El resplandor del halo solar asomaba sobre el borde de la pantalla cuadrada. Faltaba poco para el amanecer; el Arco seguía dibujándose azul y brillante sobre el cielo negro.
— Debo de estar loco — dijo Luis Wu. Y luego —: ¿Qué otra cosa podemos hacer?
Probablemente ese dormitorio formaba parte de las dependencias del jefe. Ahora lo habían transformado en sala de mandos. Luis y Nessus habían colocado la aerocicleta en el armario empotrado, la habían recubierto de plástico y luego, con ayuda de Prill, habían hecho pasar una corriente por el plástico. El armario empotrado tenía el tamaño adecuado.
La cama olía a viejo. Crujía cada vez que se movía.
El Puño-de-Dios — murmuró Luis en la oscuridad. Yo lo vi. Tenía más de mil quinientos kilómetros de altura. No tiene sentido que construyeran una montaña tan alta, no cuando… — prefirió dejarlo ahí.
Y de pronto se sentó en la cama como impulsado por un muelle, y gritó:
— ¡El cable que une las pantallas!
Una sombra entró en el dormitorio.
Luis se quedó inmóvil. La entrada estaba oscura. Sin embargo, los ondulantes movimientos y la distribución de las suaves sombras de sus curvas le revelaron que una mujer desnuda avanzaba hacia él.
— Una alucinación? ¿El espíritu de Teela Brown? La figura llegó a su lado antes de que lograse decidirse por una u otra alternativa. Con perfecto dominio de sí misma, se sentó en la cama. Extendió una mano, le rozó el rostro y comenzó a acariciarle una mejilla con las yemas de los dedos.
Era casi calva. Su melena se reducía a un mechón de un par de centímetros de ancho que le crecía en la base de la nuca. Sus facciones resultaban prácticamente invisibles en la oscuridad. Pero tenía un cuerpo adorable. Era la primera vez que Luis veía su figura. Era delgada y recia, como una bailarina profesional. Tenía los senos altos y turgentes.
Si la cara hubiera estado a la altura del cuerpo…
— Vete — dijo Luis sin rudeza. La cogió por la muñeca e interrumpió las caricias de sus dedos sobre su rostro. Le producía una sensación parecida al masaje de un barbero, infinitamente relajante. Se levantó, la hizo ponerse en pie suavemente, la cogió por los hombros. ¿Y si simplemente le hiciera dar media vuelta y le diera una palmadita en el trasero…?
Ella comenzó a pasarle los dedos por el cuello. Había comenzado a usar las dos manos. Luego le acarició el pecho, le dio un pellizco aquí, y otro allí, y de pronto Luis sintió una incontenible lascivia. Se aferró a sus hombros con todas sus fuerzas.
Ella dejó caer las manos. Esperó inmóvil, sin intentar ayudarle, mientras él se quitaba el jersey. Pero en cuanto una nueva extensión de piel quedó al descubierto, volvió a acariciarle aquí y allí, no siempre en los puntos con mayor concentración de terminaciones nerviosas. Cada caricia parecía activar directamente el centro de placer de su cerebro.
Luis era todo fuego. Si ella le rechazaba ahora, recurriría a la fuerza; tenía que hacerla suya…
…Pero en algún recóndito rincón conservaba un resquicio de serenidad que le decía que esa mujer sería capaz de dejarle frío con la misma facilidad con que le había excitado. Se sentía como un joven sátiro, pero también tenía la vaga sensación de ser un muñeco.
Aunque en esos momentos no le importaba un camino.
Y el rostro de Prill seguía tan inexpresivo como siempre.
Le condujo hasta el borde del orgasmo, luego le retuvo allí, le retuvo allí… de tal forma que cuando por fin se produjo fue como caer herido por un rayo. Pero el rayo continuó y continuó, cual centelleante descarga de éxtasis.
Cuando todo terminó, casi ni advirtió que ella se marchaba.
Debía saber perfectamente hasta qué punto había sido un juguete en sus manos. Antes de que llegara a la puerta, ya se había dormido.
Y se despertó pensando: «¿Por qué lo haría?»
«No hay que ser tan analítico, nej — se replicó a sí mismo —. Se siente sola. Debe llevar muchísimo tiempo aquí. Ha logrado dominar un arte y no ha tenido oportunidad de practicarlo…»
Arte. Debía saber más anatomía que muchos profesores. ¿Un doctorado en Prostitución? La profesión más antigua del mundo era mucho más complicada de lo que podía parecer a simple vista. Luis Wu era capaz de reconocer la excelencia en cualquier terreno. Esta mujer sobresalía en el suyo.
Se tocan estos nervios en el orden adecuado y el sujeto reaccionará de tal y tal forma. Un dominio adecuado de la técnica puede convertir a un hombre en una marioneta…
…Una marioneta de la suerte de Teela…
Ya casi lo tenía. Se había aproximado tanto a la verdad, que cuando por fin la descubrió no constituyó ninguna sorpresa.
Nessus y Halrloprillalar salieron de la cámara frigorífica caminando de espaldas. Les seguía el cuerpo aderezado de un ave corredora más grande que un hombre. Nessus se había puesto un trapo en la boca, para no tener que tocar la carne muerta del muslo.
Luis sustituyó al titerote. Él y Prill comenzaron a tirar al unísono. Se vio obligado a usar las dos manos, y otro tanto tuvo que hacer ella. Le devolvió su saludo con otra inclinación de cabeza y preguntó:
— ¿Cuántos años tiene?
A Nessus no pareció extrañarle la pregunta.
— No lo sé.
— Anoche vino a mi habitación. — No, esa frase no tendría sentido para un extraterrestre —. ¿Sabes que el acto que realizamos para reproducirnos, lo practicamos también por placer?
— Ya lo sabía.
— Anoche hicimos eso. Lo hace muy bien. Tan bien que debe de haber tenido al menos mil años de práctica — dijo Luis Wu.
— No sería imposible. La civilización de Prill poseía un producto más eficaz que el extracto regenerador en cuanto a su capacidad para mantener la vida. Hoy en día, ha adquirido un valor incalculable. Cada dosis equivale a unos cincuenta años de juventud.
— ¿Y sabes cuántas dosis ha tomado ella?
— No, Luis. Pero lo que sí sé es que vino andando hasta aquí.
Habían llegado a la escalera que conducía al bloque celular cónico. El pájaro fue dando tumbos detrás de ellos.
— ¿Vino andando desde dónde?
— Desde el muro exterior.
— Trescientos mil kilómetros.
— Más o menos.
— Cuéntamelo todo. ¿Qué les pasó cuando llegaron al otro lado del muro exterior?
— Se lo preguntaré. No conozco todos los detalles.
Y el titerote comenzó a interrogar a Prill.
Poco a poco logró reconstruir la historia.
El primer grupo de salvajes con que se toparon les tomó por dioses, y otro tanto hicieron los que fueron encontrando sucesivamente, con una notable excepción.
La divinidad les sirvió para resolver eficazmente un problema. Fueron dejando al cuidado de distintos poblados los tripulantes cuyo cerebro había quedado afectado a consecuencia del accidente con el cziltang brone a medio reparar. Como dioses residentes, serían bien tratados; y su cretinez aseguraba que resultasen divinidades relativamente inofensivas.
El resto de la tripulación del «Pionero» se dividió en dos grupos. Nueve tripulantes, entre ellos Prill, se dirigieron hacia antigiro. La ciudad natal de Prill quedaba en esa dirección. Ambos grupos pensaban avanzar siguiendo el muro exterior, en busca de rastros de civilización. Cada grupo juró acudir en ayuda del otro si lograba encontrarla.
Todos los tomaron por dioses, excepto los otros dioses. Había algunos supervivientes del Derrumbamiento de las Ciudades. Algunos estaban locos. Todos tomaban el producto para prolongar la vida, si podían conseguirlo. Todos buscaban restos de civilización. A ninguno se le había ocurrido empezar a reconstruirla por su cuenta.
A medida que avanzaban hacia antigiro, otros supervivientes fueron sumándose a la tripulación del «Pionero». Pronto constituyeron un respetable panteón.
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