicarles que el universo es un juguete demasiado complicado y que los seres sensatos y precavidos se abstienen de jugar con él. Podrás decirles todo eso y mucho más cuando yo haya regresado a casa — dijo Luis Wu —. Mientras tanto, empieza a salir de ahí, rápido. Necesito el alambre que une las pantal as cuadradas y tú vas a conseguírmelo. Ya casi estamos fuera del Ojo de la tormenta. Sal de ahí, Nessus…

El titerote se desenrolló y se puso de pie.

— Me has ofendido, Luis — comenzó a decir.

— ¿Y aún te atreves a decirlo?

El titerote no replicó. Luego se dirigió a la ventana y se puso a contemplar la tormenta.

23. Jugando a ser dioses

Los nativos que adoraban el Cielo, se encontraron de pronto con dos torres suspendidas en el aire.

Como en la anterior ocasión, la pieza del altar estaba inundada de floridos rostros dorados.

— Hemos vuelto a l egar en día festivo — dijo Luis. E intentó localizar al director del coro con la cabeza afeitada, pero no lo consiguió.

Nessus no dejaba de mirar con ojos codiciosos la torre llamada Cielo situada a su lado. La sala de mandos del «Improbable» había quedado a la misma altura de la sala de cartografía del castillo.

— La otra vez no tuve oportunidad de explorar este lugar. Ahora está fuera de mi alcance — se lamentó el titerote.

— Podríamos abrir un boquete con el desintegrador y bajarte atado a una cuerda o por una escalera — sugirió interlocutor.

— Otra oportunidad perdida.

— No sería más arriesgado que muchas otras cosas que has hecho aquí.

— Siempre que me he arriesgado ha sido con el propósito de aprender algo. Ahora ya poseo toda la información sobre el Mundo Anillo que puede necesitar mi especie. Sólo arriesgaré mi vida para poder regresar a casa con esos conocimientos. Luis, ahí está el alambre que deseas.

Luis asintió sin inmutarse.

La zona de la ciudad situada en la dirección de giro estaba cubierta por una nube de humo negro. Por la manera en que aprisionaba los edificios se adivinaba que tenía que ser denso y también pesado. Entre la masa asomaba un obelisco con ventanas, situado cerca del centro. El resto permanecía oculto bajo su peso.

Tenía que ser el alambre que unía las pantallas cuadradas. ¡Pero había tal cantidad!

— ¿Y cómo transportaremos todo eso?

— No tengo ni idea. Bajemos a echarle un vistazo — fue todo lo que pudo decir Luis.

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