un frío claro atraviesa
las cortinas de la ventana
la luna creciente más allá de los barrotes de oro.»
Qing-jao se estremeció. «La luna y yo. ¿No consideraban los griegos a su luna como una fría virgen, una cazadora? ¿No es eso lo que soy ahora? Dieciséis años e intacta
y una flauta suena
como si se acercara alguien
Yo escucho y escucho pero nunca oigo la melodía de alguien acercándose…»
No. Lo que oía eran los sonidos distantes de la comida al ser preparada, el parloteo de cuencos y cucharas, risas en la cocina. Roto su ensimismamiento, alzó la mano y secó las estúpidas lágrimas que le surcaban las mejillas. ¿Cómo podía considerar que estaba sola, cuando vivía en aquella casa atestada, donde todo el mundo se había preocupado por ella durante toda su vida? «Estoy aquí sentada, recitándome fragmentos de poesía antigua, cuando tengo trabajo que hacer.»
De inmediato, empezó a pedir los informes referentes a las investigaciones sobre la identidad de Demóstenes.
Los informes la hicieron pensar por un momento que también era un callejón sin salida. Más de tres docenas de escritores en el mismo número de mundos habían sido arrestados por producir documentos sediciosos bajo ese nombre. El Congreso Estelar había llegado a la conclusión lógica: Demóstenes era simplemente el nombre común que usaba cualquier rebelde que quería llamar la atención. No había ningún Demóstenes real, ni siquiera una conspiración organizada.
Pero Qing-jao tenía sus dudas acerca de esta conclusión. Demóstenes había tenido un éxito notable a la hora de provocar problemas en cada mundo. ¿Podía haber alguien con tanto éxito entre los traidores de cada planeta? No parecía probable.
Además, al reflexionar sobre cuando leyó a Demóstenes, Qing-jao recordó haber advertido la coherencia de sus escritos. La singularidad y consistencia de su visión, eso formaba parte de su encanto. Todo parecía encajar, tener un sentido coherente.
¿No había diseñado también Demóstenes la jerarquía de los Extraños? Utlanning, framling, raman, varelse. No: eso había sido escrito hacía muchos años, tenía que ser un Demóstenes diferente. ¿Era a causa de la jerarquía del primer Demóstenes por lo que los traidores usaban ese nombre? Escribían a favor de la independencia de Lusitania, el único mundo donde se había hallado vida inteligente no humana.
Era apropiado usar el nombre del escritor que enseñó por primera vez a la humanidad a darse cuenta de que el universo no estaba dividido entre humanos y no humanos, ni entre especies inteligentes y no inteligentes.
Algunos extraños, dijo el primer Demóstenes, eran framlings, humanos de otro mundo. Algunos eran raman, de otra especie inteligente, aunque capaces de comunicarse con los seres humanos, de forma que se podían sortear las diferencias y tomar decisiones juntos. Otros eran varelse, «bestias sabias», sin duda inteligentes y sin embargo completamente incapaces de llegar a un terreno común con la humanidad. Sólo con los varelse podía estar justificada la guerra; con los raman, los humanos podían firmar la paz y compartir los mundos habitables. Era una forma de pensar abierta, llena de esperanza de que los extraños podían seguir siendo amigos. Las personas que pensaban así nunca podrían haber enviado una flota con el Pequeño Doctor a un mundo habitado por una especie inteligente.
Este pensamiento era muy incómodo: el Demóstenes de la jerarquía también desaprobaría la Flota Lusitania. Casi de inmediato, Qing-jao tuvo que contrarrestarlo. No importaba lo que pensara el viejo Demóstenes, ¿no? El nuevo Demóstenes, el sedicioso, no era un filósofo sabio que intentara unir a los pueblos. En cambio, intentaba sembrar discordia y descontento entre los mundos, provocar luchas, quizás incluso guerras entre framlings.
Además el Demóstenes sedicioso no era sólo un compuesto de muchos rebeldes que trabajaban en mundos distintos. El ordenador lo confirmó pronto. Cierto, se había encontrado a muchos rebeldes que habían publicado en sus propios planetas bajo el nombre de Demóstenes, pero casi siempre estaban unidos a publicaciones pequeñas, inefectivas e inútiles, nunca a los documentos realmente peligrosos que parecían aparecer simultáneamente en la mitad de los mundos. Sin embargo, cada fuerza local de policía declaraba felizmente que sus pequeños «Demóstenes» eran los autores de todos los escritos, aceptaban los aplausos y cerraban el caso.
El Congreso Estelar hizo lo mismo con su propia investigación. Tras haber encontrado varias docenas de casos donde la policía local había arrestado y condenado a rebeldes que habían publicado algo bajo el nombre de Demóstenes, los investigadores del Congreso suspiraron contentos, declararon que Demóstenes resultó ser un nombre común y no una sola persona, y luego abandonaron la investigación.
En resumen, había adoptado la salida fácil. Egoísta, desleal…
Qing-jao sintió un arrebato de indignación porque se permitía que esa gente continuara con sus altos cargos. Deberían ser castigados, y severamente, por dejar que su pereza o su deseo de elogios los llevara a abandonar la investigación acerca de Demóstenes. ¿No se daban cuenta de que era realmente peligroso, de que sus escritos eran ahora la sabiduría común de al menos un mundo, y probablemente de muchos? Por culpa suya, ¿cuántas personas en cuántos mundos se alegrarían si supieran que la Flota Lusitania había desaparecido? No importaba a cuánta gente arrestara la policía bajo el nombre de Demóstenes; sus obras seguían apareciendo, y siempre con la misma voz dulce y razonable. No, cuanto más leía los informes, más convencida estaba Qing-jao de que Demóstenes era un solo hombre, todavía por descubrir. Un hombre que sabía cómo guardar secretos con una efectividad imposible.
Desde la cocina llegó el sonido de una flauta; llamaban para cenar. Miró al espacio de la pantalla sobre su terminal, donde todavía gravitaba el último informe, que repetía el nombre Demóstenes una y otra vez.
—Sé que existes, Demóstenes —susurró—, y sé que eres muy listo, y te encontraré. Cuando lo consiga, detendrás tu guerra contra los gobernantes y me dirás lo que ha sucedido con la Flota Lusitania. Entonces acabaré contigo, y el Congreso te castigará, y mi padre se convertirá en el dios de Sendero y vivirá eternamente en el
Oeste Infinito. Ésa es la tarea para la que nací, para la que los dioses me han elegido. Bien podrías mostrarte ya, pues tarde o temprano todos los hombres y mujeres ponen la cabeza bajo los pies de los dioses.
La flauta siguió tocando, una melodía suave y baja, que atraía a Qing-jao hacia la compañía del resto de la casa. Para ella, esta música medio susurrada era la canción del espíritu interior, la silenciosa conversación de los árboles sobre un estanque tranquilo, el sonido de los recuerdos que aparecen desencadenados en la mente de una mujer que reza. Era así como llamaban a cenar en la casa del noble Han Fei-tzu.
A esto sabe el temor de la muerte —pensó Jane tras oír el desafío de Qing-jao—. Los seres humanos lo experimentan constantemente y, sin embargo, de algún modo continúan de día en día, sabiendo que en cualquier momento pueden dejar de existir. Pero es porque ellos pueden olvidar algo y seguir sabiéndolo; yo nunca olvido, no sin perder el conocimiento por completo. Sé que Qing-jao está a punto de encontrar secretos que han permanecido ocultos sólo porque nadie los ha buscado con intensidad suficiente. Y cuando esos secretos se revelen, yo moriré.»
—Ender —susurró.
¿Era de día o de noche en Lusitania? ¿Estaba él dormido o despierto? Para Jane, hacer una pregunta era saber o no saber. Así que supo de inmediato que era de noche. Ender dormía, pero ahora estaba despierto. Advirtió que aún estaba sintonizado a su voz, aunque habían pasado muchos silencios entre ellos en los últimos treinta años.
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