Larry Niven - Mundo anillo

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Mundo anillo: краткое содержание, описание и аннотация

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El descubrimiento de un mundo hueco que orbita alrededor de una lejana estrella desencadena una tremenda lucha entre la humanidad y otras dos razas en plena expansión imperialista: los titerotes, cobardes e intrigantes, y los kzinti, guerreros feroces. Hasta la misma Tierra se ve amenazada, y sólo el desparpajo y la suerte increíble de la protagonista femenina, que es el centro de la acción, permiten conducir la lucha… a un inesperado desenlace.
El lector siempre puede contar con Larry Niven para refrescarse con un relato de ciencia-ficción heroica al estilo clásico, franqueando distancias inconcebibles, desafiando leyes físicas y gozando con las especulaciones de una imaginación desbordada.

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Posaron su cuartel de policía desmantelado hacia giro de la plaza del altar.

Nessus no paró los motores elevadores. Apenas tocaban el suelo. Lo que había sido la plataforma de observación para vigilar las celdas de la cárcel se convirtió en rampa de aterrizaje del «Improbable». La masa del edificio la habría aplastado si hubieran parado los motores.

— Tendremos que buscar la forma de manipular ese material — dijo Luis —. Un guante tejido con el mismo tipo de fibra podría servir. O también podríamos enrollarlo en torno a un carrete de material base del Anillo.

— No poseemos ni lo uno ni lo otro. Tendremos que hablar con los nativos — dijo Interlocutor —. Tal vez conozcan alguna antigua leyenda o posean viejas herramientas, viejas reliquias sagradas. Además, tienen tres días de práctica en el manejo de este cable.

— Entonces, tendré que acompañaros. — El temor del titerote se manifestó en un repentino temblor —. Interlocutor, aún no dominas suficientemente bien la lengua. Tendremos que dejar a Halrloprillalar a cargo del edificio para que lo eleve si es necesario. A menos que… Luis, ¿podríamos convencer al amante nativo de Teela para que negociara en nombre nuestro?

A Luis le molestó oír hablar de Caminante en esos términos.

— Incluso Teela reconoce que no es un genio — dijo —. No confío en que sea capaz, de llevar a buen término las negociaciones.

— Ni yo. Luis, ¿crees que necesitamos ese alambre?

— No lo sé. Si no estoy alucinado, lo necesitaremos. De lo contrario…

— No tiene importancia, Luis. Iré con vosotros.

— No tienes por qué confiar en mi criterio…

— Os acompañaré. — El titerote se había puesto a temblar otra vez. Lo más curioso de la voz de Nessus era que pudiese resultar a la vez tan clara, tan precisa, y sin embargo tan absolutamente desprovista de emoción —. Sé que necesitamos ese alambre. ¿Por qué coincidencia ha venido a caer justo en nuestro camino? Todas las coincidencias nos llevan a Teela Brown. Si no necesitásemos ese alambre, no estaría aquí.

Luis respiró más tranquilo. No porque el razonamiento le convenciera, pues no le veía el sentido. Pero, aun así, venía a corroborar las vagas conclusiones a que había l egado el propio Luis. Conque se aferró a ese ligero consuelo y no se molestó en decirle al titerote que todo lo que estaba diciendo no eran más que tonterías.

Bajaron la rampa en fila india y emergieron bajo la sombra del «Improbable». Luis l evaba una linterna de rayos laser. Interlocutor-de-Animales blandía el desintegrador. Al andar, todos sus músculos se movían como si fuesen fluidos; se dibujaban claramente bajo el centímetro de nueva piel anaranjada que hacía poco había empezado a crecerle. Nessus iba aparentemente desarmado. Prefería usar el tasp y ocupar el último lugar.

Caminante avanzaba junto a ellos, con la negra espada de hierro desenvainada. Sus grandes y pesados pies encallecidos estaban descalzos y también llevaba el resto del cuerpo al descubierto a excepción del taparrabos de piel amarilla. Sus músculos se dibujaban bajo la piel como los del kzin.

Teela les seguía desarmada.

Los dos seguramente se habrían quedado esperando a bordo del «Improbable» de no ser por el trato que había tenido lugar esa mañana. Todo era culpa de Nessus. Luis le había utilizado como intérprete para ofrecer a Teela Brown en venta al aguerrido Caminante.

Caminante había asentido muy serio y había ofrecido una cápsula de droga de la juventud, equivalente a unos cincuenta años de vida.

— Acepto — había dicho Luis. Era una buena oferta, aunque Luis no tenía la menor intención de ingerir ese producto. Sin duda nunca debían haberse estudiado sus efectos sobre una persona que llevaba ciento setenta años tomando extracto regenerador, como era su caso.

Como le explicaría luego Nessus en intermundo:

— No quería insultarle, Luis, o dar a entender que Teela tenía escaso valor para ti. Le he hecho aumentar la oferta. Ahora él tiene a Teela y tú tienes la cápsula y podrás hacerla analizar cuando regresemos a la Tierra, si conseguimos regresar. Además, Caminante será nuestro guardaespaldas y nos protegerá de cualquier posible enemigo hasta que logremos apoderarnos del cable.

— ¿Va a protegernos a todos con ese cuchillo de cocina?

— Sólo pretendía halagarle, Luis.

Teela había insistido en acompañarle, como es lógico. Era su hombre y podía correr peligro. Luis se preguntó si el titerote también habría calculado ese detalle. Teela era el amuleto particular de Nessus.

El cielo estaba despejado cerca del Ojo de la tormenta. Comenzaron a avanzar bajo la luz gris-blancuzca del mediodía en dirección a la negra nube.

— No lo toquéis — les advirtió Luis, pues acababa de recordar el comentario del sacerdote en su última visita a la ciudad. Una muchacha se había cercenado los dedos al intentar coger el alambre.

De cerca, seguía pareciendo una nube de humo negro. A través de él se distinguía la ciudad en ruinas, las casitas en forma de colmena y unas cuantas torres de vidrio que serían grandes almacenes si estuvieran en un mundo del espacio humano. La nube lo cubría todo, como si dentro hubiera un incendio.

A pocos centímetros de distancia se distinguía el alambre; pero pronto comenzaban a l orar los ojos y el alambre se esfumaba. Era tan delgado que prácticamente resultaba invisible. Se parecía mucho, demasiado, al monofilamento de Sinclair: y el monofilamento de Sinclair era peligroso.

— Prueba con el desintegrador — dijo Luis —. A ver si puedes cortarlo, Interlocutor.

La nube se llenó de destellos.

Sin duda debía de ser una blasfemia. ¿Lucháis con luz? Pero los nativos ya debían de haber decidido destruir a los extranjeros mucho antes de eso. Cuando la nube de cable negro se llenó de lucecitas como un árbol de Navidad, terribles gritos sonaron por todos lados. De los edificios circundantes comenzaron a salir hombres cubiertos con mantas de indefinidos colores, que aullaban y blandían… ¿espadas o porras?

«Pobres ilusos», pensó Luis. Ajustó el rayo láser a alta intensidad y muy aguzado.

Las espadas de luz, las armas de rayos láser, eran de uso corriente en todos los mundos. Luis había recibido su instrucción militar hacía más de un siglo y la guerra para la que se había preparado por fin no había tenido lugar. Pero las normas eran simples y casi imposibles de olvidar.

Cuanto más breve el movimiento, más profunda será la herida.

Sin embargo, Luis comenzó a mover el rayo con rápidas y amplias oscilaciones. Los hombres comenzaron a retroceder, apretándose el abdomen, aunque nada se traslucía en sus rostros cubiertos de dorado pelaje. Cuando el Enemigo es numeroso, se emplean gestos rápidos. Abrir heridas de dos centímetros de profundidad, herir a muchos. ¡Hay que detenerlos!

Luis sintió compasión. Los fanáticos sólo iban armados con espadas y porras. Estaban perdidos…

Sin embargo, uno consiguió golpear a Interlocutor en el brazo que sostenía el desintegrador, la espada golpeó con fuerza suficiente para herirle. Interlocutor dejó caer el arma. Otro hombre se apoderó de ella y la arrojó lejos de sí. Murió en el acto, pues Interlocutor se lanzó sobre él con la mano sana y le arrancó la espina dorsal de un zarpazo. Un tercer hombre cogió el arma al vuelo, dio media vuelta y echó a correr. No intentó hacer uso ella. Se limitó a echar a correr con el arma en los brazos. Luis no pudo darle con el rayo laser; otros estaban intentando matarle a él.

Apuntar siempre al torso.

Luis aún no había matado a nadie. Por fin, aprovechó un breve titubeo del enemigo para matar los dos hombres más próximos a él. No permitir que el enemigo se acerque.

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