Isaac Asimov - Los propios dioses

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Esta novela se divide en tres secciones ubicadas en diferentes tiempos y lugares, incluso en dos universos diferentes. Originalmente fue publicada en revistas como tres historias consecutivas.
El título, así como cada una de las partes de la novela fueron tomadas de la frase «Contra la estupidez, los mismos dioses luchan en vano», de la cita original «Mit der Dummheit kämpfen Götter selbst vergebens.» de Friedrich Schiller (1759–1805).
La trama principal es una conspiración de alienígenas que habitan un universo paralelo moribundo, con el propósito de convertir el Sol en una supernova y poder colectar la energía resultante para su propio uso y continuidad de su forma de vida (curiosamente en su novela «El fin de la Eternidad» el sol se convierta en una nova, no en una supernova, cuya energía es utilizada con provecho para los viajes transtemporales).

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— Fuimos lo bastante inteligentes para aprovecharnos de su iniciativa.

— Sí, como las vacas son lo bastante inteligentes para comerse el heno que les ponemos delante. La Bomba no significa que el hombre vaya hacia delante. Todo lo contrario.

— Si la Bomba es un paso hacia atrás, entonces voto por los retrógrados. No me gustaría prescindir de ella.

—¿Y a quién sí? Pero la cuestión es que encaja de modo perfecto con el actual estado de ánimo de la Tierra. Energía infinita, virtualmente gratis, a excepción de su mantenimiento, y sin contaminación. Pero en la Luna no hay Bombas de Electrones.

— Supongo que no son necesarias — dijo Gottstein—. Las baterías solares satisfacen las exigencias de los selenitas. Energía infinita, virtualmente gratis, a excepción de su mantenimiento, y sin contaminación… ¿No es ésta la letanía?

— Sí, pero las baterías solares son obra de los hombres. Esta es la cuestión a que me refiero. Se proyectó una Bomba de Electrones para la Luna, se intentó su instalación.

— Y no funcionó. Los paraseres no aceptaron el tungsteno. No sucedió nada.

— Yo ignoraba esto. ¿Por qué no?

Montes enderezó los hombros y enarcó expresivamente las cejas.

—¿Cómo saberlo? Podríamos suponer, por ejemplo, que los paraseres habitan un mundo que carece de satélite; que no conciben mundos separados, muy cercanos el uno al otro, ambos habitados; que cuando encontraron uno, ya no buscaron otro. ¿Quién sabe? La cuestión es que los paraseres no picaron el anzuelo, y nosotros, sin ellos, no podíamos hacer nada.

— Nosotros — repitió Gottstein, pensativo—. ¿Se refiere usted a los terrestres?

— Sí.

—¿Y los selenitas?

— No se inmiscuyeron.

—¿Estaban interesados?

— Lo ignoro. Este punto es precisamente el que me inquieta y me atemoriza. Los selenitas (los nativos, en partículas) no se sienten terrestres. Desconozco sus planes o sus intenciones. No logro averiguarlos.

Gottstein parecía intrigado.

— Pero, ¿qué pueden hacer? ¿Tiene usted motivos para suponer que intentan perjudicarnos, o que pueden perjudicarnos si se lo proponen?

— No sé contestar a esta pregunta. Es gente inteligente y atractiva. Me da la impresión de que son incapaces de sentir verdadero odio, furor o miedo. Pero quizá sea sólo una apreciación mía. Lo que más me preocupa es que no lo sé.

— Tengo entendido que el equipo científico de la Luna está dirigido por la Tierra.

— Es cierto. El protón sincrotón, el radiotelescopio del lado transterrestre el telescopio óptico de trescientas pulgadas… Es decir, todo el equipo importante, que ya lleva cincuenta años de funcionamiento.

—¿Y qué se ha hecho desde entonces?

— Por parte de los terrestres, muy poco.

—¿Y qué hay de los selenitas?

— No estoy seguro. Sus científicos trabajan en las grandes instalaciones, pero una vez quise comprobar las tarjetas de asistencia. Existen huecos.

—¿Huecos?

— Pasan un tiempo considerable fuera de las grandes instalaciones. Como si tuvieran laboratorios propios.

— Bueno, si fabrican aparatos minielectrónicos y productos bioquímicos ¿no es eso de esperar?

— Sí, pero… no lo sé, Gottstein. Mi ignorancia me da miedo.

Se produjo una pausa relativamente prolongada. Gottstein preguntó al fin:

— Montes, ¿me está diciendo todo esto para que sea precavido y para que intente descubrir qué están haciendo los selenitas?

— Supongo que sí —murmuró Montes con desaliento.

— Sin embargo, usted ni siquiera sabe con certeza si están haciendo algo.

— Lo presiento.

— Es extraño — dijo Gottsein—. Lo lógico sería que ahora yo intentase rebatir este inquietante misticismo suyo, pero, es extraño…

—¿De qué habla?

— La misma nave que me ha traído a la Luna ha traído a alguien más. Quiero decir, ha venido mucha gente, pero una cara en particular me ha recordado a alguien. No he hablado con él (no he tenido ocasión), y no le he dado importancia. Pero ahora, nuestra conversación me sugiere, me recuerda de repente…

—¿Qué?

— Un día formé parte de un comité que debatía cuestiones referentes a la Bomba de Electrones.

Cuestiones de seguridad — sonrió brevemente—. Según usted, la Tierra ha perdido el valor. Nos preocupa mucho la seguridad, y, maldita sea, con valor o sin él, creo que hacemos bien. Los detalles se me escapan, pero, en relación con aquella reunión, veo la misma cara que he visto en la nave. Estoy convencido de ello.

—¿Opina usted que puede tener alguna importancia?

— No estoy seguro. Pero asocio aquella cara con algo inquietante. A medida que lo vaya pensando, es posible que recuerde algo. En cualquier caso, será mejor que consiga una lista de los pasajeros y vea si algún nombre me sugiere algo concreto. Lo siento, Montes, pero creo que me ha puesto usted en guardia.

— No lo sienta — dijo Montes—. Yo lo celebro. Respecto a este hombre: puede ser sólo un turista insignificante que se vaya dentro de dos semanas, pero me alegra que se ocupe usted de este asunto…

Gottstein no pareció haberle oído.

— Es un físico, sin duda alguna un científico — murmuró—. Estoy seguro de ello y le asocio con un determinado peligro…

4

—¡Hola! — saludó Selene alegremente.

El terrestre se volvió y la reconoció casi en seguida.

—¡Selene! ¿Acierto? ¿Es usted Selene?

—¡Acierta! Y lo ha pronunciado bien. ¿Se divierte?

El terrestre asintió con seriedad.

— Mucho. Me estoy dando cuenta de que el nuestro es un siglo único. Hace poco tiempo que estaba en la Tierra, hastiado de mi mundo, hastiado de mí mismo. Entonces pensé: «Si esto me hubiese sucedido hace cien años, el único modo de abandonar este mundo hubiera sido muriéndome, pero ahora…, ahora puedo ir ala Luna» — sonrió, pero sin auténtica alegría.

—¿Es más feliz ahora que está en la Luna? — inquirió Selene.

— Un poco más. — Miró en torno suyo—. ¿No tiene un enjambre de turistas a quienes cuidar?

— Hoy no — repuso ella con animación—. Es mi día libre. Incluso es posible que me tome dos o tres. Este trabajo es muy aburrido.

— Entonces, vaya fastidio, tropezar con un turista en su día libre.

— No he tropezado con usted, he venido en su busca. Y me ha costado mucho. No debería vagar por ahí solo.

El terrestre la miró con interés.

—¿Por qué ha de buscarme? ¿Le gustan los terrestres?

— No — contestó ella con espontánea franqueza—, estoy harta de ellos. Los detesto por principio, y estar constantemente en su compañía a causa de mi trabajo no hace más que empeorar las cosas.

— Y no obstante, viene en mi busca, y por nada del mundo (de la Luna, mejor dicho) voy a creer que me considera joven y guapo.

— Aunque lo fuera, no servirla de nada. Los terrestres no me interesan; y esto todos, menos Barron, lo saben muy bien.

— Entonces, ¿por qué me ha buscado?

— Porque hay otras clases de interés y porque Barron está interesado.

—¿Y quién es Barron? ¿Su amiguito?

Selene se echó a reír.

— Barron Neville. Es mucho más que un adolescente y mucho más que un amigo. Hacemos el amor cuando nos apetece.

— A eso me refería. ¿Tiene usted hijos?

— Un niño de diez años, que pasa la mayor parte del tiempo en el área reservada a los chicos. Para ahorrarle la siguiente pregunta, le diré que no es de Barron. Puede que tenga un hijo de Barron si todavía seguimos juntos cuando me asignen otro niño, si me lo asignan…, de lo cual estoy casi segura.

— Es usted muy franca.

—¿Con las cosas que no consideró secretas? Naturalmente… Ahora, ¿qué le gustaría hacer?

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