Isaac Asimov - Los propios dioses

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Esta novela se divide en tres secciones ubicadas en diferentes tiempos y lugares, incluso en dos universos diferentes. Originalmente fue publicada en revistas como tres historias consecutivas.
El título, así como cada una de las partes de la novela fueron tomadas de la frase «Contra la estupidez, los mismos dioses luchan en vano», de la cita original «Mit der Dummheit kämpfen Götter selbst vergebens.» de Friedrich Schiller (1759–1805).
La trama principal es una conspiración de alienígenas que habitan un universo paralelo moribundo, con el propósito de convertir el Sol en una supernova y poder colectar la energía resultante para su propio uso y continuidad de su forma de vida (curiosamente en su novela «El fin de la Eternidad» el sol se convierta en una nova, no en una supernova, cuya energía es utilizada con provecho para los viajes transtemporales).

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Se le trabó un poco la lengua al decirlo, pues raramente se usaba la segunda persona del singular en la lengua Planetaria. Montes amplió su sonrisa, pero en seguida recobró la seriedad. Meneó la cabeza.

— No. Dentro de una semana tendré toda la comida terrestre que me apetezca, y usted no. Comerá poco durante los próximos años y malgastaría mucho tiempo arrepintiéndose de su presente generosidad. Quédesela… insisto en ello. Si la aceptara, llegaría usted a odiarme.

Con la mayor seriedad, puso una mano en el hombro de Gottstein y le miró a los ojos.

— Además añadió—, hay algo de lo cual quiero hablarle, y lo he estado demorando porque no sé cómo abordar el tema y esta lata de carne me sirve de excusa para acorralarle.

Gottstein guardó de inmediato la lata de carne terrestre. Le resultaba imposible adoptar la expresión seria de su interlocutor, pero su voz era grave y firme.

—¿Hay algo que no pudo incluir en sus informes, montes?

— Hay algo que intenté incluir, Gottstein, pero entre mi dificultad en formularlo y la resistencia de la Tierra a captar mi intención terminamos por no comunicarnos. Es posible que usted logre algo más. Así lo espero. Una de las razones por las cuales no he pedido ser reelegido en mi puesto es que ya no puedo cargar con la responsabilidad de fracasar en mi intento.

— Al parecer, se trata de un asunto grave.

— Más de lo que usted cree. Y sin embargo, no sé cómo planteárselo. Hay sólo unas diez mil personas en la colonia lunar. Los nativos no llegan ni a la mitad de esta cifra. Están afectados por una insuficiencia de recursos, una insuficiencia de espacio, en un mundo hostil, y sin embargo, sin embargo…

—¿Qué…? —le animó Gottstein.

— Hay algo latente aquí…, no sé exactamente qué…, que puede ser peligroso.

—¿Cómo puede ser peligroso? ¿Qué pueden hacer? ¿Declarar la guerra a la Tierra? — el rostro de Gottsein pareció a punto de esbozar una sonrisa.

— No, no, se trata de algo más sutil. — Montes se pasó la mano por la cara y se restregó los ojos—. Voy a ser franco con usted. La Tierra ha perdido el valor.

—¿Qué significa eso?

— Bueno, ¿cómo podríamos calificarlo? Casi al mismo tiempo en que se establecía la colonia lunar, la Tierra atravesaba la Gran Crisis. No creo necesario hablarle de ella.

— No, en efecto — asintió Gottstein con desazón.

— La población es ahora de dos billones, mientras que entonces llegaba a seis billones.

— Una gran ventaja para la Tierra, ¿no cree?

—¡Oh! sin duda, aunque preferiría que el descenso se hubiera efectuado por otros medios… Pero la secuela ha sido una permanente desconfianza en la tecnología, una vasta inercia, una ausencia del deseo de progresar por miedo a las posibles consecuencias. Han sido abandonados grandes y quizá peligrosos esfuerzos porque era más fuerte el temor al peligro que el deseo de grandeza.

— Supongo que se está refiriendo al programa de mutación genética.

— Es el caso más espectacular, por supuesto, pero no el único — dijo Montes con amargura.

— Francamente, no consigo lamentar el abandono de la mutación genética. Era una serie de fracasos.

— Perdimos la oportunidad de llegar al intuicionismo.

— Nunca ha sido demostrado que el intuicionismo sea deseable, y hay muchas cosas que indican lo contrario… Además, ¿qué me dice de la propia colonia lunar? No demuestra, por cierto, un estancamiento de la Tierra.

— Se equivoca — replicó Montes, acalorado—. La colonia lunar es un vestigio, la última reliquia del período anterior a la Crisis; algo que fue realizado como un último y triste esfuerzo de la humanidad antes del gran retroceso.

— Esto es demasiado dramático, Montes.

— Yo no lo creo así. La Tierra ha retrocedido. La humanidad ha retrocedido en todas partes menos en la Luna. La colonia lunar es la frontera del hombre, no sólo física sino también psicológica. Este es un mundo sin una trama de vida que romper, sin un ambiente complejo cuyo delicado equilibrio pueda ser quebrantado.. Todo lo que en la Luna es útil para el hombre está hecho por el hombre. La Luna es un mundo construido por él desde la misma base. No existe un pasado.

— Bien, ¿y qué?

— En la Tierra, nos desarma una nostalgia por un pasado bucólico que nunca existió realmente y que de haber existido, nunca podría volver a existir. En algunos aspectos, gran parte de la ecología fue destruida durante la Crisis, y nos conformamos con los restos y sentimos miedo, mucho miedo… En la Luna, no hay pasado con el cual soñar. No hay otra dirección que no sea hacia delante.

Montes parecía animarse a medida que hablaba.

— Gottstein, yo lo he contemplando durante dos años; usted hará lo propio, por lo menos, durante ese tiempo. Hay un fuego aquí en la Luna, un fuego incesante. Se extiende en todas direcciones. Se extiende físicamente. Todos los meses se taladran nuevos corredores, se inauguran nuevas viviendas, se prepara alojamiento para una nueva población. La extensión también afecta los recursos. Se encuentran nuevos materiales de construcción, nuevos manantiales de agua, nuevas vetas de minerales especiales. Se amplían las estaciones de energía solar, las fábricas de electrónica… Supongo que sabe que los diez mil habitantes de la Luna son, en la actualidad, la principal fuente de suministro de aparatos minielectrónicos y de sustancias bioquímicas de la Tierra.

— Sé que constituyen una fuente importante.

— La Tierra lo desvirtúa por conveniencia. La Luna es la fuente principal. Al ritmo actual puede convertirse dentro de poco en la única fuente… También está creciendo intelectualmente, Gottstein; me imagino que no hay en la Tierra ni un solo futuro científico que no sueñe (con mayor o menor vaguedad) con venir algún día a la Luna. Al renunciar la Tierra a desarrollar la tecnología, la Luna se convierte en su campo de acción.

—¿Se refiere usted al protón sincrotón?

— Es un ejemplo. ¿Cuándo sé construyó en la Tierra el último sincrotón? Pero se trata sólo de lo más grande y espectacular, pero no del único ni siquiera del más importante invento. Si quiere conocer el adelanto científico más importante de la Luna…

—¿Algo tan secreto que aún no se me ha dicho?

— No, algo tan evidente que nadie parece observarlo. Se trata de los diez mil cerebros que hay aquí. Los mejores diez mil cerebros que existen. El único núcleo de diez mil cerebros, orientados todos ellos, por principio y por inclinación, hacia la ciencia.

Gottstein se movió, inquieto, y trató de cambiar la posición de su silla. Estaba clavada al suelo y no podía ser movida, y al intentarlo, Gottstein estuvo a punto de caerse. Montes alargó un brazo para sostenerle.

Gottstein enrojeció.

— Lo siento.

— Ya se acostumbrará a la gravedad.

Gottstein preguntó:

— Pero, ¿no estará presentándomelo peor de lo que es? La Tierra no es un planeta de ignorantes. Construimos la Bomba de Electrones; fue una realización puramente terrestre. Los selenitas no intervinieron para nada.

Montes movió la cabeza y murmuró unas palabras en su español nativo. No sonaron muy plácidas. Preguntó a su vez:

—¿Conoce usted a Frederick Hallam?

Gottstein sonrió.

— Pues, sí, en efecto. El Padre de la Bomba de Electrones. Creo que lleva la frase tatuada en el pecho.

— El mero hecho de que usted sonría y haga esta observación ya ilustra mi punto de vista. Interróguese a sí mismo: ¿Puede un hombre como Hallam haber inventado la Bomba de Electrones? Para las masas, el cuento puede servir, pero la realidad es (y usted ha de saberlo si se detiene a reflexionar) que nadie ha inventado la Bomba de Electrones. Los paraseres, los seres del parauniverso, quienquiera que sean la inventaron. Hallam fue su instrumento accidental. Todo en la Tierra es su instrumento accidental.

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