Orson Card - Ender el Xenócida

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Ender el Xenócida: краткое содержание, описание и аннотация

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Lusitania es único en la galaxia. Un planeta donde coexisten tres especies inteligentes: los cerdis, que evolucionaron en el mismo planeta; los humanos que llegaron como colonizadores; y la reina colmena y sus insectores, llevados por el joven Ender unos años atrás. El planeta ha sido condenado por el Consejo Estelar a causa de la descolada, el virus letal para los humanos e imprescindible para la biología de los cerdis. Jane, la inteligencia artificial aliada de Ender y nacida del nexo de ansibles que comunican la galaxia, ha salvado Lusitania interfiriendo con la Flota Estelar y creando un insondable misterio a escala galáctica. En el planeta Sendero, con una cultura derivada de la antigua China, la niña Qing-jao tiene el encargo de descubrir la causa de la desaparición de la flota estelar. Su prodigiosa inteligencia le ha de permitir lograrlo, y ello pone en peligro la existencia de Jane y la supervivencia de las tres especies inteligentes conocidas. La intervención de Ender se hace de nuevo imprescindible.
Nominado a los Premios Hugo y Locus, 1992.

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—En el nombre de Dios, madre, ¿te has vuelto loca? ¿No conoces a este hombre?

—¡Eso creía! —Novinha estaba llorando ahora—. Pero nadie que me amara dejaría que mi hijo se marchara a enfrentarse con esos cerdis asesinos…

—¡No podría haber detenido a Quim, madre! ¡Nadie habría podido!

—Ni siquiera lo intentó. ¡Lo aprobó!

—Sí —admitió Ender—. Pensé que tu hijo actuaba de manera noble y valiente, y lo aprobé. Sabía que aunque el peligro no era grande, sí era real, y sin embargo decidió ir… y lo aprobé. Es exactamente lo que tú habrías hecho, y espero que sea lo que yo haría en su mismo lugar. Quim es un hombre, un buen hombre, tal vez un gran hombre. No necesita tu protección, ni la quiere. Ha decidido cuál es la obra de su vida y la está realizando. Lo admiro por eso, y lo mismo deberías hacer tú. ¿Cómo te atreves a sugerir que ninguno de nosotros podría haberse interpuesto en su camino?

Novinha guardó por fin silencio, por el momento al menos. ¿Medía las palabras de Ender? ¿Advertía lo inútil y lo cruel que era por su parte dejar marchar a Quim con su furia en lugar de con su esperanza? Durante ese silencio, Ender aún alentó alguna esperanza.

Entonces el silencio terminó.

—Si vuelves a entrometerte en la vida de mis hijos, acabaré contigo —aseguró Novinha—. Y si algo le sucede a Quim, cualquier cosa, te odiaré hasta el día de tu muerte, y rezaré para que ese día llegue pronto. No lo sabes todo, hijo de puta, y es hora de que dejes de actuar como si fuera así.

Se dirigió a la puerta, pero entonces decidió no hacer una salida teatral. Se volvió hacia Ela y habló con notable calma.

—Elanora, tomaré medidas inmediatas para bloquear el acceso de Quara a los archivos y el equipo que pueda usar para ayudar a la descolada. En el futuro, querida, si vuelvo a oírte hablar de asuntos del laboratorio con cualquiera, sobre todo con este hombre, te prohibiré entrar en el laboratorio de por vida. ¿Comprendes?

Una vez más, Ela respondió con el silencio.

—Ah —suspiró Novinha—. Veo que me ha robado más de mis hijos de lo que yo creía.

Entonces se marchó.

Ender y Ela permanecieron sentados, aturdidos, en silencio. Por fin, Ela se levantó, aunque no dio un solo paso.

—Tendría que hacer algo —dijo—, pero por mi vida que no se me ocurre nada.

—Tal vez deberías ir con tu madre y demostrarle que sigues estando a su lado.

—Pero no lo estoy-replicó Ela—. De hecho, estaba pensando que tal vez debería acudir al alcalde y proponerle que destituya a madre como xenobióloga jefe; está claro que se ha vuelto loca.

—No —dijo Ender—. Si hicieras algo así, la matarías.

—¿A madre? Es demasiado dura para morir.

—No. Ahora mismo es tan frágil que cualquier golpe podría matarla. No a su cuerpo. Su confianza. Su esperanza. No le des ningún motivo para pensar que no estás con ella, no importa lo que pase.

Ela lo miró, exasperada.

—¿Es algo que tú decides o te viene de forma natural?

—¿De qué estás hablando?

—Madre acaba de decirte cosas que deberían haberte enfurecido, o lastimado, o algo…, y te quedas aquí sentado intentando pensar en formas de ayudarla. ¿No te apetece nunca abofetear a nadie? Quiero decir, ¿nunca pierdes los estribos?

—Ela, después de haber matado inadvertidamente a un par de personas con las manos desnudas, aprendes a controlar tus nervios o pierdes tu humanidad.

—¿Tú has hecho eso?

—Sí —respondió él.

Pensó por un momento que ella estaba sorprendida.

—¿Crees que podrías volver a hacerlo?

—Probablemente.

—Bien. Puede que sea útil cuando el infierno se desate.

Entonces se echó a reír. Era un chiste. Ender se sintió aliviado. Incluso se rió débilmente con ella.

—Iré a ver a madre —aseguró Ela—, pero no porque tú me lo hayas dicho, ni por las razones que has mencionado.

—Muy bien, pero hazlo.

—¿No quieres saber por qué voy a quedarme con ella?

—Ya sé por qué.

—Por supuesto. Ella estaba equivocada, ¿verdad? Sí que lo sabes todo.

—Vas a ir a ver a tu madre porque es lo más doloroso que podrías hacerte a ti misma en este momento.

—Haces que parezca feo.

—Es la cosa buena más dolorosa que podrías hacer. Es el trabajo más desagradable que hay. Es la carga más pesada.

—Ela la mártir, certo? ¿Es eso lo que dirás cuando hables por mí tras mi muerte?

—Si debo hablar de tu muerte, tendré que grabarlo por adelantado. Pretendo morir mucho antes que tú.

—Entonces, ¿no vas a dejar Lusitania?

—Por supuesto que no.

—¿Aunque madre te eche?

—No puede. No tiene motivos para el divorcio, y el obispo Peregrino nos conoce a ambos lo suficiente para reírse ante cualquier petición de nulidad basándose en una proclama de no consumación.

—Ya sabes lo que quería decir.

—Estoy aquí para quedarme. No más falsa inmortalidad con la dilatación temporal. Estoy cansado de dar vueltas por el espacio. Nunca dejaré la superficie de Lusitania.

—¿Aunque eso te mate? ¿Aunque venga la flota?

—Si todo el mundo puede marcharse, entonces me marcharé. Pero seré yo quien apague las luces y cierre la puerta.

Ella corrió hacia él, lo besó en la mejilla y lo abrazó, sólo por un instante. Luego salió y Ender se quedó solo una vez más.

Se había equivocado con Novinha, pensó. No estaba celosa de Valentine. Era de Jane. «Todos estos años me ha visto hablar en silencio con Jane, todo el tiempo, diciendo cosas que ella nunca podía oír, oyendo cosas que ella nunca podía transmitir. He perdido su confianza en mí y ni siquiera me di cuenta de que la estaba perdiendo.»

Incluso ahora, debía de estar subvocalizando. Debía de estar hablando con Jane por un hábito tan profundo que ni siquiera sabía que lo estaba haciendo, porque ella le respondió.

—Te lo advertí-dijo.

«Supongo que sí», contestó Ender en silencio.

—Nunca crees que entiendo a los seres humanos.

«Supongo que estás aprendiendo.»

—Ella tiene razón, ¿sabes? Eres mi marioneta. Te manipulo constantemente. Hace años que no tienes un pensamiento propio.

—Cállate —susurró él—. No estoy de humor.

—Ender, si crees que te ayudaría a no perder a Novinha, quítate la joya de la oreja. A mí no me importaría.

—Pero a mí sí.

—Te estaba mintiendo, a mí también me importaría. Pero si tienes que hacerlo, para conservarla, hazlo.

—Gracias. Pero sería una tontería intentar conservar a alguien a quien ya he perdido claramente.

—Cuando vuelva Quim, todo se arreglará.

«Eso es —pensó Ender—. Eso es.»

«Por favor, Dios, cuida del padre Esteváo.»

Sabían que el padre Esteváo se acercaba. Los pequeninos lo sabían siempre. Los padres-árbol se lo contaban todo unos a otros. No había secretos. No es que lo quisieran así. Podría existir un padre-árbol que quisiera guardar un secreto o decir una mentira. Pero no podían hacerlo solos exactamente. Nunca tenían experiencias privadas. Así, si un padre-árbol deseara guardarse algo para sí, habría otro cercano que no pensaría lo mismo. Los bosques siempre actuaban en unidad, pero seguían estando compuestos de individuos, y por eso las historias pasaban de un bosque a otro a pesar de lo que unos cuantos padres-árbol pudieran querer.

Quim sabía que ésa era su protección. Porque aunque Guerrero fuera un hijo de puta sediento de sangre (a pesar de que ése era un epíteto absurdo referido a los pequeninos), no podía hacer nada al padre Esteváo sin persuadir a los hermanos de su bosque para que actuaran como él quería. Y si lo hacía, alguno de los otros padres-árbol de su bosque lo sabría, y lo contaría. Habría testigos. Si Guerrero rompía el juramento que todos los padres-árbol habían hecho treinta años atrás, cuando Andrew Wiggin envió a Humano a la tercera vida, no podría hacerlo en secreto. Todo el mundo lo sabría, y Guerrero sería conocido como perjuro. Sería algo vergonzoso. ¿Qué esposa permitiría a los hermanos que llevaran una madre para él entonces? ¿Qué motivos volvería a tener mientras viviera?

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