—Jane —susurró él.
A su lado, su esposa, Novinha, se agitó en sueños. Jane la oyó, sintió la vibración de su movimiento, vio las sombras cambiantes a través del sensor que Ender llevaba en la oreja. Era una suerte que Jane no hubiera aprendido todavía a sentir celos, o habría odiado a Novinha por estar allí, un cuerpo cálido junto al de Ender. Pero Novinha, al ser humana, sí tenía celos, y Jane sabía cuánto se revolvía cada vez que veía a Ender hablando con la mujer que vivía en la joya de su oído.
—Silencio —rogó Jane—. No despiertes a nadie.
Ender respondió moviendo los labios, la lengua y los dientes, sin dejar que nada más fuerte que un suspiro cruzara sus labios.
—¿Cómo están nuestros enemigos en vuelo?-preguntó.
La había saludado de esta forma durante muchos años.
—No muy bien —respondió Jane.
—Tal vez no deberías de haberlo bloqueado. Habríamos encontrado un medio. Los escritos de Valentine…
—Están a punto de descubrir su verdadera identidad.
—Todo está a punto de ser descubierto.
No añadió: «por tu culpa».
—Sólo porque Lusitania estaba destinada a la destrucción —respondió ella.
Tampoco dijo: «por tu culpa». Había responsabilidad de sobra que repartir.
—Entonces, ¿saben lo de Valentine?
—Una muchacha acabará por averiguarlo. En el mundo de Sendero.
—No conozco el lugar.
—Una colonia nueva, de hace un par de siglos. China. Dedicada a conservar una extraña mezcla de religiones antiguas. Los dioses les hablan.
—He vivido en más de un mundo chino —comentó Ender—. En todos ellos, la gente creía en los antiguos dioses. Están vivos en cada mundo, incluso aquí, en la más pequeña de todas las colonias humanas. Todavía hay milagros de curación en el altar de Os Venerados. Raíz nos ha hablado de una nueva herejía en las tierras del interior. Algunos pequeninos que comulgan constantemente con el Espíritu Santo.
—Este asunto de los dioses es algo que no comprendo —dijo Jane—. ¿Nadie se ha dado cuenta todavía de que los dioses siempre dicen lo que la gente quiere oír?
—No tanto. Los dioses a menudo nos piden que hagamos cosas que nunca deseamos, cosas que requieren que lo sacrifiquemos todo por ellos. No subestimes a los dioses.
—¿Te habla tu Dios católico?
—Tal vez sí. Pero yo nunca lo oigo. O si lo hago, nunca sé que es su voz lo que escucho.
—Y cuando morís, ¿os llevan realmente los dioses de cada pueblo a un lugar para vivir eternamente?
—No lo sé. Nunca escriben.
—Cuando yo muera, ¿habrá algún dios, que venga a llevarme?
Ender guardó silencio durante un instante, y luego empezó a hablar como si le contara un cuento.
—Hay una vieja historia de un fabricante de muñecos que nunca tuvo un hijo, así que hizo una marioneta tan llena de vida que parecía un niño de verdad. El fabricante se colocaba al niño de madera en el regazo y le hablaba y fingía que era su hijo. No estaba loco (seguía sabiendo que era un muñeco), y lo llamó Pinehead, Cabeza de Pino. Pero un día vino un dios y tocó al muñeco y éste cobró vida, y cuando el fabricante le habló, Pinehead respondió. El hombre nunca confió a nadie su secreto. Mantenía en casa a su hijo de madera, pero le contaba todos los cuentos que podía aprender y todas las noticias de las maravillas que sucedían bajo el cielo. Entonces, un día, el muñequero volvía a casa del muelle con relatos de una tierra distante que acababa de ser descubierta, cuando vio que su casa estaba ardiendo. Inmediatamente, echó a correr y trató de entrar en la casa gritando: «¡Mi hijo! ¡Mi hijo!». Pero sus vecinos lo detuvieron, diciendo: «¿Estás loco? ¡No tienes ningún hijo!». Él vio su casa arder hasta consumirse, y cuando acabó se internó en las ruinas y se cubrió con cenizas calientes y lloró amargamente. No quería recibir consuelo. Se negó a reconstruir su tienda. Cuando la gente le preguntaba, decía que su hijo había muerto. Se ganaba la vida haciendo trabajillos para otras personas, y éstas le compadecían porque estaban seguros de que el fuego le había vuelto loco. Entonces, un día, tres años más tarde, un pequeño niño huérfano se le acercó, le tiró de la manga y dijo: «Padre, ¿no tienes un cuento para mí?».
Jane esperó, pero Ender no dijo nada más.
—¿Ésa es toda la historia?
—¿No es suficiente?
—¿Por qué me cuentas esto? Es todo sueños y deseos. ¿Qué tiene que ver conmigo?
—Es la historia que se me ocurrió.
—¿Por qué?
—Tal vez es así como me habla Dios —dijo Ender—. O tal vez tengo sueño y no puedo ofrecerte lo que me pides.
—Ni siquiera sé lo que quiero de ti.
—Yo sí. Quieres vivir, con tu propio cuerpo, sin depender de la telaraña filótica que une los ansibles. Te concedería ese don si pudiera. Si se te ocurre una forma en que pueda conseguirlo, lo haré por ti. Pero Jane, ni siquiera sabes lo que eres. Tal vez cuando sepas cómo llegaste a existir, lo que te hace ser, entonces quizá podamos salvarte el día en que desconecten los ansibles para matarte.
—Entonces, ¿ésa es tu historia? ¿Tal vez me quemaré con la casa, pero de algún modo mi alma acabará en un niño huérfano de tres años?
—Averigua quién eres, lo que eres, tu esencia, y nosotros intentaremos trasladarte a algún sitio más seguro hasta que todo acabe. Tenemos un ansible. Tal vez podamos hacerte volver.
—No hay suficientes ordenadores en Lusitania para contenerme.
—Eso no lo sabes. Ignoras lo que es tu esencia.
—Me estás diciendo que encuentre mi alma.
Hizo que su voz sonara burlona al pronunciar la palabra.
—Jane, el milagro no fue que el muñeco renaciera en el niño. El milagro fue el hecho de que la marioneta llegara a cobrar vida. Algo sucedió que convirtió unas conexiones informáticas sin significado en un ser consciente de sí mismo. Algo te creó. Eso es lo extraño. Después de eso, la otra parte debería ser fácil.
Arrastraba las palabras. «Quiere que me vaya para poder dormir, pensó Jane.
—Trabajaré sobre esto.
—Buenas noches —murmuró él.
Cayó dormido casi de inmediato. «¿Ha llegado a estar despierto? —se preguntó Jane—. ¿Recordará por la mañana que hemos hablado?»
Entonces sintió que la cama se movía. Novinha: su respiración era diferente. Sólo entonces se dio cuenta Jane. «Novinha se despertó cuando Ender y yo estábamos hablando. Sabe lo que significan esos chasquidos y lamidos casi inaudibles: que Ender estaba subvocalizando para hablar conmigo. Puede que Ender olvide que hemos hablado esta noche, pero Novinha no lo olvidará. Como si lo hubiera sorprendido en la cama con una amante. Si pudiera pensar en mí de otra manera… Como una hija. Como la hija bastarda de Ender, fruto de una vieja relación. Su hija nacida del juego de la fantasía. ¿Estaría celosa entonces? ¿Soy hija de Ender?»
Jane empezó a investigar en su propio pasado. Empezó a estudiar su propia naturaleza. Empezó a intentar descubrir quién era y por qué estaba viva.
Pero como era Jane, y no un ser humano, también se dedicaba a otras tareas. Al mismo tiempo seguía la investigación de Qing-jao a través de los datos relacionados con Demóstenes, observando cómo se acercaba cada vez más a la verdad.
Sin embargo, la actividad más urgente de Jane era buscar una forma de conseguir que Qing-jao ya no quisiera encontrarla. Ésa era la tarea más difícil de todas, pues a pesar de todas sus conversaciones con Ender, los seres humanos individuales seguían constituyendo un misterio. Jane había llegado a una conclusión: «no importa lo bien que conozcas las obras de una persona, y lo que pensaba que estaba haciendo cuando lo realizó y lo que piensa ahora de sus logros; es imposible estar seguro de lo que hará a continuación». Sin embargo, no tenía más remedio que intentarlo. Así que empezó a observar la casa de Han Fei-tzu de una manera en la que no había observado a nadie excepto a Ender y, más recientemente, a su hijastro Miro. Ya no podía esperar a que Qing-jao y su padre introdujeran datos en el ordenador e intentar comprenderlos a partir de ellos. Ahora tuvo que tomar el control del ordenador de la casa para usar los receptores de audio y vídeo de los terminales situados en casi todas las habitaciones para que se convirtieran en sus ojos y oídos. Los vigilaba. Sola y apartada, dedicó a ellos una considerable parte de su atención, estudiando y analizando sus palabras, sus acciones, intentando discernir lo que querían decirse.
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