Poco a poco, fue aprendiendo su lengua y lentamente Prill comenzó a hablar. Luis intentó hablarle de Teela, y de Nessus, y de cómo había querido erigirse en dios…
— Yo también creí ser una diosa — dijo ella —. De verdad. Aunque no sé por qué. Yo no construí el Anillo. El Anillo es mucho más viejo que yo.
Prill también estaba aprendiendo cosas. Hablaba en una forma simplificada de su lengua obsoleta: sólo dos tiempos verbales, prácticamente ningún mortificante, una pronunciación exagerada.
— Era lo que te habían dicho — dijo Luis.
— Pero yo sabía.
— Todos queremos ser dioses. «Queremos el poder sin las responsabilidades»; pero Luis ignoraba esas palabras.
— Entonces se presentó él. Dos Cabezas. ¿Tenía la máquina?
— Tenía la máquina tasp.
— Tasp — repitió ella muy lentamente —. Tuve que adivinarlo. Con el tasp era dios. Cuando perdió el tasp, dejó de ser dios. ¿Ha muerto Dos Cabezas?
No era fácil determinarlo.
— En su opinión, morir sería una estupidez — dijo Luis.
— Lo estúpido es dejarse cortar la cabeza — dijo Prill. Un chiste. Había intentado hacer un chiste.
Prill comenzó a interesarse por otras cosas: las relaciones sexuales y las clases de lengua y el paisaje del Mundo Anillo. Sobrevolaron algunos girasoles. Prill los desconocía. Procurando esquivar los frenéticos ataques de las plantas que intentaban quemarlos con sus rayos, consiguieron desenterrar un brote de medio metro de longitud y lo replantaron en el techo del edificio. Luego torcieron por completo hacia giro para evitar mayores concentraciones de girasoles.
Cuando se quedaron sin comida, Prill perdió todo interés por el titerote. Luis la dio de alta.
Interlocutor y Prill intentaron hacerse pasar por dioses en el próximo poblado nativo. Luis les esperó arriba muy preocupado, preguntándose si Interlocutor conseguiría dar el pego, dudando si no sería mejor que se afeitara la cabeza. De todos modos, haría un triste papel como acólito. Además, dominaba muy poco la lengua.
Por fin los dos regresaron con las ofrendas. Comida.
A medida que los días se iban convirtiendo en semanas volvieron a repetir varias veces la comedia. Lo hacían muy bien.
La piel de Interlocutor empezaba a crecer y volvía a ser la pantera de piel anaranjada de los buenos tiempos, «una especie de dios de la guerra». Siguiendo los consejos de Luis, mantenía sus orejas plegadas y aplastadas contra la cabeza.
Su papel de Dios tuvo un extraño efecto en Interlocutor. Una noche se lo confesó a Luis.
— No me importa hacer de dios — le dijo —. Pero me molesta hacerlo mal.
— ¿Qué quieres decir?
— Nos hacen preguntas, Luis. Las mujeres interrogan a Prill Y ella les contesta; y en general soy incapaz de comprender tanto el problema como la solución. Los hombres también deberían preguntarle a Prill, pues es humana y yo no. Sin embargo, se dirigen a mí. ¡A mí! ¿Por qué tienen que acudir a mí, un ser de otra especie, para que les ayude a resolver sus problemas personales?
— Eres un macho. Un dios es una especie de símbolo — dijo Luis —, aunque sea de carne y hueso. Tú eres un símbolo masculino.
— Pero eso es absurdo. Ni siquiera poseo genitales externos, como supongo debes de tener tú.
— Eres alto y fornido y tienes un aspecto amenazador. Ello convierte en un símbolo viril. No creo que pudieras deshacerte de esas características sin perder todas tus propiedades divinas.
— Lo que necesitamos es un sistema de micrófonos, para que tú puedas ayudarme a contestar las preguntas extrañas o embarazosas.
Prill les reservaba una sorpresa. El «Improbable» había sido un cuartel de policía. En uno de los armarios, Prill encontró un sistema de intercomunicación múltiple provisto de baterías que se cargaban conectándolas a la reserva de energía del edificio.
Consiguieron reparar dos de los seis equipos.
— Eres más lista de lo que creía — le dijo Luis a Prill esa noche. Permaneció indeciso un momento; sus conocimientos lingüísticos eran insuficientes para poder expresarse con tacto. — Nunca imaginé que una ramera espacial supiera tantas cosas.
Prill rió:
— ¡Tontuelo! Tú mismo me has dicho que vuestras naves se mueven muy de prisa en comparación con las nuestras.
— Así es — dijo Luis —. Su velocidad es superior a la de la luz.
— Cada vez adornas más la cosa — rió ella —. Nuestra teoría dice que eso es imposible.
— Tal vez usemos teorías distintas.
Pareció un poco desconcertada. Luis habría aprendido a interpretar sus reacciones musculares involuntarias en vez de prestar atención a sus facciones prácticamente inexistentes.
— El aburrimiento puede ser peligroso cuando una nave tarda años en cubrir el trayecto entre dos mundos — siguió explicando ella —. Es preciso contar con distracciones. Las rameras de las naves deben poseer conocimientos de medicina del cuerpo y del alma, ser capaces de amar a hombres muy distintos y estar dotadas de especial habilidad para la conversación. También debemos tener ciertas nociones sobre el funcionamiento de la nave, para no provocar accidentes. Tenemos que estar sanas. Y una norma del gremio exige que sepamos tocar un instrumento.
Luis tragó saliva. Prill soltó un musical gorgojeo y comenzó a acariciarle aquí y allí…
El sistema de intercomunicación funcionaba perfectamente, a pesar de que los auriculares estaban diseñados para los oídos humanos, no kzinti. Luis l egó a ser experto en el arte de pensar sobre la marcha, en su papel de apuntador del dios de la guerra. Cuando cometía algún error, siempre le quedaba el consuelo de pensar que el «Improbable» seguía siendo más veloz que el sistema más rápido de difusión de noticias del Mundo Anillo. Cada contacto era el primer contacto.
Pasaron los meses. Poco a poco el terreno se hizo más desértico. El Puño-de-Dios ya era visible a la luz del sol y se hacía más alto de día en día. La mente de Luis ya se había habituado a la rutina de esos meses. Tardó un tiempo en reaccionar ante estos hechos.
Era pleno día cuando Luis decidió hablar con Prill:
— ¿Has oído hablar de corrientes inducidas? — le dijo. Y le explicó lo que eran.
Y luego:
— Es posible aplicar una corriente de muy baja intensidad al cerebro y producir directamente placer o dolor.
También le explicó el significado exacto de estas palabras. Y por último:
— Pues así actúa el tasp.
— Ya sabía que tenía una máquina. ¿De qué me sirve conocer ahora su funcionamiento? — dijo Prill.
— Estamos abandonando la zona civilizada. No creo que encontremos muchos más poblados, ni lugares donde abastecernos de alimentos, hasta que lleguemos a nuestra nave espacial. Quería que supieras lo que es el tasp antes de tomar una decisión.
— ¿Qué decisión?
— ¿Quieres que te dejemos en el próximo poblado? ¿O prefieres venir con nosotros hasta el «Embustero» y seguir luego en el «Improbable»? Podremos darte comida cuando lleguemos a nuestra nave.
— Tenéis sitio para mí en el «Embustero» — dijo ella con gran aplomo.
— Desde luego, pero…
— Estoy harta de salvajes. Deseo ir a un lugar civilizado.
— Tal vez te cueste adaptarte a nuestras costumbres. Para empezar, todos tienen mucho pelo, como yo. — A Luis le había crecido una larga y espesa cabellera. Se había cortado la coleta —. Tendrás que usar peluca.
Prill hizo una mueca:
— Ya me acostumbraré.
Luego soltó una carcajada:
— ¿Te crees capaz de hacer todo el viaje de regreso sin mí? Ese grandullón anaranjado no puede sustituir a una mujer.
— Es un argumento que nunca fal a.
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