Pero continuaba teniendo preguntas acerca de todo lo referente a la purificación. «¿Por qué no te levantas y sigues una línea cada mañana y acabas de una vez? ¿Por qué no haces que cubran el suelo con una alfombra?» Resultaba difícil de explicar que no se podía engañar a los dioses con estratagemas tontas como aquélla.
«¿Y si no existiera madera alguna en todo el mundo? ¿Te quemarían los dioses como a un papel? ¿Vendría un dragón y te llevaría con él?»
Qing-jao no podía responder a las preguntas de Wang-mu excepto para decir que esto era lo que los dioses exigían de ella. Si no hubiera vetas en la madera, los dioses no le pedirían que las siguiera. A lo cual Wang-mu respondió que deberían promulgar una ley contra los suelos de madera, entonces, para que Qing-jao pudiera ser liberada de todo el asunto.
Los que no habían oído la voz de los dioses simplemente no podían comprender.
Hoy, sin embargo, la pregunta de Wang-mu no tuvo nada que ver con los dioses, o al menos no tuvo nada que ver con ellos al principio.
—¿Qué es lo que detuvo por fin a la Flota Lusitania? —preguntó.
Qing-jao casi respondió con una risa: «¡Si lo supiera, podría descansar!». Pero entonces advirtió que Wang-mu probablemente ni siquiera sabía que la Flota Lusitania había desaparecido.
—¿Cómo es que estás enterada de la Flota Lusitania?
—Sé leer, ¿no? —replicó Wang-mu, quizás un poco orgullosamente.
Pero ¿por qué no iba a estar orgullosa? Qing-jao le había dicho, sinceramente, que aprendía muy rápido, y deducía muchas cosas por su cuenta. Era muy inteligente, y Qing-jao sabía que no debería sorprenderse si Wang-mu comprendía más de lo que le decía directamente.
—Puedo ver lo que aparece en tu terminal —dijo Wang-mu—, y siempre tiene que ver con la Flota Lusitania. También lo discutiste con tu padre el primer día que vine aquí. No comprendí la mayor parte de lo que dijisteis, pero supe que tenía relación con la Flota Lusitania. —La voz de Wang-mu se llenó súbitamente de repulsión—. Ojalá que los dioses orinaran en la cara del hombre que envió esa flota.
Su vehemencia fue sorprendente; el hecho de que hablara contra el Congreso Estelar, increíble.
—¿Sabes quién envió la flota? —preguntó Qing-jao.
—Por supuesto. Fueron los políticos egoístas del Congreso Estelar, que intentan destruir toda la esperanza de que un mundo colonial obtenga su independencia.
Así que Wang-mu sabía que hablaba traicioneramente. Qing-jao recordó sus propias palabras de hacía tiempo, tan similares, con repulsa. Oírlas de nuevo, en su presencia, y en boca de su doncella secreta, era abrumador.
—¿Qué sabes tú de esas cosas? Son cuestiones para el Congreso, y aquí estás hablando de independencia y colonias y…
Wang-mu se arrodilló, la cabeza inclinada hasta el suelo. Qing-jao se avergonzó casi inmediatamente de haber hablado con tanta brusquedad.
—Oh, levántate, Wang-mu.
—Estás enfadada conmigo.
—Estoy sorprendida por oírte hablar así, eso es todo. ¿Dónde oíste esa tontería?
—Todo el mundo lo dice.
—Todo el mundo no. Mi padre nunca lo dice. Por otro lado, Demóstenes dice ese tipo de cosas constantemente.
Qing-jao recordó lo que había sentido la primera vez que leyó las palabras de Demóstenes, lo lógicas y justas que le habían parecido. Sólo después, después de que su padre le explicara que Demóstenes era el enemigo de los gobernantes y por tanto el enemigo de los dioses, advirtió lo engañosas y sibilinas que eran las palabras del traidor, qué casi la sedujeron para que creyera que la Flota Lusitania era maligna. Si Demóstenes había estado a punto de engañar a una muchacha educada y elegida por los dioses como Qing-jao, no era de extrañar que una muchacha normal y corriente repitiera sus palabras.
—¿Quién es Demóstenes? —preguntó Wang-mu.
—Un traidor que al parecer tiene más éxito de lo que todos suponen.
¿Se daba cuenta el Congreso Estelar que las ideas de Demóstenes estaban siendo repetidas por gente que nunca había oído hablar de él? ¿Comprendía alguien lo que esto significaba? Las ideas de Demóstenes eran ahora la sabiduría común del pueblo llano. Las cosas habían dado un giro más peligroso de lo que Qing-jao había imaginado. Su padre era más sabio; debía de saberlo ya.
—No importa —dijo Qing-jao—. Háblame de la Flota Lusitania.
—¿Cómo puedo hacerlo, si te enfadarás?
Qing-jao esperó pacientemente.
—Está bien, entonces —asintió Wang-mu, pero seguía pareciendo cansada—. Mi padre dice, y también Pan Ku-wei, su amigo sabio que una vez se presentó al examen para el servicio civil y estuvo muy cerca de aprobar…
—¿Qué dicen?
—Que es muy mala cosa que el Congreso envíe una flota tan grande para atacar a una colonia diminuta simplemente porque rehusaron enviar a dos de sus ciudadanos para que fueran juzgados en otro mundo. Dicen que la justicia está completamente de parte de Lusitania, porque enviar a la gente de un planeta a otro contra su voluntad es apartarlos de su familia y sus amigos para siempre. Es como sentenciarlos antes del juicio.
—¿Y si son culpables?
—Eso es algo que sólo deben decidir los tribunales de su propio mundo, donde la gente los conoce y puede medir su crimen con justicia, no el Congreso, que no sabe nada y comprende menos. —Wang-mu inclinó la cabeza—. Eso es lo que dice Pan Ku-wei.
Qing-jao contuvo su propia repulsión ante las traicioneras palabras de Wang-mu; era importante saber lo que pensaba la gente corriente, aunque sólo oírlos hacía que Qing-jao estuviera segura de que los dioses se enfadarían con ella por su deslealtad.
—Entonces, ¿piensas que la Flota Lusitania nunca debería haber sido enviada?
—Si pueden enviar una flota contra Lusitania sin una buena razón, ¿qué les impide enviar otra contra Sendero? También somos una colonia, no uno de los Cien Mundos, no un miembro del Congreso Estelar. ¿Qué les impide declarar que Han Fei-tzu es un traidor y hacerle viajar a algún planeta distante y no regresar hasta dentro de sesenta años?
La idea era terrible, y una presunción por parte de Wang-mu incluir a su padre en la conversación, no porque fuera una sirvienta, sino porque era presuntuoso por parte de cualquiera imaginar que el gran Han Fei-tzu fuera acusado de un crimen.
La compostura de Qing-jao se derrumbó por un momento, e hizo patente su furia.
—¡El Congreso nunca trataría a mi padre como a un criminal!
—Perdóname, Qing-jao. Me pediste que repitiera lo que dijo mi padre.
—¿Quieres decir que tu padre habló de Han Fei-tzu?
—Todo el pueblo de Jonlei sabe que Han Fei-tzu es el hombre más honorable de Sendero. Nuestro mayor orgullo es que la Casa de Han forme parte de nuestra ciudad.
«Así que —pensó Qing-jao—, sabías exactamente lo ambiciosa que eras cuando decidiste convertirte en la doncella de su hija.»
—No pretendía faltarle el respeto, ni ellos tampoco. ¿Pero no es verdad que si el Congreso quisiera podrían ordenar a Sendero que enviara a tu padre a otro mundo para ser juzgado?
—Ellos nunca…
—¿Pero podrían? —insistió Wang-mu.
—Sendero es una colonia —admitió Qing-jao—. La ley lo permite, pero el Congreso Estelar nunca…
—Pero si lo hicieron con Lusitania, ¿por qué no podrían hacerlo con Sendero?
—Porque los xenólogos de Lusitania eran culpables de crímenes que…
—La gente de Lusitania no opinaba lo mismo. Su gobierno rehusó enviarlos a juicio.
—Eso es lo peor. ¿Cómo puede un gobierno planetario atreverse a pensar que saben más que el Congreso?
—Pero lo sabían todo —objetó Wang-mu, como si la idea fuera tan natural que todo el mundo debiera conocerla—. Conocían a esa gente, a esos xenólogos. Si el Congreso Estelar hiciera que Sendero enviara a Han Fei-tzu para ser juzgado en otro mundo por un crimen que sabemos que no cometió, ¿no crees que también nos rebelaríamos en vez de entregar a un hombre tan grande? Pues entonces ellos enviarían una flota contra nosotros.
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