Todos rodearon el esqueleto del perro y comenzaron a formular hipótesis. Bob, que los había llevado con un propósito definido, los observaba atentamente. Estaba completamente seguro, a pesar de lo que el Cazador dijera acerca de esos huesos, que Tip había muerto por el simbiota fugitivo, quien asimismo había preparado la trampa que causó su caída. Tenía también una explicación para el hecho de que el enemigo no intentara introducirse en su cuerpo en el momento en que se hallaba inerme.
Bob suponía que el simbiota había encontrado otro anfitrión: debía ser una persona que solía utilizar el arroyo como camino a través de la selva, del mismo modo que Bob y sus amigos. Eso significaba que uno de los jóvenes había estado inmóvil, durante algunos momentos, en las inmediaciones del arroyo, permitiéndole al enemigo la realización de sus propósitos. Bob no había oído hablar de un incidente semejante, pero estaba seguro que, llegado el momento, alguien se referiría a ese hecho.
Oscurecía rápidamente y la única conclusión deducida por los jóvenes era que el perro había muerto víctima de algún insecto ponzoñoso. Hasta ese momento, ninguno se había acercado para tocar los huesos pero, como la luz era cada vez más escasa, Malmstrom decidió acercarse para examinarlos mejor. El esqueleto se hallaba entre las malezas y era necesario pasar entre ramas espinosas para llegar hasta él.
Resultó más fácil acercarse que salir de allí, pues las espinas estaban orientadas hacia adentro, convirtiendo el lugar en una verdadera trampa. Malmstrom sufrió profundos rasguños al sacar el esqueleto con sus manos. Se lo alcanzó a Colby.
—Estas espinas servirían para anzuelos —observó— Las malditas parecen estar achatadas contra las ramas, pero cuando uno tira en sentido contrario, se levantan. Estoy seguro de que eso fué lo que le ocurrió a Tip… Se introdujo allí buscando algo y no pudo salir.
La teoría parecía bastante razonable y hasta Bob estaba impresionado por la misma. Recordó, repentinamente, que no le había contado su nuevo proyecto al doctor. ¿Cuál sería la opinión de Seever? Quizás habría llegado a encontrar una solución dentro de la medicina, y no le sería difícil en su situación encontrar un pretexto para ensayarla. Roberto creyó, en un momento dado, que podría sugerirle un primer candidato para el experimento; ahora ya no sabía qué pensar. Emprendió el camino de regreso, cuesta abajo, mientras su cerebro se afanaba empeñosamente.
El martes transcurrió como de costumbre; sólo se diferenció de los demás por la creciente preocupación del Cazador acerca de Carlos Teroa. Este último debía abandonar la isla el jueves y, dentro de lo que el Cazador había podido observar, Roberto no había hecho ningún experimento con él ni había logrado demorar su partida. Ya no quedaban más que dos noches…
Los muchachos, ajenos a semejantes motivos de ansiedad, se lanzaron a la búsqueda de material —para arreglar la embarcación en cuanto terminó el horario de clases. Roberto iba con ellos pero se detuvo frente al consultorio del doctor, manifestando la necesidad de que su pierna fuese examinada.
Una vez allí, le explicó al doctor detalladamente tarde anterior y todo lo que estaba lo ocurrido la relacionado con su teoría. El detective comprendió entonces, por primera vez, que su anfitrión había estado indagando dentro de un sistema de ideas radicalmente opuesto al suyo. Se apresuró pues a llamar la atención del muchacho y le comunicó su punto de vista con las pruebas que lo consolidaban.
—Lamento no haber interpretado la dirección que tomaban tus pensamientos —dijo al terminar—. Recuerdo haberte dicho que no creí que el perro hubiese sido muerto por nuestro enemigo, pero no mencioné, tal vez, el hecho de que la trampa también parecía algo completamente natural. Se me ocurre que la rama estaba enterrada de aquella manera cuando el árbol se derrumbó. ¿Es a causa de esto que ignoras el asunto de Carlos Teroa?
—Así lo creo —replicó Roberto—. Debía venir a cazar conmigo mañana. ¿Tienes motivos para sospechar de él?
—Al principio sólo me importaba el dato de que se aprontaba a dejar la isla —dijo el Cazador—. Nosotros queríamos estar seguros antes de que se fuera de aquí. Supimos que había dormido por lo menos una vez en un bote amarrado al arrecife, lo que significaba una magnífica oportunidad para que nuestra presa se introdujera dentro de él. También se hallaba presente en nuestra aventura del canal, en el muelle, pero esto ya no le incumbe solamente a él.
—Perfectamente —dijo el doctor—. He aquí una lista completa de las que podríamos clasificar como posibilidades número Uno, con toda la gente de la isla a continuación, en un plano de probabilidades apenas un poco menos importante. Roberto: ¿no ocurrió nada anoche que te proporcionara nuevos indicios, de una u otra índole, acerca de alguno de tus amigos?
—Un hecho, únicamente —contestó el muchacho—. Cuando el Petiso Malmstrom retiró del matorral la calavera de Tip, las espinas lo llenaron de rasguños. ¡Viera cómo sangraban! Pero me dijo que no debíamos preocuparnos demasiado por él.
Seever frunció el ceño y se dirigió al detective:
—Cazador, ¿qué clase de conciencia posee tu congénere? ¿Permitiría él, por ejemplo, que una herida sangrase abundantemente si esto fuera necesario para convencer a Bob de que ninguno de la raza de ustedes se había alojado allí?
—No tiene conciencia —replicó el forastero—. Sin embargo, estamos tan habituados a curar las heridas pequeñas, que si él estaba allí creo que lo hubiera hecho. Si tuviese alguna razón para creer que se sospechaba de su anfitrión, no le prestaría ayuda ninguna aunque éste corriera un grave peligro. Roberto no ha obtenido aún una prueba positiva, pero podríamos anotar un punto a favor de Malmstrom.
El doctor sacudió la cabeza:
—Esto, más o menos, es lo que discurrí de acuerdo con el relato de ustedes —dijo—. Bueno, parecería que ahora nos abocamos al inmediato problema de examinar al joven Teroa. Sería hermoso conocer cuál es el efecto de la vacuna contra la fiebre amarilla entre ustedes, Cazador. Se le ha aplicado una dosis de ella esta mañana.
—Tengo el agrado de saber que esta experiencia se realiza bajo su responsabilidad, doctor, y no perjudicará a Roberto. Por otra parte, tengo la certeza de que nuestro enemigo, simplemente, se apartará del brazo que recibió la inyección y esperará hasta que el veneno pierda su virulencia. Además, la perspectiva de algo nocivo para nosotros es bastante remota. Sigo pensando que lo mejor es que vaya a examinarlo yo mismo. Una vez localizada la presa encontraremos la manera de destruirla.
—Cuando usted localice la presa debe tener las armas listas para vencerla —replicó el doctor—. Todo lo que puedo ofrecerle para atacar al enemigo sin dañar al anfitrión son unos pocos antibióticos y vacunas; y no podemos experimentar todas ellas a la vez en Roberto. Este asunto debiera haberse iniciado con anterioridad.
Reflexionó unos segundos, con la mayor intensidad, y continuó:
—Vamos a ver, Supongamos que comenzamos ahora, inyectando una substancia y luego otra, utilizando solamente las que son inofensivas para Roberto. Usted podría ir describiéndonos los efectos que le producen; no tema, nos arreglaríamos para que usted pudiese salir rápidamente de su cuerpo hasta que él eliminase la substancia que usted no pueda resistir. Dejaremos en paz a Teroa hasta encontrar el arma adecuada. Si nuestros ensayos fracasan, nada se habrá perdido mientras tanto.
—Pero, de acuerdo con lo que usted me explica, este proceso durará unos cuantos días y faltan menos de cuarenta y ocho horas para que Teroa se embarque.
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