—Quería decir si importa que sepamos lo que dicen —explicó Ender pacientemente.
—No —dijo Quara—. Probablemente nunca comprenderemos su lenguaje, pero eso no cambia el hecho de que sean conscientes. De todas formas, ¿qué tienen que decirse los virus y los seres humanos?
—¿Qué tal: «Por favor, dejad de intentar matarnos»? —apuntó Grego—. Si puedes imaginar cómo decir eso en el lenguaje de los virus, entonces podría ser útil.
—Pero Grego —dijo Quara con dulzura fingida—, ¿se lo decimos nosotros a ellos, o nos lo dicen ellos a nosotros?
—No tenemos que decidir hoy —intervino Ender—. Podemos permitirnos esperar un poco.
—¿Cómo lo sabes? —estalló Grego—. ¿Cómo sabes que mañana por la tarde no nos despertaremos todos con picores, dolor, vómitos y ardiendo de fiebre, y nos moriremos porque finalmente, de la mañana a la noche, el virus de la descolada ha descubierto cómo aniquilarnos de una vez por todas? Es cuestión de ellos o nosotros.
—Creo que Grego acaba de demostrarnos por qué tenemos que esperar-opinó Ender—. ¿Habéis visto cómo habla de la descolada? Incluso él piensa que tiene voluntad y toma decisiones.
—Eso es sólo una forma de hablar —protestó Grego.
—Todos hemos hablado así. Y también pensamos así. Porque todos sentimos que estamos en guerra con la descolada, que es algo más que luchar contra una enfermedad. Es como si tuviéramos un enemigo inteligente y lleno de recursos que sigue contrarrestando nuestros movimientos. En toda la historia de la investigación médica, nadie ha luchado contra una enfermedad que tuviera tantas formas de derrotar las estrategias usadas en su contra.
—Sólo porque nadie ha luchado contra un germen con una molécula tan grande y tan compleja genéticamente —espetó Grego.
—Exactamente —convino Ender—. Éste es un virus único, y por eso puede tener habilidades que nunca hemos imaginado en especies estructuralmente menos complejas que un vertebrado.
Durante un momento las palabras de Ender gravitaron en el aire, respondidas sólo por el silencio. Ender imaginó que podía ber servido de algo esta reunión después de todo, que como mero orador había ganado una especie de acuerdo.
Grego pronto lo convenció de lo contrario.
—Aunque Quara tenga razón, aunque sea verdad y los virus de la descolada tengan todos doctorados en filosofía y sigan publicando disertaciones sobre cómo joder a los humanos hasta que mueran, ¿qué? ¿Nos tiramos al suelo y nos hacemos el muerto porque el virus que está intentando matarnos es condenadamente inteligente?
Novinha respondió con tranquilidad.
—Creo que Quara necesita continuar con su investigación… y nosotros tenemos que proporcionarle más medios para hacerlo, mientras que Ela continúa con la suya.
Fue Quara quien puso objeciones esta vez.
—¿Por qué debería molestarme intentando comprenderlos si los demás seguís trabajando en formas para matarlos?
—Ésta es una buena pregunta, Quara —dijo Novinha—. Por otro lado, ¿por qué deberías molestarte en intentar comprenderlos si de repente encuentran un medio de atravesar todas nuestras barreras químicas y matarnos a todos?
—Nosotros o ellos —murmuró Gregó.
Ender sabía que Novinha había tomado una buena decisión: mantenía abiertas las dos líneas de investigación, y decidiría más tarde, cuando supieran más. Mientras tanto, Quara y Grego habían perdido el razonamiento, asumiendo ambos que todo oscilaba en el hecho de que los virus de la descolada fueran conscientes o no.
Aunque sean inteligentes —sugirió Ender—, eso no significa que sean sacrosantos. Todo depende de si son raman o varelse. Si son raman, si podemos comprenderlos y ellos pueden comprendernos a nosotros lo suficiente para encontrar una forma de convivir, entonces bien. Nosotros estaremos a salvo, y ellos también.
—¿El gran pacificador pretende firmar un tratado con una molécula? —se burló Grego.
Ender ignoró su tono de mofa.
—Por otro lado, si intentan destruirnos y no podemos encontrar un medio de comunicarnos con ellos, entonces son varelse, alienígenas inteligentes, pero implacablemente hostiles y peligrosos. Los varelse son los alienígenas con los que no podemos vivir, aquellos con los que estamos natural y permanentemente en guerra a muerte, y en ese caso nuestra única elección moral es hacer todo lo necesario para vencer.
—Muy bien —se afanó Grego.
A pesar del tono triunfal de su hermano, Quara había escuchado las palabras de Ender, y ahora asintió, insegura.
—Siempre y cuando no empecemos desde la suposición de que son varelse —objetó.
—E incluso entonces, puede que haya un camino intermedio —afirmó Ender—. Tal vez Ela pueda encontrar una forma de sustituir todos los virus de la descolada sin destruir todo este asunto de la memoria y el lenguaje.
—¡No! —exclamó Quara, ferviente una vez más—. No podéis…, ni siquiera tenéis derecho a dejarles sus recuerdos y arrebatarles su habilidad para adaptarse. Eso sería como si nos practicaran lobotomías frontales. Si es la guerra, entonces que lo sea. Matadlos, pero no los dejéis con recuerdos mientras les robáis la voluntad.
—No importa —dijo Ela—. No puede hacerse. En este punto, creo que me enfrento a una tarea imposible. Operar con la descolada no es fácil. No es como examinar y operar con un animal. ¿Cómo aplico anestesia a la molécula para que no se cure sola mientras estoy a mitad de una amputación? Tal vez la descolada no sepa mucho de física, pero es mucho más hábil que yo en cirugía molecular.
—Hasta ahora —intervino Ender.
—Hasta ahora no tenemos nada —zanjó Grego—. Excepto que la descolada intenta con todas sus fuerzas matarnos a todos, mientras que nosotros todavía intentamos decidir si debemos contraatacar o no. Esperaré un poco más, pero no eternamente.
—¿Qué hay de los cerdis? —preguntó Quara—. ¿No tienen derecho a votar si transformamos la molécula que no sólo les permite reproducirse, sino que probablemente los creó como especie inteligente?
—Esa cosa está intentando matarnos —repitió Ender—. Mientras que la solución que encuentre Ela pueda eliminar el virus sin interferir con el ciclo reproductor de los cerdis, no creo que tengan ningún derecho a poner objeciones.
—Tal vez ellos piensen lo contrario.
—Entonces tal vez sea mejor que no se enteren de lo que estamos haciendo —sugirió Grego.
—No hemos hablado con nadie, humanos o cerdis, de la investigación que estamos llevando a cabo —cortó Novinha bruscamente—. Podría causar malentendidos terribles que conducirían a la violencia y a la muerte.
—Entonces los humanos somos los jueces de todas las demás criaturas —observó Quara.
—No, Quara. Como científicos estamos recopilando información —corrigió Novinha—. Hasta que tengamos suficiente, nadie puede juzgar nada. Así que el secreto se refiere a todos los aquí presentes. Quara y Grego también. No se lo digáis a nadie hasta que yo os dé permiso, y yo no lo haré hasta que sepamos más.
—¿Hasta que tú lo digas, o hasta que lo diga el Portavoz de los Muertos? —preguntó Grego, descaradamente.
—Soy la xenobióloga jefe —contestó Novinha—. La decisión es sólo mía. ¿Comprendido?
Esperó a que todos asintieran. Lo hicieron.
Novinha se levantó. La reunión había terminado. Quara y Grego se marcharon casi de inmediato. Novinha dio a Ender un beso en la mejilla y luego lo condujo, junto con Ela, fuera de su oficina. Ender se quedó en el laboratorio para hablar con Ela.
—¿Es posible esparcir tu virus sustituto por toda la población de todas las especies nativas de Lusitania?
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