Orson Card - Ender el Xenócida

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Ender el Xenócida: краткое содержание, описание и аннотация

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Lusitania es único en la galaxia. Un planeta donde coexisten tres especies inteligentes: los cerdis, que evolucionaron en el mismo planeta; los humanos que llegaron como colonizadores; y la reina colmena y sus insectores, llevados por el joven Ender unos años atrás. El planeta ha sido condenado por el Consejo Estelar a causa de la descolada, el virus letal para los humanos e imprescindible para la biología de los cerdis. Jane, la inteligencia artificial aliada de Ender y nacida del nexo de ansibles que comunican la galaxia, ha salvado Lusitania interfiriendo con la Flota Estelar y creando un insondable misterio a escala galáctica. En el planeta Sendero, con una cultura derivada de la antigua China, la niña Qing-jao tiene el encargo de descubrir la causa de la desaparición de la flota estelar. Su prodigiosa inteligencia le ha de permitir lograrlo, y ello pone en peligro la existencia de Jane y la supervivencia de las tres especies inteligentes conocidas. La intervención de Ender se hace de nuevo imprescindible.
Nominado a los Premios Hugo y Locus, 1992.

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—Ábrete y deja salir a mi hijo —pidió Ender.

La abertura en el árbol se ensanchó. Ender extendió la mano y sacó el cuerpo del padre Esteváo. Pesaba tan poco que Ender pensó por un momento que salía por su propio pie, que estaba caminando. Pero no era así. Ender lo tendió en el suelo ante el árbol.

Un hermano marcó un ritmo en el tronco de Guerrero.

—Debe pertenecerte realmente, Portavoz de los Muertos, porque está muerto. El Espíritu Santo lo ha consumido en su segundo bautismo.

—Rompiste un juramento —acusó Ender—. Traicionaste la palabra de los padres-árbol.

—Nadie le tocó un pelo de la cabeza.

—¿Crees que engañas a alguien con tus mentiras? Todo el mundo sabe que no dar su medicina a un hombre moribundo es un acto de violencia igual que si le apuñalaras el corazón. Eso de allí es su medicina. Podríais habérsela dado en cualquier momento.

—Fue Guerrero —se justificó uno de los hermanos presentes.

Ender se volvió a los hermanos.

—Vosotros ayudasteis a Guerrero. No creáis que podéis echarle la culpa a él solo. Ojalá ninguno de vosotros pase a la tercera vida. Y en cuanto a ti, Guerrero, ojalá que ninguna madre repte sobre tu corteza.

—Ningún humano puede decidir esas cosas —observó Guerrero.

—Tú mismo lo decidiste cuando pensaste que podías cometer un asesinato para ganar tu discusión —declaró Ender—. Y vosotros, hermanos, lo decidisteis cuando no le detuvisteis.

—¡No eres nuestro juez! —gritó uno de los hermanos.

—Sí lo soy. Y lo es cada habitante de Lusitania, humano y padre-árbol, hermano y esposa.

Llevaron al coche el cadáver de Quim, y Jakt, Ouanda y Ender se marcharon con él. Lars y Varsam cogieron el vehículo que había usado Quim. Ender se entretuvo unos minutos para comunicarle a Jane un mensaje, a fin de que se lo transmitiera a Miro. No había ningún motivo para que Novinha esperara tres días a oír que su hijo había muerto en manos de los pequeninos. También estaba claro que no querría oírlo de boca de Ender. Si el Portavoz tendría una esposa cuando regresara a la colina, era algo que estaba más allá de su conocimiento. Lo único seguro era que Novinha no tendría a su hijo Esteváo.

—¿Hablarás por él? —preguntó Jakt mientras el coche volaba sobre el capim.

Había oído hablar a Ender una vez en Trondheim.

—No —respondió Ender—. No lo creo.

—¿Porque es sacerdote?

—He hablado por sacerdotes antes —dijo Ender—. No, no hablaré por Quim porque no hay motivo para hacerlo. Quim era exactamente lo que parecía, y murió exactamente como habría elegido, sirviendo a Dios y predicando a los pequeños. No tengo nada que añadir a su historia. Él mismo la completó.

EL JADE DEL MAESTRO HO

‹Ahora empiezan las muertes.›

‹Es curioso que las comenzara tu pueblo y no los humanos.›

‹Tu pueblo las comenzó también, cuando librasteis vuestras guerras con los humanos›

‹Nosotros los empezamos, pero las terminaron ellos›

‹¿Cómo se las arreglan estos humanos para empezar con tanta inocencia y acabar siendo al final los que más sangre tienen en las manos?›

Wang-mu contemplaba las palabras y números que se movían en la pantalla situada sobre el terminal de su señora. Qing-jao estaba dormida, respirando suavemente sobre su esterilla. Wang-mu también había dormido durante un rato, pero algo la había despertado. Un grito, no muy lejano; tal vez un grito de dolor. Fue parte del sueño de Wang-mu, pero cuando se despertó oyó los últimos sonidos en el aire. No era la voz de Qing-jao. Un hombre quizás, aunque el sonido era agudo. Un sonido quejumbroso. Hizo que Wang-mu pensara en la muerte.

Pero no se levantó a investigar. No era su misión hacerlo, sino estar con su señora en todo momento, a menos que ella le indicara lo contrario. Si Qing-jao necesitaba oír la noticia de lo que había causado aquel grito, otra criada vendría y despertaría a Wang-mu, quien a su vez despertaría a su señora, pues cuando una mujer tenía una doncella secreta, y hasta que tuviera marido, sólo las manos de la doncella secreta podían tocarla sin invitación.

Así, Wang-mu permaneció tendida, esperando a ver si alguien venía a decirle a Qing-jao por qué un hombre había gritado con tanta angustia, lo bastante cerca para que se oyera en esta habitación situada al fondo de la casa de Han Fei-tzu. Mientras esperaba, sus ojos se sintieron atraídos por la pantalla móvil mientras el ordenador ejecutaba la búsqueda que Qing-jao había programado.

La pantalla dejó de moverse. ¿Había algún problema? Wang-mu se levantó, apoyándose en un brazo, lo suficiente para leer las palabras más recientes aparecidas en la pantalla. La búsqueda había terminado. En esta ocasión el informe no era uno de los cortos mensajes de fracaso: NO ENCONTRADO. NINGUNA INFORMACIÓN. NINGUNA CONCLUSIÓN. Esta vez el mensaje era un informe.

Wang-mu se levantó y se dirigió al terminal. Hizo lo que Qing-jao le había enseñado, pulsar la clave que almacenaba toda la información actual para que el ordenador pudiera guardarla. Entonces se acercó a Qing-jao y colocó delicadamente una mano sobre su hombro.

Qing-jao se despertó casi de inmediato, pues dormía alerta.

—La búsqueda ha encontrado algo —anunció Wang-mu. Qing-jao apartó su sueño tan fácilmente como podría haberlo hecho con una chaqueta suelta. En un momento, se encontró ante el terminal leyendo las palabras que había allí.

—He encontrado a Demóstenes —dijo.

—¿Dónde está ese hombre? —preguntó Wang-mu, sin aliento.

El gran Demóstenes…, no, el terrible Demóstenes. «Mi señora quiere que lo considere un enemigo.» Pero el Demóstenes, en cualquier caso, cuyas palabras la habían impresionado tanto cuando oyó a su padre leerlas en voz alta: «Mientras haya un ser que obligue a otros a inclinarse ante él porque tiene poder para destruirlos junto con todo lo que tienen y todo lo que aman, entonces todos nosotros debemos tener miedo». Wang-mu había oído aquellas palabras casi en su más tierna infancia (sólo tenía tres años), pero las recordaba bien porque se le habían grabado en la memoria. Cuando su padre las leyó, recordó una escena: su madre hablaba y su padre se enfurecía. No la golpeó, pero tensó los hombros y su mano se sacudió un poco, como si su cuerpo hubiera pretendido golpear y tuviera dificultad para contenerlo. Y cuando lo hizo, aunque no cometió ningún acto violento, la madre de Wang-mu inclinó la cabeza y murmuró algo, y la tensión cesó. Wang-mu supo que había visto lo que describía Demóstenes: su madre se había inclinado ante su padre porque él tenía el poder de hacerle daño. Y Wang-mu tuvo miedo, en ese momento y después, al recordarlo. Por eso, cuando escuchó las palabras de Demóstenes supo que eran verdaderas, y se maravilló de que su padre pudiera pronunciarlas e incluso estar de acuerdo con ellas y no darse cuenta de la contradicción de sus actos. Por eso Wang-mu había escuchado siempre con gran interés todas las palabras del gran, del temible Demóstenes, porque grande o terrible, sabía que decía la verdad.

—No es un hombre —declaró Qing-jao—. Demóstenes es una mujer.

La idea dejó a Wang-mu sin aliento. ¡Claro! Una mujer desde el principio. No era extraño que hubiera tanta compasión en Demóstenes; «es una mujer, y sabe lo que es ser gobernada por otros a cada momento. Es una mujer, y por eso sueña con la libertad, con una hora en que no haya ningún deber aguardando. No era extraño que hubiera revolución ardiendo en sus palabras, y sin embargo éstas continuaran siempre siendo palabras y nunca violencia. Pero ¿por qué no ve esto Qing-jao? ¿Por qué ha decidido que las dos debemos odiar a Demóstenes?».

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