Andrew Wiggin asintió con tristeza.
—Sé que a mí no se me ocurriría ninguno. Esperaba que a ti sí.
Kovano volvió a interrumpir.
—Ouanda, necesitamos explorar este tema. Si no lo crees, bien…, busca un medio de demostrar que es un error, y habrás cumplido con tu trabajo.
Kovano se levantó y se dirigió a todos.
—¿Comprenden lo que les pido? Nos enfrentamos a algunas de las opciones más terribles que la humanidad ha conocido jamás. Corremos el riesgo de cometer xenocidio, o de permitir que se cometa si permanecemos inactivos. Todas las especies inteligentes conocidas o supuestas viven a la sombra de un grave riesgo, y es aquí, con nosotros y nosotros solos, donde se encuentran casi todas las decisiones. La última vez que sucedió algo remotamente similar, nuestros antepasados humanos eligieron cometer xenocidio para salvarse a sí mismos, según creyeron. Les estoy pidiendo a todos que sigan todos los caminos, por improbables que parezcan, que nos muestren un destello de esperanza, que pueda proporcionarnos un leve atisbo de luz para guiarnos en nuestras decisiones. ¿Colaborarán?
Incluso Grego y Quara asintieron, aunque de mala gana. Por el momento, al menos, Kovano había conseguido transformar a todos los pendencieros egoístas de la habitación en una comunidad cooperativa. Cuánto duraría fuera de aquella estancia era motivo de especulación.
Quim decidió que el espíritu de cooperación duraría probablemente hasta la siguiente crisis… y tal vez eso sería suficiente.
Sólo quedaba una confrontación más. Cuando la reunión se disolvió y todo el mundo se despidió o se entretuvo conversando, Novinha se acercó a Quim y lo miró ferozmente a la cara.
—No vayas.
Quim cerró los ojos. No había nada que decir a una declaración como aquélla.
—Si me quieres —continuó ella.
Quim recordó la historia del Nuevo Testamento, cuando la madre de Jesús y sus hermanos fueron a visitarlo, y quisieron que interrumpiera las enseñanzas a sus discípulos para que los recibiera.
—Éstos son mi madre y mis hermanos —murmuró.
Ella debió de entender la referencia, porque cuando Quim abrió los ojos, se había ido.
Apenas una hora más tarde, Quim se había marchado también, en uno de los preciosos camiones de carga de la colonia. Necesitaba pocos suministros, y en un viaje normal habría ido a pie. Pero el bosque al que se dirigía estaba muy lejos, y habría tardado semanas en llegar sin vehículo; tampoco habría podido llevar suficiente comida. Éste continuaba siendo un entorno hostil: no producía nada comestible para los humanos, y aunque lo hiciera, Quim seguiría necesitando los supresores de la descolada. Sin ellos, moriría por el virus mucho antes de hacerlo de hambre.
A medida que la ciudad de Milagro iba menguando a sus espaldas, mientras se internaba cada vez más en los espacios abiertos de la pradera, Quim, el padre Esteváo, se preguntó qué habría decidido el alcalde si supiera que el líder de los herejes era un padre-árbol que se había ganado el nombre de Guerrero, y que había afirmado que la única esperanza para los pequeninos era que el Espíritu Santo, el virus de la descolada, destruyera toda vida humana en Lusitania.
No habría importado. Dios había llamado a Quim para que predicara el evangelio de Cristo en cada nación, raza, lengua y pueblo. Incluso los más guerreros, sedientos de sangre y rebosantes de odio podrían ser tocados por el amor de Dios y transformados en cristianos. Había sucedido muchas veces en la historia. ¿Por qué no ahora?
«Oh, Padre, haz una obra poderosa en este mundo. Nunca necesitaron tus hijos más milagros que nosotros.»
Novinha no hablaba con Ender, y éste tenía miedo. No era petulancia; nunca había visto a Novinha comportarse de esa forma. Ender pensaba que el silencio no era para castigarlo, sino más bien para no hacerlo: guardaba silencio porque, si hablaba, sus palabras serían demasiado crueles para poder ser olvidadas.
Así, al principio no intentó arrancarle ninguna palabra. La dejó moverse como una sombra por la casa, pasando junto a él sin mirarlo. Ender intentó quitarse de en medio y no se acostaba hasta que ella estaba dormida.
Era Quim, obviamente. Su misión con los herejes: resultaba fácil comprender lo que temía, y aunque Ender no compartía los mismos temores, sabía que el viaje de Quim no carecía de riesgos. Novinha estaba comportándose de forma irracional. ¿Cómo habría podido él detener a Quim? Era el único de los hijos de Novinha sobre el que casi no ejercía ninguna influencia; habían llegado a un entendimiento hacía años, pero fue una declaración de paz entre semejantes, no como la relación paternal que Ender había establecido con todos los demás hijos. Si Novinha no había sido capaz de persuadir a Quim para que renunciara a su misión, ¿qué más podría haber conseguido Ender?
Novinha probablemente lo sabía, intelectualmente. Pero como todos los seres humanos, no actuaba siempre según su comprensión. Había perdido demasiadas personas a las que amaba; cuando sentía que podía perder a otro más, su reacción era visceral, no intelectual. Ender había llegado a su vida como curador, como protector. Su trabajo era impedir que tuviera miedo, y ahora lo tenía, y estaba enfadada con él por haberle fallado.
Sin embargo, después de dos días de silencio, Ender consideró que ya tenía bastante. Éste no era un buen momento para que se alzara una barrera entre ellos. Él sabía, y también lo sabía Novinha, que la llegada de Valentine sería difícil para ambos. Él tenía tantos viejos hábitos de comunicación con Valentine, tantas conexiones con ella, tantos caminos en su alma, que le resultaba difícil no volver a ser la persona que había sido durante los años (los milenios) que habían pasado juntos. Habían experimentado tres mil años de historia como si los hubieran visto con los mismos ojos. Con Novinha sólo había estado treinta años. En tiempo subjetivo, era más de lo que había pasado con Valentine, pero resultaba muy fácil volver a su antiguo papel de hermano de Valentine, como Portavoz de su Demóstenes.
Ender esperaba que Novinha sintiera celos con la llegada de Valentine, y estaba preparado para eso. Había advertido a Valentine que al principio tendrían pocas oportunidades de estar juntos. También ella lo había comprendido: Jakt tenía sus preocupaciones, y ambos cónyuges necesitaban tranquilidad. Era casi una tontería que Jakt y Novinha sintieran celos de los lazos entre hermano y hermana. Nunca había existido el más leve atisbo de sexualidad en la relación entre Ender y Valentine (cualquiera que los conociera se habría reído ante la idea), pero no era la infidelidad sexual lo que preocupaba a Novinha y Jakt. Ni el lazo emocional que ambos compartían: Novinha no tenía ningún motivo para dudar del amor y devoción que Ender sentía hacia ella, y Jakt no podría haber pedido más de lo que Valentine le ofrecía, tanto en pasión como en confianza.
Era más profundo que eso. Era el hecho de que, incluso ahora, después de tantos años, en cuanto estaban juntos funcionaban de nuevo como una sola persona, ayudándose mutuamente sin tener que explicar lo que intentaban conseguir. Jakt lo veía e incluso a Ender, que no lo conocía de antes, le resultaba obvio que el hombre estaba destrozado. Como si viera a su esposa junto a su hermano y pensara: Esto es la intimidad. Esto es lo que significa que dos personas sean una. Creía que Valentine y él estaban todo lo cerca que un marido y una esposa podían estar, y tal vez era así. Sin embargo, ahora tenía que enfrentarse al hecho de que era posible que dos personas estuvieran aún más cerca. Que fueran, en cierto sentido, la misma persona.
Ender podía sentirlo en Jakt, y admiraba la habilidad de Valentine para tranquilizarlo, y en distanciarse de Ender para que su esposo se acostumbrara gradualmente al lazo que existía entre ambos, en pequeñas dosis.
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