Orson Card - Ender el Xenócida

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Ender el Xenócida: краткое содержание, описание и аннотация

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Lusitania es único en la galaxia. Un planeta donde coexisten tres especies inteligentes: los cerdis, que evolucionaron en el mismo planeta; los humanos que llegaron como colonizadores; y la reina colmena y sus insectores, llevados por el joven Ender unos años atrás. El planeta ha sido condenado por el Consejo Estelar a causa de la descolada, el virus letal para los humanos e imprescindible para la biología de los cerdis. Jane, la inteligencia artificial aliada de Ender y nacida del nexo de ansibles que comunican la galaxia, ha salvado Lusitania interfiriendo con la Flota Estelar y creando un insondable misterio a escala galáctica. En el planeta Sendero, con una cultura derivada de la antigua China, la niña Qing-jao tiene el encargo de descubrir la causa de la desaparición de la flota estelar. Su prodigiosa inteligencia le ha de permitir lograrlo, y ello pone en peligro la existencia de Jane y la supervivencia de las tres especies inteligentes conocidas. La intervención de Ender se hace de nuevo imprescindible.
Nominado a los Premios Hugo y Locus, 1992.

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—Quiero decir —explicó Quim mansamente— que aunque tú quieras recuperar tu cuerpo, tal vez Dios, en su gran sabiduría, sepa que para que te conviertas en el mejor hombre posible necesitas pasar cierto tiempo como lisiado.

—¿Cuánto tiempo? —demandó Miro.

—Desde luego, no más que el resto de tu vida.

Miro gruñó disgustado y soltó la túnica de Quim.

—Tal vez menos —prosiguió Quim—. Así lo espero.

—Esperanza —bufó Miro.

—Junto con la fe y el amor puro, es una de las grandes virtudes. Deberías intentarlo.

—He visto a Ouanda.

—Ha intentado hablar contigo desde que llegaste.

—Es vieja y gorda. Ha tenido un puñado de críos, ha vivido treinta años y el tipo con quien se casó la ha ido desgastando todo ese tiempo. ¡Habría preferido visitar su tumba!

—Qué generoso de tu parte.

—¡Sabes lo que quiero decir! Dejar Lusitania fue una buena idea, pero treinta años no han bastado.

—Habrías preferido volver a un mundo donde nadie te conociera.

—Nadie me conoce aquí tampoco.

—Tal vez no. Pero te queremos, Miro.

—Queréis lo que yo era.

—Eres el mismo hombre, Miro. Sólo tienes un cuerpo diferente.

Miro se levantó con esfuerzo, apoyándose contra Raíz para equilibrarse.

—Habla a tu amigo árbol, Quim. Nada de lo que tengas que decir me interesa.

—Eso crees —replicó Quim.

—¿Sabes qué es peor que un gilipollas, Quim?

—Claro. Un gilipollas inútil, hostil, amargado, autocompasivo, abusivo y miserable que tiene una opinión demasiado elevada de su propio sufrimiento.

Fue más de lo que Miro pudo soportar. Gritó lleno de furia y se lanzó contra Quim, para derribarlo al suelo. Naturalmente, Miro perdió el equilibrio y cayó encima de su hermano, y luego se enredó en la túnica del sacerdote. Pero no importaba: Miro no intentaba levantarse, sino causar dolor a Quim si de esta forma pudiera librarse de algo.

Sin embargo, después de unos pocos golpes, Miro dejó de debatirse y se echó a llorar sobre el pecho de su hermano. Un instante después, sintió los brazos de Quim a su alrededor. Oyó su suave voz, entonando una plegaria.

—Pai Nosso, que estás no céu.

A partir de aquí, sin embargo, el sortilegio se rompió y las palabras se volvieron nuevas y por tanto reales.

—0 teu filho está com dor, o meu irmáo precisa a resurreiço da alma, ele merece o refresco da esperança.

Al oír Miro poner voz a su dolor, a sus desaforadas demandas, Miro volvió a avergonzarse. ¿Por qué debería imaginar que se merecía una nueva esperanza? ¿Cómo podía atreverse a exigir que Quim rezara pidiendo un milagro para él, para que su cuerpo volviera a estar completo? Miro supo que era injusto poner en juego

la fe de Quim para un agnóstico autocompasivo como él.

Pero la oración continuó:

—Ele deu tudo aos pequeninos, e tu nos disseste, Salvador, que qualquer coisa que fazemos a estes pequeninos, fazemos a ti.

Miro quiso interrumpir. «Si lo di todo a los pequeninos, lo hice por ellos, no por mí mismo.» Pero las palabras de Quim lo mantuvieron en silencio: «Nos dijiste, Salvador, que lo que hiciéramos a estos pequeños te lo haríamos a ti». Era como si Quim exigiera a Dios que cumpliera su parte del acuerdo. La relación que Quim debía mantener con Dios era extraña, como si tuviera derecho a pedirle cuentas.

—Ele náo é como Jó, perfecto na coraçâo.

«No, no soy tan perfecto como Job. Pero lo he perdido todo, igual que lo perdió Job. Otro hombre fue padre de mis hijos con la mujer que debería haber sido mi esposa. Otros han conseguido mis logros. Y donde Job tuvo llagas, yo tengo esta semiparálisis. ¿Se cambiaría de lugar Job conmigo?»

—Restabeleçe ele como restabeleceste Jó. Em nome do Pai, e do Filho, e do Espirito Santo. Amem.

Miro sintió que los brazos de su hermano lo soltaban, y como si hubieran sido ellos, y no la gravedad, los que lo sujetaban contra el pecho de Quim, Miro se levantó de inmediato y se quedó mirando a su hermano. Una magulladura crecía en la mejilla de Quim. Su labio sangraba.

—Te he hecho daño —dijo Miro—. Lo siento.

—Sí. Me lastimaste. Y yo a ti. Este pasatiempo tiene mucho éxito por aquí. Ayúdame a levantarme.

Por un momento, sólo por un breve momento, Miro olvidó que estaba lisiado, que apenas podía mantener el equilibrio él solo. Durante ese instante, empezó a extender la mano hacia Quim. Pero entonces se tambaleó. cuando su equilibrio peligró, y recordó.

—No puedo —dijo.

—Oh, deja de quejarte por ser un lisiado y échame una mano.

Así que Miro separó mucho las piernas y se inclinó sobre su hermano. Su hermano menor, que ahora le aventajaba en tres décadas, y era aún mayor en sabiduría y compasión. Miro extendió la mano. Quim la agarró y con su ayuda se levantó del suelo. El esfuerzo fue agotador para Miro: no tenía fuerza para esta labor, y Quim no fingía, confiaba en él para que lo levantara. Terminaron mirándose a la cara, hombro con hombro, las manos todavía juntas.

—Eres un buen sacerdote —dijo Miro.

—Sí. Y si alguna vez necesito un sparring, te llamaré.

—¿Responderá Dios a tu plegaria?

—Por supuesto. Dios responde a todas las plegarias.

Miro tardó un instante en comprender qué quería decir Quim.

—Me refiero a si atenderá mi ruego.

—Ah. Nunca estoy seguro de esa parte. Dime más tarde si lo hace.

Quim se dirigió, envarado y cojeando, hacia el árbol. Se inclinó y recogió del suelo un par de palos habladores.

—¿De qué vas a hablar con Raíz?

—Mandó decirme que tenía que hablar con él. Hay una especie de herejía nueva en uno de los bosques.

—Los conviertes y luego se vuelven locos, ¿eh?

—La verdad es que no. Es uno de los grupos a los que nunca he predicado. Los padres-árbol se hablan entre sí, de forma que las ideas del cristianismo ya están en todas partes del mundo. Como siempre, la herejía se extiende más rápidamente que la verdad. Y Raíz se siente culpable porque se basa en una especulación suya.

—Supongo que para ti es un asunto serio —observó Miro.

Quim dio un respingo.

—No sólo para mí.

—Lo siento. Me refería a la Iglesia. A los creyentes.

—Nada tan parroquial como eso, Miro. Los pequeninos han encontrado una herejía realmente interesante. Una vez, no hace mucho, Raíz especuló que, igual que Cristo vino a los humanos, el Espíritu Santo podría venir algún día a los pequeninos. Es una burda malinterpretación de la Santísima Trinidad, pero este bosque se lo tomó bastante en serio.

—Me parece bastante parroquial.

—A mí también. Hasta que Raíz me contó los detalles. Verás, están convencidos de que el virus de la descolada es la encarnación del Espíritu Santo. Tiene una especie de sentido perverso; ya que el Espíritu Santo siempre ha habitado en todas partes, en todas las creaciones de Dios, es apropiado que su encarnación sea la descolada, que también penetra en todas las partes de cada ser vivo.

—¿Adoran al virus?

—Oh, sí. Después de todo, ¿no descubristeis vosotros que los pequeninos fueron creados, como seres conscientes, por el virus de la descooada? Así que el virus está imbuido con el poder creador, lo que significa que tiene naturaleza divina.

—Supongo que hay tantas pruebas literales para eso como para la encarnación de Dios en Cristo.

—No, hay muchas más. Pero si eso fuera todo, Miro, lo consideraría un asunto de la Iglesia. Complicado, difícil, pero, como tú dijiste, parroquial.

—¿Qué pasa entonces?

—La descolada es el segundo bautismo. Por el fuego. Sólo los pequeninos pueden soportar ese bautismo, y los conduce a la tercera vida. Están claramente más cerca de Dios que los humanos, a quienes les ha sido negada la tercera vida.

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