Movió la cabeza, intentando despejar la imagen.
‹No lo controlamos. Es libre. Puede matarme si quiere. No lo detendré. ¿Me matarás tú?›
Esta vez tú no era Valentine: pudo sentir que la pregunta pasaba sobre ella. Y ahora, mientras la reina colmena esperaba una respuesta, percibió otro pensamiento en su mente. Tan cercano a su propia forma de pensar que si no hubiera estado en sobreaviso, esperando que Ender respondiese, habría asumido que era su propio pensamiento natural.
«Nunca —dijo el pensamiento en su mente—. Nunca te mataré. Te quiero.»
Y con este pensamiento vino un destello de genuina emoción hacia la reina colmena. De inmediato la imagen mental de la reina que tenía Valentine dejó de incluir repulsión. En cambio, le pareció majestuosa, regia, magnífica. Los arcos iris de sus alas ya no parecían una costra viscosa sobre el agua: la luz que se reflejaba en sus ojos era como un halo; los fluidos resplandecientes de la punta de su abdomen eran los hilos de la vida, como la leche en el pezón de una mujer cubierto de saliva de la boca de su bebé. Valentine había estado combatiendo la náusea hasta aquel momento, pero de repente casi adoró a la reina colmena.
Sabía que era el pensamiento de Ender en su mente: por eso los pensamientos se parecían tanto a los suyos propios. Con esta visión de la reina colmena supo de inmediato que había tenido razón desde el principio, cuando escribió como Demóstenes tantos años antes. La reina era raman, extraña pero capaz de compren-
der y ser comprendida.
Mientras la visión se difuminaba, Valentine oyó a alguien sollozando. Plikt. En todos los años que habían pasado juntos, Valentine nunca había oído a Plikt mostrar tanta fragilidad.
—Bonita —comentó Miro, en portugués.
¿Eso era todo lo que había visto? ¿La reina colmena era bonita?
La comunicación debía de ser realmente débil entre Miro y Ender… pero, ¿por qué no debería serlo? No conocía a Ender tan a fondo ni desde hacía tanto tiempo como ella.
Pero si por eso la recepción del pensamiento de Ender era mucho más intensa para Valentine que para Miro, ¿cómo podía explicar el hecho de que Plikt lo hubiera recibido tan claramente, mucho más que ella? ¿Era posible que en todos sus años de estudiar a Ender, de admirarlo sin conocerlo, Plikt hubiera conseguido unirse a él con más intimidad que Valentine?
Por supuesto que sí. Por supuesto. Valentine estaba casada. Valentine tenía un marido. Tenía hijos. Su conexión filótica a su hermano estaba destinada a debilitarse. En cambio, Plikt no tenía ninguna relación lo bastante intensa para competir. Se había entregado por completo a Ender. Y con la reina colmena haciendo posible que los enlaces filóticos transmitieran el pensamiento, era evidente que recibía a Ender casi a la perfección. No había nada que la distrajera. No había ninguna parte de ella retenida.
¿Podía siquiera Novinha, que después de todo estaba unida a sus hijos, albergar una devoción tan completa hacia Ender? Era imposible. Y si Ender sospechaba algo de esto, debía de ser preocupante para él. ¿O atractivo? Valentine conocía lo suficiente acerca de hombres y mujeres para saber que la adoración era el más seductor de los atributos. «¿He traído conmigo a una rival para poner en peligro el matrimonio de Ender? ¿Pueden Ender y Plikt leer mis pensamientos, incluso ahora?» Valentine se sintió profundamente expuesta, asustada. Como en respuesta, como para calmarla, la voz mental de la reina colmena regresó, ahogando cualquier pensamiento que Ender pudiera estar enviando.
‹Sé que tenéis miedo. Pero mi colonia no matará a nadie. Cuando dejemos Lusitania, podemos matar todo el virus de la descolada de nuestra nave›
«Tal vez», pensó Ender.
‹Encontraremos un medio. No transmitiremos el virus. No tenemos que morir para salvar a los humanos. No nos matéis, no nos matéis›
«Nunca os mataré». El pensamiento de Ender llegó como un susurro, casi ahogado en la súplica de la reina colmena.
«No podríamos mataros de todas formas —pensó Valentine—. Sois vosotras quienes podríais matarnos fácilmente. Cuando construyáis vuestras naves. Vuestras armas. Podríais estar preparados para la flota humana. Ender no la comanda esta vez.»
‹Nunca. Nunca matar a nadie. Nunca, prometimos.›
«Paz —dijo el susurro de Ender—. Paz. Permanece en paz, calma, tranquila, descansa. No temas nada. No temas a ningún hombre.»
«No construyas una nave para los cerdis —pensó Valentine—. Construye una nave para ti, porque puedes matar a la descolada que te lleves. Pero no para ellos.»
Los pensamientos de la reina colmena cambiaron bruscamente de la súplica a la ruda respuesta.
‹¿No tienen también derecho a vivir? Les prometí una nave. Os prometí no matar nunca. ¿Quieres que rompa mis promesas?›
«No», pensó Valentine. Ya se sentía avergonzada de sí misma por haber sugerido semejante traición. ¿O eran los sentimientos de la reina colmena? ¿O de Ender? ¿Estaba realmente segura de qué pensamientos y sentimientos eran propios y cuáles ajenos? El miedo que sentía era suyo, estaba casi segura de ello.
—Por favor —susurró—. Quiero marcharme.
—Eu também —dijo Miro.
Ender avanzó un solo paso hacia la reina colmena, extendió una mano. Ella no extendió los brazos, pues los estaba utilizando para meter al último de sus sacrificios en la cámara de los huevos. En cambio, la reina alzó un ala, la giró, la acercó a Ender hasta que por fin su mano se posó sobre la negra superficie irisada.
«¡No la toques! —gritó Valentine en silencio—. ¡Te capturará! ¡Quiere domarte!»
—Calla —ordenó Ender en voz alta.
Valentine no estuvo segura de si él hablaba en respuesta a sus gritos silenciosos o si intentaba acallar algo que la reina colmena decía sólo para él. No importaba. Momentos después, Ender agarró el dedo de un insector y los guió de nuevo por el oscuro túnel. Esta vez hizo que Valentine fuera en segundo lugar, Miro en el tercero, dejando a Plikt para el final. Así que fue Plikt quien dirigió la última mirada hacia la reina colmena; fue Plikt quien alzó la mano en señal de despedida.
Todo el camino de regreso a la superficie, Valentine se debatió para encontrar sentido a lo que había sucedido. Siempre había pensado que si la gente pudiera comunicarse mentalmente, eliminando todas las ambigüedades del lenguaje, entonces la comprensión sería perfecta y no habría más conflictos innecesarios. En
cambio, había descubierto que en vez de ampliar las diferencias entre la gente, el lenguaje también podía suavizarlas con la misma facilidad, minimizarlas, de forma que las personas podían llevarse bien aunque en realidad no se comprendieran. La ilusión de comprensión permitía que la gente creyera que eran más parecidos que lo que realmente eran. Tal vez el lenguaje les convenía más.
Salieron arrastrándose del edificio, parpadeando ante la luz, riéndose aliviados.
—No tiene gracia —dijo Ender—. Pero tú insististe, Val. Tenías que verla inmediatamente.
—Así que soy una idiota —contestó Valentine—. Vaya noticia.
—Fue maravilloso —suspiró Plikt.
Miro tan sólo se tendió de espaldas en el capim y se cubrió los ojos con el brazo.
Valentine lo observó allí tendido y vio un atisbo del hombre que había sido, del cuerpo que tuvo. Allí tumbado no se tambaleaba; callado, no había interrupciones en su habla. No era extraño que su compañera xenóloga se hubiera enamorado de él. Ouanda. Fue trágico descubrir que compartían el mismo padre. Eso fue lo peor
que Ender reveló cuando habló en nombre del muerto en Lusitania, hacía treinta años. Éste era el hombre que Ouanda había perdido; el propio Miro lo había perdido también. No era extraño que se hubiera arriesgado a morir cruzando la verja para ayudar a los cerdis. Tras perder a su amada, consideró que su vida carecía de sentido. Su único pesar era no haber muerto después de todo. Había seguido viviendo, tan maltratado por fuera como por dentro. ¿Por qué pensaba todas estas cosas al mirarlo? ¿Por qué de repente le pareció tan real? ¿Era porque él pensaba así en este momento? ¿Estaba Valentine capturando una imagen de sí mismo? ¿Había alguna conexión entre sus mentes?
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