Connie Willis - Territorio inexplorado

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En el Hollywood del futuro, con el cine computerizado, las películas de acción real son cosa del pasado. Los actores han sido sustituidos por simulacros generados por ordenador. La manipulación informática permite, por ejemplo, que Humphrey Bogart y Marilyn Monroe protagonicen juntos el enésimo remake de
. Pero, además, si al espectador no le gusta el final, puede alterarlo con sólo pulsar una tecla.
Un Hollywood futuro gobernado como hoy por el sexo (pero ahora simulado informáticamente…), las drogas y los efectos especiales. Un mundo donde todo es posible. Todo, excepto lo que Alis más desea: bailar realmente en las películas. Un sueño imposible incluso con la ayuda de Tom, un cínico experto de ese nuevo Hollywood del futuro, quien aprenderá que incluso en un mundo de milagros tecnológicos siguen existiendo algunas cosas que no pueden ser falsificadas ¿O sí…?

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—Has dicho que todo el mundo interpreta un papel, aunque no sea consciente de ello —dijo Heada—. ¿Qué papel estoy interpretando?

—¿Ahora mismo? Thelma Ritter en La ventana indiscreta. La amiga entrometida que no sabe cuándo debe mantenerse al margen de los asuntos de otras personas. Cierra la puerta cuando te marches.

Lo hizo, y luego volvió a abrirla y se quedó allí, observándome.

—¿Tom?

—¿Sí?

—Si yo soy Thelma Ritter y Alis es Ruby Keeler, ¿qué papel interpretas tú?

—King Kong.

Heada se marchó y me quedé allí durante un rato, viendo a Humphrey Bogart permanecer impasible mientras arrestaban a Peter Lorre, y luego me levanté para ver si quedaba un poco de chooch por alguna parte. Había klieg en el armarito de las medicinas, justo lo que necesitaba, y una botella de champán de aquella vez que Mayer trajo a una cara para enseñarle cómo la ponía en Al este del Edén. Di un sorbo. Estaba pasado, pero era mejor que nada. Serví un poco en un vaso y adelanté hasta la escena de «Tócala, Sam».

Bogart apuró un trago, la pantalla se desenfocó y sirvió champán a Ingrid Bergman delante de un borrón que se suponía era París.

La puerta se abrió.

—¿Te has olvidado de contarme algún cotilleo, Heada? —pregunté, dando otro sorbo.

Era Alis.

Llevaba un delantalito y mangas abullonadas. Su pelo parecía más oscuro y se había hecho un gran moño, pero seguía teniendo el mismo aspecto de contraluz que daba a su rostro un aspecto radiante.

Fred Astaire marcó unos pasos en el suelo pulido y Eleanor Powell los repitió y se volvió a sonreírle…

Apuré de un trago el resto del champán, y me serví un poco más.

—Vaya, pero si es Ruby Keeler—dije—. ¿Qué quieres?

Ella se quedó en la puerta.

—Los musicales que me enseñaste la otra noche. Heada comentó que a lo mejor me prestarías los opdisks.

Tomé un sorbo de champán.

—No están en disco. Es un enlace directo de fibra-op —dije, y me senté ante el comp.

—¿Es eso lo que haces? —dijo a mis espaldas. Miraba la pantalla por encima de mi hombro—. ¿Estropeas películas?

—Eso es lo que hago. Protejo al público que ve las películas de los males del alcohol y del chooch. Sobre todo del alcohol. No hay tantas películas donde aparezcan drogas. El valle de las muñecas, Postales desde el filo, un par de Cheech y Chongs, El ladrón de Bagdad. También quito la nicotina si la Liga Antitabaco no ha pasado primero. —Borré la copa de champán que Ingrid Bergman se llevaba a los labios—. ¿Qué te parece? ¿Té o café?

Ella no dijo nada.

—Es un gran trabajo. Tal vez podrías encargarte de los musicales. ¿Quieres que me presente ante Mayer y le pregunte si quiere contratarte?

Ella insistió.

—Heada dijo que podrías hacerme opdisks sacándolos del enlace —dijo, envarada—. Los necesito para practicar, al menos hasta que encuentre un profesor de baile.

Me volví en la silla para mirarla.

—¿Y luego qué?

—Si no quieres prestármelas, podría verlas aquí y copiar los pasos. Cuando no estés utilizando el comp.

—¿Y luego qué? —repetí—. ¿Copias los pasos y practicas la coreografía, y luego qué? Gene Kelly te saca del coro… no, espera, me olvidaba de que no te gusta Gene Kelly. ¿Gene Nelson te saca del coro y te da el papel principal? ¿Mickey Rooney decide montar un espectáculo? ¿Qué?

—No lo sé. Cuando encuentre un profesor de baile…

—No hay profesores de baile. Todos se fueron a su casa en Meadowville hace quince años, cuando los estudios se pasaron a la animación por ordenador. No hay estudios de sonido, ni salones de ensayo, ni orquestas de estudio. ¡Ni siquiera hay estudios, por el amor de Dios! Lo único que hay es un puñado de rarotas con Crays y un puñado de ejecos corporativos diciéndoles lo que tienen que hacer. Mira, voy a enseñarte una cosa. —Giré de nuevo en la silla—. Menú —pedí—. Sombrero de copa. Fotograma 97-265.

Fred y Ginger aparecieron en la pantalla, bailando el Piccolino.

—Quieres que los musicales vuelvan. Lo haremos aquí mismo. Avanza a cinco. —La pantalla se redujo a una secuencia de fotogramas. Paso y. Vuelta y. Arriba.

—¿Cuánto tiempo dijiste que tuvo que practicar estos pasos Fred?

—Seis semanas —contestó ella, átonamente.

—Excesivo. Piensa en el alquiler del sitio de ensayo. Y todos esos zapatos de claque. Fotogramas 97-288 a 97-631, repite cuatro veces, y luego 99-066 a 99-115, y bucle continuo. A veinticuatro.

La pantalla avanzó en tiempo real, y Fred levantó a Ginger, la volvió a levantar, y otra vez, sin esfuerzo, livianamente. Arriba y arriba, y paso y giro.

—¿Te parece ese paso lo bastante alto? —dije, señalando la pantalla—. Fotograma 99-108 y congela. —Jugueteé con la imagen, alzando la imagen de Fred hasta que le tocó la nariz—. ¿Demasiado alto? —La bajé un poco, borré las sombras—. Avanza a veinticuatro.

Fred alzó la pierna, que navegó en el aire. Y arriba. Y arriba. Y arriba. Y arriba.

—Muy bien —dijo Alis—. Ya te entiendo.

—¿Aburrida ya? Tienes razón. Esto debería ser un número de producción. —Pulsé multiplicar—. Once, lado a lado —ordené, y una docena de Freds Astaires patearon en perfecta sincronía, arriba, y arriba, y arriba, y arriba—. Filas múltiples —dije, y la pantalla se llenó de Freds, pateando, alzando, ladeando su sombrero de copa.

Me volví para mirar a Alis.

—¿Por qué iban a contratarte, cuando pueden tener a Fred Astaire? ¿A un centenar de Fred Astaires? ¿A un millar? Y ninguno de ellos tiene el menor problema en aprender un paso, a ninguno le salen ampollas en los pies, ni se enfadan, ni tienen que cobrar, ni envejecen, ni…

—Se emborrachan —terminó ella.

—¿Quieres a Fred borracho? Puedo hacerlo también. Fotograma 97-412 y congela —dije, y la pantalla se volvió plateada y luego apareció un mensaje: «El personaje de Fred Astaire no está actualmente disponible para transmisión en fibra-op. Litigio por copyright entre ILMGMV v. RKO-Warner…»

—Vaya. Fred está en litigio. Lástima. Tendrías que haber hecho aquel pastiche cuando se presentó la ocasión.

Ella no miraba la pantalla. Me miraba a mí, los ojos alerta, concentrados, como habían estado en el Piccolino.

—Si estás tan seguro de que no podré alcanzar lo que quiero, ¿por qué intentas disuadirme con tanto ahínco?

—Porque no quiero verte tirada en Hollywood Boulevard con unos leotardos de red rotos. No quiero tener que pegar tu cara en una película de River Phoenix para que el jefe de Mayer pueda ñaquear contigo.

—Tienes razón, Alis —dije—. ¿Por qué demonios lo hago? —Me volví hacia el comp—. Imprime accesos, todos los archivos. —Arranqué la hoja de papel de la impresora—. Toma. Coge mis accesos de fibra-op y haz todos los discos que quieras. Practica hasta que tus piececitos sangren. —Se lo tiré.

Ella no lo cogió.

—Vamos —insistí y se lo metí en la mano, que no respondió—. ¿Quién soy yo para interponerme en tu camino? En las inmortales palabras de Leo el León, todo es posible. ¿A quién le importa si los estudios tienen los derechos y las fuentes de fibra-op y los digitalizadores y los accesos? Nos coseremos nuestros propios trajes. Construiremos nuestros propios decorados. ¡Y entonces, justo antes del estreno, Bebe Daniels se romperá la pierna y tendrás que sustituirla!

Ella arrugó el papel y pareció a punto de tirármelo.

—¿Cómo sabes qué es posible o imposible? Ni siquiera lo intentas. Fred Astaire…

—Está en litigio, pero no dejes que eso te detenga. Aún te queda Ann Miller. Y Siete novias para siete hermanos. Y Gene Kelly. Oh, espera, olvidé que eres demasiado buena para Gene Kelly. Tommy Tune. Y por supuesto a Ruby Keeler.

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