Orson Card - Ender el Xenócida

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Ender el Xenócida: краткое содержание, описание и аннотация

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Lusitania es único en la galaxia. Un planeta donde coexisten tres especies inteligentes: los cerdis, que evolucionaron en el mismo planeta; los humanos que llegaron como colonizadores; y la reina colmena y sus insectores, llevados por el joven Ender unos años atrás. El planeta ha sido condenado por el Consejo Estelar a causa de la descolada, el virus letal para los humanos e imprescindible para la biología de los cerdis. Jane, la inteligencia artificial aliada de Ender y nacida del nexo de ansibles que comunican la galaxia, ha salvado Lusitania interfiriendo con la Flota Estelar y creando un insondable misterio a escala galáctica. En el planeta Sendero, con una cultura derivada de la antigua China, la niña Qing-jao tiene el encargo de descubrir la causa de la desaparición de la flota estelar. Su prodigiosa inteligencia le ha de permitir lograrlo, y ello pone en peligro la existencia de Jane y la supervivencia de las tres especies inteligentes conocidas. La intervención de Ender se hace de nuevo imprescindible.
Nominado a los Premios Hugo y Locus, 1992.

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Quim sabía, por supuesto, que Kovano no se plegaba a la sabiduría de nadie. Andrew Wiggin, simplemente, lo había persuadido.

—A medida que las relaciones entre pequeninos y humanos se hacen más, mmmm…, problemáticas, y nuestro cohabitante invisible, la reina colmena, se acerca cada vez más al lanzamiento de sus naves espaciales, parece que los asuntos de fuera del planeta se vuelven también más urgentes. El Portavoz de los Muertos me informa gracias a sus fuentes extraplanetarias que alguien en un mundo llamado Sendero está a punto de descubrir a nuestros aliados que han conseguido impedir que el Congreso dé a la flota la orden de destruir Lusitania.

Quim anotó con interés que al parecer Andrew no le había dicho nada al alcalde acerca de Jane. Tampoco el obispo Peregrino lo sabía. ¿Y Grego o Quara? ¿Y Ela? Su madre lo sabía, desde luego. ¿Por qué me lo confió Andrew, si lo ha ocultado a tanta gente?»

—Existe una fuerte posibilidad de que en las próximas semanas, o días, el Congreso restablezca las comunicaciones con la flota. En ese punto, nuestra última defensa habrá desaparecido. Sólo un milagro nos salvará de la aniquilación.

—Tonterías —espetó Grego—. Si esa cosa de la pradera puede construir una nave para los cerdis, también puede construir algunas para nosotros. Salgamos de este planeta antes de que lo manden al infierno.

—Tal vez —dijo Kovano—. Sugerí algo así, aunque en términos menos pintorescos. Tal vez, senhor Wiggin, pueda decirnos por qué el elocuente plan de Grego no saldrá bien.

—La reina colmena no comparte nuestro punto de vista. A pesar de sus mejores esfuerzos, no considera tan seriamente las vidas individuales. Si Lusitania es destruida, los pequeninos y ella correrán un gran riesgo…

—El Ingenio M.D. destruirá todo el planeta-señaló Grego.

—Correrán un gran riesgo de que su especie sea aniquilada —continuó Wiggin, imperturbable, pese a la interrupción de Grego—. No malgastará una nave para sacar a los humanos de Lusitania, porque hay billones de humanos en otros doscientos mundos. Nosotros no corremos el riesgo de un xenocidio.

—Lo corremos si esos cerdis herejes se salen con la suya —espetó Grego.

—Y ése es otro punto —continuó Wiggin—. Si no hemos descubierto un medio para neutralizar la descolada, no podemos en buena conciencia llevar la población humana de Lusitania a otro mundo. Estaríamos haciendo exactamente lo mismo que quieren los herejes: forzar a los demás humanos a enfrentarse a la descolada y probablemente a morir.

—Entonces no hay solución —dijo Ela—. Bien podríamos volvernos de espaldas y morir.

—No tanto —intervino el alcalde Kovano—. Es posible, quizá probable, que nuestro pueblo de Milagro esté condenado. Pero al menos podemos tratar de conseguir que las naves coloniales de los pequeninos no lleven la descolada a mundos nuevos. Parece que hay dos aproximaciones: una biológica, la otra teológica.

—Estamos muy cerca —dijo Novinha—. Es cuestión de meses, o incluso de semanas, y entonces Ela y yo habremos diseñado una especie sustituta de la descolada.

—Eso dices —replicó Kovano. Se volvió hacia Ela—. ¿Y tú?

Quim casi gruñó en voz alta. «Ela dirá que Madre está equivocada, que no hay ninguna solución biológica, y entonces Madre alegará que está intentando matarme al enviarme a mi misión. Esto es justo lo que la familia necesita: Ela y Madre en guerra abierta. Gracias a Kovano Zeljezo, humanista.»

Pero la respuesta de Ela no fue lo que Quim temía.

—Ya está casi diseñada. Es la única aproximación que todavía no hemos intentado, pero estamos a punto de conseguir el diseño de una versión del virus de la descolada que hace todo lo necesario para mantener los ciclos vitales de las especies indígenas, pero es incapaz de adaptarse y destruir nuevas especies.

—Estás hablando de lobotomizar a una especie entera —protestó Quara amargamente—. ¿Qué pensaríais si alguien encontrara un medio de mantener a todos los humanos vivos, pero sin cerebro?

Por supuesto, Grego recogió el guante.

—Cuando esos virus puedan escribir poemas o razonar un teorema, me tragaré todas esas chorradas sentimentales acerca de cómo debemos mantenerlos con vida.

—¡Sólo porque no sepamos leerlos no significa que no tengan sus poemas épicos!

—Fecha as bocas!-rugió Kovano.

Inmediatamente, guardaron silencio.

—Nossa Senhora —exclamó—. Tal vez Dios quiere destruir Lusitania porque es la única manera que se le ocurre de haceros callar a los dos.

El obispo Peregrino carraspeó.

—O tal vez no —dijo Kovano—. Dios me libre de especular sobre sus motivos.

El obispo se echó a reír, lo cual permitió que los demás se rieran también. La tensión se rompió, como una ola del mar, desaparecida por el momento, pero sin duda para volver.

—¿Entonces el antivirus está casi listo? —le preguntó Kovano a Ela.

—No… o sí, el virus de reemplazo está casi completamente— diseñado. Pero siguen existiendo dos problemas. El primero es cómo esparcirlo. Tenemos que encontrar un medio para que el nuevo virus ataque y sustituya al antiguo. Sigue estando… muy lejos.

—¿Quieres decir que queda un largo camino o que no tienes la menor idea de cómo hacerlo?

Kovano no era ningún tonto. Obviamente, había tratado con científicos antes.

—Más o menos entre una cosa y otra —dijo Ela.

Novinha se agitó en su asiento, apartándose visiblemente de Ela. «Mi pobre hermana —pensó Quim—. Puede que no te hable durante los próximos años.»

—¿Y el otro problema? —preguntó Kovano.

—Una cosa es diseñar el virus sustituto. Otra muy distinto es producirlo.

—Son meros detalles-dijo Novinha.

—Te equivocas, madre, y lo sabes —replicó Ela—. Puedo trazar un diagrama de cómo queremos que sea el nuevo virus. Pero incluso trabajando bajo diez grados absolutos, no podemos cortar y recombinar el virus de la descolada con suficiente precisión. O se muere, porque dejamos fuera demasiado, o inmediatamente se repara en cuanto vuelve a temperaturas normales, porque no quitamos lo suficiente.

—Problemas técnicos.

—Problemas técnicos —repitió Ela bruscamente—. Como construir un ansible sin un enlace filótico.

—Entonces llegamos a la conclusión…

—No llegamos a ninguna conclusión —dijo Novinha.

—Llegamos a la conclusión —continuó Kovano— de que nuestros xenobiólogos están en franco desacuerdo sobre la posibilidad de domar al virus de la descolada. Eso nos lleva a la otra aproximación: persuadir a los pequeninos para que envíen sus colonos sólo a mundos deshabitados, donde puedan establecer su propia ecología peculiarmente venenosa sin matar seres humanos.

—Persuadirlos —masculló Grego—. Como si pudiéramos confiar en que mantengan sus promesas.

—Han mantenido más promesas que tú —alegó Kovano—. Yo no adoptaría un tono moralmente superior si estuviera en tu caso.

Finalmente, las cosas llegaron a un punto en que Quim pensó que sería beneficioso hablar.

—Toda esta discusión es interesante —dijo—. Sería maravilloso si mi misión con los herejes pudiera significar persuadir a los pequeninos de no causar daño a la humanidad. Pero aunque todos lleguemos al acuerdo de que mi misión no tiene ninguna oportunidad de éxito, seguiré adelante. Aunque decidiéramos que existe un serio riesgo de que mi misión empeorara las cosas, iré.

—Me alegra saber que piensas ser tan cooperativo —dijo Kovano con acidez.

—Pretendo cooperar con Dios y la Iglesia —dijo Quim—. Mi misión con los herejes no es para salvar a la humanidad de la descolada, ni siquiera para intentar mantener la paz entre los humanos y pequeninos aquí en Lusitania. Mi misión es para devolverlos a la fe de Cristo y la unidad de la Iglesia. Voy a salvar sus almas.

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